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"Si Argentina logra ordenarse es el país del futuro"

Sebastián Mazzuca: "En la Argentina, ser progresista exige ser liberal"

El politólogo Sebastián Mazzuca, experto en una mirada productiva de los Estados latinoamericanos, en diálogo con El Economista, diagnostica la realidad argentina y disecciona el rol de la política y de los agentes económicos: Milei, Estados Unidos, gobernadores, presupuesto, desarrollo. Desafíos de corto y largo plazo.

Sebastián Mazzuca: "Ni Trump ni el FMI son los mismos después de la elección bonaerense"
Sebastián Mazzuca: "Ni Trump ni el FMI son los mismos después de la elección bonaerense"
Ramiro Gamboa 19 septiembre de 2025

Una mañana a puro sol sobre Teotihuacán, México, y un globo aerostático que se alza con suavidad. Dentro de él, una mujer con un diagnóstico de enfermedad sonríe con el pelo ya en recuperación. "Lo más parecido a vivir un milagro", dirá su hijo Sebastián Mazzuca. Esa escena—una madre que había recibido un fármaco aprobado en Estados Unidos para tratar el cáncer—es el prólogo íntimo de la actualidad de Mazzuca, politólogo, profesor con tenure en la universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos, y del Tecnológico de Monterrey, en México. Lector voraz y argentino del conurbano, piensa, entre Baltimore y Monterrey, la política con el ojo clínico de Maquiavelo y la paciencia social de un hombre criado en Buenos Aires.

Su familia está hoy dividida entre el Reino Unido y la Argentina. Una hermana en Buenos Aires. Otra hermana en la capital británica, tres sobrinos con acento inglés y, por estos meses, una base transitoria en la ciudad porteña para el cuidado de la madre. "Revivió—me visitó en México; ahora viene a Nueva York. Fenomenal". El tono no elude el asombro ni la alegría sobria.

Mazzuca lleva el cosmopolitismo desde el origen. Nació de casualidad en Italia, aunque se crió en Adrogué. Hijo de médico y arquitecta, atravesó la escuela secundaria en el Colegio Nacional de Almirante Brown y entró a la UBA con el mapa porteño apenas bosquejado. "Casi no conocía la Ciudad de Buenos Aires hasta que entré a la facultad", rememora con El Economista. El tren Roca a Constitución marcó su rutina y su educación sentimental: la ciudad como descubrimiento y sacudón. "Vivía casi en un pueblo; Adrogué es bucólico en comparación".

Ese origen deja huella: "En México hay decenas de tiendas y restaurantes con alrededor de cien años de existencia; una ausencia notoria en la Argentina, donde los mismos boliches quebraron en alguna de las múltiples oleadas de convulsiones macroeconómicas. Es un fenómeno que, por frecuencia e intensidad, distingue a nuestro país. Quizá la nostalgia se deba a que los boliches de la infancia ya no están. La mortalidad de las pymes es infernal", destaca Mazzuca. Una observación casi antropológica que extiende a las dificultades que enfrenta la sociedad —sus padres incluidos—y conecta con una tesis insistente: la maldición de las palizas macroeconómicas a la sociedad argentina.

"La mortalidad de las pymes es infernal", destaca Mazzuca

En los primeros años universitarios, se debatió entre Filosofía y Física. La Ciencia Política apareció como punto medio y como destino ineludible después. "En el CBC me di cuenta de que lo que me gustaba era la investigación. En segundo año ya lo tenía clarísimo", explica Mazzuca. 

Un tridente docente lo encendió: Francisco Bertelloni, Atilio Borón y Eugenio Kvaternik en "Teoría Política I, II y III". En ese ecosistema leyó a Platón y a Aristóteles, y se subió a las peleas intelectuales de su época que lo llevaron hacia autores como Charles Taylor —filósofo canadiense, referente del comunitarismo— y Alasdair MacIntyre —pensador escocés vinculado a la crítica al liberalismo—. El punto de quiebre llegó con El Príncipe, de Maquiavelo. La vida, en definitiva, no se dirime en los números sino en el poder. Terminó de entender a Maquiavelo a partir de Politics and Vision del autor Sheldon Wolin. "Me abrió la cabeza la idea de "administración de la violencia". Lo leí y, cuando lo entendí, me largué a llorar", evoca.  

