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Los radicales definen si cambian hábitos, políticas y candidatos

El fracaso de las últimas presidencias de la Nación no la señalan como responsable principal, mientras peronismo y macrismo deben levantar pesadas hipotecas.

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Oscar Muiño 03 septiembre de 2021

Por Oscar Muiño

La Unión Cívica Radical viene afrontando desafíos tales que ponen en riesgo su razón de ser. La mayor acechanza, el mar de dudas sobre su propia identidad. También vislumbra oportunidades: el fracaso de las últimas presidencias de la Nación no la señalan como responsable principal, mientras peronismo y macrismo deben levantar pesadas hipotecas.

La histórica convivencia entre diversas corrientes radicales ?yrigoyenista y alvearista, intransigente y unionista, alfonsinista y delarruista- forjaba homéricas internas, sillazos al por mayor y trifulcas entre convencionales. Pero esos núcleos vigorosos consolidaban certezas y las trasmitían a la sociedad. Por más de un siglo, dos corrientes fueron identificables. Una voceaba una tonada más Nac & Pop, plebeya y personalista, “la causa de los desposeídos” con una celosa autonomía internacional. La otra se concentraba en el institucionalismo avanzado, defensor de la República y admiraba las sociedades desarrolladas. Coincidían en un liberalismo político que garantizara las libertades políticas, civiles y de prensa.

La debacle de 2001 rompió la historia. Raúl Alfonsín no fue sustituido por liderazgos equivalentes ni por agrupamientos de ideas. Desde hace tiempo, hay convergencias y alejamientos entre amigos que no siempre piensan parecido. La dilución de corrientes nacionales obstaculiza el debate y la afirmación de las convicciones. Las visiones comarcales se imponen a la mirada nacional e internacional. Abundan los jefes locales, pero escasean los nacionales. Eso posterga la discusión sobre los grandes temas. Para colmo, una competitividad esquiva va corroyendo la ligazón. El riesgo de consolidar una confederación de radicalismos provinciales.

Sus últimos dos candidatos presidenciales se alejaron del partido. Leopoldo Moreau integra el círculo áulico de Cristina Fernández y Ricardo Alfonsín representa a Alberto Fernández desde la embajada en España. Ricardo fue, además, el último candidato a gobernador de Buenos Aires por la UCR, en el lejano 2007. Esas pérdidas ?que no son las únicas- debilitaron a la UCR en general (cuyo mensaje fue perdiendo volumen) y en particular a la corriente socialdemócrata, que hoy intenta rescatar el distrito porteño que contiene a Martín Lousteau, aunque varios de sus aliados en provincias parecen ajenos a tal preferencia.

En simetría, varios dirigentes históricos ?incluso de pasado alfonsinista- giran a posiciones liberal-conservadoras. Esa mutación difícilmente coseche éxito. El PRO es mucho más confiable para defender las banderas del estímulo a la libre empresa con limitaciones a la acción estatal, que el radicalismo, cuya historia abunda en intervencionismo y preocupaciones sociales.

La crisis no es solo argentina. El fenómeno abarca otras sociedades plurales. La socialdemocracia mundial exhibe profundas vacilaciones y no pocas claudicaciones. En sus últimas participaciones en la Internacional Socialista, Raúl Alfonsín rechazaba con angustia lo que consideraba un corrimiento de las posturas tradicionales, una aceptación de un orden financiero demasiado recostado en los poderosos. Parecía que exageraba, que “atrasaba” y que Felipe González esgrimía la antorcha del nuevo tiempo. Ahora se advierte que no. El mundo se parece más al que temía Alfonsín, los partidos socialdemócratas retroceden y sus votantes migran, desilusionados.

Ya le había pasado a otros miembros de la familia de la UCR. Los radicalismos liberales (fueron gobierno en Francia, el Reino Unido y Chile) se extinguieron o se encogieron. La derecha mantuvo el reclamo de la libertad de mercados y el impulso a empoderar al big business, y anchas franjas de la clase media. Por izquierda, laboristas y socialdemócratas lo sustituyeron con una más audible defensa de las clases subalternas. Los radicalismos no aguantaron la doble presión.

