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La ofensiva terrestre de Israel: Netanyahu entre la espada y la pared

El sorpresivo ataque del grupo terrorista Hamás ha dejado a Benjamín Netanyahu y su gobierno con pocas y malas opciones: enfrascarse en un sangriento combate urbano en la Franja de Gaza o comprometer la capacidad disuasoria del Estado de Israel en futuros conflictos.

La ofensiva terrestre de Israel: Netanyahu entre la espada y la pared
Santiago Ott 23 octubre de 2023

El ataque perpetrado por Hamás el pasado 7 de octubre supuso uno de los mayores fallos de seguridad del Estado de Israel desde la Guerra de Yom Kipur. La sorpresiva avanzada del movimiento que domina la Franja de Gaza expuso las debilidades del país hebreo y tuvo como resultado una de las mayores masacres de su historia. Hasta el momento, el saldo aproximado de muertos ronda en torno a las 1.400 personas, cifra a la cual se suman más de 4.000 heridos y numerosos rehenes llevados al territorio palestino.

Tras el shock inicial, las autoridades israelíes trataron de retomar rápidamente el control de las zonas adyacentes a la Franja que habían caído bajo el dominio de los terroristas. En este contexto, el gobierno del Primer Ministro Benjamin Netanyahu autorizó la consecución de una serie de ataques aéreos contra blancos enemigos en ese territorio y, pocas horas después, tuvo lugar la declaración formal de estado de guerra y el consecuente llamado a filas de los reservistas de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). 

Hasta el momento, la cantidad de movilizados gira en torno a los 360.000 efectivos, desplegados en la frontera con el Líbano al norte, Cisjordania al este, y la propia Franja de Gaza al sur. Es en este último escenario donde se concentran la mayor cantidad de recursos militares israelíes, los cuales aún se encuentran a la espera de que Netanyahu les otorgue luz verde para comenzar la ofensiva terrestre sobre el enclave palestino. 

La necesidad de una respuesta contundente

El ataque de Hamás ha dejado Netanyahu en una posición frágil y con un número limitado de opciones. En el plano interno, los atentados encontraron a un gobierno israelí debilitado y una sociedad altamente polarizada, especialmente como resultado de los intentos de reforma judicial impulsados por la coalición gobernante. La falla de seguridad que permitió el éxito de las acciones terroristas, así como las demandas de la sociedad israelí exigiendo respuestas, han generado una fuerte presión para que el primer ministro actué en consecuencia y haga pagar a los responsables. Netanyahu es consciente de que su administración está siendo puesta bajo el escrutinio público y que una vez que cese el conflicto su gobierno probablemente termine desmoronándose. Una de las pocas opciones que le quedan sobre la mesa para mitigar esta mancha que quedará grabada para siempre en su legado será destruir a Hamás y recuperar la mayor cantidad de rehenes posibles.

Los condicionantes externos, sin embargo, traen aparejados aún mayores complejidades. Los ataques generaron un duro golpe a la reputación de Israel frente a sus adversarios regionales, entre ellos Irán y Hezbollah. Las fuerzas armadas y servicios de inteligencia israelíes fueron incapaces de prever y dar una respuesta rápida a los ataques perpetrados por terroristas con recursos mucho menos sofisticados. 

En consecuencia, el gobierno israelí se encuentra ahora obligado a dar una respuesta firme que permita eliminar cualquier signo de debilidad a los ojos de sus rivales en la región. En otras palabras, Israel debe dar cuenta que cualquier ataque sobre su territorio no quedará impune y será respondido con máxima potencia de ser necesario. Solo de esta forma el país podrá preservar su actual capacidad de disuasión para evitar futuros ataques sin caer en la retórica de las armas nucleares -cuya existencia aún no está declarada formalmente por Israel.

El golpe contundente que Israel necesita por los motivos previamente mencionados difícilmente pueda ser alcanzado solo con ataques aéreos o incursiones quirúrgicas. La retórica desplegada por los altos mandos tras el ataque ha elevado significativamente las expectativas de todos los actores involucrados en el conflicto. Fue el propio Netanyahu quien declaró que la respuesta de su país al accionar de Hamás "cambiará Medio Oriente", mientras que el Ministro de Defensa, Yoav Gallant, advirtió que "la Franja de Gaza no volverá a ser como antes". Esto hace que una incursión terrestre sobre el territorio palestino se presente prácticamente como la única opción disponible para que el gobierno tenga la oportunidad de convalidar sus dichos con hechos. 

