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Con Bush o con Chávez, neoliberal o estatista, el peronismo está a la moda

El corazón peronista acompañaba CFK por sus votos. Si esa capacidad se pone en duda, el viejo y tradicional peronismo irrumpe.

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Oscar Muiño 28 septiembre de 2021

Por Oscar Muiño

Carlitos era un vendaval. Llegó de la nada, con el rejunte que subía a la ambulancia. El peronismo oficial se había inclinado por Antonio Cafiero, presidente del justicialismo, gobernador de Buenos Aires, favorito para reemplazar a Raúl Alfonsín al año siguiente. Los confiados jóvenes Carlos Grosso y José Luis Manzano ubicaron al tercero de ellos, José De la Sota, como vicepresidente.

Enojaron a peronistas tradicionales y los sindicatos movieron su aparato. En julio de 1988 “los muchachos salieron de debajo de las piedras para votar”, lamentaba un cafierista. La noche de la derrota, los perdedores agotaron aviones y helicópteros hacia La Rioja, ansiosos por cambiar de bando.

Su campaña electoral prometía recuperar las Malvinas y retomar banderas distributivas. Apenas llegó, Carlitos cambió de ideal. Liberó a los militares, empezando por Videla y los carapintada. Después quebró a los combativos de la CGT, dejando a Ubaldini y Lorenzo Miguel en minoría. Encolumnó al país en relaciones carnales asimétricas con George Bush y envió militares a la Primera Guerra del Golfo. Privatizó las jubilaciones, cerró ramales de tren y remató las empresas públicas (las compraron europeas igual de estatales). Para que no quedara duda, se abrazó con el almirante Isaac Rojas y el ingeniero Alvaro Alsogaray.

El “gorilismo” entró al gabinete, sin horrorizarse por una Suprema Corte inaceptable. El costo de convertir un movimiento obrerista en campeón neoliberal conservador fue mínimo. Apenas el Grupo de los Ocho, unos pocos diputados que se alejaron horrorizados por el estallido del tejido social, la desnacionalización y la historia.

Un ministro murió en días. Una segunda hiperinflación amenazaba arrasar todo. Menem sufría depresiones y muchos pensaban que duraría dos años. Había que aprovechar, rápido. De repente, Domingo Cavallo pasó de canciller a Economía, inventó un peso = un dólar. Mágicamente se paró el desbarajuste (vendrían otros, acaso peores, pero ese se frenó). El peronismo se disciplinó.

Carlitos era generoso, en particular con los fondos públicos. El único requisito, reconocer su señorío: admitir su liderazgo, indisoluble del tributo. Menem perdonó ofensas y le hizo lugar a los vencidos. Salvo Cafiero, todos tuvieron su puestito o su puestazo. De la Sota viajó de embajador al Brasil, Grosso fue intendente de Capital Federal y Manzano llegaría al Ministerio del Interior.

Menem siguió ganando elecciones. Su victoria en 1993 le abrió la reforma de la Constitución para un segundo mandato. Eduardo Duhalde, que se relamía para cambiar la gobernación bonaerense por la Casa Rosada, no tuvo más remedio que bajar la cabeza. En 1995, Menem volvió a ganar. Pero no todos los días son Santa María. Perdió las legislativas de 1997 y un intento postrero de re-re-elección (“La rerre”) fue frenada por la oposición y por el propio Duhalde. En venganza, Carlitos no se esmeró para facilitarle la sucesión. Y ganó Fernando De la Rúa.

De la Rúa se derrumbó en 2001. El país no daba pie con bola. Los presidentes duraban horas. Cuando Adolfo Rodríguez Saá amagó quedarse, Duhalde, que seguía siendo poderoso, lo volteó. El país se disolvía, Duhalde asumió y pidió ayuda a Alfonsín. El único gobierno peronista-radical de la historia evitó el desastre. A un costo inmenso, volvió la normalidad (2002-2003).

