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Israel tratará de tapar las grietas que ignoró “Bibi I”

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Atilio Molteni 07 junio de 2021

Por Atilio Molteni Embajador

Tras aceptar la presión internacional orientada a poner fin el voluminoso intercambio de misiles entre el Grupo Hamas e Israel, el Gobierno del Estado judío vivió un inesperado sacudón. Su heterodoxa y muy atomizada clase política consiguió ensamblar un pacto de unidad para dar término al cuasi monárquico ciclo del primer ministro Benjamín (Bibi) Netanyahu.

Ante la sorpresa de muchos, los graves acontecimientos registrados en la Franja de Gaza y la creciente inestabilidad en el ámbito doméstico no fortalecieron al primer ministro, quien esta vez fue superado por el armado del líder opositor Yair Lapid, un liberal del partido de centro “Hay un Futuro” que pudo cumplir con el mandato que le otorgara el presidente Reuven Rivlin. El pasado 2 de junio esa figura política consiguió presentar un “Gobierno de cambio” que deberá ser ratificado en una semana por la Knesset.

Con el apoyo de Naftali Bennet, líder del partido de derecha, religioso y ultranacionalista Yamina, que cuenta con sólo 6 bancas, Lapid armó una propuesta de Gobierno de unidad nacional, al que aporta por sí mismo el respaldo de 17 legisladores.

El aporte de Bennet fue decisivo, por lo cual se acordó que asuma el cargo de primer ministro hasta septiembre de 2023, para luego ser sucedido en forma rotativa por Lapid, quien ejercerá tales funciones hasta noviembre de 2025. Mientras éste último no ocupe el sillón principal, fungirá como primer ministro alterno y tendrá a su cargo las relaciones exteriores. En su momento, los líderes de la nueva gestión integraron el Gabinete ministerial de Netanyahu.

También forman parte de esta coalición los partidos de derecha Yisrael Beitenu y Nueva Esperanza, el de centro Azul y Blanco, los de izquierda Laborista y Meretz, así como el árabe israelí Raam, presidido por Mansour Abbas, quien se unió con sus 4 escaños buscando obtener mejoras para sus comunidades.

Será la primera vez que un partido árabe israelí se integre a una alianza tan compleja, con los más diversos componentes ideológicos y religiosos. Incluso Bennet favoreció a los asentamientos y se manifestó en favor de la anexión de territorios palestinos, pero ahora deberá tener en cuenta la opinión de sus socios políticos.

La coalición prevista tendrá una mayoría estrecha de 61 escaños, motivo por el que no se descarta el riesgo de frustrarse si Netanyahu en la búsqueda de conservar el poder consigue ensamblar defecciones de alguno o algunos de sus miembros, explotando las diferencias de estos partidos en la Knesset.

Por lo tanto, nadie ignora que esta coalición tan diversa está aglutinada por el interés convocante de desalojar del Gobierno a Netanyahu, sin sustento en una amplia convergencia de objetivos. Sus líderes van a enfrentar grandes dificultades para ensamblar una gestión coherente, pragmática y estable. El mérito visible de este grupo es reflejar la actual complejidad de la sociedad israelí.

La nueva realidad emergió al cesar el fuego entre Israel y Hamas, como resultado de la mediación de diplomáticos egipcios y de otros países. Fueron once días muy tensos y pavorosos debido al cuarto gran conflicto desde el retiro israelí de la Franja de Gaza verificado en 2005, que se sumó a un incontable número de incidentes menores.

A pesar de que el asimétrico enfrentamiento bélico generó muy penosas consecuencias y una impresionante destrucción física, la situación estratégica no se alteró, al igual que en los conflictos anteriores. Nada impide que tan peligrosa dinámica se pueda repetir y agravar.

Por lo pronto, el bloqueo a la franja ejercido por israelíes y egipcios va a continuar. Esa actividad será consolidada por la ayuda internacional que se habrá de aplicar a la reconstrucción de Gaza y por las acciones del Gobierno de El Cairo, cuyos miembros esperan fortalecer las bases del cese de hostilidades.

Hamas sostuvo que las represalias constituyeron una derrota política para Israel y de su primer ministro, debido a que sorprendieron a la conducción militar de ese Estado al disparar más de 4.300 misiles (en su mayoría neutralizados por el sistema Escudo de Hierro), una táctica que desestabilizó a la población israelí al provenir de cuadros que aún sigue ejerciendo el control de Gaza y cuenta con la solidaridad de sus dos millones de habitantes.

Netanyahu dijo que Israel actuó en legítima defensa mediante un nuevo nivel de fuerza y que sus medidas permitieron cumplir todos los objetivos de disuasión. A pesar de ello, los analistas destacaron que, como en los anteriores episodios, el Gobierno no buscó destruir totalmente a Hamas porque su vigencia impide la unidad de las facciones palestinas.

Pero lo sucedido debe interpretarse no sólo como un acontecimiento militar, sino también como una demostración de dos superpuestas crisis políticas: la palestina y la israelí.

Hamas (Movimiento de Resistencia Islámico) fue creado en 1987 como la rama palestina de los Hermanos Musulmanes, una alternativa islámica y nacionalista a la gestión de la OLP y a la Administración Nacional Palestina (ANP), institución surgida de los Acuerdos de Oslo (1993). El Grupo se caracteriza por la lucha armada y por haber incorporado a la confrontación el factor religioso. Su dirigencia alega ser un movimiento de liberación para crear un Estado palestino islámico desde “el río Jordán hasta el mar”, un relato que no desconoce el “eje de resistencia” iraní.

