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Francia y la deconstrucción de la socialdemocracia europea

Atilio Molteni 18 diciembre de 2018

Por Atilio Molteni Embajador

Si bien la mayoría de los analistas hasta ahora supuso que el Brexit y los delirios de las naciones europeas que miran la realidad por el espejo retrovisor, como sucede con Hungría y Polonia, se convertirían en el límite del desguace político de Europa, pocos imaginaron que Francia, Alemania y Austria se las arreglarían para ser afectados por la ola deconstructiva que azota al Viejo Continente. Y aunque sin duda no todos los procesos son iguales, cada uno de ellos aporta lo suyo a la actual inestabilidad colectiva.

A partir del pasado mes de mayo, la figura del presidente Emmanuel Macron empezó a deteriorarse en virtud de una serie de expresiones políticamente desafortunadas y a resultar identificado como otro presidente de los ricos. En julio, su nivel de aprobación descendió del 66% al 41% y un alto porcentaje de la opinión pública vio en él a un dirigente que se había alejado de la agenda de problemas que interesan al pueblo francés y era indiferente a los temas sociales. El último eslabón conocido de esa realidad fue un impuesto verde al diesel que provocó el surgimiento de los denominados “chalecos amarillos”, que es un movimiento espontáneo y desorganizado (una especie de democracia directa), que surgió “de la nada” utilizando los nuevos medios de comunicación contra la agenda de Macron y se dedicó a provocar desórdenes y cortes de rutas en los 13 departamentos de Francia. Desde noviembre, los grandes disturbios llegaron a Paris cada sábado, ocasionando grandes destrozos, cientos de arrestos y la incorporación, no buscada, de actores vandálicos y anarquistas.

Tras un mes de caos y destrozos de gran magnitud, el Gobierno decidió suspender el impuesto y luego anular totalmente el impuesto de la discordia. El 10 de diciembre, el presidente Macron intentó armar un compromiso con los manifestantes, a los que prometió un paquete muy costoso de medidas fiscales para los más desfavorecidos y los pensionados, sin pronunciarse acerca de las reformas impositivas en curso. Lo hizo con una presentación muy breve y apelando a un tono muy humano, diferente al que solía utilizar hasta ahora, tratando de exhibir comprensión hacia los problemas de los manifestantes, muchos de ellos localizados en zonas rurales, donde dependen de sus propios medios de transporte y no cuentan con servicios públicos adecuados, lo que incide en su costo de vida y en la posibilidad de llegar a fin de mes. Al hacerlo criticó el uso de la violencia y se comprometió a convocar un diálogo a través de las instituciones y de las municipalidades, el que es muy difícil de llevar a cabo porque los “chalecos amarillos” carecen de una dirigencia formal y no tienen un mensaje coherente ni unificado, lo que supone un problema mayor.

Lamentablemente, este conflicto puso a Francia junto a los países más inciertos de Europa, por lo que no sería extraño que estos factores sean una excusa adicional o demoren, en lo inmediato, el ancestral esfuerzo por lograr un acuerdo birregional entre el Mercosur y la UE.

Para entender la crisis francesa es necesario recordar quién es y cómo piensa Macron. Nació en Amiens, en 1977,y su formación cultural y académica incluye el rito de haberse graduado en la prestigiosa Escuela Nacional de Administración (ENA) en 2004, de dónde salieron buena parte de los líderes del país. A los 24 años devino en militante del Partido Socialista. En el 2008 comenzó una experiencia que duró un cuatrienio en la Banca Rothschild, donde explotó con éxito sus condiciones de tecnócrata y empezó a tejer contactos con diversas figuras francesas de relieve, una gimnasia que le permitió convertirse en secretario general adjunto de la presidencia de François Hollande, encargado de los vínculos con las grandes empresas. En agosto de 2014 logró ser promovido a Ministro de Economía y dos años después, en vista de las divisiones existentes en el partido gobernante, optó por dimitir y organizar el partido “La República en Marcha” (la REM en francés) de tendencia centro/liberal. Con ello el lector ya olfatea cuáles son los rasgos que definen a un hombre con bastante talento y pronunciada bisoñería política.

