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A comienzos del siglo XX, el Teatro Colón, recién creado con la férrea vocación de integrarse al mundo, atraía a los músicos más destacados del mundo
Ideas

Diálogos personales con el mundo

Las fuerzas centrípetas del nacionalismo popular han creado una tensión constante en Argentina contra las fuerzas centrífugas de la universalidad liberal

Desde hace más de veinte años, a excepción de un breve interregno, Argentina vive desadvertidamente una progresiva desconexión de las democracias capitalistas occidentales, inspirada en la innata convicción del Justicialismo forjada desde sus gérmenes ideológicos durante las revoluciones del '30 y del '43, de que el mundo libre finalmente sucumbirá debido a la decadencia del capitalismo liberal, frente al pujante avance de los integrismos populistas, entonces representados por el franquismo, el fascismo y el nazismo, renovados en los '70 por el gramscismo, el foquismo, el guevarismo, el maoísmo y otras vertientes absolutistas, y hoy, por regímenes que consideran admirables, como China, Rusia, Cuba, Nicaragua e Irán.

El rotundo fracaso de ese hermético alineamiento mental, desde la caída del Eje hasta hoy, fue acendrando la romántica persuasión de que la Argentina podrá desarrollarse si se abroquela en una nación monolítica, viviendo con lo suyo o aliada a ese puñado de sociedades cerradas amigas, contra el impío Occidente, refunfuñando ante sus éxitos, aguardando in pectore su caída pero disfrutando de sus beneficios durante las vacaciones de sus líderes en Miami y New York.

Las fuerzas centrípetas del nacionalismo popular han creado una tensión constante en la Argentina contra las fuerzas centrífugas de la universalidad liberal, inherentes a la parte más avanzada del planeta y al formidable proceso de atracción de inmigración e inversiones, clave del período más exitoso y modelador de su idiosincrasia y que, por lo tanto, subsiste como aspiración ideal de la parte más dinámica de nuestra sociedad, aquella persuadida de que su destino está atado a su integración no ideológica al mundo sino en toda su diversidad.

Aunque los vasos capilares de ese acople al mundo son casi infinitos, una estrategia eficaz para conseguirlo consiste en dinamizar flujos intensos de personalidades líderes en sus especialidades -científicos, artistas, intelectuales o emprendedores-, quienes actúan cual vectores de ideas, como lo cultivaron con empecinado éxito el Presidente Sarmiento y sus docentes norteamericanas, Victoria Ocampo y sus intelectuales amigos, la atracción de inmigrantes creativos como Ladislao Biro, el Mozarteum y los grandes músicos del globo, o la UBA con genios como Einstein y Ortega y Gasset, entre muchos otros.

La necesidad vital de cultivar esta clase de diálogo con el mundo ha sido denostada durante estos últimos años con la envergadura de una política de Estado, lo cual es tan deletéreo como contra natura, para una cultura signada por su universalidad. Afortunadamente, la Argentina creativa resiste ante la prédica parroquial del Gobierno y no ceja en su borgeana curiosidad por escudriñar el futuro en las deslumbrantes proyecciones de El Aleph, símbolo del ADN argentino, como lo ilustra emblemáticamente el siguiente caso.

A comienzos del siglo XX, el Teatro Colón, recién creado con la férrea vocación de integrarse al mundo, atraía a los músicos más destacados del planeta, como Strauss, Puccini, Caruso, o el legendario director de orquesta italiano Arturo Toscanini, subyugado por la magnificencia de la sala y de su público, sus producciones sin par y sus altos cachets. 

Entre los músicos que traía, vino un joven y talentoso violinista, llamado Corrado Archibugi, quien actuó y enseñó aquí durante muchos años y, aunque regresó definitivamente a su Italia natal, nunca olvidó su época brillante en nuestro país, que relataba emocionado a sus nietos. 

Hace pocos días, uno de esos nietos, Daniele Archibugi, prestigioso intelectual y académico italiano, miembro de una destacada familia de intelectuales (hijo de un escritor y una filósofa del arte, hermano de una multipremiada directora y guionista de cine), autor de reconocidos ensayos sobre cosmopolitismo democrático y parlamento global, Unión Europea, economía y política de la innovación, y profesor de las Universidades de Harvard y Sussex, visitó Argentina para brindar una serie de conferencias y seminarios sobre los temas de su especialidad, derramando sus avanzadas ideas. 

De las dieciocho actividades en las que participó, gracias a la gentileza del destacado político y escritor Fernando Iglesias, tres de ellas fueron encuentros en el salón cultural y político que ofrecemos con mi esposa, donde lo vinculamos con conspicuas personalidades del pensamiento, la academia, el periodismo, la política y la diplomacia.

El espíritu esencial de sus ideas podría resumirse en la aspiración a "una ciudadanía global que comparta más el futuro que el pasado". "Tenemos en Europa mucho que aprender de la Argentina en materia de inmigración", afirmó Archibugi en una entrevista que le realizó Cecilia Scalisi para el Suplemento "Ideas" del diario La Nación (17/12/22), donde agregó: "Buenos Aires es una ciudad vital, con mucha cultura y librerías. Yo me siento en casa, pero la Argentina es un país que debe modernizarse con otro tipo de liderazgo. Son demasiados conflictos sociales ¿Todos los días una protesta? Las manifestaciones tienen tanto color y tanto bombo que se parecen al carnaval de Río. Creo que tendrían que encauzar esa energía en algo positivo. Otra cosa que percibo es que ha crecido la desconfianza en la democracia porque se hicieron muchas promesas de desarrollo, que no se cumplieron. De todos modos, es un avance importante el hecho de cambiar gobiernos sin que medie un baño de sangre como fue en los '70. 

¿Se podría hacer mejor? ¡Por supuesto que sí! De hecho, cuando yo era chico escuchaba miles de historias sobre la Argentina, Buenos Aires y el Río de la Plata. La Argentina era Eldorado de aquel entonces, el país que se proyectaba como líder del mundo. Mi abuelo, Corrado Archibugi, que llegó al Teatro Colón con Toscanini a comienzos del Siglo XX y se quedó aquí hasta 1924, nunca más volvió, pero jamás dejó de hablarnos de esos años maravillosos que vivió en un país que era dorado."

La moraleja de esta historia es que si los Archibugi de comienzos del Siglo XX quedaron fascinados con aquella Argentina y le brindaron su aporte, fue porque existieron entonces argentinos que cultivaban un diálogo con el mundo que dio sus frutos hasta convertirnos en una potencia planetaria, del mismo modo que el diálogo personal con los Archibugi de hoy es una de las formas imprescindibles que podemos ofrecer individualmente para liberar a nuestro país del espíritu conservador y retrógrado que nos aísla del mundo.

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