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Bases para profundizar la fragmentación nacional

En una muestra de populismo que dice rechazar, Javier Milei pretende cumplir con su mandato desinflacionario soslayando las consecuencias de largo plazo de un programa que busca blindar el sector externo para abusar del dólar cómo ancla de inflación. 

El abuso del ancla cambiaria condena al país a una base estrecha de exportaciones ligadas a los recursos naturales.
El abuso del ancla cambiaria condena al país a una base estrecha de exportaciones ligadas a los recursos naturales.
Agustín Kozak 19 julio de 2024

La sancionada Ley Bases y las políticas del Gobierno revelan las prioridades de Javier Milei y el tipo de país al que aspira: uno doblemente desarticulado, tanto desde el punto de vista de los sectores económicos que lo impulsan, como de las regiones que lo componen. 

Las ventajas legales al pronto ingreso de capitales (RIGI más blanqueo y cambios en Bienes Personales) y la idea de una "Argentina cara en dólares", no solo promoverán la primarización productiva sino también la centralización geográfica de la actividad económica. 

En una muestra de populismo que dice rechazar, Milei pretende cumplir con su mandato desinflacionario soslayando las consecuencias de largo plazo de un programa que busca blindar el sector externo para abusar del dólar cómo ancla de inflación. 

Las asimetrías territoriales de Argentina

Argentina presenta una notable disparidad regional. Podemos tomar equivalencias territoriales para mostrarlo. Un 25% del territorio, al que podemos denominar la "Argentina Pampeana" (CABA, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos), explica 2/3 de la población, 3/4 del empleo formal, más del 70% de las exportaciones. Estas 5 provincias ostentan los mejores indicadores sociales, de infraestructura y de complejidad productiva. 

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Las asimetrías territoriales de Argentina

En contraste, el 27% del territorio que congrega a las regiones del NEA (Chaco, Corrientes, Formosa y Misiones) y del NOA (Catamarca, Jujuy, Salta, Santiago del Estero y Tucumán), registran los peores indicadores socioeconómicos del país, de dependencia respecto de los recursos naturales y de la asistencia del gobierno nacional, y de debilidad estatal. 

Las migraciones internas reflejan estos contrastes, con la "Argentina del Norte" expulsando población debido a la falta de oportunidades.

Hacia la configuración "fragmentada" de la Argentina actual

Resultante de eventos fortuitos, que librados a su propia lógica, fueron estructurando el territorio sin ningún criterio de equidad y eficiencia. La ausencia de políticas que deliberadamente buscarán gestionar sus impactos, tendieron a la concentración económica y poblacional en el territorio.

El punto de partida es el modelo agroexportador, patrón de inserción internacional dependiente de las dotaciones factoriales que explican una primera concentración en torno a la Pampa Húmeda y al litoral marítimo. El clima templado predominante en esta zona, y el gradiente de fertilidad decreciente de la tierra a medida que nos alejamos del puerto, son factores que reforzaron esta tendencia. 

Las políticas económicas de la época jugaron en el mismo sentido: la disposición de la red de ferrocarriles en abanico hacia el único puerto de ultramar y la política migratoria con escasos condicionamientos (para la ocupación homogénea del territorio) determinaron que el desarrollo exportador orientado hacia Europa de finales del Siglo XIX concentrara la actividad alrededor de la puerta de salida del Atlantico.

Este paradigma colapsó durante las grandes guerras y la Gran Depresión, frente a cambios geopolíticos y un proteccionismo creciente. La falta de complementariedad con EE.UU. exigió nuevas respuestas, las que vinieron de la mano la estrategia de industrialización por sustitución de importaciones (ISI). La ISI, lejos de gestionar las concentraciones territoriales heredadas, las exacerbó. La industria se centró en mercados urbanos ya establecidos, atrayendo migraciones internas en busca de empleo. El carácter internista de las manufacturas, reforzó la localización empresarial en torno a los mercados domésticos de mayor tamaño. 

Esta circularidad fue construyendo en la Pampa Húmeda un polo que debilitó el desarrollo del resto de las regiones. Así la ISI, que buscaba combatir los efectos del "centro-periferia" en el plano internacional, paradójicamente aumentó internamente la "heterogeneidad estructural" al no considerar la planificación regional. Así se consolidó un patrón territorial desequilibrado, con regiones productivas desarticuladas y dependientes de transferencias federales, en el cual la inserción en el comercio internacional es un asunto privativamente pampeana.

Lógicamente los actuales desequilibrios regionales de Argentina, no son culpa de este Gobierno, aunque podemos analizar el impacto de su política económica en clave territorial.

