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Jorge Elías 12 marzo de 2020

Por Jorge Elías Director de El Interín

Mientras el mundo entraba en pánico por la declaración de pandemia del coronavirus, el vuelo UX041, de Air Europa, despegaba en la medianoche de Madrid rumbo a Buenos Aires. El avión estaba repleto. Los pasajeros debían firmar una declaración jurada del Ministerio de Salud de Argentina en la cual, además de los datos personales, respondían si en los últimos 10 días habían tenido fiebre, diarrea, dolor de cabeza, tos, vómitos, dolor muscular, dificultad para respirar, erupciones de piel o sangrado anormal. El formulario debía ser entregado en el aeropuerto Ministro Pistarini, de Ezeiza, la principal puerta de entrada en el país.

En coincidencia con el arribo de ese vuelo, el 11 de marzo por la mañana, el presidente Alberto Fernández anunciaba severas sanciones contra aquellos que no cumplieran con la cuarentena obligatoria de 14 días en caso de provenir de alguno de los países más afectados por el COVID-19. Entre ellos, España. Sólo en Madrid, la barrera de los contagiados superaba el millar y el listón de muertos ascendía a 31. Uno de los pasajeros del vuelo en cuestión creyó que en Migraciones iban a pedirle el formulario. Nada. Lo llevó de recuerdo, como otro siempre distribuido y nunca requerido. La declaración de la Aduana.

Por la noche, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, iba a notificar en un inusual discurso a la nación la suspensión por 30 días de todos los vuelos procedentes de la Unión Europea, excepto los del Reino Unido. Una medida inédita que reflejaba la magnitud de la expansión del virus después de haberles recomendado a los suyos, a finales de febrero, que evitaran los viajes no esenciales a Italia, foco del contagio de la enfermedad originada en la ciudad china de Wuhan. El gobierno de Giuseppe Conte ordenó cerrar todos los comercios, menos los supermercados y las farmacias.

En el aeropuerto de Ezeiza, mientras tanto, cientos arribaban y cientos partían. En el tumulto coincidían vuelos procedentes de Estados Unidos, Brasil y otros países también afectados por el virus. ¿Controles? Circunstanciales. Mucho beso, abrazo y, como si nada, hasta mate compartido. Un mensaje ambiguo, más allá de las medidas gubernamentales, frente a la paranoia desatada en otras latitudes, con cuarentenas por decreto o por precaución, barbijos, guantes, antiparras y alcohol en gel a raudales como virtuales defensas frente a un enemigo invisible que no respeta fronteras ni repara en discursos.

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