Más allá del contexto económico en el que se vota, también importan las decisiones que se toman en las campañas. Cristina Kirchner se reivindicó como estratega electoral luego de los errores que cometió en 2015 cuando terminó nominando como candidato a presidente a Daniel Scioli, cuya imagen se había encargado en deteriorar en los años previos. Además, permitió que Aníbal Fernández compitiese en las primarias para la gobernación de Buenos Aires, sabiendo que si ganaba en esa instancia, como finalmente ocurrió, sería un mal candidato para enfrentar la elección general.
En estas elecciones, Cristina acertó con la designación de Alberto Fernández porque implicó moderar la imagen del kirchnerismo frente a los castigados sectores medios, cuyo comportamiento fue clave para explicar el resultado de las primarias. Pero además de votantes, Alberto atrajo dirigentes y estructuras políticas. Casi todos los gobernadores de origen peronista, que estaban distanciados de Cristina y apostando por la tercera vía, lo terminaron apoyando. También fue clave para convocar a Sergio Massa cuya presencia permite sostener que se construyó un espacio político más amplio.
Cristina sabía que ella no podía ganar la elección sin el aporte de otros sectores, y que por lo tanto, necesitaba postular para la Presidencia a alguien con suficiente peso y permitirle que construya su propio perfil en la campaña. Pero además, debía darle credibilidad a esa decisión, y eso requería transcurrir la campaña en un segundo plano, lo que efectivamente hizo.
Finalmente, permitió la reconciliación, o por lo menos compartir la oferta electoral, con sectores del peronimso con los cuales estaba enfrentada. Eso incluyó respetar a los liderazgos locales aunque en muchos casos fueran una expresión del pejotismo que ella denostaba. Así como la expresidenta hizo todo lo que hacía falta para perder en 2015, en esta ocasión enmendó errores e hizo casi todo lo necesario para ganar.
