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El lento declive italiano

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Paolo Rizzo 29 octubre de 2020

Por Paolo Rizzo (*)

El 13 de noviembre de 2017, la selección de fútbol italiana perdió frente a Suecia y no pudo clasificarse para el Mundial de Rusia de 2018. Por la primera vez desde 1958, Italia no participaría de un Mundial. Fue una tragedia nacional porque, como decía Winston Churchill, “Italia pierde las guerras como si fueran partidos de fútbol y los partidos de fútbol como si fuesen guerras”.

En este momento nos preguntamos qué pasaba con Italia. ¿Cómo era posible que en 2006 fuéramos campeones y ahora ni podíamos clasificar para un mundial? ¿Que nos estaba pasado? El problema no era solo el fútbol. Ultimamente, nos iba mal en todo. Siempre estuvimos acostumbrados a los altibajos económicos, deportivos, artísticos y culturales, pero últimamente solo vivíamos los bajos. ¿Y qué había pasado con nuestra alegría? Parecía haber dejado el paso a la rabia, la indignación y el miedo. De hecho, pocos meses después, la Lega Nord y el Movimento 5 Stelle ganaron las elecciones. Se formó entonces un inédito Gobierno nacionalista y populista que gobernó por poco más de un año antes de ceder el paso a uno más europeísta.

Para explicar el período que está viviendo Italia sería suficiente mirar “La Grande Bellezza”, la última película italiana galardonada con el Oscar. Su director, Paolo Sorrentino, exalta la belleza y la decadencia de Roma. Los protagonistas son ancianos que se dedican a participar a fiestas nostálgicas porque les recuerdan sus juventudes. El genio de Sorrentino había creado así la alegoría perfecta de Italia. Un país de viejos que sigue celebrando una belleza que fue pero que al final se da cuenta del vacío que la circunda. Inicialmente, la película recibió críticas negativas, pero empezó a ser valorada cuando el público se dio cuenta inconscientemente de que la decadencia de la que hablaba el director era la decadencia de toda Italia.

Todavía a finales de 2019 Italia era, junto con Grecia, el único país europeo que no se había recuperado de la crisis de 2008. En 2019, el PIB resultaba ser 4% inferior al de 2007. Pero no solo la economía no creció, sino que también se registró una gran divergencia con el resto de Europa. En el mismo período, los PIB de Alemania, Francia y España subieron 16%, 12% y 7,5%, respectivamente. Si en 2007 el PIB per cápita de un italiano (US$ 37.800) era el 90% de un alemán (US$ 41.600), en 2019 este porcentaje bajó a 70% (US$ 33.200 vs. US$ 46.300).

La crisis del Covid-19 agrandará la grieta. Italia fue el primer país europeo en declarar la cuarentena y, junto con España, el país que más sufrió los estragos de la crisis. En la península se registraron 38.000 muertos y en España 35.000 mientras en Alemania fueron 10.300. No es solo una cuestión sanitaria sino también económica. Italia tuvo que imponer una cuarentena más dura y en consecuencia tendrá la recesión más grave de toda la Unión Europea: -11,2%. Por otro lado, Alemania tendrá una caída del PIB de 6,3%. Luego, en 2021 la economía crecería 6,1% en Italia y 5,3% en Alemania: sería la primera vez desde 2005 que el PIB italiano crece más del alemán. Pero es un dato que nadie estaría dispuesto a celebrar. El PIB italiano de 2021 será 5,7% inferior al de 2019 y 9,5% inferior al de 2007.

Italia será también un país más endeudado. A finales de 2019, la deuda total italiana era de 2,4 billones de euros, es decir, 133% de su PIB. Las medidas sanitarias y económicas implementadas para detener los efectos del virus aumentarán la deuda en un billón de euros solo en 2020. La contemporánea caída del PIB llevará el ratio deuda/PIB a 160% a finales de 2020. Es decir que en los próximos años Italia no debería endeudarse más. Pero la compra de títulos públicos por parte del Banco Central Europeo (BCE) ha bajado las tasas a niveles históricamente bajos: cerca del 1%. Frente a estas tasas es probable entonces que Italia vuelva a endeudarse aún más para intentar estimular su economía. ¿Pero hasta qué punto puede abusar de la paciencia de los mercados? ¿Y, sobre todo, que gastos financiaría el déficit?