El hallazgo, como él mismo lo sintetiza, fue comprender que Maquiavelo no era un mundo sin reglas, inmoral, sino que mostraba que las reglas de la política eran distintas. Lo que descubrió derrumbó prejuicios, lo sacudió y a la vez lo fascinó: comprender que la política se rige por una lógica propia y que la efectividad del poder obedece a su propio código de eficacia. Esa revelación lo convirtió en politólogo de manera irreversible y lo conectó a trabajos, viajes y libros.

En la infancia y en la adolescencia, la política entró a su vida por la puerta de la transición democrática. "Mis viejos no participaron activamente en política, pero tenían suficiente compromiso con los derechos humanos como para motivarme curiosidad profesional en democracia", reflexiona Mazzuca. 

El famoso politólogo Guillermo O'Donnell completó la iniciación de Mazzuca. El vínculo nació a partir de Ágora, la revista de ciencia política que Mazzuca impulsó de forma artesanal con un ávido grupo de compañeros de estudio, como Andrés Clerici, Ignacio Miri y Christian Schwarz. El primer encuentro ocurrió con O'Donnell en un restaurante porteño, donde Mazzuca lo abordó como un fan que le pide el autógrafo a Charly García. Hubo una fluida conversación y más tarde Mazzuca contribuyó en el libro Contrapuntos de O'Donnell, quien dejó constancia en un agradecimiento: "Sin Mazzuca este libro simplemente no existiría". De él, Mazzuca tomó una brújula para leer Estados, regímenes y liderazgos: "El concepto de 'democracia delegativa' de O'Donnell resulta clave para entender a Milei".

Mazzuca contribuyó en el libro Contrapuntos de Guillermo O'Donnell, quien dejó constancia en un agradecimiento: "Sin Mazzuca este libro simplemente no existiría"

Tras terminar su primera formación en la UBA, Mazzuca aplicó a posgrados en Estados Unidos y eligió a Berkeley por dos ventajas: el mejor programa de política comparada para América Latina y, en lo personal, la admisión de su pareja de entonces. La vocación se volvió oficio con maestros de lujo y bibliotecas inagotables. Hizo una maestría en Ciencia Política y otra en Economía, y después el Doctorado. 

Fue parte de un campus donde el matrimonio Collier —David y Ruth, politólogos y autores de Shaping the Political Arena, referencia ineludible sobre la región— marcaba el paso de la disciplina. Se acercó a la Economía con fuerza y encontró como profesor a James Robinson —coautor junto con Daron Acemoglu de Why Nations Fail—, ganadores del Nobel en 2024. Primero docente, luego coautor y colega: "Robinson me empujó hacia la Economía. Aprendí muchísimo".

Ese período dejó una intensidad de formación y una amistad, entre otros, con Tulio Halperín Donghi, historiador que elevó debates argentinos y latinoamericanos a un plano global. 

Tras Berkeley, llegó el posdoctorado en Harvard. Años después, llegaría el trabajo como docente en Johns Hopkins: "Adoro Hopkins. Baltimore, ciudad difícil y golpeada en lo industrial, pero orgullosa y disruptiva en la tecnología, de la que hoy me siento ciudadano". Ha construido un camino de investigación propio. En paralelo, el Tecnológico de Monterrey le ha abierto posibilidades de proyectos y clases. 

—¿Y hay tiempo para Buenos Aires?

—Siempre. Madre, hermanas, amigos de todo tipo y color. Volver a la ciudad es como hacerle un service al corazón y cargar combustible para el análisis.

Desde la distancia, la primera palabra que usa para describir a la sociedad argentina es "paciencia". "Argentina ha sufrido: Rodrigazo, golpe, terrorismo de Estado, Malvinas, carapintadas, hiperinflaciones, corralito, defaults, megcorrupción, fraude de estadísticas públicas, coqueteos recientes con otra híper, vacunatorio VIP". Un país atravesado por los golpes de Estado del siglo XX y las crisis económicas recurrentes desde el regreso de la democracia en 1983. "Con todo lo que Argentina sufrió desde 1974, en cualquier otro país habrían ocurrido diez revoluciones francesas. Aun así, primó la paz y sobrevivió la democracia", señala Mazzuca. Y asevera: "Impresiona la garra para reponerse de crisis que, en otros países, no se remontan".

