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La habilidad del Presidente para coordinar la cumbre del G20

27 noviembre de 2018

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Mientras estaba terminando de redactar la presente columna, se publicó una nota de la excanciller Susana Malcorra acerca de la Cumbre de Líderes del G20 que sesionará este fin de semana en Buenos Aires. El nuevo testimonio confirma la existencia de hechos que obligan a una sólida reflexión. El primero, que Argentina solicitó y obtuvo la presidencia y la sede del foro de cooperación y diálogo más importante del mundo, sin saber de antemano cual era el mensaje fundacional o valor agregado que el Gobierno quería ver en la agenda del grupo.

Ello explica por qué nuestro Gobierno no tuvo mejor idea que acoplarse a la insípida línea que trazara la canciller Angela Merkel como criterio de emergencia para las sesiones de 2017. En ese momento, Alemania decidió jugar todas sus fichas a preservar la unidad del grupo antes que a volcar sus esfuerzos a definir los enfoques que solían caracterizar y jerarquizar la orientación política de sus declaraciones. La mayor parte de los líderes tragaron bastante saliva antes de facilitar la convivencia con el nuevo Jefe de la Casa Blanca que recién llegaba a su despacho con la enternecedora consigna de poner “América Primero”, ningunear el Acuerdo de París sobre Cambio Climático e imponer un enfoque mercantilista como el que desarticuló la vida del planeta entre 1930 y 1945. Semanas después de este episodio, Europa y Merkel reconocieron que habían errado el diagnóstico, lo que hoy se expresa en el lamentable deterioro del proceso de cooperación entre dos de las mayores potencias del Atlántico Norte y del mundo, una realidad que tanto China como Rusia parecen observar con gran ansiedad.

Segundo que, a diferencia de la brillante líder germánica, Malcorra todavía camina en puntas de pie y cree que es incorrección política o diplomática mencionar seria y directa inquietud por las guerras comerciales que están a la vista y por muchos otros problemas que figuran en la agenda de la casi totalidad de la dirigencia del G20, lo que equivale a imaginar que todavía alguien que cree posible encarar problemas como la genuina reversión de los crónicos y crecientes incendios del Estado de California sin aludir a la vertebral incidencia del Cambio Climático. Con debido profesionalismo y tacto político, quien ejerce la presidencia del G20 siempre dispone de facultad suficiente para cubrir en su mensaje cada una de esas situaciones sin violentar las reglas, ni restar calidad o continuidad a las decisiones del foro. Todo lo demás fue dicho en mis columnas anteriores.

Quizás por todo ello y muchas cosas más, mi presente columna acarrea la intención de soñar con el lejano reino del “segundo semestre”, una etapa donde los argentinos podremos ver el día en que nuestros gobernantes, sus operadores y ciertos vendedores de humo de la sociedad civil, logren entender lo que puede y no puede ser parte del diálogo entre presidentes. Aunque el jefe de la Casa Rosada logró suscitar el respaldo de su colega de Washington para un inusual salvataje financiero del FMI y el Banco Mundial; o para impulsar la membresía argentina en la OCDE (claro que después le quedará la sencilla tarea de explicar como se propone aplicar las “buenas prácticas”), ni él ni sus colaboradores intuyeron bien, ni evaluaron con acierto, el tratamiento de la mayoría de los problemas de política comercial. Tampoco percibió que al jefe de otro Estado le resulta muy difícil, si es que realmente se lo propone, desproteger a sus empresas y habitantes de la competencia importada, cuando ello trae consigo la necesidad de alterar la legalidad vigente (y perder votos, muchos votos) en favor de los intereses de un gobierno extranjero y fuera de una negociación orgánica en la OMC o en el marco de un acuerdo regional. Esa mala lectura de la brújula no se puede repetir en el G20. En ese contexto se negocian intereses, no “gauchadas”, y los “intermediarios honestos” son vistos con muda ironía, no con respeto intelectual o político.

Esto viene a cuento, al leer por casualidad un boletín que me llega pero habitualmente descarto sin mirar (Weekly Asado) del proyecto argentino que se desarrolla en el Wilson Center de Washington, cuyo texto repasa bastante bien los hechos comerciales que el lector debería conservar en su archivo. La nota señala que bajo la gestión de Trump, el “amigo” de Mauricio Macri, nuestro país recibió un chupetín que le permite exportar 30.000 toneladas anuales de limones (algo es algo, pero de ese pastelito sólo se exportaron, en el período abril-julio 2018, 7.000 tns.), después de que Estados Unidos nos hiciera juntar orines ilegalmente por años, motivo por el que su Gobierno sólo hubiera merecido, a lo largo de todo ese tiempo, un bonito panel ante la OMC y una represalia simétrica hacia sus exportaciones. Algo de esto hicimos aplicando el factor Guillermo Moreno, cuyos atajos están lejos de entusiasmarme.

