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El argumento necesario

La obra que viene, además de resolver la estabilidad del escenario (deuda externa y social, inflación y puesta en marcha del aparato) necesita proponer, y sería la primera vez en 45 años, incentivos para invertir y exportar. Si eso funciona, todo lo demás se dará por añadidura.

Carlos Leyba 06 diciembre de 2019

 Por Carlos Leyba

Otra está por empezar. La que terminó fue realmente mala. Es que era malo el argumento. De ninguna manera podía salir bien. Ayer el director, de la que acaba de terminar, contó una versión que los demás no vimos.

De la que vimos, los actores resultaron en general pésimos y la dirección, por el resultado, hizo recordar a las tomas del director ciego de Woody Allen.

La escena del final fue lo peor. Perdieron reservas con el mercado cambiario libre y las aumentaron con el cepo al que condenaban. Ganaron las elecciones, entre otras razones, por el hartazgo de las cadenas nacionales de Cristina y se despiden con una cadena nacional que, mirando toda, toda, la realidad, parecía un dibujo animado. Ni una autocrítica. Como todo en la vida termina, otra proyección está por empezar. A cuatro días de estrenarse no conocemos el argumento, ni todos los actores y de los conocidos no sabemos el papel que les tocará y son más de 20.

La dirección, según contrato, es de Alberto Fernández. Sin embargo, en el casting participaron algunos socios.

Pero lo más importante es que no conocemos el argumento. Vimos algunas “colas”, como se decía antes, pero es difícil, con tan pocos elementos, saber de qué se trata.

Conocemos la duración, cuatro años con un intervalo a los dos años.

Ese intervalo, que llega tan rápido, obliga al director y al elenco a preocuparse más por la inmediatez de los resultados que de la solidez de los mismos. Lo que dura es lo que se hace con tiempo.

Dentro de dos años se habrá de encender la luz y muchos de los que están desde el principio tal vez no vuelvan a la sala si la primera parte no resulta atractiva. Tal vez es un dilema: soluciones rápidas, pero transitorias; demoras y fatiga y en una de esas se van todos de la sala. No es fácil.

Si la primera parte resulta atractiva, entonces la segunda parte contará con enorme expectativa o si se quiere con sala llena.

La cuestión no es menor, en la película que terminó, la primera parte fue mala y la segunda peor.

Para la primera, el director Mauricio Macri puso todo lo que valoraba, la atracción: dólares, dólares, dólares. En la segunda se sintió el llanto desgarrador ¡por el dólar!

Esta vez puede que se cumpla, no lo deseamos, aquello que le dijo el Bachiller Sansón Carrasco a Sancho: “Nunca lassegundas partes fueron buenas” (El Quijote). Claro que eso supone que las primeras sí lo fueron.

El temor a la inevitabilidad de ese dicho obliga, como hemos señalado, a privilegiar la premura en los éxitos de la primera parte de la gestión.

Tal como se han armado las cosas, cosechar éxitos es una exigencia inmediata. Cosechar éxitos en el corto plazo no es lo mismo que abonar el largo plazo.

Para la proyección que se inicia, salvo cambios en el armado político, resulta inevitable cosechar en la primera parte de la proyección. ¿Por qué?

Esta es una de las razones para sostener la necesidad de la “amistad política” como fundamento primigenio del acuerdo político, económico y social. Veamos.

El plazo que la sociedad le otorga a la aparición de resultados positivos, la espera en calma, es directamente proporcional a la amplitud del sostén político.

Ninguna mayoría parlamentaria (efecto escribanía) es suficiente para alcanzar la amplitud requerida para sostener el largo plazo. Eso sólo se logra con el consenso derivado de un acuerdo que necesariamente incluye entre los firmantes al que puede reemplazar al que hoy gobierna.

Esa es la sabiduría de los oficialismos: construir la oposición en los sistemas cuya salud la brinda la alternancia pacífica en el poder. Es que una política pasa a ser de una política de Estado sí, y sólo sí, incluye al oficialismo junto al apoyo de una parte sustantiva de la oposición.

El comentario viene a cuento porque la próxima proyección, al igual que la que termina, y la anterior, y la anterior, y la anterior, y la anterior, a pesar de la reiterada mención a la necesidad del acuerdo, hasta ahora, no ha dado señales de ponerse en marcha. Es una carencia.

Un acuerdo hay que irlo a buscar. No viene solo. Y en general lo lógico es la creación del clima. Ni frío, ni calor de excesivo amor, que no hace falta, ni de mucha bronca que lo echa todo a perder. Calma. La calma que da la seguridad de conocer el camino y de haber trazado en el mapa la ruta. O el argumento si de películas hablamos.

Dicho esto vamos a las condiciones que debe cumplir el próximo argumento de la proyección que se inicia el 10 de diciembre. Las condiciones necesarias según las reglas del arte.

Una parte del argumento, común al nuevo oficialismo y a la próxima oposición, es la idea que la naturaleza nos ha regalado Vaca Muerta y que ella nos dará vida, en términos de una catarata de dólares, con los que se terminará el problema de la deuda pública y la restricción externa y que, además, nos permitirá resolver, por qué no, la deuda social. Bingo.

