Uno. El mapa violeta y la pregunta por el peronismo
El gobierno de Javier Milei ganó en 15 de las 24 provincias en disputa en el país; tiñó el mapa de violeta, alcanzó el 40,6% de los votos —contra un 31,8% de Fuerza Patria a nivel nacional— y dejó un dato difícil de esquivar: el mileísmo se consolida como la expresión política del hartazgo acumulado en la sociedad argentina.
El mileísmo se consolida como la expresión política del hartazgo acumulado en la sociedad argentina
En Diputados, La Libertad Avanza (LLA) obtuvo 64 de las 127 bancas en juego y llegó a 93 propias. Con esas 64 igualó la mejor marca para un oficialismo desde 1993 —cuando el menemismo también alcanzó 64 bancas—. El kirchnerismo, incluso en sus años más exitosos, nunca llegó a los mismos resultados: 63 escaños en 2005, 42 en 2009, 45 en 2013. La nueva recomposición de la cámara baja plebiscita el poder de Milei y, entonces, lo deja mejor posicionado para negociar reformas laborales, tributarias y penales.
En el Senado el cuadro es menos rotundo —dado que el porcentaje de renovación es menor— aunque también favorable. Se renovó un tercio de la cámara —24 bancas de 8 provincias—; LLA ganó 13 y alcanza en total 20 senadores propios. La matemática parlamentaria mantiene una condición: para la mayoría simple —en la que son necesarios 37 escaños— hacen falta socios. ¿Qué significa esto? Dada la histórica preeminencia de la cámara alta, para que las leyes avancen el mileísmo tendrá que contar con aliados. No habrá revolución violeta sin senadores ajenos.
Mientras el Gobierno intenta ordenar su programa de reformas desde una identidad nítida —más secta que coalición, escribe Carlos Pagni—, del otro lado se evidencia un peronismo sin narrativa común. La paradoja se impone: la revolución libertaria tiene en la actualidad una gramática más coherente que el movimiento que durante décadas organizó la vida política argentina.
No habrá revolución violeta sin senadores ajenos
Dos. Un peronismo que perdió la trama de sus derrotas
El balotaje de noviembre de 2023, cuando Milei se impuso con el 55,6% frente al 44,3% de Sergio Massa, fue mucho más que el episodio final de una campaña interminable. Expresó el voto de clases medias y trabajadoras extenuadas por la inflación, la inseguridad, los salarios licuados y la sensación de que "nada funciona". A dos años de esa experiencia, ¿el peronismo ha podido realmente procesar esa derrota y ofrecer una alternativa?
"El peronismo todavía no terminó de comprender las consecuencias de la derrota de 2023, del mismo modo que nunca terminó de procesar la de 2015, que casi se niega como si no hubiera existido. Se trata de derrotas de la misma naturaleza: la sociedad cambió y los votantes tienen preferencias que el peronismo no logra identificar ni interpretar", resume Pablo Semán, profesor de la Universidad Nacional de San Martín.
Semán enfatiza que ciertos rasgos del propio peronismo activan la fuerza política poderosa contraria: "el antikirchnerismo". Podría pensar que el rechazo al peronismo no se agota en la oposición a un programa económico; también incluye estilos de liderazgo, símbolos, modos de hablar del pasado reciente que son cuestionados.
Sobre la falta de autocrítica, el politólogo y director asociado de la consultora Synopsis Lucas Romero señala: "El peronismo necesita encontrar una forma de presentarse ante la sociedad que exprese ideas capaces de convocar a una mayoría electoralmente ganadora, aunque sin quedar atadas a los dirigentes y a las gestiones del pasado. Ese nuevo ejercicio de representación debería incluir una autocrítica hacia lo que dejó el ciclo anterior".
Y profundiza Romero: "En este marco, no resulta una buena señal volver a colocar a Cristina Fernández de Kirchner en el centro de la escena ni devolverle protagonismo. El peronismo necesita ampliarse y, quizás, dejar de definirse estrictamente como peronismo para empezar a representarse como una fuerza progresista. Una identidad de ese tipo podría ampliar su base de referencia electoral y permitir que vuelva a pensarse como una alternativa competitiva, con capacidad de reunir nuevamente una mayoría ganadora".

