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A mentir, a mentir, que ya llegan las elecciones

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Atilio Molteni 14 septiembre de 2020

Por Atilio Molteni  Embajador

Esta vez los analistas políticos de Estados Unidos comparten el desconcierto y la incertidumbre de todos los que intentan adivinar el nombre del futuro jefe de la Casa Blanca. Las serias pifiadas cometidas en anteriores elecciones hacen que los estudiosos del comportamiento y las preferencias de la opinión pública adhieran a la prudencia general. Los ocho puntos de ventaja que aún parece tener el candidato opositor, el demócrata Joe Biden, no permiten asegurar o desmentir que él habrá de ser ungido el 3 de noviembre, ni mucho menos vaticinar el claro respaldo de los 538 miembros del Colegio Electoral, el foro responsable de determinar el nombre del vencedor.

Las fuerzas que luchan por asumir el papel de oficialismo en los próximos cuatro años dependen del margen de votos que puedan lograr en algunos Estados con tendencia indefinida, hecho que determina la cantidad de electores necesarios para cantar victoria. Por eso las consignas de campaña electoral tienen lenguaje novedoso y existe una disputa tácita por olvidar lo que le salió mal a cada uno, para sustituirlo por nuevas utopías de seducción popular.

La pasada semana comenzó a hilvanarse la expresión ofensiva y defensiva de los dos candidatos. Es obvio que la popularidad de Donald Trump cayó en virtud de su lamentable manejo de la pandemia, el resultado de los movimientos realizados para brindar un adecuado sistema de salud a la población, así como por la inexistencia de una diplomacia activa y prestigiosa.

Si bien en enero la reelección de Trump parecía asegurada, el Covid-19 y los errores de gestión cometidos por su Gobierno cambiaron el panorama electoral, pues Estados Unidos encabeza la lista de naciones más afectadas por la pandemia, la desocupación alcanzó a 22 millones de trabajadores y su recesión es sólo comparable con la crisis de 1929-33. Es una contracción económica masiva que, para el

Banco Mundial, va a provocar una contracción del 5,2% en la mayor economía del planeta.

Las decisiones de quien sea electo tendrán grandes consecuencias en la política internacional, pues el carácter de única superpotencia aplicable a Estados Unidos sufrió un notable deterioro. Esa primacía unilateral surgió tras la desaparición de la URSS, pero llegó a su fin después de los errores militares cometidos por Washington en el Medio Oriente y la crisis multifuncional de 2007-2009. Hasta la llegada del Presidente Donald Trump, Washington demostró liderazgo y organizó una respuesta masiva con las naciones que forman la masa crítica del poder mundial.

Lo que dejó de poseer Estados Unidos es su nivel hegemónico. Ahora compite con China (motor del crecimiento económico y de los conflictos que se advierten en Asia), Rusia y otras potencias regionales como la Unión Europea (UE). Esta situación se agravó por las acciones unilaterales del Jefe de la Casa Blanca que originaron la abdicación de su papel de liderazgo, el claro desinterés por el orden liberal y el abandono del multilateralismo.

El enfoque destinado a "Hacer América Grande de Nuevo", condicionó los tradicionales principios y políticas del Partido Republicano con medidas populistas y nacionalistas, que lo indujeron a ningunear a sus aliados y a menoscabar sin fundamentos la cooperación institucional. Paralelamente, a mostrar simpatía hacia algunos de los líderes personalistas y antidemocráticos que habitan el planeta.

En el contexto de esa cruzada menoscabó la relación transatlántica con Europa (y su papel en la OTAN) y otros problemas globales, dando prioridad a sus objetivos políticos y económicos internos. De ese modo quedaron en la banquina el comercio global (al sabotear a la OMC) y organizaciones internacionales del calibre de la UNESCO y la OMS, de las que se retiró sin buenos fundamentos.

También abandonó el Acuerdo de París sobre Cambio Climático, el Acuerdo de Asociación Transpacífica (TPP), el Acuerdo Nuclear con Irán o PAIC, el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (con Rusia), el Tratado de Cielos Abiertos (al que adherían 35 países) y, posiblemente, en caso de no renovarse en febrero, el único Tratado vigente de control de armas con Moscú, denominado

“Nuevo Start” (o Nuevo Tratado de Armas Estratégicas).

Salvo el endeble acuerdo de comercio bilateral, las relaciones globales con China están mayormente a la deriva y en curso a posibles conflictos de sustancia, lo que incluye al futuro de Hong Kong y Taiwán, las nuevas reglas de inversión y arbitrariedades varias en sus vínculos bilaterales o regionales.

El vínculo con Pekín será difícil cualquiera sea el futuro Jefe de la Casa Blanca, ya que ambas naciones tratan de fortalecer su mercado interno, la infraestructura y la innovación, mientras intentan desenganchar sus economías.

Obviamente, las relaciones con China figuran de modo prominente en la campaña electoral de ambos candidatos presidenciales. Hoy existe consenso bipartidario para modificar la dependencia de Pekín en productos para la salud, telecomunicaciones, alta tecnología e inteligencia artificial. También en limitar la adquisición de compañías o instalaciones estratégicas, rediseñar las cadenas de abastecimiento y resolver con golpes efectistas el creciente déficit comercial, tema que Trump no consiguió resolver.

