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Los debates tienen falencias, pero sirven para mejorar la calidad del voto

Oscar Muiño 21 octubre de 2019

Por Oscar Muiño

Diversos políticos, analistas y periodistas atacan la utilidad de los debates entre candidatos realizados por la televisión argentina. Muchas de tales observaciones son atendibles, pero omiten lo esencial: Debate es mejor que No Debate. Además, la aceptación de la ley resulta auspiciosa, en nuestra maltratada relación con la norma. Fue muy largo y trabajoso el esfuerzo ?finalmente, un logro? haber incorporado la obligatoriedad legal de asistencia al debate para los presidenciables.

Desde luego, hay mucho por ajustar. Pero habrá que intentar probar ?y no sólo en este campo? una política de pequeños pasos que vaya perfeccionando en la acción las prácticas republicanas.

La tarea de Argentina Debate para instalar la obligación de los postulantes fue extensa, compleja y debió sortear innúmeras objeciones.

La selección de temas no es inocente. Está claro que produce efectos. Algunos mejoran las chances de determinado candidato y otros, claramente, las perjudican. Hay figuras a quienes les cae mejor la institucionalidad, otras que prefieren los temas de igualdad, aquellas tienen claras ideas sobre educación, o sobre política exterior, o el sistema previsional. Los modos de afrontar la deuda externa o los diseños en materia tributaria o de distribución del ingreso.

Para colmo, debe tener en cuenta desde orientaciones y simpatía de los conductores y temas hasta espacios y canales de Capital y el interior. Sin contar lo más difícil: la opinión de los propios candidatos, su análisis sobre ventajas y desventajas, y su inevitable ?nada pequeño? ego.

La muy dificultosa negociación para concluir en la selección de temas es una demostración de habilidad y un atisbo de tolerancia de los diversos representantes y sus propios mandantes.

Sería deseable un mayor papel para la prensa, pero es evidente que la grieta achicó los márgenes para un mayor protagonismo de los periodistas. Por un lado, los periodistas militantes que privilegian el apoyo a su propia facción (o la descalificación del principal rival). Por otro lado, la multiplicidad de profesionales que toman posición pública. ¿Lograrían conservar su calidad y cumplir los protocolos de la profesión? ¿O preferirían ser parte de los proyectos en pugna?

La calidad de los candidatos suele dejar que desear. Pero son los candidatos que hemos seleccionado con el voto. Y los críticos no han sido capaces de organizar candidaturas mejores o de convencer a la sociedad que la razón está de su lado. Se sabe, el único modo de selección en una democracia es el voto universal.

La silla vacía

Hasta hace muy poco, el que venía ganando en las encuestas no se sentaba. ¿Para qué arriesgar en un debate una victoria que veía segura? Como en tantos temas, el primer pícaro que lo advirtió fue Carlos Menem. En 1989, no asistió al contrapunto imaginado por Bernardo Neustadt en Tiempo Nuevo, el programa político más visto de Argentina, en épocas que los canales de aire gobernaban las audiencias.

En aquella emisión, Neustadt exhibió en todo momento al candidato radical Eduardo Angeloz ?a quien entrevistó con simpatía? frente a la silla vacía de Menem. El voto no se movió pero Menem terminaría haciendo desde el gobierno todo lo que Neustadt quería. A tal punto, que Neustadt habría de convertirse en su principal sostenedor, con particular énfasis en su programa de privatizaciones.

La negativa de los candidatos que se suponían triunfadores se extendió en el tiempo. Y no les iba mal. Rechazaban la discusión y ganaban igual. Duró hasta las vísperas de la renovación de 2015.

En ese momento, diversas organizaciones de la sociedad civil impulsaron la realización del debate entre los candidatos presidenciales. Acertadamente, señalaban que las exposiciones ofrecían información capaz de enriquecer a la opinión pública y que ésta, convertida en cuerpo electoral, tenía más posibilidades de evaluar a los postulantes. Mayor posibilidad de análisis y comparaciones tanto personales como ideológicas y políticas. Por lo tanto, menores riesgos de equivocarse en la oferta que cada candidato promovía. Jugó un rol virtuoso la Cámara Nacional Electoral con los históricos Alberto Dalla Vía y Santiago Corcuera.

El primer debate incluyó a todos los candidatos ?empezando por Macri? con una única excepción: Daniel Scioli. Se sentía victorioso (y por tanto electo) en primera vuelta. No fue así. Al ver que los resultados electorales no habían sido los esperados, el equipo de Scioli advirtió que no podía rehuir el mano a mano contra Macri. Se recuerda ese choque. No por su exhibición intelectual, sino por el golpe de efecto final, con Macri abrazando a su mujer Awada mientras Scioli parecía perdido en la salida de escena.

Que los candidatos compartan un espacio televisivo abre caminos a explorar. Si todos pueden coincidir en ese espacio público por excelencia, hay alguna expectativa de considerar que el Otro tiene derecho a existir, a expresarse y que es precisamente con ese Otro con quien deberemos plantear los acuerdos, los disensos y los límites de la pelea, en la inevitable búsqueda de ciertos consensos. El aspecto agonal de la política es obvio. Pero sin el reconocimiento ajeno, resultará un espejismo cualquier intento de salir de la crisis. Porque una parte de la sociedad ?la que sucesivamente esté en minoría? no se sentirá expresada por la conducción del Estado.

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