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La adhesión de Brasil al Disenso de Washington

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09 marzo de 2020

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Desde los albores de su gestión, el gobierno de Jair Messías Bolsonaro volcó considerable energía al diálogo político y técnico generado por su país y Estados Unidos con el objetivo de suscribir sendos Acuerdos de Libre Comercio, Bilateral de Inversiones y doble tributación, así como otros entendimientos o medidas que se explican en el texto de esta columna. Tal proceso quedó sujeto a una dinámica agenda de trabajo que se inspira en las heterodoxas, y a veces contradictorias ideas de ambos gobiernos, así como en el simultáneo activismo de entidades y agencias de la sociedad civil especializadas en cada una de las áreas del debate. Esa fusión entre políticas públicas y compromiso privado agregó vitalidad, viabilidad y sustancia al ejercicio.

El aludido es también el contexto que explica la breve declaración emitida por Donald Tump y Bolsonaro, quien tendrá diversos contactos en el sur de Estados Unidos. Su agenda incluyo la reunión con Trump en su residencia Mar-a-Lago, un diálogo de seducción con inversores y diversos encuentros sobre seguridad estratégica. Al finalizar ese diálogo, los Presidentes acordaron trabajar en el paquete que se identifica más abajo y fuera discutido en una sesión especial del Atlantic Council del pasado jueves 5.

Pero, al igual que en los thrillers, el montaje de un escenario de política comercial nunca suele ser el que parece. Una rápida lectura del material circulante sobre los hechos recientes y próximos, indica que la clase política de América del Sur debería rascar la superficie y mirar las cosas con una visión más profesional y con un sentido de urgencia que hoy no se advierte. Por lo pronto nadie puede ignorar que los proyectos bilaterales en debate incidirán sobre las oportunidades que hoy ofrece el Mercosur, algo que tarde o temprano habría de sacudir la displicencia colectiva que reina en ese Tratado.

Un mínimo entendimiento nos dice que el perfil de lo que suscriba Brasilia a su exclusivo leal saber y entender, es lo que, con suerte, nos llegará con la intención de recibir nuestro amén a sobre cerrado. Los actores hablan de un expeditivo “tómelo o déjelo”. Concretamente, el Secretario de Asuntos Bilaterales de la Cancillería brasileña, Pedro Miguel da Costa e Silva, definió en Washington, sin muchas vueltas, el tenor de las ideas de su país con un “?si los miembros del Mercosur están en condiciones de respaldar estas decisiones sin frenar o alterar el impulso en curso, ni generar demoras artificiales, serán bienvenidos a estos acuerdos; quien tenga reservas, dudas o reparos quedará en el camino. El pasado no volverá”. Y si bien lo que sucede lo tenemos bien merecido ante la persistente frivolidad empleada en la integración del Cono Sur, ésta realidad fue y es fruto de la irresponsabilidad de sus miembros. Con la diferencia de que los efectos o errores económicos que sucedan a partir de ahora se habrán de pagar a tarifa plena y sin derecho al pataleo. Cualquier negociador oficial o emprendedor privado siempre supo que a la clase política brasileña nunca le complació dar generosas explicaciones de sus actos.

Y si bien la Argentina no debería recibir semejante trato, su infantil y negligente comportamiento a lo largo de los años terminó por agotar la paciencia de sus socios comerciales.

La idea paternalista que flota en estos días, de suscribir un eventual contrato de adhesión porque no nos queda otra, y cuyos términos uno no vio nacer ni negoció en el campo de batalla, es algo insano y poco aconsejable. Revela lo poco que entendemos aquello que pasa delante de nuestras narices. Si para ducharse en competitividad internacional Brasil rifa, regala o menoscaba los imperfectos derechos sobre proteccionismo regulatorio que tenemos en la OMC, el costo del chiste habrá de ser letal. En particular si lo hace para complacer las doctrinas de asesores presidenciales de la Casa Blanca como Peter Navarro, que no trepidarían en liquidar el Sistema Multilateral de Comercio aplicando la misma ignorancia que está llevando a destruir todas las instituciones de la prosperidad injusta pero global. La Argentina no puede seguir equivocándose como lo hizo al firmar el nivel de concesiones y el tipo de regulación comercial inserto en el borrador de acuerdo UE-Mercosur.

Tampoco ayuda el hecho de que el actual líder de Brasil sea un poco informado admirador del mercantilismo populista de Donald Trump, enfoque que provoca enorme ansiedad y crucial rechazo en la mayor parte del planeta. Desde ese punto de vista lo lógico se vuelve patético. Sucede que, a instancias del ministro del ramo, Paulo Guedes, Brasil sostiene que desea abrir unilateralmente la economía para “mejorar su competitividad”, mientras el Jefe de la Casa Blanca basa su América Primero en una torpe caricatura del libre comercio, lo que objetivamente está demostrado; de comercio justo (sobre lo que nos debe una buena explicación) y recíproco (lo que puede ser cualquier cosa, incluidas las versiones soviéticas y china del asunto). Lo que Trump hizo con México, que supone digitar las reglas de origen para bajar la competitividad de las exportaciones automotrices de ese país, merece una lectura atenta y crítica.

