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La crisis coreana indica que Washington ignoró el radar

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Atilio Molteni 31 mayo de 2021

Por Atilio Molteni Embajador

En las últimas semanas, el presidente Joe Biden se vio forzado a notar que los problemas globales de Estados Unidos no empiezan ni terminan con la agenda china. También percibió que la realidad no se subordina a los deseos o la voluntad política unilateral de las principales potencias del planeta.

Estas y otras verdades cobraron interés durante la visita del primer mandatario de Corea de Sur, Moon Jae-in, el segundo de los jefes de Estado en visitar al nuevo ocupante de la Oficina Oval, tras el diálogo que éste último sostuviera con el alicaído Primer Ministro de Japón, Suga Yoshihide, con quien puso de manifiesto el creciente interés de su Gobierno por la región Indo-Pacífico, donde busca reforzar sus alianzas para hacer frente al creciente poderío económico-militar de Beijing.

Aunque en la Declaración Conjunta que epilogó la segunda de esas visitas, los líderes definieron temas de interés como el propósito de garantizar el imperio de las normas democráticas, el respaldo a las acciones globales destinadas a mitigar el cambio climático, la búsqueda del desarrollo sostenible y la inquietud por la situación político-institucional de Myanmar, el texto no dejó duda alguna acerca de que el eje de las conversaciones fue la amenaza que representa la impredecible conducta política y militar de Corea del Norte (RDPC).

En ese contexto, Estados Unidos se comprometió a proveer el apoyo de una disuasión extendida utilizando todas sus capacidades (lo que supone armas nucleares). Ambos líderes enfatizaron la función esencial de la diplomacia y el diálogo basados en los compromisos que fueran asumidos entre las dos Coreas, así como los que fueron determinados en los peculiares diálogos entre Estados Unidos y la RDPC, como la Declaración de Panmunjom y la Declaración Conjunta de Singapur (suscriptas por Donald Trump en 2018 y 2019), con la finalidad de lograr la desnuclearización y la paz permanente en la Península.

Esos conceptos equivalen a proponer un nuevo intento de distención con Kim Jong-un, el líder autocrático de Corea del Norte, que es el tercer representante de una familia que ocupa el poder desde 1948, año en el que se concretó la división de las dos Coreas.

En 2008 se suspendieron las negociaciones de Estados Unidos con el régimen de Pyongyang (iniciadas por los expresidentes Bill Clinton y George W, Bush), motivo por el que Barack Obama siguió una estéril política denominada de “paciencia estratégica” respaldada con sanciones.

Tras la llegada al poder del expresidente Trump, el mundo vivió un período de gran tensión ante la expectativa de un eventual ataque preventivo de Washington. A pesar de ello, la Casa Blanca optó por desarrollar un enfoque de “máxima presión”, iniciando gestiones destinadas a lograr que también China adhiera a las sanciones dispuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU, un período en el que se llevaron a la práctica medidas de penalización secundaria y hubo despliegue de unidades militares. Pero el escalonamiento dispuesto para la etapa 2018/19 fue objeto de ajustes cuando el mandatario estadounidense decidió intentar un diálogo directo con Kim, un atajo que no dio resultado alguno.

Biden afirmó que tanto Estados Unidos como Corea del Sur están muy preocupados por la situación existente y abrió la posibilidad de lanzar una nueva negociación con Pyongyang para dar pasos prácticos y reducir tensiones destinadas a explorar nuevos caminos para desnuclearizar la Península (un proceso que no sólo abarcaría a la RDPC).

Cuando se le preguntó si estaba dispuesto a reunirse con el líder norcoreano (como en tres oportunidades lo hiciera su antecesor), el actual inquilino de la Oficina Oval respondió que él se proponía manejar estas gestiones con una precondición. La idea sería que su contraparte asuma el compromiso de discutir, con enfoque positivo y productivo, la cuestión del armamento nuclear. Los analistas tradujeron ese comentario como una propuesta orientada a jerarquizar el papel de la diplomacia de alto nivel, distante de la búsqueda del éxito personal, encapsulado en el trabajo de los negociadores profesionales, quienes deberían formular la totalidad de las propuestas con sujeción a las opciones que decidan aceptar los jefes de Estado.