Hamas modificó su estrategia palestina cuando participó y ganó las elecciones legislativas de enero 2006 y pudo desalojar por la fuerza a la ANP de Gaza. La respuesta de Israel fue ignorar su existencia y a buscar que otros Gobiernos la identifiquen como una entidad terrorista, sin perder por ello sus vínculos con la ANP, ya que sus funcionarios administran sectores de la Margen Occidental.

Como se recordará, la crisis entre los palestinos quedó demostrada cuando el presidente Mahmoud Abbas suspendió las elecciones legislativas del 22 de mayo en las que Hamas pretendía ganar para fortalecer su vigencia política en la Margen Occidental y no sólo en Gaza. Bajo tal perspectiva, que coincidió con los enfrentamientos en Jerusalén, decidió lanzar sus misiles para demostrar que ellos lideran a los palestinos a la hora de ejercer el rechazo contra Israel.

La respuesta del primer ministro Netanyahu fue simple. Se propuso dejar sentado que las fuerzas israelíes continuarían atacando hasta lograr su cometido. Luego enfatizó que el cese de las acciones el 21 de mayo partió de una recomendación del comando militar y no de la presión internacional.

Fiel a la tradición de su partido, el presidente Joe Biden confirmó la política de los demócratas en apoyo de Israel. Reconoció la legitimidad de sus medidas defensivas y el compromiso con su seguridad nacional, conceptos que fueron reiterados en las seis conversaciones que mantuvo con Netanyahu. Pero, sucesivamente, abogó por una autolimitación de las acciones militares, más tarde por el fin de la “Operación Guardián de los Muros” y, luego, por un claro cese del fuego.

El ala progresista de su partido cuestionó desde el principio las acciones del Estado judío y comparó la situación de los palestinos con la de los afroamericanos, en referencia al movimiento igualitario que surgiera en su país tras el asesinato de George Floyd por la Policía de Minneapolis.

Por el contrario, el Partido Republicano mantuvo una férrea posición de apoyo a las posiciones de Israel con el ímpetu que exhibió el expresidente Donald Trump.

Por otra parte, el cese del fuego tampoco serenó la violencia intercomunal en las ciudades con poblaciones mixtas de judíos y árabes israelíes, potenciada por los disturbios en la Margen Occidental.

Si bien los árabes israelíes no endosan la política de Hamas, se sienten discriminados por ser ciudadanos de segunda en un Estado en el que las autoridades establecieron, en 2018, el carácter exclusivamente judío, y donde ellos alegan que sus condiciones socio económicas son deficientes (20% de la población). Dicha minoría ve limitada su posibilidad de ascenso social, un horizonte que la lleva a pugnar por reformas institucionales, una receta muy eficiente para generar enormes tensiones.

El enfoque de Netanyahu consistió en mantener la situación interna sin negociar un acuerdo de paz con los palestinos, hecho que ganó dimensión al consolidarse los asentamientos (en la Margen Occidental llegan a 386 y albergan a 418.600 habitantes; en tanto otros 35 se registran em el Este de Jerusalén, donde residen 215.900 personas). Esa política de “hechos consumados” y de prioridad para las políticas de seguridad, evidencia que el saliente Gobierno no tuvo una visión de los consensos de paz. La perenne y repetitiva excusa fue “no hay con quien negociar”.

El conflicto que Hamas provocó en mayo hizo que Estados Unidos revisara la intención de mantener cierto alejamiento de la permanente disputa que sostienen Israel y Palestina. Hasta entonces Washington quería asignar prioridad al programa nuclear iraní, lo que nunca supuso ignorar la vigencia de la relación estratégica con Israel.

El reciente viaje del secretario de Estado Blinken a Israel, donde se reunió con el primer ministro Netanyahu y con el presidente Abbas en Ramallah, fue la ocasión propicia para que reiterara que los israelíes y palestinos merecen vivir con paz y dignidad.

En sus contactos destacó que Estados Unidos se propone ayudar a la reconstrucción de Gaza y a mejorar el bienestar de sus habitantes, organizando un sistema que no beneficie a Hamas. Washington tampoco rehúsa la noción de volver a dialogar con la ANP, ni a restablecer los vínculos políticos y de ayuda económica que fueron limitados por la Casa Blanca que dirigió Trump. Inclusive podría recuperar su neutral mediación utilizando el potencial de la fórmula de los dos Estados.

La derecha israelí no favorece esta opción, mientras la alternativa de un solo Estado significaría la absorción de la Margen Occidental y el colapso de la ANP, con el incremento natural del número de árabes palestinos y afectando el equilibrio demográfico y político del país. En cambio, los analistas creen que los israelíes deben lograr un enfoque equilibrado con relación a los palestinos, lo que bien podría consistir en una fórmula de eficaz coexistencia.

La presente debilidad política de Israel dio lugar a cuatro elecciones desde marzo de 2019, un modo de gobernar y de dirimir los problemas que sólo produce grietas sociales. La última votación, realizada el pasado 23 de marzo, produjo el resultado que hoy deben resolver sus políticos. Ante semejante escenario resulta lógico preguntarse si el nuevo proyecto de Gobierno es el primer escalón de la convivencia o la pausa de una nueva eclosión social y política, en una región que ve en la guerra una forma normal de convivencia.

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