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Cambia el equipo, ¿cambia la política económica?

La crisis actual es, por lejos, la más innecesaria e impensable de las últimas 3 o 4 décadas

Héctor Rubini 15 junio de 2018

Por Héctor Rubini Instituto de Investigación en Ciencias Económicas de la USAL

La caída del presidente del BCRA sorprendió a muchos, pero no a los mercados financieros. La pérdida de credibilidad durante la crisis cambiaria de mayo no se revirtió con el anuncio del acuerdo con el FMI. La supertasas de interés no alcanzaron para frenar el apetito por las divisas, ya que los factores de desconfianza no se revirtieron. Las vacilaciones en la política cambiaria desconcertaron a los mercados en una semana donde se eliminó la oferta diaria de U$S 5.000 millones a $25 para ir a una flotación libre que cesa con la intervención del BCRA del martes, y ayer se regresa a una flotación libre. Un comportamiento que corona el deterioro de la credibilidad en toda la política económica y todo el equipo económico iniciado en la lamentable conferencia de prensa del 28 de diciembre pasado.

La unificación de Hacienda y Finanzas en el ministerio que siempre fue es una decisión acertada, pero insuficiente. Argentina no puede tener dos decenas o más de ministerios como Gran Bretaña. Un país con más de un tercio de la población en condición de pobreza e indigencia no puede darse el lujo de tener una burocracia sobredimensionada y, en general, bastante ineficaz.

El mercado ponderó no sólo la pérdida de credibilidad en la política cambiaria, sino la real capacidad política del Gobierno para iniciar en su último año de gestión un ajuste fiscal gradual de cuatro años. La creciente conflictividad social no viene por simple oposición política, sino por la errada política antiinflacionaria que se viene aplicando desde enero de 2016. El régimen de metas de inflación ha fracasado rotundamente, y llama la atención que en la Carta de Intención con el FMI se siga presentando a una tasa interbancaria a 7 días como el instrumento “telepático” para estabilizar las expectativas inflacionarias. Llamar “sesgo contractivo” a supertasas de interés de 40% a 7 días tiene sentido si se mira la actividad económica. Pero no respecto de algún objetivo de inflación. El circulante en poder del público está creciendo a un ritmo de 30% anual y, con una economía que no crecerá más de 1%, es inevitable una inflación en torno de 29%. Más cuando se esperan subas de tarifas y combustibles para el segundo semestre.

El cambio de funcionarios en ese sentido no cambia el paisaje general que tiene varios flancos débiles. ¿La Carta de Intención con el FMI se mantendrá en los términos del documento que se conoció ayer? La factibilidad de un programa de ajuste fiscal con baja de inflación y recuperación de crecimiento suena algo extraño por varias razones. Se prevé que seguirán subiendo tarifas para cerrar la ecuación costo-beneficio de las empresas, pero tendrá efecto inflacionario inevitable. Esto tornará imposible reducir las tasas de interés, según lo afirmado en dicho documento. ¿Cómo esperar un aumento de la inversión real? ¿Dejará en algún momento de ser más negocio el “carry trade” que la inversión en proyectos de la economía real? ¿En base a qué esperar un aumento, y no una caída adicional, del crecimiento económico? Si la inflación en 2018 se aproxima a 30% o más aún, ¿por qué debiera ceder la conflictividad social cuando se ha presionado a los sindicatos a que acepten subas salariales de sólo 15%?

Lo que se viene para el equipo reformulado no exige sólo recuperar credibilidad en la plaza financiera. Requiere un serio replanteo de una estrategia fiscal, monetaria, cambiaria y una política de ingresos totalmente errada. ¿Es factible conciliar tarifazos y su traslado a precios con un tipo de cambio flotante, pero estable? ¿Bajo qué condiciones se puede esperar que se estabilicen las expectativas sin una reducción del déficit fiscal, y del festival de endeudamiento con los mercados externos, ahora con el FMI, y encima el del BCRA vía Lebac? Si algo es claro, es que el rumbo seguido en estos últimos meses, con volatilidad cambiaria y de precios relativos conduce a una aguda estanflación que torna incumplible las metas acordadas con el FMI.

Todavía faltan varios días para el 20 de junio. Esperemos que el nuevo equipo económico se tome su tiempo para reformular lo que sea necesario, para dotar al compromiso con el FMI de un mínimo de coherencia con un sendero creíble de cuentas fiscales, agregados monetarios, precios, tarifas, tipo de cambio, tasas de interés, y deuda pública. Caso contrario, se perderán futuros desembolsos de dicho organismo o se agravará este escenario de crisis. Crisis que es, por lejos, la más innecesaria e impensable de las últimas 3 o 4 décadas.

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