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China: una pretensión hegemónica que se desmorona frente a una desconfianza creciente

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Luis Domenianni 17 mayo de 2021

Por Luis Domenianni

Nadie estaría en condiciones de discutir, sin faltar a la verdad, los avances chinos en distintos campos ?no en todos- de la vida nacional. A tal punto que, actualmente, su economía es considerada la segunda del mundo en términos de volumen de PIB.

Desde la década de 1980, cuando el entonces líder del Partido Comunista, Deng Xiaoping, lanzó su “Reforma y Apertura”, el crecimiento fue de tal magnitud que el mundo acuñó la expresión “a tasas chinas” para cualquier incremento registrado en el PIB de cualquier país que supere o se acerque al 10% anual.

También desde lo social, aquella consigna del propio Deng dirigida a sus conciudadanos, luego de reflotar las “Cuatro Modernizaciones” del exprimer ministro Chou Enlai, “enriquecerse es glorioso”, promovió la aparición de un mercado consumidor inexistente durante los treinta años de comando del país a cargo de Mao Tsetung.

Las citadas “Cuatro Modernizaciones” consistían en la puesta al día de la agricultura; la industria; la defensa nacional y la ciencia y tecnología.

Junto a los cambios de la planificación al mercado, Deng reafirmó los “Cuatro Principios Fundamentales” y los incorporó a la Constitución china, a saber: perseverancia en el camino socialista; perseverancia en la dictadura “democrático popular”; perseverancia en la dirección del Partido Comunista y perseverancia en el marxismo-leninismo.

La incorporación a la Constitución china significó que se trata de principios no susceptibles de discusión. Por tanto, quién pretenda hacerlo viola la ley y es juzgado ?en el mejor de los casos- como delincuente. También se los puede resumir en único hecho: el monopolio del Partido Comunista chino.

Juntar las “Cuatro Modernizaciones” y los “Cuatro Principios Fundamentales” ofrece una comprensión clara de la China de hoy. Una mezcla de capitalismo, predominantemente estatal, con una dictadura política. Cualquier similitud con los postulados fascistas no es casualidad.

Pero la China de hoy incorpora, de la mano del presidente Xi Jinping, un nuevo elemento al legado de Deng. Se trata de la pretensión hegemónica mundial que el otrora Imperio Celeste y la aún República Popular se reserva para sí en el concierto mundial.

Es un abierto desafío al poder norteamericano que se desarrolla en diversos campos y que va desde la economía y la producción hasta la ciencia y tecnología, pasa por lo militar, lo espacial, la diplomacia y hasta lo deportivo.

Parafraseando la consigna del Tercer Reich sobre su futuro de 1000 años, el ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, llegó a afirmar que al régimen del Partido Comunista también le espera un futuro de 1.000 por delante. A la fecha, lleva 71 años del poder y cumple un siglo de su fundación.

Si el jefe de la diplomacia no anduvo con vueltas a la hora de confirmar la intransigencia china en los distintos contenciosos ?internos y externos- que el país mantiene, el presidente Xi no pierde ocasión de desafiar a Estados Unidos.

Utiliza, al respecto, una especie de lenguaje de liberación nacional tercermundista, “promovemos un nuevo multilateralismo cuyas reglas no serán nunca más definidas por un país o un grupo de países” junto a una indisimulable herramienta de penetración -¿dominación?- como es la iniciativa de la Ruta de la Seda.

A simple vista, el avance chino aparece como arrollador. Desde el crecimiento económico, hasta la “victoria” sobre la pandemia, pasando por los acuerdos en el Pacífico y Europa ?este último en revisión-, la nueva carrera espacial y la agresividad diplomática-militar, dejan una sensación de disputa por el liderazgo mundial en igualdad de condiciones.

La pretensión hegemónica

¿Se trata pues de una disputa de prevalencia? Sí. ¿Está China en condiciones de ganarla? De momento, para nada. Veamos.

Cierto es que China yuguló a tiempo el brote de coronavirus convertido en pandemia que afecta a la casi totalidad del globo. Pero, no fue el único país que lo logró. Países no autoritarios como Nueva Zelanda o Taiwán, también lo hicieron posible. Ergo, el autoritarismo no es condición “sine qua non” para enfrentar una emergencia sanitaria.

