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Gran Bretaña y el Brexit: rumbo a lo desconocido

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Héctor Rubini 03 febrero de 2020

Por Héctor Rubini Economista de la Universidad del Salvador (USAL)

Boris Johnson concretó el Brexit. Ahora, el controvertido primer ministro deberá controlar su euforia, y encarar un escenario sin antecedentes. Sus éxitos y fracasos serán ahora referencia obligatoria por los partidos políticos y movimientos eurofóbicos del continente.

En el período de transición hasta el 31 de diciembre de este año Gran Bretaña tratará de cerrar un acuerdo de librecomercio con el continente, algo que no parece factible en apenas once meses. En general se esperan dos salidas factibles: un acuerdo comercial acotado, con libre comercio para bienes, no así para servicios, o bien que no se logre ningún acuerdo. El peor escenario para Londres es que no haya acuerdo a fin de año, y que a partir de entonces Gran Bretaña y el continente inicien una guerra de aranceles y restricciones paraarancelarias sobre bienes específicos. Ahora bien, si en alguna otra gran economía del continente logra salir formalmente de la Unión Europea, también se debilitará el bloque europeo.

Varios funcionarios del equipo de Johnson han declarado públicamente su intención de abandonar la legislación europea en materia laboral, protección del medio ambiente y normas de seguridad. Las autoridades de Bruselas han advertido a los británicos que cuanto más se desvíe el Reino Unido de los estándares del continente, más van a restringir la importación de bienes de origen británico, lo que tendrá impacto negativo sobre el empleo en Gran Bretaña. Los resultados dependerán del atractivo o no del Reino Unido para inversores europeos y británicos, de sus mejoras de productividad, de la potencial implantación de barreras proteccionistas, y de sus inevitables represalias y contrarrepresalias.

La mayoría de las estimaciones disponibles indican que los potenciales efectos negativos en materia de producción y empleo serían mayores en el Reino Unido que en el continente. El abandono de estándares comunes para normas de seguridad reducirá la demanda de autopartes fabricadas en Inglaterra y Escocia, y también se verán afectadas la producción y el empleo en los sectores aeroespacial, farmacéutico y de electrodomésticos. La industria del whisky también está en alerta respecto de futuras barreras proteccionistas por parte de la Unión Europea. Por el contrario, si bien Frankfurt viene creciendo como la gran plaza financiera del continente, las eventuales divergencias regulatorias pueden impulsar movimientos de capitales hacia Londres o hacia el continente.

Con relación a las islas Malvinas, este giro es un shock económico negativo para los ocupantes del archipiélago. No sólo perderán preferencias arancelarias y de cuotas para exportar a la Unión Europea (básicamente carnes y lana), sino también financiamiento para un instituto de estudios ambientales, hasta ahora financiado por la Unión Europea. Por ahora no se esperan cambios institucionales en el corto plazo, pero es claro que Brasil va a tratar de lograr algún acuerdo preferencial de comercio con el Reino Unido que los ocupantes de Malvinas tratarán de aprovechar en su beneficio.

Una alternativa que el primer ministro británico está explorando es la de un acuerdo de librecomercio con los Estados Unidos. El jueves pasado estuvo en Londres el secretario de Estado de ese país, Mike Pompeo, y afirmó que el Brexit contribuye a reducir los costos de transacción para un acuerdo entre Gran Bretaña y Estados Unidos. Sin embargo, nada indica que se logrará este año. Cuesta creer que Washington tenga interés en un tratado de “libre” comercio sin subordinarlo a las prioridades proteccionistas de Donald Trump. Además, la salida de la Unión Europea significa también la salida de un socio estratégico que ayudaba a Estados Unidos a promover con visible influencia su agenda de prioridades políticas en el continente europeo. La utilidad de un socio como el Reino Unido para sostener la influencia política y militar de los Estados Unidos en Europa, probablemente empiece a debilitarse a partir de ahora.

En el plano interno, tampoco la tiene fácil Johnson. Si bien no autorizará un nuevo referéndum por la independencia de Escocia, no logrará frenar el impulso popular en ese país poner fin a la unión con Inglaterra, que data del año 1707. En 2016 los escoceses votaron en contra del proyecto de ley para el acuerdo de salida de la Unión Europea (Brexit) y el pasado jueves el parlamento escocés votó a favor para llamar a otro referéndum independentista.

En suma, los grandes titulares siguen hablando de efectos por ahora inciertos en materia comercial. Pero no hay que olvidar que el Brexit es un divorcio impulsado por el fuerte rechazo al ingreso de inmigrantes que tomó fuerza pocos años antes de la crisis financiera de 2008. Mal que le pese al gobierno británico y a sus formadores de opinión, lo que está detrás del Brexit no es una agenda política impulsada por debates de política comercial: es una mal disimulada xenofobia arraigada básicamente en el interior de Inglaterra y en Gales. Por el contrario, Escocia e Irlanda del Norte votaron a favor de continuar en la Unión Europea, de modo que el respaldo al Brexit seguirá sumido en una grieta interna que Londres no va a poder manejar fácilmente.

En ese contexto habrá que ver si será o no el inicio de un giro hacia lo opuesto a una sociedad pluralista y democrática. La creencia de que cierto grupo étnico o sector económico es una víctima de enemigos externos, ha sido en el Siglo XX algunos de los elementos movilizadores de diversas formas de fascismo y autoritarismo. Nadie augura el resurgir de grupos como la British Union of Fascists de Sir Oswald Mosley en el período de entreguerras, pero en la Gran Bretaña actual cualquier cosa es posible. El primer ministro Johnson afirmó en su discurso del viernes que el Brexit es “el amanecer de una nueva era”. Frase que sugiere el inicio de una nueva historia pero que en realidad nadie, ni el propio Boris Johnson, sabe bien en qué puede terminar.

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