Pero ahí no termina el cuento. Después de declarar enfáticamente que se alejaba del socialismo, en noviembre de 2016, presentó su candidatura a las elecciones presidenciales que ganó, en segunda vuelta, en mayo del año siguiente, con el 66,1% de los votos y quitó toda ilusión a la candidata del Frente Nacional, Marine Le Pen (opuesta a la UE, a la globalización y a la inmigración), una extremista de derecha sofisticada, fogueada y con alto nivel de reciclaje matrimonial. De este modo, a los 39 años Macron se convirtió en el presidente más joven de la historia de Francia. También fue el primer caso, desde la creación de la Quinta República, de un mandatario no surgido de los partidos tradicionales, los que fueron perdiendo todo resto de confiabilidad en el electorado, con capacidad de operar ágilmente los nuevos medios de comunicación.

Macron armó una muy amplia coalición de social-demócratas, liberales-centristas, ecologistas y ciudadanos sin compromiso político con el pasado bajo la premisa de que los partidos tradicionales estaban divididos entre progresistas y conservadores, sin entender que la opción moderna y real es apertura o inmovilismo. Paralelamente, subrayó que las etiquetas derecha e izquierda no tenían sentido, pues la sociedad estaba fragmentada entre los pro y los anti-europeos, enfoques que no permitieron resolver los problemas de la desocupación ni la integración regional. Ocho meses después de su elección, y como reflejo de un nuevo optimismo hacia su partido, aliado del Movimiento Democrático (del centro) obtuvo 361 de las 577 bancas en las elecciones legislativas en disputa, lo que le dio mayores posibilidades de aplicar un programa de su cosecha, pues los partidos tradicionales habían quedado con una mínima representación.

Aunque Francia tiene muchas ventajas y es la tercera economía europea, le sobran los grandes desafíos. Está dotada de una población de 65 millones de habitantes, un PNB de US$ 2.465.000 millones, un per cápita de US$ 42.000, un desempleo del 9,4% (la juventud que no trabaja ni estudia alcanza a 7,7%), una deuda que equivale al 123.3% del PNB, gastos gubernamentales que alcanzan al 56,5% del PNB e ingresos al 53%; o sea un déficit del 3,5% y una carga muy pesada para la economía privada. Sus expensas sociales son del 31,5% mientras la población por debajo del índice de pobreza es del 8,2%. Para la OCDE (2017) los avances débiles de la productividad del país afectan las posibilidades de crecimiento (ese año fue del 1,6%) y muchas personas están excluidas del mercado laboral y de los empleos calificados, mientras el gasto público es disparatado.

Macron llegó al poder con la idea de aplicar una fuerte transformación económico- social del modelo francés y, con ese objetivo, su Gobierno redujo el impuesto a las sociedades, canceló el impuesto a la riqueza e introdujo una escala común para los que gravan las inversiones. Además buscó bajar el déficit del presupuesto al 3% del PNB e impulsó la modificación de las regulaciones de empleo para dar más flexibilidad a los empresarios con la finalidad de reducir el gasto oficial. Introdujo la filosofía de que las políticas sociales del Estado no deben medirse por los beneficios que otorgan, sino por la inversión en educación y entrenamiento de los individuos para que se emancipen de la pobreza y lograr que las reducciones de impuestos no beneficien a los ricos, sino a los creadores de riqueza.

En el debate entre los que defienden el orden internacional liberal y las instituciones creadas en la posguerra frente al nacionalismo, Macron se declaró como guardián de los valores democráticos europeos y lo manifestó claramente el 11 de noviembre, cuando se recordó en el Arco de Triunfo el centenario del cese del fuego de la Primera Guerra Mundial. Tales enfoques fueron sustentados en la noción de que Francia y Alemania son los países centrales de la UE, motivo por el que deben ejercer el liderazgo regional. Sin embargo, parece haber subestimado los difíciles problemas que enfrenta la región y las diferentes opiniones que existen para reformar sus mecanismos de funcionamiento, un debate en el que no dio cabida a Trump ni a los líderes autócratas que hoy menoscaban los valores de la UE.

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