Ahora bien, el éxito frente a la pandemia no debe hacer olvidar que la propagación del coronavirus no comenzó en Noruega o en el Paraguay, sino en la propia China. Y que la hipótesis oficial sobre una transmisión de un animal vivo al hombre no supera el grado de incertidumbre.

Tampoco que el manejo inicial ?retraso en el reconocimiento, persecución a los médicos denunciantes, obligación de retractarse- fue ocultista.

A la fecha, hasta la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), al principio fuertemente influenciada por el Gobierno chino que paga sus contribuciones al día, hoy toma distancia de aquellas tardías explicaciones sobre el origen del Covid jamás respaldadas por ninguna investigación independiente.

Para borrar un comienzo sospechoso, la denominada “diplomacia de la máscara” no alcanzó. El reparto inicial quedó en la nada cuando todos los países fabricaron sus propias protecciones. Después de todo, producir barbijos no precisa sofisticación tecnológica alguna.

A la máscara siguió la vacunación. A tal punto, que las dos vacunas chinas fueron distribuidas con mayor volumen fuera de la propia China que al interior. Y cuando la limosna es grande?hasta el santo desconfía. Resultó que no cuentan con una efectividad amplia, al punto que el Gobierno autorizó la producción en Shanghai de la vacuna Pfizer-Biontech.

Para continuar en el terreno científico, aunque en un campo diferente, el ingreso de China a la renovada carrera espacial tuvo un resultado inicial sorprendente. El último logro fue la sonda que orbita alrededor de Marte y que envió imágenes del planeta rojo. Luego sobrevino el anuncio de la futura construcción de una estación espacial sino-rusa en la luna.

Finalmente, el 29 de abril de 2021, China lanzó con éxito un cohete que transportaba el primer módulo de otra futura estación espacial.

Pero el éxito se cortó. Los científicos norteamericanos de la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio, más conocida como la NASA por sus siglas en inglés, detectaron el ingreso descontrolado a la atmósfera del cohete ?mejor dicho, sus restos- que transportó ese primer módulo.

La denuncia obligó a China a blanquear su carencia de control y a minimizarla con una declaración de un portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores quién aseguró que “la posibilidad de causar daños en el aire o en tierra era muy limitadas”. Finalmente, los restos cayeron cerca del territorio de la República de Maldivas, país insular en el Océano Indico.

La lista de la baja confiabilidad continúa con la cuestión de los “chips” ?componentes electrónicos- una de cuyas materias primas son materiales semiconductores como, por ejemplo, el silicio.

Se trata de una escasez a escala mundial pero que compromete, particularmente, a China dada su muy baja producción. En particular, a la industria automotriz, consumidora en la actualidad de una infinitamente mayor cantidad de chips que hace 20 años.

Para colmo, la carencia china contrasta con la avanzada, en la materia, de su rival política. Es decir, Taiwán. Hoy, China debe suplir la negligencia de ampliar su industria de productos terminados sin asegurase un abastecimiento suficiente de materias primas, de insumos y de talentos como los que cuenta Taiwán, su rival-enemigo.

En rigor, China no superó su dependencia de tecnologías y, en menor medida, materiales extranjeros, sobre la que se fundamenta su desarrollo industrial. Es una meta que, en su búsqueda de la supremacía mundial, el presidente Xi se trazó.

Nunca resulta fácil recuperar retrasos, sobre todo porque del otro lado ?Estados Unidos- los adelantos no se detienen.

Autoritarismo y sinización

Si la industria y la ciencia china no aparecen como del todo confiables, mucho menos lo es la política, tanto interior como exterior.

Al tradicional autoritarismo propio de una dictadura -cercenamiento de libertades públicas y de garantías individuales-, se agrega un proceso forzoso ?mejor dicho forzado- de sinización de las minorías étnicas que habitan un territorio extendido, propio de un imperio que supera, ampliamente, los límites originales del hábitat de los Han o chinos propiamente dichos.

Si bien los Han representan el 90% de la población de la “República Popular” solo ocupaban, originariamente, algo más de un tercio del territorio actual.

El resto es el hogar original de las 55 minorías reconocidas, algunas mayoritarias en sus territorios incorporados a China. Las principales minorías comprenden los 16 millones de Zhuang; los 11 millones de Manchú; los 10 millones de musulmanes Hui; los 9 millones de Miao.

