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Macri sigue siendo el favorito

El peronismo está dividido; Macri está herido, pero aún es muy competitivo y la economía no se mimetiza con la intención de voto. Con cierta estabilización nominal en la recta final y una campaña efectiva, las probabilidades de Cambiemos son superiores a las que se creen.

Alejandro Radonjic 29 marzo de 2019

Por Alejandro Radonjic 

Que el Gobierno tiene una desaprobación alta y en ascenso no es novedad ni materia debatible. Lo dicen las encuestas y lo confirma la calle. Tampoco es opinable que la intención de voto de Mauricio Macri viene bajando, que la inflación supera el 50% anual, que la pobreza afecta a un tercio de nuestros compatriotas, que el dólar triplicó su valor desde 2015 y que las economías urbanas y periurbanas la están pasando mal.

Siendo un año electoral y con las PASO a escasos meses, el razonamiento sigue, Mauricio Macri no va a reelegir y el peronismo vuelve para poner las cosas en orden, es decir, regresa a la Casa Rosada. Su hábitat natural. Lógico y verosímil, sin dudas, pero no es lo más probable. ¿Por qué? Veamos.

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Se suele decir que el mayor activo del Gobierno es la división del peronismo, y no es un comentario en vano. Más interesante aún es pensar por qué no se une el peronismo. Si 1+1 es 2, hoy, el peronismo unido se hace un picnic. Si un movimiento con semejante voracidad institucional no se amalgama es porque pasa algo, más subrepticio e invisible a los ojos. El peronismo no se quiere unir porque algunos sectores del movimiento no quieren ganar y/o porque saben, además, que los acuerdos cupulares no siempre tienen capilaridad aguas abajo: parte de los votantes de Sergio Massa son tan antikirchneristas como los de Macri. Atención radicales díscolos, también: si se abren, los votos no se van con ustedes.

En ese lote de peronistas para la derrota están algunos gobernadores (Sergio Uñac y Gustavo Bordet, entre los más vistosos), pero también otros sectores del peronismo, además de los federales, obviamente. Por ejemplo, eventuales gobernadores (como Omar Perotti en Santa Fe) o candidateables, como el cordobés Martín Llaryora, que va por la ciudad de Córdoba y tiene altas chances. Incluso, un Marcelo Tinelli, que ya declaró que quiere jugar más adelante. Todos saben que, si gana Cristina, puede ser el fin de sus carreras: látigo monetario (hoy, todos tienen las cajas muy bien) y cemento sobre sus construcciones políticas con miras a 2023. Con menos expectativas nacionales, también piensan parecido Juan Manzur, Rosana Bertone y Mariano Arcioni.

Algunos de estos sectores han encontrado en Roberto Lavagna a una figura respetable para consolidar y sellar esa división. Su utilidad histórica no es ganar (algo casi imposible) sino evitar que la vencedora sea Cristina y, así, también “juegan” para Macri. Sin decirlo, por cierto. El Gobierno tiene un mérito allí. Por los fallos de la Corte y su estrategia (o concepción) política, ha sido generoso fiscalmente. Hoy, los gobernadores no se quejan ni tienen que peregrinar a la Casa Rosada por sus fondos.

Sigamos. Macri está herido, decíamos, pero sigue manteniendo un núcleo duro más que competitivo. Hoy, se ubica en la zona de 30-35%. Y eso solo el inventario declarado. En un momento difícil para ser amarillo, es posible que haya varios puntitos más “en negro”. No olvidar la marea amarilla de las elecciones de 2017 que dejó a varios boquiabiertos.

¿Y la economía? Anda mal, por cierto, pero hay, por un lado, amplísimos sectores que están disociados del mercado. La inflación los afecta, así como el fin de las “changas”, pero tienen un piso de ingresos que se actualiza y, de hecho, las prestaciones subirían en términos reales en 2019, más aún tras la suba de 46% de la AUH anunciada el 1° de marzo. Si la inflación no se desboca, claro. La calle está movida, como siempre, pero no explota y por algo será.

Lo mismo pasa más arriba en la pirámide social, es decir, en las clases medias, donde el ajuste se sintió (mucho) más.Un informe de RTD, la consultora dirigida por Nicolás Solari, dijo ayer: “La intención de voto del oficialismo es consistentemente más alta que el nivel de aprobación que concita la gestión de Macri, y también que el nivel de optimismo que existe sobre el mediano plazo (?) Estas adhesiones adicionales que cosecha el macrismo provienen de gente que, pese a estar desilusionada con el Gobierno y ser pesimista sobre el futuro, prefiere al macrismo por sobre las otras alternativas opositoras. El dato es relevante porque ilustra los potenciales beneficios que Cambiemos podría obtener ante la ausencia de emergentes atractivos en el campo de la oposición”. En números, la intención de voto de Macri va entre 30% y 35%. Nada mal.

Hay, además, algo extraño que sucede con las crisis (no las agudas sino las moderadas, como las actuales). La gente puede elegir retroceder, volver a lo previo y poner todos en fojas cero o bien priorizar terminar lo que se arrancó, más allá de todo, porque, precisamente, es un momento crítico, todos se ponen conservadores y nadie innova. La psicología social muestra que el comportamiento promedio tiene un sesgo hacia la segunda opción, y es ese el terreno que abona el Gobierno, que sabe hacer campañas (y éstas también influyen) diciendo que en estos primeros cuatro años se han sentado bases para un futuro más próspero y sustentable.

Así, la situación dista de ser fatal para Cambiemos. El peronismo está dividido; Macri está herido, pero sigue siendo competitivo y la economía no se mimetiza con la intención de voto. Con ese mar de fondo, cierta estabilización nominal en la recta final y una campaña corta pero poderosa, las probabilidades de Cambiemos hoy son muy superiores a las que se creen por estos días volátiles.

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