"Ni analista ni intelectual", dice Mazzuca. A la hora de las definiciones, prefiere palabras como politólogo o cientista político. El norte de su brújula está en la ciencia. Sobre ideología, responde con pragmatismo. "Si un país está pasado de rosca colectivista, la respuesta es liberal". "En la Argentina, ser progresista exige ser liberal porque eso corta el peor tipo de abuso, el más frecuente en nuestro país: el del poder político", señala Mazzuca. En Estados Unidos, en cambio, socialdemocracia: porque ese país puede sostener un Estado de bienestar robusto: "Si la cosa estuviera ordenada, el Estado de bienestar sería lo deseable en Argentina".

Mazzuca ha dado clases alrededor del mundo, ha investigado y escrito sobre sus pasiones y objetos de estudio. Su trabajo comprende la formación de los Estados, el cambio de régimen y el desarrollo. Respecto de los más recientes, en su libro A Middle-Quality Institutional Trap, junto a Gerardo Munck, editado por Cambridge en 2020, explora cierta conexión entre democracias incompletas y Estados con musculatura "flaca". "La interacción entre Estado y democracia sólo genera un círculo virtuoso bajo ciertas macrocondiciones", advierten Mazzuca y Munck y agregan: "Los problemas del Estado impiden una democratización plena y los problemas de la democracia impiden el desarrollo de la capacidad estatal". 

Latecomer State Formation, editado por Yale, en 2021 es, en buena medida, el libro que condensa su teoría de la política. El problema en América Latina, sostiene Mazzuca, no fue sólo el autoritarismo; fue, también, la debilidad del Estado. El autor propone que, en América Latina, la fundación de los Estados fue más "comercio‑inducida" que  "guerra‑inducida". Es decir, la experiencia fundante no ha sido la de la guerra. El resultado, entonces, es el de países con fronteras estables sin temor a enemigos externos, pero Estados con mayores dificultades internas. 

"La única región donde la formación del Estado y la construcción estatal avanzaron en tándem fue Europa Occidental en la temprana modernidad, el crisol de los Estados modernos de primera generación", escribe el autor. Y subraya: "América Latina logró la formación estatal pero fracasó en la construcción estatal porque lo primero era incompatible con lo segundo. En ambas regiones, la mayoría de los centros de formación estatal consolidaron los territorios nacionales incorporando áreas periféricas. En el proceso de incorporación de la periferia, Europa occidental eliminó una vasta gama de oligarquías patrimoniales locales, mientras que América Latina revitalizó bastiones patrimoniales mediante subsidios económicos, inmunidades institucionales y privilegios políticos. [...] Los Estados latinoamericanos nacieron con una propensión interna a convertirse en grandes máquinas clientelares". 

En el pensamiento de Mazzuca se distinguen dos planos: "formar Estado" —consolidar territorio y monopolizar la violencia— y "construir Estado" —expandir la provisión igualitaria de bienes públicos con una burocracia eficaz—. 

Mazzuca sostiene: "En América Latina, la formación estatal no sólo estuvo desligada de la construcción estatal. También creó obstáculos persistentes y fuertes para el desarrollo de capacidades estatales". 

La tesis de fondo es fuerte: la región gozó de un "bono geopolítico" —casi sin la presión de amenazas externas— y selló pactos con élites patrimoniales que impidieron la burocratización weberiana fundamental para su desarrollo. 

Estas líneas de pensamiento crítico, de exploración y de cruce caracterizan la interrogación constante de Mazzuca sobre los desafíos del Estado del siglo XXI. El desarrollo de su mirada política, económica —e histórica— también se encuentra en la publicación de artículos en revistas como American Political Science ReviewAmerican Journal of Political ScienceComparative Politics.

En Monterrey, en Baltimore o en Buenos Aires, Mazzuca vuelve a los mismos nudos: cómo se construye un Estado productivo sin sacrificar la libertad y cómo se cultiva un suelo institucional donde la democracia y el Estado se fortalezcan. 

—¿Qué mantiene tu mirada en marcha? —le pregunta El Economista

—La idea de que la política, entendida como esfera autónoma, explica por qué algunas sociedades viven mejor que otras. Y la promesa de que, si se alinean incentivos y capacidades, la Argentina puede dejar de perder trenes —responde Mazzuca. 