La analista, fundadora y directora de Management & Fit Mariel Fornoni añade otro ángulo: la ausencia de liderazgo claro. Repasemos: Cristina Fernández de Kirchner, Máximo Kirchner, Axel Kicillof, Sergio Massa, Juan Grabois, los gobernadores del interior. La lista de nombres no se traduce en una jefatura reconocida. El contraste con Milei, que ordena su mundo a través de un personalismo extremo, aparece de inmediato: "Hoy ningún dirigente en escena parece en condiciones de asumir el liderazgo hacia adelante. El espacio deberá saldar primero las cuentas internas entre La Cámpora, el axelismo, el massismo y el peronismo más tradicional. Recién después podrá decidir qué camino seguir".
El peronismo vive una crisis prolongada y todavía no encara con profundidad el duelo de esta época que no termina de comprender ni de representar. Como decía Gramsci: cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. La foto de Cristina celebrando en un balcón una derrota completó ese clima extraño. Parecía una escena del pasado, proyectada sobre un paisaje ya transformado.
José Natanson, politólogo y director de Le Monde Diplomatique edición Cono sur, comparte una idea incisiva: el peronismo dejó de expresar sensibilidades, sectores y demandas que alguna vez supo representar. Natanson fecha el problema desde 2011: "Desde entonces, el peronismo —o el kirchnerismo, si se prefiere— reincorporó dirigentes: en un momento sumó a Massa, en otro a Moyano, en otro incluso a Pino Solanas. Pero no renovó ni su programa ni sus ideas. Fue una rearticulación superestructural, desde arriba, que no se tradujo en una nueva coalición social más firme".
Tres. La nueva sociedad que el peronismo no escucha
"Al peronismo le falta expresar cosas nuevas", advierte José Natanson. Y enumera algunas de esas dimensiones encarnadas: "No tiene una política para los cuentapropistas de baja productividad y bajo nivel educativo: desde la mujer que vive de vender camisetas truchas de la selección, hasta el plomero o el repartidor de Rappi. Tampoco tiene mucho para decirle a los monotributistas, que padecen la inflación, cobran a noventa días, arrastran deudas, pagan alquileres y viven un cuentapropismo más de clase media".
El mapa de obstáculos según Natanson continúa: "El kirchnerismo hace años que ha dejado de hablarle a Córdoba, una provincia entera convertida en territorio esquivo. Y tampoco tiene nada para decirle a la persona que gana un millón y medio de pesos por mes y destina doscientos mil a mandar a su hijo a un colegio parroquial porque se cansó de los paros en la escuela estatal del conurbano".
"El peronismo se fue desgajando —sintetiza Natanson— y perdió su capacidad de representación. Néstor Kirchner era una máquina de querer representarlo todo. Esa capacidad se fue encogiendo, y eso se refleja, elección tras elección, en los resultados".
En definitiva, la novedad no reside sólo en los malos resultados electorales del peronismo, sino en la sensación de que el movimiento ya no sabe muy bien quién es su "gente". En paralelo, el antiperonismo se consolida como una identidad cada vez más fuerte.

Cuatro. Milei, la "nueva derecha" y el vacío de visión del adversario
El triunfo mileísta es incapaz de explicarse por una única variable y mucho menos esa variable puede reducirse al "voto bolsillo". Si bien el triunfo ha estado atado a la economía, y en particular, al horizonte estabilizador propuesto por el gobierno, también, y no en menor intensidad, forma parte de un cambio de época, de un cambio de sensibilidad —al que se refieren, entre otros, Natanson y Semán—.
En este sentido, la experiencia mileísta forma parte de una ola más amplia de derechas radicalizadas, que reorganizan sistemas de partidos en Estados Unidos y en Europa. Se trata de una revuelta de sectores cansados, fatigados, rotos. Excluidos, hartos de que les digan cómo pensar y cómo vivir elites políticas, económicas, mediáticas y sindicales.