El nuevo paradigma económico

  • El mandato desinflacionario de Milei 

La inflación se ha vuelto central en el debate económico argentino. Milei, como panelista, predijo una hiperinflación que no se materializó, pero las últimas gestiones duplicaron la inflación heredada. Esta aceleración complicó las decisiones de inversión y consumo, erosionando el poder adquisitivo y marginando sectores de la población.

Milei es un emergente del fracaso de la política tradicional para leer las demandas de la sociedad. Una disonancia entre los planteos y las respuestas. Así, mientras la sociedad reclamaba "moneda", la política ofrecía "platita", deteriorando las funciones elementales del peso como dinero. La obsesión desinflacionaria de Milei tiene arraigo en un planteo mayoritario malinterpretado por la política tradicional. 

El ajuste no es popular, lo impopular es el deterioro progresivo del bien público más esencial que se espera de cualquier Gobierno: la estabilidad macroeconómica.

  • La visión del fenómeno inflacionario y sus consecuencias    

El enfoque de la inflación como "siempre y en todo lugar un fenómeno estrictamente monetario" explica los principales objetivos de política económica: eliminar todo grifo de emisión monetaria.Lo más grave de este enfoque es la visión de que el tipo de cambio real (TCR) de equilibrio está determinado por los fundamentos monetarios del país. La apreciación del peso sería la consecuencia natural del apretón monetario.  

El TCR no es una variable "monetaria" sino, ante todo, "real" o "productiva", porque no solo determina la competitividad del país, sino también el rendimiento de las inversiones, particularmente en aquellos sectores más alejados de las ventajas comparativas neoclásicas (dotaciones factoriales). De este modo, la acumulación de capital y la incorporación de tecnología que determinan las ganancias de productividad en actividades no tradicionales, dependen de TC atractivos que compensen el mayor riesgo asociado a crear esos sectores en el marco de mercados subdesarrollados. 

Por ende, el abuso del ancla cambiaria condena al país a una base estrecha de exportaciones ligadas a los recursos naturales. La concentración y primarización de las exportaciones es un proceso que (causalmente) acompañó a la estanflación que desembocó en Milei: en 2006 las exportaciones del complejo cerealero-oleaginoso representaban menos del 25% de las exportaciones totales, en 2022 más del 50%; el PIB per cápita de ese año retrocedió a valores del 2008 en términos reales mientras que el nivel de precios se multiplicó por 250 en el mismo lapso.

Sin embargo, lo que es malo para la producción puede no serlo para la desinflación. Pisar el TC en economías pequeñas, abiertas y con memoria inflacionaria permite controlar la evolución de los precios. El truco del control inflacionario con dólar anclado tiene varios episodios en Argentina (los '90, 2011-2015, 2018-2019, 2021-2023). Esto es posible mientras la restricción externa no se haga efectiva. Incluso aquellos programas exitosos en bajar la inflación de forma perdurable (Convertibilidad, Plan Real), debieron abandonarse cuando la escasez de dólares se hizo palpable.

  • Solución a la restricción externa

En última instancia, es evidente que el problema de Argentina es la escasez de dólares. La restricción externa no sólo gatilla el abandono de los planes de estabilización, también impone un techo al desarrollo nacional. El TC se usa como ancla ante una inflación desbordada, el dólar se atrasa, la competitividad se resiente, la estructura productiva se concentra y primariza, se acumulan los déficits comerciales, la carga de la deuda se vuelve insostenible, aumenta la percepción de riesgo, se revierte el flujo de los capitales, devaluación forzada, fogonazo inflacionario. 

Hay sólo una forma de salir de este bucle infernal: el aumento de las exportaciones. Encomendarse a la providencia y esperar la carambola de buenos precios con buenas cosechas nos llevó a esta coyuntura. Una forma más sensata consiste en incorporar nuevos sectores exportadores. Tal incorporación tiene importancia cuantitativa como cualitativa, porque el desarrollo de los países está asociado a la diversificación y sofisticación de su estructura exportadora. 

El RIGI es una opción, un atajo, que queda a mitad de camino. Es la promoción de ciertos sectores muy vinculados a las dotaciones factoriales del país: energía, minería y litio, sin mucho estímulo a generar, en torno a ellos, una densificación del entramado productivo. Es decir, el RIGI busca promover pocos sectores, muy potentes, sin mucho valor agregado ni derrame sobre el empleo. Es decir, es la apuesta por una balanza comercial superavitaria aunque sin complejidad. 