La madre que subió al globo bajó erguida. Un milagro de la ciencia. El hijo que la acompañó bajó con la misma convicción que lo atraviesa desde El Príncipe: la política tiene reglas propias. Entenderlas no es cinismo; es el primer paso para que el próximo vuelo no dependa del azar.

Mazzuca: "Si se alinean incentivos y capacidades, la Argentina puede dejar de perder trenes"

—En tu libro Latecomer State Formation planteás, al retomar a Weber, que la burocratización implica un crecimiento gradual pero sostenido en la calidad y eficiencia de los bienes y servicios estatales. ¿Existe hoy un modo de volver más productivo al Estado argentino?

—Sí. Hay muchas vías técnicas; el obstáculo es político. Existen intereses creados que necesitan un Estado clientelista y capturado. El problema no es de técnica, sino de poder. El INDEC intentó resistir; a veces lo hace el Banco CentralFalta capital político dentro del propio Estado para blindarse frente a la captura electoral o patrimonialista. Muy poca gente quiere desarmar el Estado patrimonialista de baja calidad. Y, como no hay un Estado burocrático maduro, tampoco existe su "sistema inmune".

El upgrade del Estado nacional podría no ocurrir antes de la propia obsolescencia de la escala nacional como ámbito de resolución de problemas. En el futuro, muchas cuestiones se van a resolver en escala subnacional o supranacional, según el caso. El mundo al que nos acostumbramos —donde la escala nacional ordena la macroeconomía, la defensa, la diplomacia o el "plan platita"— quizá ya no funcione. ¿Cómo construir capacidad estatal en América Latina, y en Argentina, si el objeto que debería volverse más capaz —el Estado nacional— luce obsoleto? 

—En la Argentina actual, ¿cómo se conecta este planteo con la agenda de Milei y su idea de "Estado mínimo"?

—Ahí aparece otro problema. Milei acierta cuando diagnostica a la "casta". Sin embargo, aplica medidas sobre la "cantidad" de Estado, no sobre la "calidad"Puede ocurrir que, para mejorar la calidad, primero haga falta reducir la cantidad; aun así, no veo foco en construcción de capacidad estatalIncluso en una utopía de Estado mínimo, se necesita defensa, justicia, cumplimiento de contratos y macro ordenadaNo observo esa agenda: no aparece un plan de capacidad, ni siquiera para un Estado mínimo. 

Mazzuca: "Milei no tiene un plan de capacidad estatal, ni siquiera para un Estado mínimo"

—¿De qué modo repensar un conurbano que sea a la vez pujante y que esté integrado al resto del país? 

El lugar común de culpar al peronismo resulta equivocadoEl ecosistema produce pobreza crónicaclientelismo y explotación política de la pobreza. Se sobreactúa la culpa de los actores peronistas cuando, a esta altura, el fenómeno es más bien sistémico. El peronismo y sus mutaciones son un síntoma de ese ecosistema.

El ecosistema tiene rasgos estructurales: un país con un centro (ciudad y puerto) muy dinámico y un interior históricamente rezagado. La migración hacia ese centro iba a ocurrir y lo hizo a una velocidad imposible de acompasar para cualquier Estado. ¿Cómo se sale? Hay múltiples caminos.

Hay diagnósticos distintos: el peronismo insiste con "Estado presente", que en la práctica se traduce en más poder para el movimiento peronista. Otros proponen romper hegemonías peronistas por verlas como reproductoras de maquinarias clientelares.

La solución requiere creatividad que puede dañar el orgullo bonaerense: desarmar la provincia y dividirla en tres o cuatro, corregir un sistema en el que Buenos Aires tiene, en el Senado de la Nación, la misma representación que Formosa, aporta mucho y recibe poco por coparticipación. Hay que modificar el federalismo, la geografía política y la ingeniería electoral bonaerense. Son reformas radicales que precisan recursos, incentivos y una coalición que respalde el cambio.

—También escribiste que hubo una "derrota del terraplanismo político a manos del terraplanismo económico" en referencia a la elección bonaerense del 7 de septiembre. ¿Por qué asociás la etiqueta de terraplanismo económico a Axel Kicillof y a los intendentes?

