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35.790 kilómetros

Argentina se encuentra en un punto de inflexión, y las decisiones que se tomen van a condicionar para bien o para mal el desarrollo a largo plazo de la economía espacial

18 mayo de 2017

Por Andrés López, Paulo Pascuini y Adrián Ramos

35.790 kilómetros es un poco más del doble de la distancia entre Buenos Aires y Manila, es decir, lo que recorreríamos yendo a la capital filipina y volviendo. También es la distancia respecto de la superficie terrestre a la cual un satélite debe posicionarse sobre la línea del Ecuador para rotar alrededor de nuestro planeta a la misma velocidad a la cual éste rota sobre su eje. Luego, contemplando el cosmos desde alguna playa bonaerense o de la filipina Boracay, percibiríamos al satélite como un punto fijo en el cielo, siempre en el mismo lugar a la hora que fuera, como si observáramos un globo que alguien estuviera sosteniendo con un piolín invisible de 35.790 kilómetros de largo desde algún punto de la línea del Ecuador.

Esta idea la propuso inicialmente el ingeniero Herman Potocnik  en el libro “Das Problem der Befahrung de Weltraums” de 1928, pero fue popularizada por un científico y escritor de ciencia ficción, el británico Arthur Clarke, en el artículo “Extraterrestrial Relays” de 1945. A estos satélites los llamamos GEO o de órbita geoestacionaria, y generalmente son las órbitas predilectas para los satélites de telecomunicación, como los satélites argentinos ARSAT 1 y 2 lanzados desde la Guayana Francesa en 2014 y 2015.

Ni el mismísimo Arthur Clarke hubiera imaginado que setenta años después de proponer que aquellas naves giraran alrededor de la Tierra, en la que luego se llamó en su honor orbita Clarke, habría aproximadamente 320 de ellas compartiendo el espacio que rodea el planeta con otras aproximadamente 5.000 (entre activas e inactivas) que orbitan en distintas direcciones y a distintas altitudes y cumplen o cumplieron diferentes propósitos (militares, científicos, etcétera).

Mucho menos se hubiera imaginado lo extenso de las actividades que componen hoy la economía del espacio, desde la investigación básica hasta industrias dedicadas a producir los dispositivos que hoy usamos en nuestros vehículos para no perdernos o llegar antes a nuestro destino. Un trabajo de la OCDE estima que este conjunto de actividades genera una facturación global que excede los US$ 250.000 millones y ocupa a más de 900.000 personas.

El octavo miembro

Con el lanzamiento del ARSAT 1, Argentina pasó a ser el octavo miembro del exclusivo club de actores que pueden desarrollar con éxito sus propios satélites geoestacionarios de telecomunicaciones. Estamos hablando de desarrollos que pueden rondar los US$ 250 millones y llevan años hasta poder conseguir un producto final que sea capaz de permanecer por una década y media girando alrededor de la Tierra sometido a los azares del espacio, lo cual supone la necesidad de mantener los más rigurosos estándares de tecnología y de calidad.

Estos mismos estándares permiten desde que una petrolera tenga información continua sobre lo que sucede en un pozo de extracción en el sur de Argentina, donde no existen otros canales de comunicación, hasta que una empresa de gaseosas pueda reponer el stock de bebidas a tiempo en alguna locación remota del Oriente Medio.

¿Qué sería de nosotros sin esta tecnología? ¿Cómo se hubieran visto en Estados Unidos y Europa en vivo y en directo los juegos olímpicos de Tokio 1964?, ¿Cómo veríamos la final de un mundial de futbol que se juega al otro lado del mundo? Aunque ya no nos sorprendemos cuando una transmisión en la TV dice “vía satélite”, la tecnología satelital interviene en nuestra vida cotidiana sin cesar. Lo hace cuando leemos un informe meteorológico a la mañana para decidir si salimos o no con paraguas, cuando usamos el GPS del celular, cuando recorremos la eterna grilla de canales que nos brinda el proveedor de TV satelital y hasta cuando el gobierno debe intervenir con urgencia ante una catástrofe.

Allá por los '40

La actividad espacial comenzó en Argentina a fines de los '40 y ya en 1960 se fundó la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE). Hace cincuenta años (11 de abril de 1967) se lanzó en un cohete al ratón cordobés Belisario, que llegó a una humilde altura de 2.300 metros y pudo regresar sano y salvo. El mismo éxito tuvo el mono misionero Juan después de alcanzar, el 23 de diciembre de 1969, poco más de 7 kilómetros de altura.

Más adelante, a comienzos de los '90, las presiones internacionales llevarían a desmantelar el proyecto misilístico Condor II, pero al mismo tiempo se creaba la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, la cual ya en 1996 lanzó su primer satélite (el SAC-B) en cooperación con la NASA, al que le siguieron otros 3 de la misma serie, todos con fines de observación y científicos.

Según la información recabada en el trabajo “Al infinito y más allá: una exploración sobre la economía del espacio en la Argentina”, hoy Argentina cuenta con proyectos para acercarse aún más a la frontera industrial y tecnológica en materia espacial. Entre los que ya se encuentran en marcha está la producción de una serie de satélites livianos de observación de la Tierra con una tecnología novedosa (arquitectura segmentada) que permite distribuir funciones entre diferentes satélites que se encuentran en la misma constelación (serie SARE).