Los costos de una ofensiva terrestre

La enorme masa de maniobra desplegada en las afueras de Gaza da cuenta del carácter aparentemente inminente de la ofensiva terrestre. Desde hace poco más de dos semanas, el alto mando israelí ha estado acumulando una gran cantidad de pertrechos militares, entre ellos tanques de batalla principal Merkava IV, vehículos de combate de infantería pesados Namer, y obuses autopropulsados de 155mm M109 Doher. Sin embargo, la posible entrada del ejército israelí al territorio palestino podría transformarse en una trampa mortal.

Gaza conforma un enclave de unos 360 Km2 ampliamente urbanizado, especialmente en su zona norte, donde probablemente tenga lugar la potencial avanzada israelí. Además, el territorio supone una de las áreas con mayor densidad poblacional del mundo, llegando a tener zonas con picos de 30.000 habitantes por Km2, lo cual eleva sustancialmente las probabilidades de daño colateral entre población civil. A todo ello debe sumarse la vasta red de túneles que Hamás ha estado construyendo, no solamente para transportar mercancías de contrabando, sino también para acumular armas, municiones y planificar ataques por debajo de la mirada del sofisticado sistema de vigilancia israelí. 

Las características del propio campo de batalla hacen que la incursión terrestre pueda transformarse en un atolladero para las FDI. El combate urbano es reconocido por ser uno de los escenarios de guerra más complejos que existen. La multiplicidad de escondites abre un amplio abanico de posibilidades para realizar ataques sorpresa, el tamaño angosto de las calles reduce la ventaja de la superioridad numérica, mientras que las alturas de los edificios permiten disparar más fácilmente a las zonas vulnerables de los tanques. Estos y otros factores hacen que la preeminencia militar que pueda llegar a tener el ejército atacante se vea severamente mermada por el menú de opciones disponibles por parte de las fuerzas defensoras, inclusive cuando estas últimas sean tecnológicamente menos avanzadas. 

Las batallas urbanas que han tenido lugar en los últimos años han sido particularmente cruentas y suponen claros ejemplos de las dificultades mencionadas. En la Segunda Batalla de Faluya (2004), durante la Guerra de Irak, el cuerpo de marines de EE.UU. se vio envuelto en un duro combate contra la insurgencia armada iraquí. La lucha se terminó transformando en uno de los choques más sangrientos de todo el conflicto y obligó a las tropas norteamericanas a despejar casa por casa para ganar la contienda a un coste significativo de bajas. Entre otros ejemplos recientes se encuentran también la batalla de Mosul de 2016-2017; así como los recientes asedios de Mariupol y Bakhmut, durante la invasión rusa a Ucrania. Estos últimos fueron los combates más duros de toda la guerra hasta el momento y consumieron una gran cantidad de recursos humanos y materiales para ambas partes.

Todos estos factores dejan a Netanyahu bajo un gran dilema. Las exigencias que le imponen los condicionantes internos y externos le obligan a dar una respuesta contundente que satisfaga a la sociedad israelí y que elimine cualquier indicio de debilidad por parte de Israel de cara a sus enemigos. Sin embargo, si dicha respuesta adopta la forma de una incursión terrestre (como todo parecería indicar), las FDI corren riesgo de verse empantanadas en un complejo y costoso combate urbano que probablemente traiga aparejado numerosas bajas, así como la pérdida de vidas civiles atrapadas en el fuego cruzado y una enorme crisis humanitaria. Esto último podría incrementar las presiones internacionales para lograr un cese al fuego sin antes haber alcanzado el objetivo definitivo. 

Por el contrario, si Israel decide desescalar la situación y retrasar indefinidamente la ofensiva -algo improbable hasta el momento-, tanto Irán como Hezbollah podrán arrogarse que han logrado disuadir a Israel, amenazándolo de intervenir en el conflicto. Esto comprometería la situación estratégica israelí en todo Medio Oriente a largo plazo y podría transformarse en una ventana de oportunidad para que sus enemigos se envalentonen y crean que los costos de atacar a Israel al final no eran tan altos como parecían antes del trágico sábado 7 de octubre.   

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