—Con los intendentes, no. Los intendentes hacen lo que pueden; hacen magia con dos fósforos. Axel sí es terraplanista económico porque es quien no mide la pobreza "para no estigmatizarla"; el que estatizó YPF de la peor manera; el que alimentó la caída argentina en la inflación crónica. Además, insiste con ideas que fracasaron como que el déficit fiscal "es bueno" o que la emisión no genera inflación. Son posiciones oscurantistas, pre-científicas. 

Desde ahí propone soluciones disparatadas. Keynes no propuso eso. La expansión fiscal se reserva para la recesión; Axel la empuja si hay recesión y si hay crecimiento, gran voluntarismo.

Las coaliciones peronistas de los últimos años dependen del déficit fiscal. En un país que no puede sostener déficit —por falta de fortaleza, de capacidad de endeudamiento y de credibilidad—, un déficit crónico incendia la economía. Terraplanismo económico: expandir siempre, ser contracíclico sin criterio.

El terraplanismo político es otra cosa; y Milei lo padece. Argentina es compleja: gobernadores, Senado, Diputados, intendentes del Conurbano. No se puede poner a Karina Milei a lidiar con todos esos actores y, al mismo tiempo, enojar a los aliados. El terraplanismo político es humillar a todos los posibles socios. Con Karina, se enfrentó a un ecosistema de tiburones de aguas profundas. No alcanza. Ir con Karina Milei como general del ejército va contra la gravedad política.

Mazzuca sobre Kicillof: "Insiste con ideas que fracasaron como que el déficit fiscal 'es bueno' o que la emisión no genera inflación. Son posiciones oscurantistas, pre-científicas". Foto: Tomás Cuesta

—¿Analizás que la Argentina puede darse el lujo de experimentar una alternativa sin ningún tipo de "terraplanismo", sea económico o político?

—Argentina no debería haber sobrevivido a tanto terraplanismo, aunque sobrevivió: al de Menem, al de la convertibilidad cuando ya había quedado obsoleta, al del kirchnerismo, al de Cristina que desmentía que la inflación fuera del 25% porque si hubiera sido así el país "saltaría por el aire". Argentina mostró una capacidad asombrosa para resistir. Es un país lindo y noble: soporta "veinte bombas atómicas" de terraplanismo y sigue de pie.

La alternativa existe, y, tras la derrota de Milei, aparece más cerca. Es cierto que con Kicillof revivió el terraplanismo económico; aunque también creció el espanto a su regreso. Luego de dos o tres décadas de terraplanismo económico kirchnerista, irrumpió Milei y, aunque luce como libertario radical, su programa económico se resume en "no hay plata": un principio de sentido común. Una economía de guerra con ajuste a fondo. Fijó una regla básica: ajuste. Hasta ahí, bien.

El problema llegó por el costado político. La respuesta fue inocente y, además, desnuda: sin partido, sin intendentes, sin armadores. Quedó una aritmética imposible: la sociedad ya probó terraplanismo económico con capacidad política (el peronismo) y no funcionó; ahora prueba terraplanismo político con sentido común económico y tampoco funciona. Se abre, por eso, una oportunidad para alguien que combine sentido común político y económico: una mezcla entre la pericia peronista para administrar la complejidad del país y la disciplina necesaria para ordenar las cuentas y salir del riesgo de bancarrota crónica.

Hay espacio para esa síntesis. Debería aparecer una doble racionalidad —política y económica—. Un espacio con antikirchnerismo económico y sentido común político —eso que a Milei le faltó— podría dar una salida más duradera.

—Escribiste: "No es que la Argentina peronista sea imposible de gobernar, es que la Argentina no peronista es imposible de representar". ¿Podrías desarrollar esa idea?

—El peronismo está estancado electoralmente, incluso podría pensarse que se está achicando bastante. Solo lo revive un hecho excepcional como Milei, aunque lo que venía mostrando era una declinación sostenida. Ahora bien, el espacio no peronista es tan grande que surge la pregunta: ¿cómo puede ser que un espacio tan amplio y en crecimiento no logre dar el paso clave y, finalmente, termine ganando Kicillof la presidencia en 2027? Es por un problema de coordinación del no peronismo.

Hay que entender por qué la centroderecha en la Argentina no logra estabilizarse. La autoliquidación de Cambiemos fue sorprendente, lo mismo que la autodisolución del PRO, con Santilli y Ritondo saltando de inmediato. Si Macri hubiera logrado unificar al PRO en 2023, quizás hubiera tenido chances serias de volver a la presidencia.