Duhalde no quería que volviera Menem pero no encontraba candidato: Carlos Reutemann no quiso (Dios sabe por qué), De la Sota no subía en las encuestas. Para colmo, se apuntó Rodríguez Saá, ansioso de revancha. Una interna de tres la ganaría el riojano. Así que Duhalde eliminó la interna. Todos a la cancha. El llevó a un candidato desconocido, el gobernador de Santa Cruz. El más loco comicio de la historia. Tres candidatos peronistas, otros tres pan-radicales (Leopoldo Moreau, Ricardo López Murphy, Elisa Carrió). Menem salió primero pero sus amigos lo obligaron a no presentarse al ballotage. No tenía posibilidad de ganar y los suyos anhelaban, como siempre, acudir presurosos en auxilio del vencedor. Que, saliendo segundo, fue Néstor Kirchner.

Kirchner reunificó en seguida al peronismo. Mantuvo el gabinete duhaldista y, uno a uno, fue dando vuelta a sus ministros. En 2005 decidió destruir el poder de su mentor. Movió la dama; Duhalde lo imitó. Cristina apabulló a Chiche. Néstor arrancó con un discurso inverso al de Menem: estatismo, defensa de los pobres (gracias a los noventa la desocupación devino crónica y la pobreza y el bandolerismo se dispararon), retórica antinorteamericana. Los que ayer ovacionaban el libre mercado descubrieron las virtudes del Estado. Si no les gustan mis principios, tengo otros.

Néstor ?un caudillo de provincia con mejor formación que Menem y más talento que el promedio- decidió que el peronismo no alcanzaba. Para gobernar veinte años imaginó turnarse con su esposa Cristina Fernández (“será pingüino o será pingüina”). Sabía que el peronismo no alcanzaba y buscó gobernadores radicales.

De seis que había, capturó cinco, por las buenas o por las malas. Al que tenía la provincia más grande ?Julio Cobos, de Mendoza- lo llevó a la fórmula: “Cristina, Cobos y vos”. Pero esa Concertación Plural naufragó enseguida, cuando los K enfrentaron al campo y Cobos les votó en contra la ley clave. La mayoría de los radicales volvió a la UCR pero otros se hicieron K, como Gerardo Zamora: fondos federales para cambiar Santiago del Estero. Néstor, ahí, reivindicó la vieja Juventud Peronista de los setenta, rescató apoyo de los restos del comunismo y sectores socialistas y de izquierda variopinta. Se juntó con Lula y con Maduro, con Chávez y con Correa (aunque entorpeció al Frente Amplio por la supuesta contaminación por las papeleras uruguayas de los ríos compartidos).

Muerto Néstor, Cristina es plebiscitada en 2011 (la mayor victoria del PJ salvo Perón) pero fue perdiendo aliados clave como el camionero Hugo Moyano. Sergio Massa dividió electoralmente al peronismo. La vereda de enfrente aprovechó y los peronismos, separados, fueron vencidos en 2013, perdieron la presidencia en 2015 (con Daniel Scioli, el vicepresidente de Néstor que había sido amonestado por el kirchnerismo en público) y la invicta CFK cayó por primera vez en su vida, en las senatoriales bonaerenses de 2017. Aprendió que para volver a la Rosada era indispensable reunificar al PJ. Convocó a quienes la habían denostado. Armó una terna (Massa, Felipe Solá y Alberto Fernández) y ungió la fórmula Fernández-Fernández. Victoria.

Un gabinete mezclado que terminó de paralizar la pandemia. La abrumadora derrota de las PASO en la peor elección del peronismo desencadenó el juego de luces. Cristina culpa al presidente, los ministros renunciantes quedan, los no renunciantes son renunciados. Pero el corazón peronista ?sindicatos, gobernadores, intendentes, senadores- venía acompañando a CFK por sus votos. Si esa capacidad se pone en duda?el viejo y tradicional peronismo irrumpe en el Gobierno. Juan Manzur ?un PJ clásico del noroeste- ha intervenido de hecho el Gobierno. Si le va bien, aspira a la presidencia de la República. También fue intervenido el Gobierno de Buenos Aires por el nuevo jefe de la administración, el lomense Martín Insaurralde, que parece copar La Plata.

La interna peronista ha vuelto a empezar. Con un dato curioso: sigue fuera del peronismo Miguel Angel Pichetto, sucesivamente colaborador del combativo ATE, menemista ortodoxo, duhaldista eficaz, nestorista entusiasta, cristinista de ley. ¿Acto aislado o anuncio de una diáspora?

La nota cierra una serie sobre las crisis internas de los gobiernos en Argentina.

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