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El Brexit entró en vigencia, pero no es el fin de Gran Bretaña

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Damián Cichero 15 enero de 2021

Por Damián Cichero (*)

Tras más de cuatro años de extensas y arduas negociaciones, la salida del Reino Unido de la Unión Europea se ha concretado y, como era de esperar, los primeros problemas comienzan a aflorar. Aunque ambas partes lograron llegar a un acuerdo para aplicar aranceles al intercambio de bienes, el mismo no podrá evitar los controles fronterizos y burocráticos, los cuales ya generan retrasos y desabastecimientos. Igualmente, debemos tener en cuenta que, debido a la pandemia, los flujos comerciales actuales son solo del 50% a los normales, por lo que la situación podría empeorar.

Lo que se concretó el pasado 1° de enero fue predicho hace más de 55 años por el entonces presidente de Francia, Charles de Gaulle, quien vetó el ingreso del Reino Unido a la Comunidad Económica Europea, porque desconfiaba del grado de compromiso británico con la integración. El argumento del héroe francés de la Segunda Guerra Mundial era que la condición insular de Gran Bretaña había generado una estructura político-económica notablemente distinta de la europea. "Es marítimo. Está vinculado por sus intercambios, sus mercados, sus suministros a los países más diversos y, a menudo, a los más distantes. Tiene una actividad esencialmente industrial y comercial, y muy poco agrícola. Todos sus hábitos de trabajo y tradiciones son muy marcados, muy originales", expresó en una conferencia en 1963.

Aunque todo el Reino Unido abandonó el bloque comunitario más importante del mundo, es principalmente Inglaterra quien nunca se sintió una nación europea. Su orgullo nacionalista históricamente los ha hecho caracterizarse como insulares, y por ello siempre han optado por el no involucramiento en los asuntos continentales a menos que su propia seguridad estuviese en peligro. En general, la relación entre ambos actores ha sido meramente transaccional.

En pleno Siglo XXI, donde el globalismo toma cada vez más terreno, la extensión de la comunicación ha acelerado el intercambio cultural y económico a niveles nunca antes vistos. Pero, a su vez, esto desemboca en la desaparición de las fronteras, y la pérdida de la identidad y la soberanía nacional. Sin dudas, donde esto más se siente es en las grandes capitales del mundo, como Londres, donde la mayoría de su población apostó en contra del Brexit.

Si tenemos en cuenta la histórica soledad del Reino Unido, es hasta lógico que se opongan a ese “intervencionismo extranjero”. Hasta hace menos de 100 años, el Imperio Británico estaba en su punto de máximo auge, por lo que es comprensible que su población no estuviese dispuesta a perder su identidad nacional y tradiciones; y es esto lo que sustenta la decisión de 2016. Además, no debe olvidarse que Gran Bretaña es una potencia nuclear y posee un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.

¿Qué se puede esperar a futuro?

Teniendo en cuenta esta sensación de grandeza que aún se conserva en el Reino Unido, una de las apuestas de Boris Johnson será reforzar la relación con los países de la Mancomunidad de Naciones, lo que puede considerarse como el último bastión del ex Imperio Británico.

Compuesta por 54 naciones, esta organización, que reconoce a la Reina Isabel II como su líder, alberga a más de 2.400 millones de personas (un tercio de la población mundial). Sin embargo, una treintena de sus miembros son países pequeños con apenas 1,5 millones de habitantes.

Actualmente, la Commonwealth no posee el nivel de integración económica de la UE y solo recibe el 10% de las exportaciones británicas (el 50% estaba destinado al mercado único europeo). Pero, pese a que las cifras hacen prever que no sustituirá las necesidades comerciales del reino, no podemos obviar la buena predisposición entre los miembros de la Commonwealth, la cual puede ser una solución a corto plazo.

Por citar dos ejemplos, se espera que en 2021, si la pandemia lo permite, Johnson concrete un acuerdo comercial con Australia, donde Isabel II es formalmente la Jefa de Estado, en áreas clave como datos, tecnología digital y servicios.

Además, en 2020, el Primer Ministro inglés logró un acuerdo comercial provisional con Canadá, donde Isabel II posee el mismo cargo que en Australia, con el fin de mantener desde el 1° de enero la misma relación bilateral entre ambos antes del Brexit. Dicho acuerdo reafirma un intercambio de 26.000 millones de libras y permite que las compañías británicas no sufran los aranceles canadienses.

¿Un “mal” acuerdo?

A la hora de analizar el acuerdo comercial entre el Reino Unido y la UE, en pocas palabras, el mismo ha sido un éxito político para Johnson, aunque económicamente no podemos decir lo mismo.

El pacto facilitará el comercio de bienes, donde la UE posee superávit con el Reino Unido, aunque no aborda el sector de servicios, el cual representa el 80% del PIB británico (el 48% de sus exportaciones son servicios y el 80% de los mismos estaba destinado a la UE). Así, los bienes de la UE podrán ingresar a territorio británico sin aranceles, pero los servicios que exporta el Reino Unido no podrán hacerlo en la UE. Además, como ya hemos visto, los trámites aduaneros y controles sanitarios igualmente elevarán los costos de las empresas isleñas y harán más lento el intercambio de productos.

Por otro lado, el gran logro de la gestión de Johnson ha sido evitar una frontera “dura” entre Irlanda e Irlanda del Norte y mantener a salvo los acuerdos del Viernes Santo de 1998, los cuales pusieron fin a varios años de violencia en la isla irlandesa entre nacionalistas republicanos y unionistas monárquicos.

El nuevo acuerdo no incluye a Irlanda del Norte, que no deberá afrontar las nuevas barreras arancelarias, ya que permanecerá dentro del mercado único europeo.

Esto último también representa un gran éxito a la hora de analizar la nueva relación que tendrá el Reino Unido con Estados Unidos. Uno de los grandes objetivos de Boris Johnson era conseguir un acuerdo comercial con sus pares norteamericanos, el cual estaba casi asegurado si Donald Trump era reelecto. Sin embargo, el triunfo de Joe Biden ha complicado las cosas, ya que no se ha mostrado tan optimista al respecto.

Una de las exigencias del líder demócrata para continuar con las conversaciones era respetar los ya mencionados Acuerdos del Viernes Santo, ya que Biden es de descendencia irlandesa. Además, pese a su gran cercanía con Trump, Johnson fue uno de los primeros líderes mundiales en felicitar al presidente demócrata electo por su triunfo y también en condenar los ataques al Capitolio del pasado 6 de enero. Por ello, no podemos descartar un posible acuerdo de libre comercio entre ambos.

En cuanto a la situación con Escocia, es más complicada. En ese país, la mayoría de su población es pro-Europa y pro-independencia. El Brexit solo ha aumentado el malestar escocés, que en 2014 realizó un referéndum para separarse del Reino Unido, aunque tuvo resultados negativos. Ahora, la amenaza de un nuevo referéndum comienza a tomar más fuerza, aunque el Primer Ministro británico, quien debe decidir si lo permite, ya ha dicho que rechazará esta posibilidad.

Ciertamente, la actual pandemia de coronavirus ha mitigado el impacto mediático y hasta comercial del Brexit, ya que toda la atención está centrada en el virus y muchas fronteras permanecen cerradas desde hace tiempo. Los primeros problemas han aparecido, pero, por el momento, han sido mucho más leves de lo esperado. Solo el tiempo dirá si la decisión del Reino Unido fue un error, pero no caben dudas de que la sexta economía mundial posee la capacidad para sobreponerse a los problemas en los que ellos mismos se metieron.

(*) Licenciado en Relaciones Internacionales

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