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Peirano: “Pese a su importancia, el campo tiene poca injerencia en las decisiones del país”

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Damián Cichero 16 noviembre de 2020

Por Damián Cichero

Pese a la gran importancia de la agroindustria en la economía argentina, especialmente en las exportaciones y el aporte de dólares, muchas veces la sociedad ha sido indiferente y crítica frente a este sector.

En 2008, el campo recibió un gran apoyo urbano en el conflicto por las retenciones móviles y triunfó con el “no positivo” del exvicepresidente Julio Cobos. Sin embargo, hoy en día, no solo no existe una política agroindustrial a nivel nacional, sino que el agro no ha logrado consolidarse como fuerza de peso ni recibir un respaldo homogéneo de toda la ciudadanía.

“La primera revuelta fiscal de la historia argentina”, libro recientemente publicado, escrito en conjunto por Sergio Berenzstein y María E. Peirano, analiza cómo este conflicto y la 125 impactaron en la política y actualidad del país. En una entrevista exclusiva con El Economista, Peirano, Doctora en Management y Licenciada en Comunicación Social, revisa pasado, presente y futuro del vínculo campo-Gobierno en Argentina.

¿Cómo surge la idea de hacer este libro?

Yo asistí como periodista (trabajo en @citasderadio) a una charla que dio Sergio en una empresa agropecuaria en Carlos Casares, donde él hacía un análisis de la imagen de los políticos. En un momento, le pregunté si los analistas políticos tenían bajo su radar un cambio en la conciencia política que había tenido mi generación desde la 125 en 2008. Tenía 30 años y desde ahí conozco mucha gente, por ejemplo, que empezó a fiscalizar elecciones. Esto sucedió en 2017. Sergio respondió mi pregunta contando que el tema lo motivaba mucho, y me dice que estaba trabajando en un libro sobre la 125, pero que nunca lo lograba terminar. Cuando termina la conferencia, yo me acercó y le ofrezco mi ayuda. A partir de ahí empezamos a trabajar, y empezó una relación muy positiva. Mientras que Sergio se centró más en la teoría, yo hice un aporte más “de campo”. Es decir, una conexión con la realidad a partir de entrevistas con personas que estuvieron en los piquetes. Mi otro aporte fue sostener este proyecto a lo largo de los años, ya que Sergio tiene muchísimo trabajo y eso a veces no le permitía concentrarse a pleno en una sola cosa.

¿Por qué lo sucedido en 2008 podría considerarse la primera revuelta fiscal de la historia argentina?

Fue muy grande la movilización que hubo en la gente y en las ciudades del interior. El problema comenzó por un tema fiscal, como algo económico. Sin embargo, se terminó convirtiendo en algo simbólico mucho más significativo y profundo que un impuesto económico. Si uno investiga las revueltas fiscales en el mundo, en general, lo económico es un disparador de algo mucho mayor. Acá el conflicto fue mutando: arrancó con el tema de las retenciones móviles, pero después fue escalando hasta terminar en la discusión por un modelo de país. Se llama revuelta fiscal pero, al igual que muchos otros ejemplos en el mundo, se inicia como algo económico y termina siendo algo mucho más profundo.

¿Este conflicto cambió al kirchnerismo?

Eso es algo que Sergio vio desde el primer momento. El conflicto empezó a escalar hasta que terminó con el “no positivo” de Cobos. La situación fue histórica, y hasta dramática con el empate en el Senado. Después de eso, Sergio analiza que el kirchnerismo se consolidó ideológicamente. A partir de allí, surgió, por ejemplo, La Cámpora y se terminó de desarrollar la identidad política de sus fuerzas. Eso, en parte, sucedió porque el “campo” actuó como enemigo, ellos apuntaron con todo contra el campo. El kirchnerismo fue derrotado con el “no positivo” de Cobos, pero lograron capitalizar esa derrota para constituirse como una fuerza política mucho más visible y crecer. Por otro lado, el campo, que había ganado, en parte, terminó desintegrándose. A raíz del conflicto con el campo, el kirchnerismo encontró su identidad.

Es decir, ¿el agro fue el elegido en la lógica “amigo-enemigo”?

Necesitan un “enemigo” para poder afianzarse internamente, y el conflicto con el campo les dio esa posibilidad. En pleno conflicto, este enfrentamiento binario también se vio en la pelea con el diario Clarín y luego los medios, o en la introducción de palabras propia de otra época, como “oligarquía” o la “patronal”. Cuando Cristina (Kirchner) hablaba en conferencia de prensa, sus palabras eran muy violentas. Decía que la soja era un yuyo o que los oligarcas priorizaban la plata. Eso generaba que la gente vinculada al sector agropecuario se indignara y fuera a los piquetes, eran las personas que vivían en los pueblos que se oponían a lo que escuchaban. Luego de la derrota en el Senado, ellos continuaron desarrollando esta lógica de “amigo-enemigo” y, en parte, es el origen de la grieta, del “nosotros y ellos”.