Milei tuvo el don de escuchar ese signo de los tiempos y ordenó esa bronca dentro de la narrativa de la "casta". A diferencia del peronismo, que no logra articular un diagnóstico compartido, el oficialismo presenta un paquete claro y brutal: reducción drástica del gasto, desregulación, reconfiguración del aparato estatal.
Como ha señalado Carlos Pagni, el gobierno libertario no parece dispuesto a formar una coalición clásica, con partidos socios que conserven identidad propia. Prefiere reforzar su núcleo duro y usar la cooptación individual —como en el caso ejemplar de Diego Santilli— antes que acuerdos programáticos amplios. El mensaje a los opositores resulta simple: no habrá reparto de poder, sólo invitaciones a sumarse a un proyecto ya definido.
El mensaje a los opositores resulta simple: no habrá reparto de poder, sólo invitaciones a sumarse a un proyecto ya definido
El contraste hiere al peronismo. Mientras Milei avanza con un programa contundente, y sobre todo comunicable —aunque contradictorio en varios puntos—, el espacio opositor peronista, lejos de proponer un "nuevo orden" alternativo, se limita a esperar el fracaso del gobierno mileísta. Esa espera pasiva se vuelve parte del problema.
Pablo Semán lo señala de esta manera: "El peronismo actúa como si el derrumbe del gobierno de turno pudiera ahorrarle la tarea de renovarse".
Cinco. El ministro imposible: Astori, la macro y la influencia de los mercados
La política económica del oficialismo tiene una hoja de ruta reconocible: normalización de precios relativos, ajuste del gasto, tarifas más alineadas con costos, tipo de cambio aún en discusión y la apuesta a que, una vez despejado ese frente, la inversión privada impulse el crecimiento. La idea, en palabras de los propios funcionarios, consiste en que la economía "deje de depender del Estado" y se apoye, fundamentalmente, en la iniciativa empresarial. En la vereda de enfrente, la gran pregunta: ¿cuál es la propuesta económica del peronismo para la Argentina de hoy?
Fornoni reflexiona sobre el diagnóstico económico: "Queda por ver si el gobierno podrá proyectar crecimiento. Nada indica que eso ocurra de manera rápida. Habrá que observar qué ocurre con la relación con Estados Unidos y otros factores. Pero en principio cuentan con tiempo y ahora también con confianza. Cuando la ciudadanía concede confianza, concede tiempo. El gobierno dispone de ambas cosas".
Fornoni: "Cuando la ciudadanía concede confianza, concede tiempo"
José Natanson propone una hipótesis concreta: el peronismo necesita construir un referente económico con autoridad política que pueda hablar en nombre de las distintas vertientes del espacio, ordenar expectativas internas y despejar la incógnita de la desconfianza que el movimiento genera en el empresariado, en los mercados y en el sistema financiero.
Natanson profundiza con El Economista: "Observo pocas probabilidades de que el peronismo avance en la dirección que propongo, porque atraviesa una interna no resuelta que se lo dificulta. Justamente cuando sostengo la idea de construir un referente económico que pueda hablar en nombre de las distintas vertientes del peronismo y que se encargue de despejar la incógnita de la intranquilidad que genera el peronismo en los mercados, pienso que sería una manera de salir de este laberinto por una tangente. El problema es que eso exigiría que todos cedan poder".
Al contrastar con el caso uruguayo, Natanson subraya: "Cuando los distintos referentes del Frente Amplio acordaron que Danilo Astori fuera su representante económico, implicó que Tabaré Vázquez, José Mujica y los demás líderes cedieran poder y renunciaran a parte de su soberanía, porque en los hechos le estaban entregando el Ministerio de Economía por adelantado a alguien. No imagino a Axel, Cristina, Massa o Máximo —entre otros— haciendo algo similar".

En este punto, Natanson introduce otra capa del diagnóstico: "El peronismo tiene que construir confiabilidad económica y comprometerse con una macroeconomía ordenada". "Históricamente —señala Natanson—, el partido asociado al caos económico era el radicalismo; así fue percibido desde 1983, especialmente tras 1989 y 2001. Era el radicalismo el que no podía manejar la economía, y hoy ese lugar lo ocupa el peronismo".