Continúan los 8 millones de musulmanes Uigur ?hoy los más hostilizados por el Gobierno chino-; los también 8 millones de Tujia; los 7 millones de Yi; los 6 millones de Mongol; los 5 millones de Tibetanos y otras 46 etnias que oscilan entre un máximo de 3 millones y un mínimo de 3.000 individuos

Si bien la ley china los reconoce como “grupos étnicos” ?antes de la implosión de la Unión Soviética y de Yugoslavia, la ley le daba el trato de nacionalidades- la política del gobierno frente a las minorías es la sinización. Es decir, la asimilación lingüística y cultural al colectivo Han que comprende más de 1.200 millones de individuos

Una asimilación que no trepida en utilizar métodos violentos, que reprime cualquier intento de resistencia, que desconfía y espía a los ciudadanos no Han, que no respeta la vigencia de los derechos humanos.

El Tibet, ayer, y el Sinkiang, hoy, resultan las regiones más castigadas por esta política de asimilación forzada. La diáspora tibetana, principalmente residente en la India, representa a la fecha unos 150 mil individuos. La uigur contabiliza aproximadamente 1.000.000 de personas que viven fuera del Turkestán oriental, el nombre no Han del Sinkiang.

Los tibetanos que viven fuera del Tibet eligieron el 14 de mayo de 2021 a Penpa Tsering -55 años, nacido en India- como presidente del gobierno tibetano en el exilio. Un gobierno tibetano que reemplazó el ideal de independentismo por la búsqueda de la autonomía para la región, cambio auspiciado por el Dalai Lama quien abandonó sus poderes temporales en 2011.

Las diásporas son consecuencia de la persecución que sufren ambas minorías que, en el caso uigur, incluye la actual internación en campos de concentración de otro millón de personas “sospechosas” por dejar crecer la barba, poseer una alfombra para rezar o dejar de beber y fumar, “síntomas” para el Gobierno chino de “islamismo”.

Frente a ambos casos confluye otro elemento de la sinización forzada: el aliento gubernamental a la emigración de Han hacia ambos confines ?meridional y occidental- de la “República Popular” para modificar la composición étnica de ambas regiones.

En cuanto al autoritarismo, el caso de Hong Kong no puede ser más revelador. Pese a la fórmula “un país, dos sistemas” consagrada en los acuerdos para la retrocesión de la soberanía británica del territorio a la china, desde el 2003 a la fecha, el gobierno chino avanza sobre el contenido democrático y republicano de dicho tratado.

Leyes con efecto retroactivo para penalizar participaciones en protestas o conmemoraciones pacíficas, sometimiento a examen previo para aprobar candidaturas, encarcelamiento de opositores, despojo de mandatos legislativos conforman algunas medidas de la batería represiva que la dictadura del presidente Xi despliega en la ex colonia británica.

Por último, sin tener en cuenta un orden de prioridad, aparece la cuestión de Taiwán, la isla donde fueron a parar los restos del Ejército nacionalista del “mariscal” Chiang Kaishek tras la derrota frente al Ejército Popular del “líder” Mao Tsetung en 1949.

Hoy, Taiwán es próspera, libre, democrática y republicana. Hoy, una mayoría creciente vota por candidatos independentistas. Hoy, la mayor parte de los taiwaneses se definen como tales y no como chinos. Algo que para el presidente Xi y el Partico Comunista chino no revela ninguna importancia, ni aparecen como dispuestos a escuchar.

Es que, para el Gobierno chino, Taiwán es parte integrante de China, más allá de cuanto piensen o voten, quieran o pretendan sus habitantes.

China constituye una amenaza militar permanente para Taiwán, con aviones de la Fuerza Aérea que invaden su espacio, diariamente y con fuerzas navales estacionadas en el estrecho que separa la isla del continente.

El todo con un agravante, la pretensión china de dominar el Mar de la China Meridional. Pretensión que representa conflictos de soberanía, además de con Taiwán, con Filipinas, Malasia, Vietnam, Indonesia y el sultanato de Brunei.

Desconfianza

Con no poco éxito el Gobierno chino desarrolló una política de seducción hacia el resto del mundo que incluyó la búsqueda de una supremacía en los foros multinacionales -como la ONU y sus agencias- facilitada por el abandono del multilateralismo por parte del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump.

