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Macri sella el segundo gran acuerdo de la democracia

La única novedad que tuvo la jugada anunciada por Macri versus la de Cristina tiene que ver con los propios rasgos personales

Macri sella el segundo gran acuerdo de la democracia
Daniel Montoya 26 marzo de 2023

El diagnóstico no es nuevo. "A Cristina no le daba la nafta en 2019" es una muletilla sin sentido destinada a brindarle un mimo a Alberto Fernández, una suerte de gratificación por los servicios prestados. ¿Cómo no le daría la nafta a alguien que se colocaba detrás de un gris ex jefe de Gabinete que nunca ganó una elección de un centro de estudiantes siquiera? 

No se trataba de eso sino de abrir un escenario de traumáticas negociaciones internas y de pronóstico reservado para un gobierno que no tendría ni un minuto de luna de miel sino un pesado taxímetro bajando sus fichas a partir del minuto 1 no del primer sino del decimotercer año. 

Por cierto, un oscuro panorama para jugar una partida política de imposible resolución a la vista: una Argentina sobreviviendo en modo zombie, sin grandes explosiones de por medio y hasta acariciada por la varita mágica de un ídolo futbolístico de esos que emergen cada medio siglo. Gracias Lionel Messi, hoy Diego Maradona puede descansar en paz.

En tal sentido, la única novedad que tuvo la jugada anunciada por Mauricio Macri versus la de Cristina tiene que ver con los propios rasgos personales muchas veces subestimados en el análisis político: a uno le resulta tan atractivo monitorear e influir sobre la realidad política desde Los Abrojos o Cumelén, partido de fútbol o de bridge mediante, como al otro tener desfilando referentes políticos y de la cultura que escuchan embobados sus grandes manifiestos políticos.

Macri hoy podía ser presidente al igual que tantos otros. No había estudio de opinión pública que certificara lo contrario, menos en un contexto de fracaso estrepitoso del oficialismo y de un tercer espacio político que crece despotricando contra toda "la casta política", pero dejando curiosamente afuera de esa oscura categorización tanto al propio Macri como a Patricia Bullrich.

Precisamente, si de algo se trata el juego electoral de este año es, a modo de espejo con lo ocurrido en 2015 con Sergio Massa y en 2019 con Roberto Lavagna, es quién tiene la capacidad de atraer en la segunda vuelta dos tercios de la rabiosa base electoral de Javier Milei. ¡Ojo! En tanto y en cuanto el ruidoso líder "libertario", populista antisistema más bien, no acceda por sus propios medios a un todavía incierto ballotage.

2023 versus 1983, 1989 y 2003

Si algo dejó en claro 2019 versus 2015 es que los ensayos gradualistas con anestesia local, sean desde el antiperonismo en su versión macrista o desde el peronismo en su versión kirchnerista, fracasaron. Exponencialmente. 

Cambiemos entregó el poder con 50 puntos de inflación anual y el Frente de Todos debería cerrar trato urgente si puede hacerlo con 100. A este ritmo, hoy los argentinos tenemos una certeza que hasta cantamos a coro bajo la ducha con nuestra mundialista Mosca Tsé-Tsé: "Hoy estoy peor que ayer pero mejor que mañana".

En realidad, tal percepción es muy razonable. El líder y la fuerza política que llegue al gobierno no tiene visible a simple vista la palanca básica, el capital político, para disparar una alteración sustantiva de la trayectoria de decadencia gradual y sostenida que envuelve a nuestro amado país, con algunos espasmos en el medio, desde 1974 en adelante.

No hay un proceso de fracaso económico combinado con un tremendo golpe al orgullo nacional como la guerra de Malvinas que le brinde algún margen de maniobra, ¡siempre complejo eh, aquí fácil no hay nada!, a un combativo y testarudo líder político como Raúl Alfonsín. 

Asimismo, no tenemos los incendios ni los supermercados vallados que le abrieron la puerta a un pícaro riojano de una audacia pocas veces vista para activar un programa económico con algunas reminiscencias aún frescas del programa económico que José A. Martínez de Hoz tuvo que imponer unos años antes a sangre y espada e, inclusive, con la resistencia y resquemor de unas fuerzas armadas simpatizantes del viejo modelo argentino de proteccionismo económico siempre tolerante con sus corporaciones laborales y empresariales.

Sin embargo, si de disrupciones se trata, el portal al infierno abierto por el crack de 2001 no tiene parangón. Fueron los muertos en la Plaza de Mayo más los sucesivos fallidos ensayos y ¡atenti! el decisivo entendimiento entre Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde, los que habilitaron un sendero político para que otro muy audaz líder peronista de una pequeña provincia patagónica pudiera emprender una misión política cuyas esquirlas estamos procesando con mucho dolor aún.

Argentina procesó su crisis y emergencia de 2001 mediante la aplicación de soluciones de shock propias de un líder político habituado a la gimnasia de resolución de problemas típica de una pequeña provincia como Santa Cruz: una pequeña sala dónde con un cuchillo Tramontina se corta una torta imaginaria cuyas porciones quedan de un lado u otro de la mesa. Sí, así, por más que nos rasguemos las vestiduras, los grandes cracks y fracasos colectivos son parteros de semejantes anomalías políticas.

En tal aspecto, Macri tomó debido nota. ¿Porqué habría de desanudar yo un problema que la propia Cristina Kirchner no pudo, no quiso o no pudo resolver gozando de la confianza de muchos actores políticos que en pocos meses pasarán a la oposición rabiosa en modo amnesia? 

A esta altura, la pregunta del millón que nos hacemos todos en semejante contexto dónde las dos grandes referencias políticas de las dos últimas décadas ya decidieron eyectarse es si esta profunda e inédita crisis tiene resolución. Sí, claro, la tiene. 

El primer paso se dio con un gran acuerdo político tácito, por supuesto, comunicado con el estilo político de cada uno. Un Pacto de Olivos II en tiempos agrietados que impiden fotos conjuntas. Cristina con el tono épico de la proscripción y Macri con el estilo canchero de un instagramer que juega con su teléfono antes del riguroso asado dominguero.

El segundo capítulo no tiene que ver con ellos sino con otras variables imposibles de prever, dos decisivas en particular. 

¿Emergerá un nuevo líder político con el suficiente grado de locura para abordar la misión imposible no de triunfar sino de abrir una brecha hacia un orden político y económico del siglo XXI? 

¿Renunciará explícitamente quien viene a buscar capital político de corto plazo en las catacumbas de un peronismo setentista o de un antiperonismo cincuentista tan rancio uno como el otro? La moneda está en el aire, segundos afuera.

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