"El peronismo tiene que construir confiabilidad económica y comprometerse con una macroeconomía ordenada"
Aunque una plataforma de sensatez macroeconómica resulta indispensable, Natanson advierte que es necesario dar un paso más: "El programa peronista no puede renovarse sólo sobre la base de la sensatez macroeconómica. El peronismo no puede limitarse a imitar modelos ajenos. Axel Kicillof no puede simplemente ser Tony Blair. Tiene que ofrecer algo más. No puede simplemente derechizarse. La confiabilidad macroeconómica, en todo caso, debería ser el punto de partida, no el punto de llegada de una propuesta peronista".
La propuesta Astori en el caso uruguayo señalada por Natanson revela algo más profundo: la dificultad del peronismo para aceptar una disciplina interna que haga verosímil una hoja de ruta económica profunda y sensata.

Seis. Ante la incertidumbre, "Deciding to Win"
Como las líneas paralelas del escritor Jorge Luis Borges, la falta de autocrítica peronista puede cruzarse de modo imaginario con los desafíos de la política demócrata estadounidense. No es una casualidad: en Estados Unidos, un trío de estrategas —Simon Bazelon, Lauren Harper Pope y Liam Kerr— acaba de publicar Deciding to Win, una radiografía sin excusas y con datos cuantificables.
Ir al fondo de por qué perdieron los demócratas en su país en este reporte audaz, sin concesiones. El mapa que trazan es áspero y útil a la vez: estados del Medio Oeste que alguna vez fueron acero y hoy son ansiedad; condados de trabajadores sin título universitario que piden estabilidad económica antes que épica. El foco está puesto en la economía antes que en las batallas culturales.
Natanson reconoce la gestualidad de Deciding to win aunque matiza la escala de renovación demócrata: "Leí el diagnóstico de Deciding to Win. Hay otros también, impulsados por distintas figuras del Partido Demócrata. Sin embargo, el Partido Demócrata oscila entre un candidato socialista a la alcaldía de Nueva York y la continuidad del clintonismo. Es como si no lograran resolver esa tensión. Aun así, al menos se percibe un esfuerzo, una voluntad de repensarse. En el peronismo, en cambio, son pocos los que están pensando cómo renovar las ideas. Por eso, cualquier propuesta que apunte en esa dirección provoca un movimiento interno desproporcionado, muchas veces sin relación con la originalidad de la iniciativa".
El contraste con Deciding to Win, aún en las singularidades del caso, funciona como espejo en el que mirarse. Mientras los demócratas se someten a la incomodidad de medir, cuantificar y escuchar a quienes se han alejado, el peronismo parece continuar sin una brújula clara sobre cómo formular una autocrítica seria.

Siete. ¿Puede el peronismo escuchar a la Argentina del hartazgo?
Distintos especialistas aportan miradas, ciertos puntos de coincidencia y énfasis diferenciales en torno a la crisis del peronismo y a su futuro. De cara a 2027, aunque también en el complicado tetris de relaciones de poder actual.
La pregunta de fondo que sobrevuela es si el peronismo imagina un país distinto en serio o sólo pretende volver al año 2015. Volver al pasado ya no convence; la mera administración "prolija" de la pobreza tampoco alcanza. En un país donde la paciencia se agotó y la frase "nada funciona" se escucha desde las filas de los colectivos hasta las consultas médicas, la política necesita algo más que gerencialismo.
El peronismo precisa construir confiabilidad económica, aunque también un horizonte que no reduzca su identidad a la moderación macro. Si se limita a copiar modelos ajenos, se vuelve una versión desdibujada de aquello que dice combatir. Si insiste en repetir sus viejas canciones, se encierra en una minoría intensa.
Entre esos riesgos se abre una posibilidad. Salir del desierto intelectual y empezar a pensar, con los pies en la tierra, no sólo qué Argentina se quiere evitar, sino cuál es posible construir. Para ello el peronismo tiene la tarea pendiente de volver a aprender a escuchar cómo suena la mayoría cuando habla a través de las urnas.
