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Entre la libertad y la opresión

16 mayo de 2019

Por Manuel Adorni Analista económico y docente universitario

Los argentinos nos debatimos desde mitad del Siglo XX determinadas cuestiones que el mundo ha resuelto y Argentina no. Incluso a pesar de ser la razón de la decadencia argentina parece que aún no estamos convencidos qué queremos hacer con las cuestiones esenciales de este país. Aún nos debatimos entre un Estado cada vez más presente e invasivo y un librecomercio que nos permita crecer y vendiéndoles lo mejor de nosotros al mundo.

Como ocurre cada tanto con los personalismos, en estos últimos días esta discusión que arrastramos desde hace décadas tuvo nombre y apellido: del lado de la absurda defensa del intervencionismo sin límites, el dirigente social Juan Grabois. En el otro lado y representando el librecomercio, el Ceo de Mercado Libre, Marcos Galperin.

Más allá de los pormenores, lo cierto es que convivimos todos dentro de una coyuntura extremadamente delicada donde la creación de empleo privado se encuentra completamente estancada desde 2011 (con lo que la falta de empleo privado sólo pudo ser compensada desde la burocracia de un escritorio con la creación de cientos de miles de empleos públicos, ficticios e improductivos), donde la empresas no quieren contratar empleados ya sea porque no ganan dinero (la presión impositiva es agobiante y el esquema de legislación laboral es incompatible con un país normal) o por la incertidumbre crónica que genera la vida política argentina que deviene en grandes fallas a la hora de pensar en la seguridad jurídica. Pero como nada alcanza, el paladín del Estado Presente fue todavía más lejos: pidió que se limiten las comisiones que cobra la empresa Mercado Libre por su intermediación en la compra y venta de productos y servicios que operan en su plataforma digital, lo que es equivalente a nada más ni nada menos que a entrometerse en los derechos de propiedad, en la riqueza que genera el sector privado y mucho más aún, en seguir haciendo lo que nos ha traído hasta aquí: lograr que los emprendimientos privados sean inviables.

Y aquí hay que detenerse un momento para poder comprender que la riqueza no la crea el sector público (mal que les pueda pesar a muchos), muy por el contrario, la creación de riqueza es una potestad que solo puede ejercer el sector privado, quién arriesga capital, innova, invierte y trata de hacer cada día un producto mejor, a un mejor precio y con la mejor y más calificada mano de obra junto a la mejor tecnología. Esta combinación explica nada más ni nada menos que el crecimiento exponencial que gozó el mundo a partir de la Revolución Industrial a partir de finales del Siglo XVIII, y que aún sigue sacándole provecho entendiendo que la riqueza se encuentra en el comercio con el mundo.

Podemos ser más simplista: porque alguien que no produce lo que yo si produzco, pretende tener el poder de quitármelo, solo porque piensa que no lo merezco.

Hemos espantado a los capitales, al esfuerzo, a la innovación y al futuro con las banderas del Estado presente, ese mismo Estado que nos ha convertido en una sociedad pobre y sin futuro cierto. Un Estado presente que solo lo fue en entrometerse en la vida privada de quienes intentan hacer algo diferente cada día para mañana poder decir que están mejor. Y eso no fue gratis. El futuro sombrío ya es parte de nuestro presente y como sigamos en este retroceso, alejándonos del mundo y creyendo que los únicos acertados somos nosotros creyendo en un Estado salvador y en un país cerrado, la revancha de los que queremos algo diferente, jamás será posible.

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