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Ese sueño eterno

La igualdad fortalece las democracias y robustece las economías ante los shocks externos

08 julio de 2015

La igualdad es un trofeo difícil de conseguir. Se cuentan con los dedos de una mano los países que pueden considerarse igualitarios, es decir, en donde “la torta” está repartida en partes más o menos iguales entre quienes lo habitan. “Son pocos, principalmente los cinco estados de Europa septentrional: Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia”, dice el economista Jorge Paz, director del IELDE. Son pocos, pero existen. Y son humanos, como nosotros. Primera conclusión: ser una sociedad igualitaria no es fácil. La igualdad, además de ser un mandato casi moral, entraña beneficios reales: fortalece la democracia, aumenta la felicidad de un país y robustece, tal como lo acaba de ratificar el FMI, a la economía en su conjunto ante los shocks externos.

¿Qué enseñanzas se pueden extraer de esos países? “1) se puede crecer con igualdad; 2) la gente que vive en países más igualitarios es más feliz; y 3) no basta con la igualdad de oportunidades (es necesario apuntar a la igualdad de resultados también), y 4) es mucho más fácil combatir la pobreza con niveles más bajos de desigualdad”, concluye Paz.

¿Dónde estamos parados? “Argentina forma parte del club de la región más desigualitaria del mundo: América Latina y el Caribe. Quiero decir: los países de la región presentan alta desigualdad, medida como se quiera medirla. Dentro de los países que la conforman, Argentina está entre los que tiene más baja desigualdad, juntamente con Uruguay, con coeficientes de Gini (una de las medidas del grado de desigualdad del ingreso más usadas) que se sitúan en la franja 0,30 a 0,35 (en la escala del 0 al 1)”, añade Paz.

El mercado y el gasto

Hay que diferenciar entre la distribución primaria del ingreso (previo al pago de impuestos y la consecuente, o a veces no tanto, redistribución vía el gasto público), es decir, la distribución que hace “el mercado” y, por el otro lado, la distribución secundaria (una vez que se hayan cobrado los impuestos y se haya direccionado el gas to hacia, teóricamente, los sectores más vulnerables).

“Hay una primera dimensión que podemos considerar más estructural en la desigualdad del ingreso de mercado, es decir, el ingreso antes de impuestos y transferencias. Es difícil lograr políticas que bajen estas desigualdades de niveles altísimos a bajísimos. Sin embargo, sí sabemos que en los países más ricos y desarrollados la desigualdad de ingreso de mercado puede ser sustancial y, mediante impuestos y redistribución, se llega a niveles medios o bajos de desigualdad luego de la intervención del Estado. La característica de países en desarrollo, como Argentina, es que no existe una diferencia tan marcada: las políticas públicas en general logran bajar la desigualdad pero no tanto, y seguimos siendo países con alta desigualdad”, analiza el economista Guillermo Cruces, subdirector del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (CEDLAS). Esto parece señalar, razona Cruces, que el nivel de desarrollo parece marcar un límite a las posibilidades de redistribución. “Pero, sin duda, aun dentro de este rango limitado de posibilidades los gobiernos tienen un papel por cumplir en definir prioridades y el nivel en que se pueden bajar estas desigualdades”, complementa.

Por lo tanto, avanzar hacia una sociedad más igualitaria requiere poner sobre el tapete la cuestión del desarrollo, es decir, empleos de calidad (y bien remunerados) y de un gasto público compensatorio que alivie esas desigualdades primarias a través de las transferencias de ingresos y la provisión de bienes públicos. Hay mucho por avanzar en estos aspectos en Argentina.

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