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El previsible y anárquico retoque del nuevo Nafta

16 septiembre de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

A los que observamos con cierto detalle la conducta y las decisiones de los grandes actores de la política internacional, no nos sorprende en absoluto la proliferación de ideas extravagantes cuando se procesa la ratificación legislativa de los acuerdos o decisiones que distintos países desean concretar con interlocutores del tamaño y la influencia de Estados Unidos, China o la Unión Europea. La pasada semana Rick Larsen, un representante demócrata lo dijo con todas las letras: el anuncio de un “acuerdo en principio” sólo confirma que no existe tal acuerdo. Sobre todo al tratar con gobiernos habituados a ver la incertidumbre como oportunidad, no como excepción. Un caso extremo de esa clase de enfoque son los borradores adoptados por la UE y el Mercosur.

Hoy es parte de la cultura ambiental saber que cualquier arreglo con Washington, Bruselas o Pekín obliga a prever dos o más negociaciones “finales”. Una, con el Poder Ejecutivo o la rama del Gobierno facultada para consensuar y suscribir el respectivo texto ad referéndum de lo que diga el Congreso. La otra, al comenzar el regateo posterior con la Torre de Babel de legisladores y lobistas que proveen los geniales insumos para complicar la ratificación del proyecto existente con los ajustes complementarios que pide esa rama del poder, a fin de exprimir al futuro socio comercial y hacer política de maxikiosco.

Ello induce a que el mundo exterior abra su paraguas y esconda algunas cartas en la manga hasta saber cual será el precio real del proyecto que creyó haber negociado hasta la náusea con gente normal. Eso es, ni más ni menos, lo que parece estar sucediendo con el texto del nuevo Nafta (suscripto por Washington con México y Canadá) y con el proyecto de acuerdo comercial que la gente de Donald dice tener con Japón (el que no parece reunir la cobertura legal para escudarse en las normas sobre acuerdos regionales de la OMC).

Semejante escenario era totalmente previsible al concluir la ceremonia organizada en Buenos Aires como actividad colateral del G20, a fines de noviembre de 2018, al notar la sonrisa forzada de los líderes de Canadá, México y Estados Unidos tras suscribir el texto del nuevo Nafta (rebautizado con las siglas Usmca en inglés o T-MEC en castellano). Antes de ser suscripta la primera versión del Nafta, a mediados de los 90, cuyas reglas ya estaban pulcramente terminadas, peinadas y perfumadas como toro de exposición (dicho del que no soy autor), el expresidente Bill Clinton llamó a Carlos Salinas de Gortari, su entonces colega mexicano, para decirle que sin algo sobre estándares laborales y medioambientales la cosa no iba a andar. De esta forma cayó inesperadamente un rayo paralizador, ya que en esa época todos creíamos que la gran democracia del Norte era una pícara pero razonable practicante de la economía de mercado.

De ese episodio fundacional nacieron dos criaturas. El lanzamiento de un nuevo ciclo neoproteccionista en los Estados Unidos y el GPS de las futuras negociaciones comerciales. Y tal es el escenario en el que transcurre la actual comedia de enredos, cuyo actor protagónico, Donald Trump, está siempre listo a ignorar las reglas y a tomar los irracionales atajos que desconciertan a propios y extraños. De modo que coman galletitas dietéticas que esto se pone interesante.

La veterana presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, demócrata, californiana y de armas tomar (ahora en su segundo mandato), le viene diciendo, desde enero, al titular de la Oficina Comercial de Estados Unidos (USTR en inglés), embajador Robert Lighthizer, que su bancada sólo aceptará el texto del Usmca/T-MEC si éste incorpora reformas sobre estándares laborales y ambientales; medidas de aplicación o implementación de los compromisos; la restitución del vigor perdido del mecanismo de solución de diferencias y, por último, pero no por ello lo menos prioritario, si se cubren con generosidad los derechos de propiedad intelectual para las drogas biológicas (nada que el lector no haya visto reiteradamente en mis columnas). Lo mismo intentó mencionarle a Trump, pero éste nunca llegó a prestar verdadera atención al diálogo con Nancy.

Las apuestas de las últimas jornadas indican que, si hay arreglo, el Acuerdo se aprobaría entre fines de este año y mediados de 2020. Sin embargo, hete aquí que en noviembre de 2020 hay elecciones presidenciales y, por mera superstición, a los políticos estadounidenses no les gusta mezclar la captación de votos con la liberalización del comercio. Tal creencia no deja de ser rara en un país donde el 38% de la población hoy se autodefine como agnóstica o atea (al menos eso es lo que jura por la Biblia el comediante ateo Bill Maher, uno de los más influyentes del país).