Al mismo tiempo el boletín alega que, hasta ahora, están en el aire, como era previsible, los esfuerzos dialoguistas de nuestro Gobierno con Washington sobre las medidas que cortaron las exportaciones de biodiésel (US$ 1.200 millones anuales, y donde ahora nuestro país alega cambio de circunstancias, argumento legal que se inserta en una mala realidad económica para el complejo sojero internacional); la aplicación real de la cuota de carne de 20.000 toneladas (cuya apertura y volumen simbólico negocié en persona durante la Ronda Uruguay del GATT, lo que indica que el Gorro Frigio viene bancando un lucro cesante por casi un cuarto de siglo) y, por último, pero no por ello menos importante, las cuotitas de acero y aluminio negociadas por nuestro Gobierno con el equipo de Donald, exhibiendo el equipo negociador argentino más apuro que conocimiento o racionalidad. Por mera discreción omito mencionar cómo hemos inexplotado las cuotas-país de tabaco, quesos, maní, pasta de maní y manteca de maní en ese mismo mercado, sobre las que sólo reconozco la autoría original de las gestiones negociadoras.

El pasado 22 de noviembre, la OMC actualizó un datito relevante y sabido. Según la noticia cruda, los Miembros del G20 ya acumulan unos US$ 481.000 millones de comercio restringido por las medidas que adoptaron las naciones del grupo (o sea los líderes que se reúnen este fin de semana en nuestra capital del tango), escenario al que no resultan ajenas las decisiones arancelarias y no arancelarias de Estados Unidos, China y de todas las naciones que recibieron coletazos de estas medidas unilaterales e ilegales, cosa que afecta a Brasil, Argentina, México y Canadá dentro del Hemisferio Occidental. Después del 2 de diciembre esta columna retomará el análisis de los tangibles avatares del foro (con nuevos episodios) que un pelotón de neo-opinantes tocados por la varita de lo positivo volcó en todos los medios de comunicación. Gracias a tan valiente esfuerzo descubrimos que la OMC nació en 1945 y no cincuenta años después. O que esa Organización parece ser parte de la familia de la ONU nacida en 1945, lo que sería bueno decírselo a quienes la integran y trabajan en ella y todavía creen que la Carta de la Habana, que marcó el establecimiento del GATT, recién se suscribió en 1947, 12 años antes de la llegada de Fidel chico.

Si el jefe de la Casa Blanca se pone más rígido de lo habitual durante la Cumbre del G20, habría que preguntarle cómo explica que, sin que aún medie el efecto correctivo de sus sabias medidas de política comercial, la economía estadounidense pueda crecer “sin desastres”, a buen ritmo y técnicamente haya dejado de existir desocupación (la tasa está por debajo del 4%). O, como expliqué en notas anteriores, por qué sus sabias medidas contribuyeron, al menos hasta ahora, a intensificar fuertemente en lugar de reducir el saldo favorable de China en su comercio con Estados Unidos. Yo expliqué mis puntos sobre ambos temas hace un par de semanas, por lo que sería genial saber cómo argumenta los suyos.

Según mis amigos europeos, el presidente Macri debería agradecerle a Trump la concreción del acuerdo informal que haga posible la membrecía de la Argentina en la OCDE, lo que todavía es una eventualidad más que una certeza. Se trata de un foro con excelentes ideas de gobernabilidad que sólo aplican en forma prolija los recién llegados.

Dejo para una próxima nota un tema central: los acuerdos que serán suscriptos con el Presidente de China. Espero que el gobierno sepa en lo que se mete, que la figura central de los mismos no se concentre en la realización de proyectos sin licitación y que la apertura económica a sus bienes y servicios no suponga un subsidio adicional al capitalismo socialista de Pekín, ni a la controversia militar con Occidente. Si nos salimos de estas partituras, la financiación que podamos recibir será cara, muy cara y materia de fundada susceptibilidad. El Presidente también haría bien en cuidar artesanalmente como presenta tal paquete ante los restantes interlocutores mundiales, ya que no eligió la mejor fecha del calendario internacional para hacer este acto.

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