En Argentina, la Unión Cívica Radical expresó desde su nacimiento una fuerza “catch-all” ?“tómalo todo” en la jerigonza de los politólogos- que cortaba verticalmente a la sociedad. Incluso cuando la UCR perdía su hegemonía a manos del peronismo, le disputaba las banderas. Las demandas del Estado de Bienestar, la nacionalización de sectores de la economía y la neutralidad ante las grandes potencias. Ese radicalismo recibía votos liberales y hasta conservadores que no se habían ido con Juan Perón. Ricardo Balbín (y en esa época también Arturo Frondizi y los sabatinistas cordobeses) aceptaba los votos conservadores y liberales pero no cambió su postura estatista y reformista en lo social. En minoría quedaron los unionistas, grupo interno concentrado en el republicanismo, con omisión de entusiasmo en materia de igualdad.

La irrupción del PRO ?gran mérito fue abandonar la simpatía derechista por los golpes militares y asumir plenamente la democracia- obligó a una competencia sostenida de una organización que disputaba votos. La convergencia radical en Cambiemos terminó en una aceptación mansa de la conducción de Mauricio Macri. La coalición fue conducida por el PRO, que en 2015-2019 mandaba en la Nación, la provincia y la Capital (¡el radicalismo no gobierna los tres distritos juntos desde 1987!). La conducción del Estado produjo una difuminación de la presencia radical. Amenazaba su insignificancia o su desaparición. Para arrinconar y terminar de suplantar a la UCR, Macri debía encabezar una administración exitosa. No fue. El ninguneo macrista terminó beneficiando a la UCR. Su papel de segundona en la gestión le permite esquivar el reproche que arrastra Macri. Se abre, entonces, un camino nuevo.

Por primera vez el radicalismo se atreve a desafiar la hegemonía del PRO en la provincia de Buenos Aires. La abrupta partida de María Eugenia Vidal a la capital abrió la ventana y la aceptación de Facundo Manes permitió la convergencia entre el oficialismo partidario y buena parte de sus rivales en la reciente interna. Un intento de recuperar el protagonismo perdido. Hubo torpezas: el único intendente radical del conurbano, Gustavo Posse, quedó afuera de la lista partidaria.

Con un radicalismo en ebullición no sorprenden las mutaciones. De allí brota una oferta variable: dirigentes que dos años atrás se sometían al liderazgo macrista hoy pujan contra el PRO, mientras otros que trataban de sacudir la preeminencia de sus socios parecen dispuestos a pactar.

Otro problema es el cambio morfológico. El comité sigue siendo el modo ortodoxo de acceso a las candidaturas y conducciones partidarias. Funciona en ciudades pequeñas y pueblos. En las grandes urbes se difumina y ya no alumbra al conjunto del barrio, que tampoco acude masivamente. La UCR exhibe más problemas que otras fuerzas para asentarse en la democracia de candidatos. Le cuesta aceptar figuras de afiliación reciente, en contraste con la tradición de “radicalismo de sangre”. Sin embargo, lo está intentando. La lista de postulantes para 2023 detecta dos “pajaritos llamadores” y un gobernador. Lousteau y Manes ?dos cuya celebridad es anterior a su afiliación- aspiran a la presidencia de la Nación. Habrá que ver cómo queda Manes luego del comicio y si Lousteau decanta por CABA o la Nación. Gerardo Morales ya anunció que será candidato en 2023, cuando termine su mandato jujeño.

De repente estalló un tapado. Hace un siglo que un radical no conseguía en ningún lugar del país una victoria tan aplastante como la del último domingo de agosto en Corrientes. Tres de cada cuatro votos consagran un triunfo hegemónico. Como los mejores de la Edad de Oro yrigoyenista, en los lejanos años veinte. ¿Sólo una gran gestión local? ¿La habilidad de una inmensa coalición? ¿El discurso anti-grieta del vencedor? ¿También un castigo al peronismo nacional? ¿O el gobernador correntino Gustavo Valdés irrumpe como la nueva figura radical hacia la Casa Rosada? El futuro, que parecía cerrarse de modo inexorable, vuelve a entreabrirse de esperanza. Antes tendrá que decidir cuál es la Argentina que aspira a construir y con quiénes?

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