En la película “La Grande Bellezza” los protagonistas principales son ancianos. Es otra representación de lo que es Italia hoy: un país de ancianos que envejece más que otros países europeos. Casi un italiano sobre 4 (23%) tiene más de 65 años y en Argentina uno de cada 10 (11%). Además, los últimos datos de Istat, la oficina italiana de estadística, presentan una situación deprimente. Italia es el país con la edad mediana más alta de Europa (46,7 años). En 2019 se han registrado 634.00 defunciones y 420.000 nacimientos. Este último representa número más bajo desde la unidad de Italia en 1861. Es un dato sensiblemente inferior a los nacimientos en la primera década del 2000 (550.000 nacimientos medios anuales). El saldo entre defunciones y nacimientos es negativo desde 2006. Es decir que en cada uno de los últimos 15 años Italia tuvo más defunciones que nacimientos.

Como si no fuese suficiente, los jóvenes italianos dejan el país para mudarse al extranjero. De hecho, la UE garantiza la libre circulación de los trabajadores y se asegura la posibilidad de residir en uno de los países miembros. Los jóvenes están atraídos por los mercados laborales de otros países europeos y se mudan ahí. Según la oficina de estadística, en 2019, 180.000 italianos dejaron Italia para irse al extranjero. Se trata de un aumento del 16% en comparación al año precedente.

Italia está frente a una ruptura del equilibrio social que generará mayores desafíos económicos. Actualmente, Italia gasta el 15,8% de su PIB en jubilaciones frente a una media del 12,5% en la UE. En los próximos años, cada vez menos trabajadores tendrán que sustentar un número creciente de jubilados. Es un equilibrio precario desestabilizado aún más por una reforma que incentiva a jubilarse y que ha sido aprobada por el Gobierno populista y nacionalista. Ahora el riesgo para Italia es que los déficits de los próximos años financien las jubilaciones, y no la inversión.

En este contexto solo la inmigración de las últimas dos décadas ha podido aliviar la presión sobre la economía italiana y mantener en equilibrio el sistema de jubilaciones. Sin el aporte de los inmigrantes, la economía italiana tendría un desequilibrio no sustentable. Actualmente los hijos de extranjeros representan 15% de los nacimientos en Italia y, en particular, son más del 20% en el norte del país. Pero las anacrónicas leyes italianas no les reconocen la ciudadanía italiana. Por ejemplo, Mario Balotelli, que nació en Palermo y fue adoptado por una familia italiana del norte, tuvo que esperar hasta los 18 años para tener la ciudadanía. En 2017, el Gobierno de Paolo Gentiloni intentó cambiar la ley introduciendo el principio del “ius culturae”, o sea reconocer la ciudadanía a los niños que completen la primaria o la secundaria. Pero el intento fracasó y no se volvió a hablar del tema.

En fin, “La Grande Bellezza” ofrece esplendidas imágenes de Roma: la Ciudad Eterna que vivió momentos de belleza y de decadencia. Las ruinas del Foro Romano, el Coliseo y las obras del Renacimiento nos recuerdan los esplendores pasados. Pero últimamente la ciudad vive una decadencia moral y económica. Fue un escándalo descubrir en 2014 la colusión entre la política romana y el crimen organizado. Por mucho tiempo el Poder Judicial ha tratado el caso hablando de “mafia capitale”. La ciudad luego recibió mucha atención en la prensa internacional por sus calles repletas de la basura. En algunos barrios hasta aparecieron cerdos y jabalíes.