Por su parte, el régimen de Seúl sostiene que tal enfoque torna en especial la sólida cooperación de los Estados Unidos para contener las eventuales e impredecibles acciones de la RDPC. En el pasado reciente Moon favoreció las negociaciones que desarrolló el expresidente Trump con su contraparte Kim, a las que identificó como una táctica esencial para evitar las opciones de conflicto militar y establecer una paz duradera.

Bajo el mismo enfoque, el líder surcoreano patrocina un encuentro personal de Biden y Kim, bajo la presunción de que, de haber escalada de tensiones entre Estados Unidos y China, sería altamente probable que la RDPC trate de sacar partido de semejante contingencia.

Pero, como es público, la diplomacia personal de Trump se detuvo en 2019, debido a diferencias sobre la amplitud y la secuencia de las concesiones recíprocas que surgieron en los respectivos diálogos. El régimen norcoreano había propuesto adoptar medidas de desnuclearización sin adecuados mecanismos de control (debido a que Pyongyang no es miembro del Tratado de No Proliferación o TNP), a cambio del levantamiento parcial de las sanciones estadounidenses, las que cubren gran parte de su comercio exterior.

Ante semejante brecha se cortó el diálogo, fueron suspendidos los nuevos desarrollos y la RDPC no desmanteló parte alguna de su arsenal nuclear. En virtud del proceso, a esta altura resulta posible imaginar que el régimen de Kim ya cuenta con la capacidad de atacar el territorio estadounidense mediante el uso de ICBM portadores de cabezas nucleares.

El Gobierno de la RDPC exhibe una lista de demandas que incluye el devenir en nación con estatus de potencia nuclear; lograr un Tratado de Paz que de por formalmente concluida la Guerra de Corea (de 1950) y que sean levantadas las sanciones que en estos momentos contribuyen a generar su profunda crisis económica, en los últimos tiempos agravada por la pandemia global del Covid-19.

En el ámbito occidental se estima que la aceptación de tales reivindicaciones restaría sentido a la presencia y protección nuclear de Estados Unidos en Corea del Sur y surgiría con fuerza el debate en ese país y en Japón sobre la necesidad de contar con sus propias armas nucleares para prevenir o enfrentar una eventual agresión norcoreana.

Con anterioridad Kim incluía en su lista de demandas la cesación de los ejercicios militares conjuntos de Estados Unidos y Seúl, así como la idea de poner fin a la venta de material bélico a Corea del Sur.

Y si bien por el momento el régimen norcoreano acata la moratoria autoimpuesta en materia de pruebas nucleares y misiles intercontinentales (ICBM), en los últimos tiempos volvió a presionar con la reactivación de pruebas con misiles de corto alcance, sigue produciendo artefactos nucleares (dispondría de 45) y acaba de exhibir nuevos misiles balísticos tanto de tierra como de mar.

El pasado 23 de mayo, el secretario de Estado, Anthony Blinken, afirmó que el inicio de futuras negociaciones depende de la RPDC, con lo que trasladó la responsabilidad a su eventual interlocutor. Además, señaló que no debe esperarse un arreglo de vasto alcance que contemple una desnuclearización total a cambio del levantamiento del conjunto de las sanciones, debido a la complejidad que ofrece un problema que resultó insoluble para cuatro gobiernos tanto demócratas como republicanos. El tema es que, mientras subsisten estos recovecos oficiales, el arsenal nuclear norcoreano se duplicó, su programa militar avanza sin pausa y esa nación incontenible e impredecible es cada día más peligrosa.

A esta altura, los equipos relevantes del primer mandatario de Estados Unidos lograron completar una revisión de su política ante la RPDC sin que trascendieran el resultado de tal ejercicio. Sólo se supo que existiría consenso para ejecutar un enfoque calibrado y práctico por medio de una diplomacia abierta, la que contemplaría viejos y nuevos elementos de negociación.

Bajo estas condiciones, enfoque calibrado podría significar el levantamiento parcial de las sanciones como respuesta a acciones proporcionales y positivas de Pyongyang, lo que incluiría el congelamiento de la infraestructura destinada a producir plutonio y uranio enriquecido para armas nucleares y la elaboración de material fisionable. Semejante propuesta requeriría una modalidad eficiente y muy exhaustiva de verificación internacional. Tal aproximación bajaría la ambición de desnuclearizar a toda la península, un objetivo que Trump no pudo lograr.

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