¿Lo ocurrido con Vicentin deriva de aquel conflicto?

En ese sentido, nuestro libro es importante porque, desde 2008 hasta la actualidad, algo en la sociedad cambió. El kirchnerismo se consolida, pero el PJ se fragmentó, y eso posibilitó, de alguna forma, el triunfo de una alternancia con (Mauricio) Macri en 2015. Una de las huellas que más trascendencia dejó el conflicto con el campo fue que la ciudadanía sale a la calle a defender las instituciones cuando ven que se las intenta vulnerar. Cada causa, como la de Vicentin, en donde la gente siente amenazada la propiedad privada, sale a la calle a manifestarse. Se instauró una nueva forma de participación ciudadana y quedó establecido que es un modus operandi de nuestra sociedad.

¿En parte, hay una disputa por ver a quién “pertenece” la Nación y quien representa a la patria?

Eso fue una movida muy astuta por parte del campo, que se instauró cuando fue convocada la concentración en Rosario para el acto del 25 de mayo del 2008. Justamente en el Monumento a la Bandera, el campo empezó a ganar un poco la batalla simbólica. “Ponete una escarapela por el campo”, decían los panfletos que circulaban. El campo dejó de hablar de lo sectorial y de las retenciones y empezó a hablar de otros temas. Trajo la defensa de la Patria, la República y la democracia a la discusión. Y la ciudadanía se empezó a involucrar más en el conflicto, las ciudades empezaron a participar también.

Pese a la importancia del sector en el país, no existe una política nacional para el rubro. ¿Por qué el campo no logró consolidarse pese a su victoria en 2008?

Esa es una gran paradoja con la que arranca el libro. Cuando surge el tema de las retenciones, los productores agropecuarios se dan cuenta de que la gente en el Ministerio de Economía no tenía idea de cómo funcionaba el campo. El sector agroindustrial, con la importancia que tiene en nuestro PIB, tiene muy poca injerencia en las decisiones políticas y económicas del país. El sector tiene cero “lobby político”, en el buen sentido de la palabra, pese a ser el sector más importante. Se trabajaba mucho “tranqueras adentro”, hasta que se dio cuenta de que era un error. Eso es uno de los grandes aprendizajes que tuvo el sector y le permitió, poco a poco, ir tomando conciencia de la importancia de que los políticos entiendan cómo funciona y qué es verdaderamente el campo en su heterogeneidad. En las elecciones legislativas posteriores al conflicto, en 2009, hubo varias personas que pasaron de las gremiales del agro a postularse como “agrodiputados” en diferentes partidos políticos. Hubo mucho voluntarismo, y gente del sector, algunos con poca formación política, se incorporó a la lista de los partidos políticos. Estos fueron esfuerzos muy atomizados que no tuvieron una estrategia unificada. Al campo le cuesta mucho organizarse porque no es homogéneo. Lo positivo es que se generó una conciencia de que debían involucrarse en la política del país y se está empezando a construir esa cultura.

¿Por qué acá no hay políticas nacionales agroindustriales como en Francia, Brasil o EE.UU.?

También tiene que ver con una vieja disputa nacional en donde los argentinos no se sienten orgullosos de pertenecer a un país agropecuario. Siempre existió esa disputa campo-ciudad. Pero, desde 2008, ese tema de identidad y comunicación entre el campo y la ciudad se hizo más visible, y pueden trabajar juntos para lograr objetivos comunes.

¿Cuál es su opinión sobre las actuales negociaciones entre el Gobierno y el Consejo Agroindustrial Argentino?

Mi sensación es que debemos corrernos del eje binario o blanco y negro. La realidad es mucho más compleja que eso. Siempre hay gente muy extrema que no tiene ganas de construir, pero también hay mandos medios por debajo de los políticos que sobreviven a los cambios de gestión o de partido y que trabajan a largo plazo, intentando hacer las cosas bien. Hay gente valiosa, tanto en el Gobierno como representantes agropecuarios, que intenta construir a pesar de las disputas entre los líderes de ambos bandos. Casi todas las cámaras industriales de todas las cadenas de producción están en ese consejo, pero el eslabón de producción primaria (los productores) aún tiene mucha desconfianza de las industriales. Dicho esto, creo yo que hay un intento genuino de construcción a largo plazo en la que se trata de hacer algo a pesar de quien gobierna.

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