Ciertamente, es un esquema superador al de los 90s, en dónde la inversión extranjera directa (IED) se focalizó en sectores no transables. No obstante, lejos está de ser una alternativa virtuosa, lo que supondría el desarrollo de sectores más sofisticados desde el punto de vista tecnológico, es decir un apartamiento decidido de las ventajas comparativas tradicionales. Sin embargo, la opción de una enfermedad holandesa autoinfligida es más consistente con la desinflación con ancla cambiaria, porque el atraso no afectará la viabilidad de estos sectores, que podrán aportar los dólares para evitar que el esquema desinflacionario con ancla cambiaria estalle. Principio de revelación: la preferencia de una estabilización de corto plazo, al costo de un subdesarrollo permanente.

Hasta que la capacidad exportadora de esos sectores maduren, el alivio de la restricción externa vendrá de la mano de la IED. Esto explica la generosidad desproporcionada de los beneficios ofrecidos a inversiones que de todos modos se desembolsarían. El punto no es atraer esos capitales, sino convencerlos de que el momento de inyectar los dólares es ahora. Todo el esquema apunta a blindar el sector externo de la actual gestión de gobierno, sin considerar las consecuencias de largo plazo sobre las capacidades productivas. Al respecto, es sugestivo que la obligatoriedad de liquidación de divisas desaparece al cabo del tercer año desde la adhesión al régimen. 

Las consecuencias territoriales de Milei

El Gobierno podría reducir la inflación aferrándose al atraso cambiario y utilizando el RIGI para obtener los dólares necesarios que eviten saltos bruscos en el TC. Aunque el experimento podría tener éxito inicialmente, las consecuencias a largo plazo son preocupantes.

La desinflación basada en un dólar barato llevará a una economía más primarizada y dependiente de enclaves extractivistas. Los sectores sofisticados no podrán competir, mientras que otros, vinculados a las ventajas comparativas, reforzarán su atractivo al calor de generosas concesiones legales.

Hay un costo social potencial, ya que no está claro si los sectores promovidos por el RIGI podrán absorber la desocupación resultante de la desarticulación del aparato productivo causada por el atraso cambiario.

También hay un costo geográfico o territorial. Por un lado, el impacto de las crisis es asimétrico: el atraso cambiario amenaza con una depresión severa, y la región pampeana ha demostrado ser más resiliente que las periferias para enfrentarla. 

Por otro lado, el RIGI está concebido para apuntalar actividades limitadas geográficamente, asociadas a la extracción de riqueza natural cordillerana. La falta de incentivos para encadenamientos productivos restringe aún más el alcance geográfico del impacto potencial.

Así, el Norte se fractura. Provincias como Catamarca y Jujuy se verán favorecidas, mientras que el resto seguirá rezagado en indicadores socioeconómicos.

El problema de fondo es el sustrato teórico detrás del nuevo paradigma económico, totalmente divorciado de la realidad y de las necesidades a largo plazo del país. El principio neoclásico de evitar toda interferencia en el sistema de precios para lograr la mejor asignación posible de recursos es una falacia. Las economías subdesarrolladas, por definición, tienen mercados con más fallas, por lo que sus precios transmiten menos información y requieren mayor intervención correctiva del gobierno.

En segundo lugar, el supuesto de los rendimientos decrecientes a escala de este modelo sostiene que los factores productivos se movilizarán hacia los lugares donde son escasos y, en teoría, más rentables. Sin embargo, en la "Argentina del Norte", el stock de capital productivo es dramáticamente inferior al de la "Argentina Pampeana", y aun así no se observa una lluvia de inversiones en el Norte. No hay impedimentos a la libre movilidad de los capitales dentro del país.

El "embudo" argentino, en el que todo se concentra en torno al centro productivo y el puerto, no se revertirá de forma espontánea. Las mismas fuerzas centrípetas que explican la concentración de la actividad económica debilitan el tejido productivo de las regiones restantes, actuando como un imán para la mano de obra calificada, las corrientes migratorias y las nuevas inversiones.

El punto que queremos resaltar es que ni las instituciones, ni la macroeconomía, ni los mercados pueden generar por sí solos un desarrollo industrial dinámico en las provincias del norte del país. La horizontalidad de las reglas de juego, lejos de revertir este cuadro, tenderá a agravarlo. 

En ausencia de estrategias específicas y desequilibrios deliberados que neutralicen las fuerzas centrípetas de la geografía económica, la brecha territorial se irá ampliando cada vez más. Lejos de esto, el actual programa económico tenderá a polarizar aún más las ya fragmentadas realidades de "las dos Argentinas".

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