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Brasil y Covid-19: cada vez peor

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Héctor Rubini 22 junio de 2020

Por Héctor Rubini Economista de la Universidad del Salvador (USAL)

El retorno del fútbol de primera división parecía sugerir que las autoridades brasileñas contarían con alguna información no publicada respecto de alguna potencial buena noticia sobre la dinámica de contagio y muertes por el Covid-19. Sin embargo, luego de partido entre Flamengo y Bangú, el gobernador de Río de Janeiro dispuso la suspensión de los partidos del Botagofo y Fluminense (contrarios a la reanudación de las competencias en este mes), hasta el 25 de junio. Las autoridades han anunciado que las actividades se van a reiniciar después de una completa inspección de las instalaciones de entrenamiento de los clubes. Pero en San Pablo, en cambio, el martes se aprobó un protocolo de retorno gradual a los entrenamientos recién a partir de julio, sin fecha prevista para el reinicio de los partidos oficiales.

Lo que acontece con el fútbol es una pequeña muestra de la desorganización casi caótica que eligió la administración de Jair Bolsonaro para enfrentar la pandemia del Covid-19. La subestimación del Ejecutivo de la pandemia, sumada a la pésima relación del oficialismo con el PT y buena parte de la opinión pública, se tradujo en la falta de un comando único y en una descoordinación casi total entre los diferentes estados del país.

Esto también se notó en el desorden informativo provocado por el manejo desprolijo de la información difundida por la administración nacional que forzó a los gobernadores a montar una página web alternativa para informar a la población.

La acumulación de casos registra un crecimiento exponencial: 5.717 casos positivos acumulados hasta el 31 de marzo, 87.187 al 30 de abril, 514.849 al 31 de mayo y, al día de ayer, 1.085.038 casos. El segundo lugar en el mundo detrás de EE.UU., con 2.355.638 infectados. Al día de ayer, el total de víctimas fatales ya era de 50.617 personas, cifra superada también sólo por EE.UU., con 122.243.

Algo que no le interesa en lo más mínimo al presidente. Tampoco a sus hijos quienes siguen instigando el enfrentamiento entre brasileños para, en última instancia, promover una activa represión militar junto a una forma de “autogolpe” que les dé a los militares la toma del poder. Días atrás, Eduardo Bolsonaro sostuvo, ante la pregunta de un bloguero sobre la eventualidad de una ruptura del orden democrático, que “la opinión ya no gira en torno a si ocurrirá, sino cuándo sucederá”. Un discurso adrede sobre el cual el exministro de Justicia Sergio Moro advirtió que “el objetivo es desestabilizar el país, justo durante una pandemia”.

Algunos observadores locales y del exterior ven esto como una repetición del caso de Perú en 1992, cuando Alberto Fujimori, con el apoyo de las Fuerzas Armadas, disolvió el Congreso, y modificó el Poder Judicial para utilizarlo como instrumento de persecución de sus opositores. En el caso brasileño actual se suma la instigación del Gobierno a manifestaciones a favor de Bolsonaro en varios fines de semana, que han generado expresiones en contra y enfrentamientos en la vía pública. A esto se ha sumado el recrudecimiento del enfrentamiento con el Supremo Tribunal Federal. Después de varios días de manipulación informativa, el Supremo obligó el 10 de junio a que el Ejecutivo vuelva a publicar los datos acumulados de contagios y muertes por Covid-19. Luego, el presidente del máximo órgano judicial no dudó en rechazar las amenazas provenientes de simpatizantes de Bolsonaro. Llamativamente una de las presiones más visibles provino de grupos de agitadores que integraba, entre otros, el ministro de Educación, Abraham Weintraub, pidiendo el cierre de la Corte Suprema y el Congreso. La semana pasada, Weintraub renunció y anunció su incorporación al Banco Mundial, como director por Brasil en dicho organismo. Algo que todavía exige su aprobación por parte del consejo de directores del banco.

Mientras tanto, la economía fue acusando los impactos de esta inestabilidad política y la desordenada estrategia de cuarentenas parciales aplicadas por los 27 estados con distintos plazos y grados de rigidez. Algo también resultante del conflicto entre el Tribunal Supremo y el Ejecutivo. Bolsonaro trató inicialmente de aplicar medidas únicas para todo el país, pero el Supremo la anuló con una disposición que le dio a los estados y municipios la autoridad de origen para reglamentar

Con este desorden sanitario e institucional, el Gobierno no evitó el desplome del nivel de actividad. El Indice de Actividad Económica del Banco Central mostró para abril una caída de 13,3% mensual (-15,1% interanual). A su vez, el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) informó que al mes de abril la producción física de bienes intermedios cayó 14,9% interanual, la de bienes de consumo no durable 23,5%, la de bienes de capital 42,6% y la de bienes de consumo durable 74,8%.

¿Cómo podrá Brasil remontar esto? Depende ahora del manejo colectivo de tres frentes de tormenta, que por ahora nadie parece poder manejar: a) el humor de Bolsonaro y su actitud cada vez más conflictiva, b) la detención o reducción de contagios de Covid-19, algo que está absolutamente fuera de control, y c) la administración de recursos hospitalarios, que en algunos estados parecieran estar ya superados por la espiral creciente de contagios y de pacientes que demandan internación en terapia intensiva.

El panorama no es nada agradable. Su reversión exige a futuro un enfoque menos conflictivo y desordenado que el elegido por el Gobierno de Brasil, pero con Bolsonaro nunca se sabe.

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