Con esas vertientes Estados Unidos volvió al comercio administrado de pre-Ronda Uruguay (año 1986), lo que no sólo es una ilegalidad, sino una aberración económica y comercial (ver mis numerosas columnas sobre el particular).

La modalidad que intentan aplicar Brasil y Estados Unidos en la definición de los temas y negociaciones bilaterales, es la referida al concepto de cosecha temprana (early harvest), la que consiste en aprobar y aplicar a la vida empresaria todo aquello que esté maduro (en minúscula). Semejante enfoque deja en el limbo el músculo negociador que permite resolver problemas sensibles y eternamente postergados como los referidos al comercio agrícola (biocombustibles por ejemplo). Por ahora tal agenda bilateral dejaría para el final la inclusión de negociaciones arancelarias, ya que ello supondría ignorar frontalmente las reglas del Mercosur.

Estas gestiones indican que Brasil no sólo decidió enterrar las hoy desvencijadas reglas del Consenso de Washington, o ponerlas gradualmente en la baulera junto con las acciones y reglas del Mercosur, sino que también abraza con fe y esperanza los relucientes símbolos del Disenso (mercantilista) de Washington.

Someter al escrutinio de un gobierno de tinte populista la reinserción competitiva de Brasil en el mundo, es un innovador acto de magia política. Sobre todo porque Washington no sólo se resiste a eliminar los subsidios agrícolas, sino que los vino aumentando sin parpadear; que subsidia a los combustibles fósiles y a los biocombustibles; que bloquea la lucha colectiva contra el cambio climático; que se resiste a impulsar la justa y equitativa apertura global de mercados comerciales (a los que combate con sucesivas guerras comerciales); que tiene reacciones pendulares e inconsistentes en materia de eliminación del proteccionismo regulatorio; que resiste la existencia de impuestos equitativos a las ganancias del comercio digital. Tampoco parecen legales las reglas de origen que Washington y Canadá le impusieron al sector automotriz mexicano en el nuevo Nafta, las que constituyen un artificio absurdo y humillante.

Además, Washington discute el retiro, de un momento a otro, del Acuerdo sobre Compras Gubernamentales de la OMC (Government Procurement) y sigue aplicando la Jones Act al transporte marítimo de cabotaje. Pero, como dije en anteriores columnas, la economía de mercado es la que practica el mercado y, bajo esa perspectiva, política vuelve a ser el “arte de lo posible”.

Al liderazgo de Brasil tampoco parece inquietarlo que con enfoques como las que puso en marcha el Jefe de la Casa Blanca, nacieron la crisis de 1930 y los orígenes económicos de la Segunda Guerra Mundial. Una realidad que se insinúa en el panorama internacional por la conjunción de la caída vertical del comercio, la potencial quiebra de ciertos elementos de la cadena de pagos y el inesperado efecto del virus corona.

Los portavoces oficiales de Itamaraty se encargaron de aclarar, como en Zelig, la película de Woody Allen, que Brasilia hace lo posible por mimetizarse con las preferencias de sus interlocutores bilaterales, sean éstos Estados Unidos, Canadá, Vietnam, India, Japón y otros mercados que forman parte de su peculiar caza de oportunidades de libre comercio.

Un subsecretario en ejercicio de Estados Unidos, Joe Semsar, sostuvo que los diálogos y acuerdos bilaterales con Brasil pueden servir para elevar la participación de las empresas de su país en negocios de infraestructura como la red caminera, aeropuertos, ferrocarriles y desarrollo energético, quien reconoció que España y China le llevan una enorme delantera a las firmas de Estados Unidos.

Bajo este contexto, la semana pasada se hizo pública, en un seminario especial organizado por el Consejo del Atlántico, elaborado por el Adrienne Arsht Latin del Centro Estadounidense (American Center), una propuesta que incluye una decena de temas para el corriente año (2020) y cuatro adicionales para el 2021 en adelante, todas referidas a los proyectos bilaterales bajo análisis. Entre los sugeridos para el 2020 se menciona la conclusión de un Acuerdo de Perfeccionamiento Comercial con enfoque diversificado (multi-chapter); iniciar la negociación de un acuerdo destinado a evitar la doble tributación; un mecanismo de alto nivel para supervisar y fortalecer la relación bilateral; perfeccionar las prácticas regulatorias; crear estándares para sectores actualmente en desarrollo; coordinar los esfuerzos para acelerar el ingreso de Brasil a la OCDE; concluir un acuerdo para agilizar el comercio entre traders mutuamente reconocidos y confiables; la adopción de un sistema electrónico para las certificaciones fitosanitarias; la aprobación de un sistema para facilitar la entrada de viajeros provenientes de Brasil; y el incremento de las acciones conjuntas de Brasil y Estados Unidos en foros de terceros países en materia de comercio y medio ambiente. Para 2021, o sea tras la elección presidencial del 3 de noviembre en Estados Unidos, se propendería a generar los textos de sendos Acuerdos de libre comercio; la conclusión de sendos Acuerdos bilateral de Inversiones y para evitar la doble tributación.

Los debates comentados no incluyeron un análisis realista de la política comercial de Estados Unidos, ni un mini-country review de este espanto que la Casa Blanca llama libre comercio.

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