En las últimas horas, Lighthizer le acaba de responder por escrito a la señora Pelosi y recién hacia mitades de la semana que comienza el 16 de setiembre se distribuirá tan esperada comunicación a los miembros del grupo de trabajo parlamentario. Algunos dejaron trascender que la disconformidad con el licuado del mecanismo de solución de diferencias en el nuevo Nafta (no en la OMC, claro), se resolvería en dos patadas. No se aclara quien dará las patadas y quién ofrecerá su anatomía para recibirlas. ¿Y las otras cositas?

En México se sabe que el actual subsecretario para América del Norte de la Cancillería, embajador Jesús Seade, principal negociador del nuevo Nafta, alegó que no son aceptables las ideas del gremialismo estadounidense (AFL-CIO), o sea el amigo Richard Trumka (un dirigente vitalicio con estilo similar al de Hugo Moyano), y de los legisladores de la causa inquietos por las supuestas debilidades de las reglas sobre standards laborales, quienes pretenden incluir el derecho a revisar in situ, y corporativamente, las empresas mexicanas inmersas en conflictos laborales. México es el único de los tres miembros del nuevo Nafta que ya ratificó legislativamente el texto, de modo que cualquier cambio que propongan Washington u Ottawa, y demande revisión parlamentaria, puede no ser un mero trámite. Hasta donde escuché, nadie se conformaría en Washington con reformas o compromisos de escasa o dudosa entidad legal o una indefinible exigencia en materia de aplicación (enforcement).

Los disciplinados colegas japoneses sugieren que el primer ministro Shinzo Abe difícilmente comprometa la firma de su país en un Acuerdo Comercial con Estados Unidos antes de ver en limpio lo que arreglen, si es que arreglan, las tres naciones del nuevo NAFTA. Sería torpe, sostienen, suscribir un acuerdo con menores derechos y obligaciones que los aprobados para el futuro marco regional.

Pero si uno toma en serio lo que sostiene Peter Navarro, el asesor comercial del Jefe de la Casa Blanca y numen inspirador de las guerras comerciales, la ratificación del nuevo Nafta será un hecho en lo que queda del presente año. Algunos no olvidamos que nuestro amigo Donald anticipó que si para agosto pasado no se concretaba la aprobación del nuevo Nafta, él daría por terminado el actual Nafta pase lo que pase.

Y por si faltara pimienta en este escenario, ya que existen distintas versiones sobre el tema, el viernes 13 por la noche el usuario de la Oficina Oval sostuvo que, si no queda más remedio, él estaría dispuesto a contemplar un arreglo comercial interino con China. Un rato después se desdijo y afirmó que esa era una opción, ya que decididamente prefiere en un acuerdo integral y de fuerte alcance. Habrá que seguir sus tweets.

Uno quiere suponer que el presidente Mauricio Macri y el ganador de las PASO, Alberto Fernández, saben cómo piensan sus visitantes. Estaba previsto, ignoro si ya se concretó, la visita de las autoridades de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos a Buenos Aires, una entidad de considerable influencia y con obvio interés de entender qué pasará con la economía argentina. Si lo logran, deberían compartir tan útil conocimiento con los habitantes del país.

Antes de llegar a Argentina, el vicepresidente senior de Política Internacional de esa cámara, John G. Murphy, hizo un conmovedor alegato a las autoridades ejecutivas y del Congreso en favor de la prioritaria ratificación del nuevo Nafta. Alegó que el Usmca (así se lo conoce en Washington), servirá para consolidar la apertura del intercambio con los mayores socios comerciales de los Estados Unidos. Tal flujo de intercambio genera 12 millones de puestos de trabajo y explica el 40% del aumento de las exportaciones registrado en la última década. Canadá y México compran más en ese mercado, que el conjunto de los once siguientes socios comerciales, tomados en conjunto, de la economía estadounidense. Un tercio de las exportaciones agrícolas, que en 2018 alcanzaron a US$ 137.000 millones, también se dirigen a sus socios del Nafta. Este hecho es particularmente sensible ante las inseguridades de acceso que hoy ofrece el mercado chino.

El Usmca también fortalece la posición exportadora del comercio digital, el que crece un 60% por ciento más rápido que el comercio de bienes, circunstancia que se tuvo en cuenta al redactar las incluidas en el proyecto de Acuerdo en debate, cuya vigencia permitiría consolidar esa realidad. Su texto también respaldará los derechos de propiedad intelectual, una actividad que emplea directa e indirectamente a unos 45 millones de habitantes. A la vez, el comercio con los socios regionales incentiva las actividades de unas 120.000 pymes estadounidenses.

Obviamente, la cámara vino a indagar como sigue la película en Argentina, porque la inestabilidad de la economía de Trump está llevando el planeta a la recesión, hecho que muchos venimos previendo hace más de cuatro años. Quizás esas resulten buenas razones para sacar a nuestro país de la siesta.

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