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Joe Biden avanza entre su agenda y la heredada, lo doméstico y global

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18 marzo de 2021

Por Lourdes Puente y Martina Ferrero (*)

La victoria de Joe Biden hizo respirar al mundo. Augura una brisa esperanzadora. Tanto el discurso, como sus primeros pasos, dieron cuenta de una voluntad por buscar la reconstrucción de la confianza. Todo parece indicar que revertir el legado de su predecesor es una de las prioridades que va a teñir la política de la era Biden, al menos en sus primeros meses.

Atrás quedaron van quedando, con sello de Donald Trump, las proyecciones optimistas sobre la pandemia, los anuncios políticos improvisados, la retórica incendiaria, los intercambios combativos con la prensa y las promesas que tantas expectativas generaron cuatro años atrás. En contraste con la anterior gestión, Biden se ha sincerado con el público sobre el avance del Covid-19 y la devastación económica resultante, reconociendo que, en un horizonte de mediano y corto plazo, las cosas empeorarían antes de mejorar. Y a poco más de un mes de su asunción, parece haber surgido un patrón.

El Presidente y su gabinete deliberadamente establecen bajas expectativas -particularmente en áreas como la tan esperada campaña de vacunación y la reapertura de las escuelas-, con la esperanza de hacerse de una victoria política con la superación de esas metas.

Este primer mes ha transcurrido prácticamente libre de dramas, con muchas de las elecciones de gabinete aprobadas y sin convulsiones evidentes entre su personal. Pero no sin desafíos: la distracción del juicio político a Trump, un Senado más dividido que el que enfrentó su predecesor, una crisis de partidos políticos que azota la estabilidad de la arena política y una primera prueba de fuego con un ataque aéreo en suelo sirio contra instalaciones de un prominente grupo armado respaldado por Irán.

El revitalizar la nación y restaurar la estabilidad puede ser una de las notas características de la impronta que busca imponer el exsenador por Delaware. Pero es posible que la duración de la luna de miel de Biden sea breve en un Washington sumamente polarizado. Habrá que esperar a los famosos 100 primeros días para ver qué tanto se trasladan las palabras e intenciones del mensaje a los hechos. Su fuerte retórica sobre la unidad, patente en su discurso inaugural y en varias declaraciones posteriores, es dificil que ancle en una sociedad que se partió en dos. Trump parece estar logrando monopolizar la representación de la oposición y, esta situación actúa como una difícil astilla en el zapato de Biden. La grieta de los globalizados frente a los territorializados que perdieron con la globalización no necesita combustible y se autoalimenta gracias a las facilidades que dan las burbujas tecnológicas en las que cada sector circula. Biden puede hacer poco y nada sobre esto. Solo intentar ganar con políticas concretas y exitosas que los vayan incluyendo.

Con gran parte de su vida estando en algún lugar de la escena, para hoy ser el protagonista al que todas las luces apuntan. Después de más de 40 años en Washington, 8 años como vicepresidente de Barack Obama y dos campañas presidenciales fallidas, Biden ha tenido toda una vida para pensar en la marca que quiere dejar como Presidente y cómo seguir adelante. Pero nadie sabe si contaba con que casi la mitad de su población lo ve en el lado del mal de la historia.

En las primeras horas en la Casa Blanca, revirtió una serie de acciones tomadas por su predecesor sobre inmigración y cambio climático, mientras prometía redoblar los esfuerzos para contener el coronavirus. El acuerdo nuclear con Irán que abandonó Trump está de vuelta en la mesa diplomática. Estados Unidos está nuevamente en la Organización Mundial de la Salud y en el Acuerdo de París.

Pero las membresías y los movimientos diplomáticos solo llegan hasta cierto punto. El mundo quiere ver hasta dónde llegará para cumplir los objetivos climáticos, si dirigirá más ayuda a los países más golpeados por la pandemia y si sus palabras de renovada solidaridad con la OTAN logran llegar más allá del próximo péndulo de la política estadounidense.

La gran incógnita es su política hacia la región. Aunque durante sus ocho años como vicepresidente, Biden visitó América Latina 16 veces, todo parece indicar que la agenda interna, junto con otros problemas globales estratégicamente importantes, mantendrán al nuevo Presidente demasiado ocupado como para dedicar mucho tiempo a Latinoamérica.

Probablemente sean los movimientos de China en la región los que obliguen a su administración a generar acciones y agenda al sur del continente. Pero se espera que sea la burocracia del Estado, a través de funcionarios demócratas utilizando agencias de desarrollo y corporaciones, y adoptando un estilo de negociación más tradicional. Hay pocas expectativas respecto a una agenda más activa debido a las urgencias domésticas y las prioridades globales, que sumirán gran parte de la energía de su Gobierno.

Resta esperar si el enfoque flexible y menos conflictivo que Biden ha demostrado en todos los órdenes mantendrá los puntos focales de la presidencia de Obama y reconstruirá los lazos con los países de la región o si nos depara un escenario con otros matices menos alentadores. En ese sentido, hay que tener en cuenta que su agenda de búsqueda de unidad doméstica, le exige no ceder demasiado en temas como Cuba o Venezuela. Habrá un tinte menos belicoso pero, y esto puede ser complejo, la competencia geopolítica con China pueden exigir también una nota más afín a valores caros a EE.UU: libertad, democracia, y derechos humanos. Si esa competencia se ideologiza en la política hacia la región, puede dificultar las estrategias nacionales y regionales del sur.

(*) Escuela de Política y Gobierno de la UCA

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