Gran parte de la historia del peronismo se encuentra atravesada por las "20 verdades peronistas" enunciadas por Perón el 17 de octubre de 1950. Para varias generaciones, estos puntos funcionaron como un catecismo ideológico; un GPS moral para entender el mundo, el poder y la justicia social.
Hoy ese GPS está roto. El peronismo gira en círculos, sin rumbo, sin conductor y con la mirada puesta más en el pasado que en el futuro.
¿Cómo puede ser que el movimiento que mejor supo leer mejor que nadie cada clima de época hoy no sepa qué hacer, qué decir ni a quién representar?
Podríamos decir, en una primera instancia, que esta época global marcada por un giro conservador, nacionalista y de derecha le es ajena. Sin embargo, son significantes que el peronismo ha dotado de significado en otros momentos de su historia, ya sea por convicción o por simple conveniencia. Si hay algo que le sobra (o sobraba) al peronismo, es pragmatismo.
La respuesta, entonces, está en otro lado. Y me permito aventurar una respuesta multicausal.
El peronismo parece hoy estar atravesado por cinco crisis estructurales que lo han vaciado de potencia. No es un problema solamente de internas o de comunicación. Es, sobre todo, un problema de sentido, de corazón, de calle y de interpretación de un mundo que cambió.
La primera de estas crisis es de liderazgo. Digamos la verdad. Hace una década que nadie conduce al peronismo. Cristina perdió ese lugar, aunque se resista a aceptarlo. El movimiento ya no le responde. Y sus reflejos son pulsiones destructivas más que constructivas.
Del otro lado, el peronismo se debate entre jefecitos territoriales, dirigentes mediáticos sin votos, gobernadores que hablan en voz baja y figuras que solo existen en Twitter. Todos quieren liderar, pero nadie asume el riesgo de hacerlo. Nadie encarna el movimiento. Nadie lo ordena. Nadie lo conduce. La unidad que aparece cada dos años es táctica, no espiritual. Es una mueca, un acuerdo de superficie para no terminar de romper. Y así no hay norte posible. Ni mucho menos épica.
La segunda crisis es territorial. El peronismo se ha transformado en una cooperativa electoral que junta sellos en cada elección para ver si zafa. El viejo PJ ha sido reemplazado por frentes amorfos, armados de emergencia que reciclan su nombre pero presentan siempre las mismas caras elegidas desde Buenos Aires.
El federalismo es una palabra vacía: las provincias se sienten huérfanas frente a una dirigencia que les interviene sus partidos provinciales y que ordena la estrategia como si el AMBA fuera la Argentina entera. El resultado es letal: un movimiento nacional reducido a partido del conurbano. Sin anclaje territorial, sin capilaridad, sin mística. Una cáscara hueca que empieza a perder elecciones incluso en distritos donde solía ganar caminando.
La tercera crisis es de mensaje. Durante años, el peronismo fue sinónimo de orden. Hoy, el relato quedó atrapado entre la nostalgia y la negación. La promesa de "volver mejores" fracasó, y la sociedad lo sintió como una traición. Con un encierro de dos años y una inflación del 200%, el peronismo, por primera vez, le desordenó la vida a los de abajo. Y en medio de ese caos, apareció Milei ofreciendo recuperar la estabilidad, justamente, con orden. No ideológico, sino práctico.
Un orden mínimo que le devolvió al trabajador la previsibilidad de saber cuánto rinde su sueldo, si puede comprarse algo en cuotas o darle un gusto a sus hijos. ¿Qué propone el peronismo? Frenarlo. Romper ese incipiente orden sin proponer algo superador. El peronismo no sólo perdió la agenda. Perdió el idioma de la vida cotidiana.
