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Escucha y federalismo

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Carlos Leyba 11 septiembre de 2020

Por Carlos Leyba

En los viejos tiempos, los Jefes de las estaciones del Ferrocarril eran una fuente permanente de información, por ejemplo, sobre la marcha de la actividad rural. Avisaban de la seca y de la manga de langosta, o del exceso de lluvias. En fin, preparaban para la noticia.

La noticia es siempre lo que es el resultado de todas esas cosas que antes nos avisan y que debemos escuchar para no ser sorprendidos que, rara vez, es gratamente.

La noticia siempre es el resultado de la suma, de la resta, de la multiplicación y de la división de todo lo que lo antecede.

Antes de la noticia están los ruidos que hay que saber escuchar.

Escuchar exige un orden: hay lo que suma y también lo que quita y la demora en la escucha impide el inventario y hace que muchas sumas se multipliquen y, la gran paradoja, es que esos resultados amplificados, finalmente dividen.

La falta de escucha, finalmente, divide. Nos está pasando.

También, en otros tiempos menos esdrújulos, nos alertaban los comentarios sensibles de los curitas de las parroquias que estaban diseminadas en todo el territorio que se canalizaban y, finalmente, se hacían una voz audible.

La escucha sensible hace audible la voz menos acentuada. Escuchar la voz de los que no tienen voz.

La misma faena hicieron y hacen, los delegados sindicales y de allí a las dirigencias y otro tanto las organizaciones empresarias que, en la medida de la “sensibilidad auditiva” de la organización, proveían información, prediagnósticos, anticipación inteligente. Ese es uno de los tantos significados de aquello de “el que avisa no traiciona”.

Escuchar. No silenciar. No distraer. No confundir. ¿Puede haber una virtud mayor en el poderoso que la capacidad de escuchar al otro? No es virtud escucharse a sí mismo.

El uso de la propia palabra como alternativa a la escucha y el abuso de la palabra genera la indigestión por escucharse a sí mismo.

La palabra propia indigesta. Por eso es sabio y alivia, escuchar al otro.

Hace tiempo, un documental de la BBC, relataba que antes del terremoto que sufrió la ciudad de Hélice (373 a.C), según relatos griegos de la época, huyeron de la ciudad ratones y comadrejas.

En los últimos años hemos escuchado que los tsunamis matan pocos animales, lo que avalaría que algunos huyen antes que la catástrofe se manifieste.

Carentes de esa sensibilidad, los humanos, sensatamente, hemos establecido una red mundial de alertas de tsunami.

No los evitan, pero nos podemos preparar para controlar los daños. Escuchar tal vez no evita, pero permite prepararse para el control de daños.

Afortunadamente el aviso siempre existe. No hay tal cosa como "no avisaron”.

Pero el aviso, para existir realmente, exige estar atentos a la escucha. Ahuyentar el halago de los próximos.

Tal vez, no creo equivocarme, la escucha es la primera condición del buen gobierno.

Nada ocurre súbitamente. Siempre nos explican los historiadores y comentaristas, que son aquellos que procuran una mirada panorámica, que antes que sucedan las cuestiones que perturban, por ejemplo, las historias significativas de la Revolución Francesa a la Revolución Rusa del '17, hubo señales olímpicamente ignoradas por los que habrían de sufrir sus consecuencias.

Si las señales no llamaron la atención, es decir, si no hubo escucha atenta y ordenada, lo que ocurrió es que el camino transcurrió en una enorme insensibilidad a la escucha. Creo que es esa una atrofia de la principal víscera de la política.

La historia nos enseña que la ausencia de escucha produjo males que se podrían haber evitado. Las rebeliones tienen que ver con la ausencia de escucha. La política es la responsable del progreso sin rebelión ni violencia. Y por eso la escucha es virtud de la política.

Polonio, en el I de Hamlet aconseja: “A todos presta oídos; tu voz, a pocos. Escucha el juicio de todos, y gua?rdate el tuyo”.

Pues bien “el animal político”, sobre todo cuando gobierna, debe ser un gran escuchador y esa es la primera diferencia con el resto de las especies cuando se trata de conducir.

El episodio de la policía de la provincia de Buenos Aires fue uno de aquellos que revelan una obstinada incapacidad de escucha de la dirigencia política tanto provincial como nacional. Sólo bastaba con mirar dos recibos de sueldo: el de CABA y el de la provincia.

Una jurisdicción es la responsable y la otra es la que debe auditar esas responsabilidades.

El Estado Nacional carece de territorio, pero es el responsable de la totalidad: diseña, provee y audita para el conjunto.

Esa distinción nos lleva a la meneada, en estos días, cuestión del federalismo que esta en la esencia de la Confederación Argentina. La que existe “por voluntad y elección de las provincias que la componen y en cumplimiento de pactos preexistentes”. No lo olvidemos.

Las fuerzas policiales son las únicas armadas que conducen las autoridades provinciales. Pero forman parte del dispositivo de seguridad que asegura la paz interior.

Las últimas encuestas de opinión pública coinciden en la creciente preocupación por la “inseguridad y el delito”. Preocupación que, en algunas encuestas, lidera por encima del coronavirus y las variables económicas. En el Frente de Todos, básicamente en los articuladores del discurso, la seguridad no es una prioridad, ni su observación ni la estrategia para garantizarla. Recordemos que Aníbal Fernández, que no puede culturalmente, según sus propios dichos, estar más lejos del “progresismo” de la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, fue el autor de la frase fundante del discurso K: sólo “hay sensación de inseguridad”. Esa fue una declaración sonante a favor de la sordera política como virtud frente a la escucha que, en ese discurso, vendría a ser un vicio reaccionario. Para la ministra, “hay un retraso en la democratización” en las fuerzas.

