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Por qué el 2023 arrancó como el peor año de los últimos tres

El relato oficialista que asegura un tercer año de crecimiento en 2023 parecería ser más un slogan fruto del deseo

Por qué el 2023 arrancó como el peor año de los últimos tres
Juan Manuel Morales 03 abril de 2023

Hacia fines del año pasado, un eufórico Alberto Fernández envuelto por el clima mundialista afirmaba: "Además del presidente de las tres copas, soy el que hizo crecer a Argentina durante tres años consecutivos"

En la misma línea, hace algunas semanas en una comisión del Congreso, el secretario de Industria y Desarrollo Productivo, José Ignacio de Mendiguren, decía que la economía argentina va a "crecer en el 2023 y serán tres años seguidos de crecimiento". 

El relato oficialista que asegura que la economía crecería 2% en 2023 parecería ser más un slogan fruto del deseo y de la discursiva electoral que una afirmación producto del análisis de los indicadores de la economía. 

La fuerte sequía que sufre el sector agropecuario y que podría costarle a la Argentina unos US$ 20.000 millones (3 puntos del PIB) no es el único motivo para ser pesimista. Es que el actual Gobierno sufre un tipo sequía aún más profunda que la del campo y que lo condena desde el inicio de la gestión: la sequía de ideas. 

Cuando Alberto Fernández finalice sus 4 años de gobierno, no le habrá dejado a su sucesor ninguna mejora en términos económicos respecto a la situación que él recibió.

Es importante no dejarse engañar: a pesar de las críticas permanentes desde el propio frente gobernante, la política económica de Fernández ha sido esencialmente kirchnerista. 

La ausencia absoluta de reformas estructurales, el atraso tarifario y cambiario, una política monetaria sin rumbo, la clara reticencia al equilibrio fiscal, la permanente suba de impuestos, los inútiles controles de precios, un estricto cepo al dólar, los controles de importaciones, el cerramiento al comercio exterior y la pérdida sistemática de calidad institucional son algunos de los factores que comparten las presidencias de Néstor Kirchner, Cristina Fernández y Alberto Fernández. 

No nos engañemos: el kirchnerismo a lo largo de sus casi 16 años de poder nunca entendió ni supo otra manera de gobernar. 

Los resultados fueron empeorando a medida que se agotaba un mismo modelo que hoy ha llegado a su fase de inviabilidad

La película de la decadencia argentina es clara, pero a continuación nos ocuparemos de exponer cinco motivos por los cuales podemos asegurar que el 2023 será el peor año desde la pandemia.

Primero: más déficit fiscal 

Al comparar el resultado fiscal primario de los dos primeros meses de los últimos tres años, podemos llegar a dos conclusiones rápidas: primero, el único mes en donde el Sector Público Nacional tuvo superávit fue enero del 2021 y segundo, el agujero fiscal viene creciendo, incluso a pesar del acuerdo con el FMI.

Además, difícil resulta pensar en un ajuste fiscal profundo para este año entendiendo que: 1) la recaudación muestra un descenso importante consecuencia de la caída del comercio exterior (menos retenciones, menos aranceles a las importaciones y menos tasa de estadística), 2) la actividad económica muestra signos de estancamiento y 3) nos encontramos en un año electoral. 

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Segundo: más inflación

La dinámica de los precios se va acelerando año a año. Durante el primer bimestre del 2021 se acumuló una inflación de 7,8%, en el primer bimestre del año siguiente la inflación alcanzó el 8,8% y en los primeros dos meses del corriente año se acumuló una inflación del 13,1%. 

En otras palabras, los precios en 2023 aumentan 70% más rápido que hace dos años. 

No hay posibilidad que los precios desaceleren su dinámica en ausencia de un programa de estabilización integral y, lamentablemente, este Gobierno no tiene ni el tiempo, ni la credibilidad ni la intención de hacerlo.  

 

Tercero: peor balance del Banco Central

La bomba que acumula el Banco Central entre Leliq y pases pasivos mantiene un ritmo creciente y preocupante. Hace dos años, los pasivos remunerados del Banco Central eran equivalentes a una base monetaria, pero actualmente estos instrumentos la duplican. 

 

Los pasivos remunerados superan los $11 billones y la autoridad monetaria tiene la necesidad de seguir aspirando pesos a la vez que continúa con una descontrolada emisión monetaria. Además, las tasas reales positivas que exige el programa con el FMI alimentan una dinámica difícil de frenar. 

Cuarto: fuerte caída de las exportaciones 

Este año la soja dejó de ser peronista. La grave sequía que sufre el campo argentino ha deteriorado fuertemente el resultado de la balanza comercial, incluso a pesar de un estricto cepo a las importaciones. 

En el primer bimestre del 2021 el resultado superavitario de la balanza comercial alcanzó los US$ 2.130 millones, mientras que este año, para el mismo periodo, acumula un resultado negativo de US$ 261 millones. Menos dólares implican más presión sobre el dólar oficial y más brecha cambiaria, pero también menos importaciones de insumos y bienes de capital.   

 

Quinto: estancamiento de la actividad

Como resultado de un modelo económico agotado, la desaceleración de la economía argentina desde el segundo semestre del año pasado resulta evidente. Contrario al relato oficialista, todo indicaría que este año la economía volverá a entrar en recesión. 

Los pronósticos de J&P Morgan señalan que el PIB se contraerá 1,7% este año, aunque algunas consultoras locales son aún más pesimistas y pronostican caídas de hasta el 5%. 

Todavía falta mucho por recorrer, pero el comienzo del año nos alerta. De acuerdo con Orlando J. Ferreres & Asociados, enero mostró el crecimiento interanual más bajo de los últimos tres años y febrero mostró caída de la actividad. 

 

Las variables analizadas arrojan datos concluyentes y nos espera un año muy complejo. Si bien hay muchos otros aspectos relevantes que quedaron excluidos de este análisis, como es el caso de la deuda en pesos, la brecha cambiaria, el nivel de reservas netas del BCRA o los indicadores de pobreza, lamentablemente el deterioro es un común denominador a todos ellos. Este modelo de gestionar el Estado se encuentra acabado y necesita ser reemplazado de urgencia. 

Claro está que la política fue incapaz de evitar llegar hasta aquí, pero hay una buena noticia: quien sea el próximo presidente, sea por convicción o por necesidad, no va a tener otra alternativa que intentar hacer las cosas diferentes.       

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