Tenía más posibilidades que Patricia Bullrich y que Horacio Rodríguez Larreta. O apostar todo a Larreta.Si lograba esa unidad y si todo el voto de Milei se canalizaba, el recuerdo del desastre de Alberto Fernández jugaba a su favor. No había una razón evidente para que fallara. Entonces, ¿qué falló? La representación de la centroderecha.

La capacidad de coordinación del peronismo frente a la del no peronismo es notable. El peronismo tiene una especie de amnistía hacia sus propios dirigentes: se tolera que algunos de ellos hayan robado, se los respalda y se los defiende.

En cambio, dentro de la centroderecha, muchos parecen ofenderse a la primera de cambio. Son más pacatos, más puritanos que el peronismo. Ese puritanismo en política termina siendo una desventaja: la falta de pureza moral en el peronismo lo hace más poderoso porque perdona todo, y al final del día se unifica. Nada de eso existe en el no peronismo. Además, los votantes de centroderecha tienen un estándar altísimo, casi ingobernable. 

—¿Cómo se modifica el mapa político tras el veto presidencial a los Aportes del Tesoro Nacional? ¿Y cómo analizás el lanzamiento de Provincias Unidas?

—Provincias Unidas es un espacio muy interesante; el andarivel que aparece como carril abierto. En los últimos tiempos fracasó la "avenida del medio", aunque esta versión del centro es más amplia porque, en los extremos, hay dos opciones muy polares: de un lado, Kicillof; del otro, Milei. La avenida del medio, esta vez, sí es ancha. Si no coordina, la culpa es de los moderados, no de los extremos.

Ese espacio ideológico intermedio hoy es enorme. Entran todos: peronistas progresistas, peronistas de derecha, radicales progresistas, radicales que entienden la restricción presupuestaria, todo el PRO, con una estructuración más federal. Existe espacio ideológico y también territorial para esta opción intermedia; algo va a ocurrir, casi de modo inevitable, dada la posición en la que se pararon Kicillof y Milei. Hoy la tercera opción luce más viable. 

Es probable que el nombre que compita en 2027 aún no se sepa. Sobran precandidaturas. El mayor problema es el de la acción colectiva: coordinarse. Imaginar una PASO en que compitan la liga de gobernadores peronistas racionales y una nueva vida del PRO. Cancelan a los extremos kirchnerista-trotskista y mileísta-libertario, los dejan morir de una vez, y luego, en el futuro, compiten entre sí. No va a ocurrir tal cual, pero si existe alguna salida a la intensificación de la decadencia argentina, es por ahí. 

Hay incentivos: en un mundo con un poco menos de desmemoria, el kicillofismo y el kirchnerismo son invotables a nivel nacional, y Milei quedó muy asociado a un ajuste que, en cantidad, resulta completamente necesario, pero que, en calidad, no se moduló bien. 

Ahorrar era ineludible; eso habilita la viabilidad macroeconómica. Falta la viabilidad política: que las partidas presupuestarias sean compatibles con la gobernabilidadHace falta bisturí, no motosierra. En esa falla, Milei quedó talibanizado en el extremo. Por eso se abre un espacio enorme en el medio, que incluye matices.

"Esta versión del centro es más amplia porque, en los extremos, hay dos opciones muy polares: de un lado, Kicillof; del otro, Milei", considera Mazzuca. 

—El diputado nacional Miguel Ángel Pichetto señaló recientemente: "Tensión con Estados Unidos. Nos mandaron un avión lleno de deportados. Se paralizó el ingreso sin visa y no aparece en el horizonte ninguna reunión bilateral entre Milei y Trump. Es indudable que hay ruido en la relación". ¿Coincidís con esta visión de que existe un enfriamiento en el vínculo bilateral?

—No coincido, porque es una visión de campaña política. Se busca erosionar uno de los logros que Milei presenta como propios: la recomposición de la relación con Estados Unidos. Pichetto está intentando esmerilar ese punto, agitar la idea de que hasta el vínculo con Washington se está deteriorando. 