La cuarta crisis es de sujeto. El peronismo se construyó sobre la figura del trabajador formal, con recibo de sueldo, sindicato y horizonte de progreso. Ese sujeto hoy es una minoría. La Argentina real es una maraña de changas, trabajos informales, pibes que reparten cosas en bicicletas, emprendedores que viven al día y una juventud precarizada cuya única esperanza se reduce (como dice un gran amigo) a limosnear tasa por alguna billetera virtual. Para ese mundo, el peronismo es un señor mayor hablando de luchas que no vivieron. Un museo de la resistencia. Hay un pueblo nuevo que no es el de Perón. No es el de Néstor. Y tampoco es el de Cristina. Ese pueblo (del cuál uno de cada tres es esquivo a las urnas) quiere vivir mejor, no militar en una unidad básica. Y eso exige un nuevo puente emocional y material con la política.
Finalmente, la quinta crisis es de modelo. Ya es casi una costumbre: cada vez que un candidato peronista se acerca al poder, los mercados tiemblan. Y la explicación no puede quedar reducida al dólar o a la especulación financiera. El mercado es el valor de empresas argentinas que se desploman. Es el capital del país y miles de fuentes de empleo genuino. El mercado son inversiones que no llegan y desarrollo que no sucede. No es paranoia: es experiencia acumulada. El problema no es el mercado como dogma, sino la falta de un modelo económico de raigambre peronista, pero pensado para el 2050 y no para cien años atrás. Donde el déficit, el cepo, los controles de precios y otras medidas paupérrimas ya no pueden ser recetas viables; y donde se entienda al nuevo trabajador en lugar de abandonarlo; en donde se reconozca al sector financiero en lugar de negarlo; y en donde se acepte la importancia del equilibrio fiscal en lugar de despreciarla.
Frente a estas cinco crisis, hacen falta cinco decisiones urgentes:
- Un líder. Sin jefe no hay tribu. El peronismo necesita una figura que tome el riesgo de liderar, de ordenar, de decidir. Que hable con claridad, que dispute sentido y que se banque la interna. Que esté dispuesto o dispuesta a plantar bandera y decir "yo pienso esto", sin miedo a que el de al lado se pueda enojar.
- Un territorio. El peronismo necesita volver a ser una estructura federal construída de abajo hacia arriba. Retomar el contacto y la organización en las bases para dejar de hablarle sólo al AMBA y reconectar con el idioma (y las angustias) de la vida cotidiana.
- Un sueño. El peronismo está obsesionado con el pasado y propone una agenda de espejo retrovisor. No tiene relato de futuro. Y sin futuro no hay proyecto. No alcanza con frenar a Milei: hay que ofrecer algo mejor. La ampliación de derechos hoy pasa por incluir al que está afuera, no por repetir slogans del 2009. Y esa inclusión es distinta a la conocida. Es empezar a tener un recibo de sueldo en lugar de trabajar en negro. Es volver tranquilo a tu casa porque los narcos están presos. Y es dejar de tener la soga al cuello por la inflación.
- Un pueblo. El pueblo ya no está en las columnas sindicales ni en los plenarios del PJ. Está en los que venden por Instagram. En los que hacen delivery, peluquería a domicilio o arreglan celulares. Ese pueblo también quiere dignidad, futuro, seguridad, progreso, pero necesita una conversación distinta.
- Un modelo. El peronismo tiene que hacer las paces con la modernidad. No se trata de rendirse ante el mercado, sino de administrarlo con inteligencia. Y la inteligencia requiere navegar el Siglo XXI con herramientas y políticas del Siglo XXI y no del siglo anterior. Animarse a soltar el peronismo de Perón para ajustarlo a un mundo bien distinto, con nuevos actores, nuevos capitales y nuevos trabajadores. Un modelo peronista del siglo XXI tiene que ser posible, sostenible y deseable.
En definitiva, las 20 verdades fueron un faro. Hoy, las 5 crisis son una alarma. Pero también una oportunidad.
Si el peronismo tiene el coraje de mirarse al espejo y, sobre todo, dejar de mentirse, puede volver a ser una alternativa viable capaz de proyectar futuro en lugar de ser un fantasma para el electorado o dedicarse a administrar herencias cada vez peores.
Pero para eso tiene que hacer algo que hace mucho no hace: escuchar, competir, proponer, y sobre todo, cambiar.
Y tiene que hacerlo rápido. Porque el reloj de la historia no espera a nadie.
Por Federico Rivas. Consultor Político - Director Ejecutivo de URNA Consultores