Esta situación se relaciona también con la geopolítica, la gobernanza mundial, la ideología y los derechos humanos. Washington no olvida que Pekín intenta aumentar su prestigio y su poder militar para consolidar su estatus de gran potencia en la región del Indo-Pacífico, (en 2035 completará la modernización de sus fuerzas armadas y en 2049, planea ser la mayor potencia militar de la región,) donde existen conflictos de toda clase, que en las últimas horas tiende a incluir acciones militares con la India.

Aunque Estados Unidos trata de aliarse con varios Estados de la región como Australia, Japón, Corea del Sur, India y Vietnam, la posibilidad de un conflicto entre las dos mayores potencias se asemeja cada día más al estilo de la Guerra Fría.

El status de Hong Kong ya no responde al concepto de “un país dos sistemas” aceptado por la República Popular China al suscribir el Acuerdo que permitió reincorporar esa Isla a su patrimonio soberano.

Pekín tampoco resultó un factor de equilibrio a la hora de

condicionar las posiciones belicosas de Corea de Norte. En febrero de 2019, fracasó en Hanoi la segunda cumbre de Trump con Kim Jong-un, en la que no fue posible alcanzar la desnuclearización de ese país y la desmilitarizada de ambas Coreas. Pyongyang se niega a desarmarse unilateralmente y continúa las pruebas misilísticas y su programa nuclear, mientras Estados Unidos mantiene sus sanciones y desarrolla maniobras militares con Corea del Sur.

La reciente reforma constitucional de Rusia, abrió el campo para que Putin pueda competir en las elecciones de 2024 y obtener su quinto mandato en el Kremlin que lo habilita a mandar hasta por lo menos 2036. El creciente malhumor de su pueblo, no le impidió ejercer su capacidad para imponer orden y estabilidad. Bajo su conducción Moscú dejó ser potencia declinante para devenir en otro de los protagonistas regionales y mundiales que le presentan batalla geoestratégica a los Estados Unidos.

La visible y cuestionada política de mejorar los vínculos con Rusia, y con Vladimir Putin, fue otra de los ejercicios frustrados de Trump. El Congreso de Estados Unidos frenó esos intentos por considerar al Jefe del Kremlin como un líder peligroso de una potencia no confiable. Adicionalmente, las relaciones bilaterales no pasan por un buen momento debido a que Moscú tiende a responsabilizar a Occidente por sus problemas nacionales. En esa cuenta se incluye el desmembramiento de la URSS, la desintegración de los vínculos con Europa Oriental y las naciones del Báltico en la OTAN, así como el cariz del enfrentamiento con Ucrania.

En Medio Oriente, Trump continuó con éxito las acciones iniciadas por Barack Obama, orientadas a destruir al Estado Islámico y trató de disminuir, con discutible resultado, la presencia militar de su país en Siria, Iraq y Afganistán.

Paralelamente, las tensiones de Washington con Irán fueron en aumento cuando Trump concluyó la participación estadounidense en el Acuerdo Nuclear de 2015 (objetivo prioritario del ex Presidente Obama). Su política de “máxima presión” para renegociar el contenido, limitar las acciones iraníes en la región y condicionar su capacidad misilística no llegaron muy lejos. La política estadounidense es apoyada exclusivamente por Israel, Arabia Saudita y otros países sunitas del Golfo que reforzaron sus relaciones con Washington.

Washington no logró progresos sustantivos en el conflicto entre Israel y Palestina bajo el paraguas del “proceso de paz” originado por los Acuerdos de Oslo, que reconocieron a esta última como una entidad separada sin carácter de Estado. Trump se concentró en respaldar los intereses de Israel mediante su Plan de “Paz para la Prosperidad”, que podría facilitar la anexión de parte de la Margen Occidental del río Jordán.

Pero en agosto tal iniciativa se detuvo cuando Washington facilitó un acuerdo entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) para la normalización de sus relaciones, hecho que lo convirtió en el tercer país árabe después de Egipto y Jordania de alcanzar ese estatus bajo el compromiso de detener la anexión. Fue un resultado a la vez ocasional y muy positivo de la política regional de Trump.

Los intentos estadounidenses de derrocar el régimen de Nicolás Maduro no llegaron a ninguna parte. La opción militar no es apoyada por la comunidad internacional y la alternativa de buscar una solución diplomática que permita llegar a elecciones democráticas transparentes y creíbles sigue flotando sin brújula conocida.

Las apuestas por ahora tampoco son entusiastas si Biden es electo. El candidato demócrata también dará prioridad a la política interna, como frenar la crisis del Covid-19, dar vuelta la difícil situación económica y encontrar una receta positiva para lograr la paz racial. Ello no supone que la realidad le permitirá desatender el vacío que dejó Estados Unidos durante la gestión de Trump.

Un gobierno demócrata tendrá que retomar la iniciativa estratégica y patrocinar un orden global más coherente y principista. Para ello, es muy posible que refuerce el sistema de alianzas y poder desarrollado por Estados Unidos antes de la llegada al poder de Trump, lo que incluye la reinserción en la lucha contra el cambio climático y la defensa de los derechos humanos.

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