Lo relevante es que las elecciones cambiaron el panorama. El Trump del presente no es el mismo porque empieza a ser una posibilidad que en dos años gobierne Kicillof. Ni Trump ni el FMI son los mismos después de la elección bonaerense. La magnitud de la victoria instaló la probabilidad de que en 2027 el peronismo puede volver al poder.

Todo cambió: los actores privados venden acciones argentinas porque aumenta el riesgo, y los actores políticos prefieren no comprometerse con un socio que en poco tiempo puede convertirse en un problema. 

—¿Cuándo Sudamérica podrá alcanzar niveles de desarrollo e igualdad comparables a los de Europa? 

—Más que pensar en Sudamérica, diría que la oportunidad está en la Argentina. Europa enfrenta problemas gravísimos: dificultades demográficas y productivas, industrias de punta en recesión, autos alemanes que no pueden competir con los chinos, tensiones migratorias de enorme escala.

En contraste, Argentina tiene condiciones excepcionalesPuede atraer europeos en un mundo menos centrado en los Estados-nación. Buenos Aires, por ejemplo, es una ciudad fantástica. Incluso con un partido de derecha en el gobierno, el PRO la gestionó con un estilo socialdemócrata: bicisendas, salitas de salud, festivales culturales, híper amigable con minorías y capacidades diferentes.

El clima es incomparable. Los inviernos porteños son primaveras europeas. La propiedad es baratísima. Los recursos naturales son formidables. La distancia geográfica perdió importancia. Y Europa enfrenta dificultades demográficas dramáticas, con tensiones vinculadas al Islam que plantean dilemas éticos y políticos casi insolubles.

Si Argentina logra ordenarse, es de nuevo el país del futuro para los europeos. Increíblemente, no se subió a casi todos los trenes importantes desde Perón hasta el "sojazo", que también se desaprovechó.

Hoy, sin embargo, aparece una ventana de oportunidad con viento a favor. Argentina debe desprenderse del populismo. Basta un gobierno que se ordene y que dure lo suficiente para que se vincule causa con efecto.

—¿Cuál es tu mirada de las élites económicas argentinas? ¿Y qué podrían aportar que hasta ahora no han contribuido?

—Son inexistentes. Se suele creer que hay élites económicas, pero en realidad no existen. Comparadas con las de Brasil o México, las argentinas son nenes de pecho. Lo que sí existe es la élite del privilegio político, y esa sí es grave.

Lo que antes se conocía como la patria contratista, lo que hoy se llama círculo rojo: gente que factura en complicidad con el Estado. Ése es el problema: El capitalismo de amigos. 

El relato de atacar al campo y a la oligarquía es un invento kirchnerista y kicillofista. La verdadera oligarquía está en la Cámara de la Construcción, la industria farmacéutica, el régimen industrial de Tierra del Fuego, la industria textil, y, desde luego, Lázaro Báez. Ésa es la verdadera élite rentista. Se sostiene con autorización política: no hay que esperar un cambio moral de quienes solo están para hacer negocio. El Estado los habilita, y ellos lo hacen. 

—¿Por qué Milei sintoniza mejor con empresarios ligados a las big tech, como Marcos Galperín, y no tanto con empresarios más tradicionales?

—Los empresarios tradicionales tienen negocios demasiado vinculados al Estado, algo que Milei, de manera genuina e ideológica, aborrece. 

Galperín, en cambio, representa lo opuesto: no depende en absoluto del Estado. Hace dinero ofreciendo, como dice Milei, un mejor servicio a mejor precio, no un servicio peor a mayor precio protegido por el ministro de turno. Con la protección de Massa, un empresario puede brindar un servicio de baja calidad a un precio más alto. Eso es lo que pasa con los autos y los textiles que mantienen al país anclado en el siglo XIX cuando podría estar en el XXI. Diez familias ganan; millones de consumidores pierden. Ahorros que se disipan en una economía cuyo principal problema es la desinversión. Y ésa es una decisión política.

Todo lo que sea parecido a ese esquema, Milei lo detesta. Todo lo que lo rompa, lo celebra. Lo que sí está mal es cómo hace el ajuste. Ajustar es necesario, pero hacerlo a ciegas, sin sentido político, perdiendo aliados y humillando al PRO es un error.

"Si Argentina logra ordenarse, es de nuevo el país del futuro para los europeos", concluye Sebastián Mazzuca. 

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