La madre naturaleza, a la que Leopoldo Lugones cantara por aquello de las ganados y las mieses, convertida en oro negro y gases benévolos, nuevamente nos regalará un futuro venturoso. Una ubre generosa que solo hay que ordeñar. ¿Otra vez?

Un mensaje generoso del lado de la oferta. Me explico. Macri y algunos actores del nuevo elenco insisten en que Vaca Muerta nos salvará y tenemos que privilegiarla sin poner en cuestionamiento las cuentas. Es una convicción. Pero esa convicción implica subsidios. Muchos. ¿Está tan claro? ¿Por qué decimos lado de la oferta?

El argumento de todas las películas de la economía pasa por definiciones acerca de la oferta y la demanda globales. La oferta global se compone de lo que producimos, cuya suma conforma el PIB, más las importaciones.

La oferta global es la suma de todos los bienes y servicios que disponemos para satisfacer las necesidades. La apelación a Vaca Muerta acude a poner en el lugar central la explotación primaria: multiplicar la oferta de un bien, que no está mal, pero que supone un enfoque básicamente parcial.

El otro término, de la ecuación económica, es la demanda global que se compone de lo que nos compran (nuestras exportaciones) mas lo que invertimos (las inversiones) mas lo que consumimos.

La relación entre oferta y demanda es una parte de lo que cuida la política económica. Las finanzas, la moneda, el Presupuesto, la tributación, en definitiva, son instrumentos que afectan a los términos de esa ecuación.

Hay un supuesto previo: todos los términos de la ecuación tienen que crecer y el argumento de la próxima película tiene que explicar cómo lo piensa hacer. El gran problema histórico es que ninguno de esos términos tiene una trayectoria de crecimiento.

Estamos esperando conocer el argumento de como se va a procurar que incremente el consumo y la capacidad de compra y pago de bienes y servicios del exterior, es decir las exportaciones y, naturalmente, para que el crecimiento del consumo y de las exportaciones sea posible y no genere estrés, es necesario explicar como aumentaran las inversiones.

La clave absoluta de todo argumento sustentable en el largo plazo es qué condiciones va a crear la política para que aumenten las inversiones. Sin ellas, no hay crecimiento del empleo ni de la productividad: y esa ausencia es una matriz de decadencia.

A esta altura el lector se preguntará de qué estamos hablando. Estamos hablando de los capítulos en los que debe necesariamente desarrollarse el argumento de la próxima y cualquier otra película o gestión de gobierno.

Hoy se anunciarán los actores y tal vez (será difícil) a qué personaje interpretará cada uno.

Pero lo importante es que se conozca el argumento. Es cierto, la sorpresa es necesaria. Pero sin la línea argumental es imposible comprender y juzgar. Todavía no lo conocemos.

Lo que sí conocemos es el escenario, la locación como se dice en el ambiente cinematográfico.

Hay un telón de fondo. La deuda externa. Una representación del verdadero infierno al que hemos sido condenados. ¿Qué, quién , cómo nos rescatara del fuego para que las llamas no nos devoren?

Todos los actores estarán parados sobre un tablado social frágil compuesto de 41% de pobreza ,9% de indigencia y 60% de los niños que sobreviven en la pobreza. ¿Cómo no caer con un piso tan enclenque? Desde el techo llueve una presión de precios de cuya intensidad depende que la troupe pueda conservar la estabilidad necesaria para gobernar.

Y la iluminación, lo que permite ver hacia adelante, nos señala que la marcha de la economía es cada vez más tenue, cada tanto se detiene, y se escucha el griterío de muchas empresas que hoy mismo han dejado de cumplir sus compromisos.

En estas condiciones el público está ansioso: quiere escuchar el argumento de la futura proyección y necesita que se proyecte un final feliz.

Ese final requiere apagar el fuego del telón de fondo de la deuda; asegurar el piso de la pobreza sobre el que estamos parados; detener la lluvia furiosa de la inflación y además que el sistema de iluminación permita vislumbrar un futuro más claro.

El argumento de la película que está por empezar tiene que convencer que podrá manejar el fuego de la deuda externa, la inestabilidad de la deuda social combinada con alta inflación y, a la vez, poner en marcha la maquinaria económica para que las sombras se despejen.

La película que acaba de terminar deja en estado de gravedad el escenario. Es grave. Pero no pudo explicar con que herramientas hubiera podido aumentar las inversiones o multiplicar y diversificar las exportaciones, lo que significa ignorar el futuro.

La obra que viene, además de resolver “la estabilidad” del escenario (deuda externa y social, inflación y puesta en marcha del aparato) necesita proponernos, y sería la primera vez en 45 años, los incentivos para invertir y exportar. Si eso funciona, todo lo demás se dará por añadidura.

Las películas que hemos visto en estos años olvidaron lo esencial. No hay manera de crecer, de seguir existiendo, si no acertamos a exponer de manera atractiva el argumento para multiplicar las inversiones y las exportaciones. Solos es difícil. Sin argumento imposible.

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