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La “reduflación”, un término extraño para una realidad tangible

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Amalie Ablin 03 marzo de 2020

Por Amalie Ablin 

En economía, se define bajo la críptica denominación de “reduflación” al proceso por el cual las mercancías transadas reducen su peso o cantidad por envase (“downsizing” en inglés), aunque sus precios se mantienen, o incluso aumentan. En general, dicho desarrollo no hace sino responder a un incremento en el nivel general de precios de los bienes -manifestado por unidad de peso o volumen- originado en múltiples factores, esencialmente la pérdida de poder adquisitivo de la moneda, la subsecuente caída del poder de compra de los consumidores y/o el aumento del costo de los insumos. De esta forma, la “reduflación” debe ser observada como un mecanismo de adaptación de la oferta a la presión inflacionaria, atendiendo al objetivo de las empresas individuales de minimizar perturbaciones en la dinámica de operación del mercado, aunque manteniendo al mismo tiempo las participaciones relativas de sus marcas en un contexto de fuerte competencia.

Así, la consolidación de este mecanismo en los mercados incorpora una forma sigilosa de inflación, constituyendo un fenómeno de difícil identificación estadística, el cual por ende conspira contra una precisa cuantificación de los niveles inflacionarios del sector alimenticio en particular en el largo plazo.

La incidencia de este proceso ganó difusión en nuestro medio hacia principios del año en curso, cuando la Presidenta de la Asociación de Defensa de los Consumidores y Usuarios de la Argentina (Adecua) enfatizó que los bienes envasados ofrecidos en las góndolas de los mercados ofrecen presentaciones cada vez más pequeñas, alertando asimismo contra los denominados “nuevos envases” de productos ya conocidos -cuyos embalajes pueden inducir a error a los consumidores- ya que aunque no presentan diferencias con los precedentes sus porciones resultan siempre más reducidas.

Esencialmente, esta política evidencia la intención perseguida por las empresas procesadoras de incrementar las unidades colocadas para mantener su nivel de ventas, a cuyo efecto introducen envases más pequeños de productos masivos (por ejemplo gaseosas, cervezas, galletitas, yogures, etcétera) entre sus artículos más difundidos, según surge de la observación de los especialistas. Así, cabe destacar que las razones antes enunciadas como impulsoras de la “reduflación” han promovido nuevos hábitos en la comercialización de productos alimenticios, tales como la venta de galletitas por unidad (en quioscos o minimercados), conformando un novedoso segmento de mercado que parece haberse instalado con vistas a un horizonte probablemente prolongado.

En cualquier caso, cabe aceptar que por motivos tal vez distintos el proceso descripto se ha verificado asimismo en otras latitudes, incluyendo a Europa, donde puede por ejemplo mencionarse la reducción en 2016 del diseño tradicional de las barras de chocolate de marcas famosas, tales como el icónico Toblerone suizo. Aunque muchos consumidores atribuyeron inicialmente tal criterio al propósito de limitar las restricciones calóricas apropiadas para una alimentación sana, la indignación creció en tanto los precios por unidades en definitiva más pequeñas se mantuvieron constantes. Finalmente, la empresa Mondelez International, titular de la marca citada, debió aceptar públicamente que la decisión de cambiar la forma de la barra, con la consiguiente pérdida del 10% de su peso, estuvo destinada a mantener el producto accesible para los clientes, en razón de los elevados costos internacionales del cacao.

El ejemplo precedente parece evidenciar que las empresas confrontan tres opciones cuando los costos aumentan: a) aumentar el precio de los productos involucrados; b) ofrecer tamaños más pequeños de los mismos, o c) disminuir la calidad de los ingredientes.

En general esta última opción es rechazada por las marcas famosas instaladas sólidamente en los mercados, ante el riesgo que los productos no mantengan el sabor al que el consumidor se encuentra habituado, lo que constituye el activo más importante del bien en el campo de los alimentos y bebidas, y por ende se considera en el largo plazo un sendero potencialmente más negativo para las ventas que la eventual disminución de tamaño del producto.

Por otra parte, cabe reconocer que la estructura de formación de precios en el sector de procesamiento de alimentos resulta compleja, al depender de la incierta evolución del valor de los insumos -particularmente aquellos importados- los costos de energía, etcétera, mientras al mismo tiempo debe guardarse una relación de equilibrio con los supermercados y demás vías de comercialización, de forma de poder retener la respectiva cuota de mercado. Por ello, la industria alimentaria ha adoptado para determinados productos -tales como las papas fritas envasadas, helados industriales, galletas, pastas y golosinas- la estrategia de “reduflación” como política desde hace décadas, aunque hoy dicha tendencia se agudizó más vertiginosamente que nunca, extendiéndose a nivel mundial.

En cualquier caso, más allá de las razones objetivas que pudieran justificar en alguna medida la tendencia antes descripta, en muchos casos las empresas pretenden confundir a sus consumidores -presumiendo que los mismos no perciben las alteraciones en sus productos- o especulando con que el prestigio de los mismos contribuya a mantener la fidelidad de la clientela, e inclusive con la ausencia de sustitutos alternativos en el mercado.

No obstante, cuanto mayor la necesidad de maximizar el uso de sus limitados ingresos más persiguen los consumidores mejorar el rendimiento de sus compras recurriendo a explorar nuevos mecanismos de compra -facilitados por la difusión de los recursos tecnológicos disponibles- vía adquisiciones online en tiendas mayoristas, productores alternativos, maximercados con marca propia, y otros puntos de venta que pueden competir en materia de precios con los supermercados y demás fuentes de comercialización. Así, un segmento eventualmente creciente de consumidores consiente abandonar su fidelidad por determinadas marcas de primera línea si descubre alternativas que ofrecen una relación calidad-precio más equilibrada.

En este sentido, dada la contracción de la demanda particularmente aguda registrada hoy en nuestro país, los consumidores comienzan a examinar más detalladamente la información contenida en los propios envases de los productos, donde la relación peso-volumen resulta fácilmente detectable, y por ende comparable, en cualquier paquete etiquetado acorde la normativa vigente.

En resumen, la “reduflación” no sólo resulta un proceso en general irritativo para el consumidor, sino que para millones de habitantes que luchan por mantener su seguridad alimentaria cotidiana constituye la diferencia entre poder o no alcanzar a satisfacer su compra regular. En efecto, aunque productos en principio prescindibles -tales como los chocolates, alfajores, jugos, gaseosas, entre otros- constituyan los ejemplos más difundidos de la reducción de volumen, cabe destacar que esta tendencia afecta asimismo en gran medida a consumos esenciales que conforman buena parte de la canasta alimentaria -desde las proteínas provistas por una hamburguesa al calcio contenido en los lácteos envasados, o las vitaminas provistas por los cereales- con las subsecuentes consecuencias negativas sobre la adecuada dieta de la población, en particular aquella cuyos ingresos relegan a ajustarse a envases más reducidos.

(*) Las opiniones vertidas son de exclusiva responsabilidad del autor y no comprometen a la institución en la cual se desempeña

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