Si sumamos la liberación de presos de los últimos meses y la constatación que delitos cometidos, registrados por la prensa, son, en gran proporción, reincidencias que no serían posibles si los jueces hubieran evaluado los antecedentes, tenemos un cuadro crecientemente complejo que deben administrar las fuerzas policiales.

Fuerzas que no cuentan, desde hace largo tiempo, ni de la estructura física (equipos, protección y demás) necesaria y según ha trascendido tampoco de la formación y entrenamiento suficiente, además de los niveles salariales.

Pero, atención, a Axel Kicillof y Alberto Fernández no se le puede cargar más que 8 meses (además complicados por la pandemia, por la deuda externa, por la recesión heredada, por la pobreza acumulada, etcétera) en la responsabilidad de un proceso de deterioro que, en el caso de la Policía Bonaerense, lleva varias décadas.

Ninguna fuerza política le ha prestado “escucha” a la cuestión y sin ninguna duda la mayor responsabilidad es la de quienes llegaron a la provincia en nombre del peronismo por ser los que gobernaron el 80% del tiempo.

Y si queremos hablar de lo que está detrás, la cuestión social, las cuotas partes de la responsabilidad de la política, son exactamente las mismas.

¿Qué importancia tiene recordar y asignar responsabilidad? La única posible es hacia el futuro que es mañana mismo. ¿Estamos, están, escuchando? La realidad brama, los problemas se multiplican y, como dijimos antes, esa multiplicación termina por dividir.

Podemos decir que la ausencia de escucha, la ausencia de esa virtud de gobierno, divide.

Hoy Argentina, este episodio policial, presupuestario, fiscal y finalmente de conflictividad jurisdiccional, ergo, federal, demuestra la división y fortalecimiento de “tribus” y compartimentos estancos, además carentes de líderes.

Es natural que las fuerzas policiales no tengan líderes, por la misma esencia de su función tienen que tener autoridades.

Pero, particularmente en este caso, la autoridad es procura de progreso, una cualidad creadora. Quien en esos cuerpos ejerce la autoridad, delegada por la política, la debe sostener por esa virtud que se adelanta a la necesidad, al requerimiento. Por eso conduce.

En este episodio lamentable quedó de manifiesto esa carencia. Y es la elección, y la ausencia de auditoria, de parte de la política la última responsable.

Como señalaba Polonio: “A todos presta oídos y escucha el juicio de todos”.

Esta ausencia de escucha está generando “tribus” y compartimentos estancos, sin líderes. ¿Ni escucha, ni voces diáfanas?

¿En esas condiciones cómo formulamos los caminos de la paz sin la cuál la creación productiva es imposible? Este episodio, aún si superado, exige que el Gobierno de Fernández abra los oídos a la realidad y a todas las voces. Porque no parecen abiertos y suenan estrechos.

Ha sido un episodio espantoso derivado, antes que nada, de la ausencia de autoridad, en el sentido manifestado mas arriba, y de la escasa capacidad de escucha.

La decisión de reducir la coparticipación a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para financiar el presupuesto de la policía provincial podrá ser o no legítima desde el punto de vista moral o desde el punto de vista jurídico.

Lo que no cabe duda que el método es irrepetible. No se puede convocar a intendentes de la misma fracción política del Jefe de Gobierno, al que le van a reducir la coparticipación sin avisarle previamente del anuncio, anuncio que, además, no se conversó en tiempo y forma con las autoridades a las que se va a perjudicar. Y mucho menos creer o sostener que esa decisión es un aporte al federalismo.

La cuestión de la coparticipación, el sistema tributario, la puesta de recursos en el marco territorial, que deriva de la incapacidad de articular una política nacional, es el origen de la violación del federalismo que consiste en que la mayor parte del territorio nacional dispone de un PIB por habitante miserable comparada con las regiones más ricas del país.

Esta confederación ha destruido, en términos relativos, las condiciones productivas y de vidas de las provincias que la constituyeron en 1853.

El problema no es nuevo. Más allá de su éxito material, que bien puede ser minúsculo para muchos, el Acta de Reparación Histórica, que en 1973 formuló incentivos para el desarrollo productivo de las provincias que más hombres aportaron a la Independencia, más allá de sus éxitos o debilidades, brindó una ruta de objetivos e instrumentos para la materialidad del federalismo. Otra vez el legado del líder del peronismo fue groseramente olvidado por los gobiernos que reivindican ese origen: Carlos Menem no sólo liquidó pueblos e historias de vida levantando las vías del ferrocarril sino que construyó una pista de aterrizaje en Anillaco, La Rioja, que no generó trabajo para nadie y los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner le dieron a Santa Cruz enormes fortunas en cabeza de algunos personajes menores que compraron pisos suntuarios en Nueva York y que (es obvio) no aumentaron el PIB provincial por habitante.

El federalismo esencialmente es escuchar la tierra yerma, la falta de trabajo y la condena fiscal del empleo público como sustituto de una política de desarrollo. Escuchar para terminar con ello. Eso es federalismo.

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