En 2016, la ciudad era la favorita para organizar los Juegos Olímpicos del 2024. Se pensaba que este acontecimiento pudiese relanzar la ciudad. Los JJ.OO. romanos de 1960 fueron entre los mejores de la Historia. Se vivieron momentos únicos como el oro del entonces Cassius Clay y la maratón nocturna entre las ruinas romanas ganada por el descalzo etíope Abebe Bikila. Pero la nueva administración de Roma decidió retirar la candidatura poco antes de la decisión oficial del Comité Olímpico. La motivación oficial fue que la ciudad no podía endeudarse aún más. Pero el estadio Olímpico solo necesitaba pequeñas mejorías y las inversiones adicionales podrían haber relanzado la ciudad, como ocurrió con Barcelona en 1992.

En fin, Italia sigue siendo un país profundamente dividido. El PIB per cápita del sur es la mitad del PIB per cápita del norte. Esta disparidad genera un movimiento migratorio interno desde el sur hacia el norte. Se calcula que se mudaron internamente más de dos millones de meridionales entre 2002 y 2017. El Estado fomenta la divergencia ya que entre 2008 y 2018 disminuyó sus inversiones en el sur (-8,6%) y los concentró en el centro y en el norte (+1,4%).

De hecho, los mayores proyectos de inversión en Italia siguen el norte. En los últimos días se dio la noticia de la inauguración de dos obras importantes. La primera es el sistema de compuertas construido para proteger Venecia de las inundaciones. Se trata de una obra inmensa cuya construcción empezó en 2003 y que ha sido afectada por acusaciones de corrupción. Entre todos, el expresidente de la región de Venecia fue condenando a dos años de prisión. La segunda es la reconstrucción del puente Morandi en Génova que había colapsado en 2018 causando la muerte de 43 personas.

La gestión del nuevo puente ha creado un debate sobre quien tendrá que administrarlo. El viejo puente era propiedad del Estado, pero era administrado por la sociedad Atlantia detrás de la cual está la familia Benetton. Con el nuevo puente, el Gobierno quiso intervenir en la gestión del mismo. De hecho, la sociedad privada era acusada de no haber hecho los controles necesarios sobre el estado del puente y que la tragedia pudiese haber sido evitada. Pero revocar la concesión a la empresa hubiese costado al Estado entre 7 y 23 billones de euros. El Gobierno optó entonces por intervenir directamente en el capital de la sociedad Atlantia disminuyendo la cuota de la familia Benetton. Pero los detalles de la intervención siguen siendo todavía oscuros.

Mientras tanto el Gobierno asiste casi impotente al actual colapso económico debido al Covid-19. Por un lado, sueña con proyectos espectaculares como la construcción del puente entre la península y Sicilia. Se trata de una idea que recurre periódicamente a todos los gobiernos italianos. Pero al final la idea siempre se abandona por los costos (más de 6.000 millones de euros) y la dificultad de construir un puente colgante de más de 3 kilómetros en una zona altamente sísmica.

Por otro lado, el Gobierno está pensando volver a dirigir la economía. El caso más explicativo es la intervención en la compañía aérea Alitalia. No se trata de la primera vez ya que salvar la compañía ha costado a los contribuyentes italianos más de 12.000 millones de euros en 45 años. Pero los resultados nunca han sido alentadores. De hecho, la compañía que transporta más pasajeros en Italia es la lowcost Ryanair. Las ayudas de Estado a Alitalia podrían desincentivar las inversiones de Ryanair y otras compañías en Italia.

El reciente acuerdo europeo “Recovery and Resiliece Fund” podría representar la ocasión de fomentar una reacción económica durable, sustentable e inclusiva. Pero gestionar un flujo tan grande de recursos económico (200.000 millones de euros) no es una tarea sencilla. Se necesita una visión del país en las próximas décadas. No se trata simplemente de detener el virus y reactivar la economía sino de dar vuelta a un país viejo, empobrecido, dividido y endeudado. Es necesaria una coordinación entre los distintos actores del país y un nuevo pacto social. De no ser así, Italia debería acostumbrarse a seguir viviendo un lento y progresivo declive. Al fin y al cabo, como nos recuerdan todos los emigrados italianos en Argentina y en el mundo, no sería la primera vez en la historia italiana.

(*) Economista de Econométrica

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