Las expectativas de concreción de este proyecto coinciden con otra iniciativa ambiciosa, el Tronador II. Se trata de un proyecto de lanzadores de uso civil que de terminarse, en 2020 según se espera, no solo podría realizar los lanzamientos de los satélites de la serie SARE sino que también sería capaz de prestar servicios de lanzamiento a otras agencias espaciales. Con esto la Argentina entraría en otro club exclusivo, el de los 11 países que poseen capacidad de lanzamiento.

Mientras tanto en el mundo la economía del espacio está tomando nuevo ritmo. Aparece hoy sobre la mesa la idea de realizar viajes tripulados a Marte, y ya no son sólo Estados Unidos y Rusia los que protagonizan la nueva carrera espacial, sino también los europeos, China y la India. Y los actores que protagonizan el envío de vehículos y naves al espacio ya no son únicamente gobiernos; la empresa SpaceX de Elon Musk y sus cohetes de transporte reutilizables son la cara más visible de un proceso más general, signo de que la nueva carrera espacial no está fundada solo en objetivos científicos y militares, sino también económicos.

Incluso se observan avances hacia una incipiente “masificación” de los procesos y productos de la industria (SpaceX es un ejemplo de esa nueva lógica). Más aún, estamos acostumbrados a pensar en satélites como naves voluminosas y sumamente pesadas; sin embargo hoy existe un furor por los nano y los micro satélites, que pesan entre 1 y 100 kilos, y son cada vez más usados no solo por universidades o centros tecnológicos, sino también por el sector privado. De hecho es cada vez más frecuente que para armarlos se usen componentes de mercado (como lo hace la empresa argentina Satellogic). En breve quizás veamos una nueva variante del “Hágalo Usted Mismo”, y los fines de semana los padres salgan con sus hijos a lanzar un nanosatélite en lugar de un barrilete.

Si bien en Argentina la escala industrial del sector espacial es pequeña, comparada con muchos de sus pares en los clubes a los cuales nuestro país entró y pretende entrar, existen actualmente indicios de un prometedor desarrollo no solo en la dimensión tecnológica sino también en la potencial profundización de la cadena de valor. Ejemplos de esto son algunos casos de spin offs como el de los socios de ARSULTRA, que antes de ser proveedores de la CONAE participaron de una de las misiones realizadas en cooperación entre la Argentina y la NASA, o el fundador de Mecánica 14 (también proveedora de CONAE) que previamente trabajó en INVAP. Aguas abajo, existen empresas como Solapa 4 o FRONTEC (Los Grobo-INVAP) que se dedican a proveer de servicios basados en información satelital al sector agropecuario, los cuales pueden potenciar su productividad.

Más aún, la propia actividad innovadora y productiva alrededor de los satélites genera muchas veces impactos en otras áreas tecnológicas y sectores económicos. Por ejemplo, en el caso argentino, el desarrollo de satélites generó las condiciones para que una empresa como la rionegrina INVAP S.E. pueda diseñar radares que hoy se encuentran desplegados por todo el territorio nacional. INVAP S.E. fue antes protagonista central de otra historia de éxito en sectores de alta tecnología en Argentina, la nuclear. Como es bien sabido, esta empresa ha sido capaz incluso de exportar reactores para investigación y fabricación masiva de radioisótopos de uso médico a diversos países. Para desarrollar sus tareas cuenta con más de 1.400 empleados de los cuales alrededor del 85% son profesionales y técnicos.

Al presente, Argentina se encuentra en un punto de inflexión, donde las decisiones que se tomen van a condicionar para bien o para mal el desarrollo a largo plazo de la economía del espacio en el país. Algunos ejemplos de las discusiones que se encuentran hoy sobre la mesa son: la efectiva implementación o no del nuevo plan espacial; el cumplimiento, o revisión, de la Ley de Desarrollo de la Industria Satelital (el caso más inmediato es la decisión de construir o no el ARSAT 3) sancionada en 2015; la discusión actual sobre el Reglamento de Gestión y Servicios Satelitales; la política de otorgamiento de derechos de aterrizaje a empresas extranjeras para la prestación de servicios de telecomunicación satelital sobre territorio nacional; o el monto de los presupuestos públicos asignados a la CONAE y otras áreas para fomentar el desarrollo del área satelital en el país.

Los impactos sistémicos de las decisiones que se tomen hoy serán potencialmente significativos en el corto plazo, pero más aún en el largo plazo. Estas decisiones podrán tener, en última instancia, efectos irreversibles sobre el desarrollo de la cadena de valor de la economía del espacio y por tanto deberían tomarse con la debida cautela y comprensión de los mismos. El gobierno hoy tiene la gran oportunidad de abrir el debate para escuchar las distintas voces con interés y conocimiento sobre el tema. Así como hoy nuestra generación es testigo de los logros en materia nuclear y de sus impactos, debido a iniciativas que se tomaron varias décadas atrás, las próximas lo serán de los resultados de las decisiones que se tomen en la actualidad sobre el área satelital.

La columna fue publicada originalmente en Alquimias Económicas

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