A su vez, la iniciativa de la Ruta de la Seda despertó grandes expectativas en el mundo con su promesa de inversiones en infraestructura y modernización.

Los acuerdos con Europa ?propiciados, sobre todo, por la canciller federal de Alemania, Angela Merkel- de enero del 2021 indicaron el poderío chino, en particular como mercado de consumo y como alternativa de inversión. A la fecha, China supera a Estados Unidos como socio comercial de la Unión Europea.

De su lado, el acuerdo de asociación comercial entre China y 15 estados del área Asia-Pacífico de noviembre de 2020, que incluye a Japón, Australia y Nueva Zelandia, no solo confirmó la presencia china como potencia en el intercambio, sino que representó un avance político de magnitud en la disputa por el liderazgo mundial.

Un desafío mayor para la política exterior norteamericana que suele considerar al Pacífico como su área prioritaria, bastante por delante inclusive de Europa.

El expresidente Trump antes y el presidente “Joe” Biden, actualmente, aceptaron el desafío tras concluir que la “amenaza” china era real. Que superaba el terreno comercial y se trataba de una disputa por la supremacía, en todos los niveles.

Y el avance chino frenó. Algunos gobiernos europeos tomaron conciencia de la pretensión hegemónica. No tardaron en llegar las sanciones europeas por la cuestión uigur. La expulsión mutua de diplomáticos y la suspensión del acuerdo comercial, considerado a cinco meses de su firma como letra muerta.

Es más, si la Unión Europea no emite una condena contra China es por el veto húngaro del primer ministro Viktor Orban, amigo del presidente Xi. No obstante, el distanciamiento lleva aparejadas consecuencias como el acercamiento y reinicio de las negociaciones el 8 de mayo 2021, en Oporto, Portugal, para un tratado de libre comercio entre la UE y la?India.

Asimismo con el Reino Unido la cuerda quedó tensa. En particular en lo referente a la situación en la excolonia británica de Hong Kong y el avance del Gobierno chino sobre las libertades democráticas consagradas en el acuerdo de retrocesión de soberanía. También aquí expulsiones mutuas de diplomáticos.

En la región Asia-Pacífico, junto a los conflictos por el Mar de la China meridional, se suma el contencioso con India por cuestiones limítrofes en el Himalaya y la suspensión de los acuerdos con Australia tras las denuncias del país oceánico sobre la situación de los derechos humanos en la “República Popular”.

La constitución del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral ?QUAD por sus siglas en inglés- compuesto por Australia, Estados Unidos, India y Japón, bien puede resultar el embrión de una especie de OTAN ?Organización del Tratado del Atlántico Norte- para la región del Indo-Pacífico, destinada a desalentar y poner coto a las ambiciones chinas.

Hoy la desconfianza hacia China avanza a paso firme. Los tratados quedaron suspendidos. Los diálogos se tornaron sordos. Al punto, que la propia diplomacia china gira hacia países marginados, como Irán o Venezuela, o marginales como la insular Kiribati, en el Pacífico Sur.

Valga, como ejemplo, las recientes declaraciones del presidente de la República Democrática del Congo, Felix Tshisekedi, formuladas en la provincia de Katanga. Allí, postuló una renegociación de los contratos mineros firmados por su predecesor, Joseph Kabila, en particular, con empresas chinas.

El mandatario africano afirmó que estaba “harto de presenciar como llegaban pobres al país y se iban multimillonarios, mientras los congoleños continuaban en la miseria”.

Pero, quizás la desconfianza quede mejor ilustrada por la situación en Montenegro, pequeño país de los Balcanes, integrante de la antigua Yugoslavia. Allí, China financió una autopista para unir la turística costa montenegrina con su tras país que incluye la capital Podgorica y la vecina Serbia.

Resultado, la autopista quedó inconclusa porque Montenegro no puede pagar su deuda con China que equivale al 26% de su PIB. China tasó en la exorbitancia de 26 millones de euros el kilómetro ?la autopista más cara del mundo- y no respetó ninguna de las fechas comprometidas de avance parcial de la obra.

Final: Montenegro creyó en la Ruta de la Seda ?sospechas de corrupción, mediante- y ahora se vio obligado a solicitar un préstamo a la Unión Europea para?reembolsar a China.

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