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Por un puñado de votos

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04 junio de 2021

Por Ignacio Labaqui (*)

El próximo domingo, Perú elegirá presidente. Las últimas encuestas muestran una lucha palmo a palmo entre la sorpresa de la primera vuelta, Pedro Castillo y Keiko Fujimori, que por tercera vez compite por la presidencia.

Las diferencias entre ambos candidatos no pueden ser mayores. Castillo, líder sindical de maestros, es candidato de Perú Libre, la organización creada por Vladimir Cerrón, exgobernador regional de Junín que no podrá ser candidato debido a una condena judicial.

El sorpresivo primer lugar de Castillo en la primera vuelta del 11 de abril solo es explicable por una inédita fragmentación y por el elevado descontento de la ciudadanía peruana respecto de su clase política.

Este elemento no es novedoso, pero claramente se agravó en los últimos 5 años a causa de la elevada inestabilidad política y el pésimo manejo de la pandemia. Castillo promueve reformar la constitución y modificar radicalmente el modelo económico de Perú. Su base de apoyo se compone fundamentalmente de votantes de menores ingresos de áreas rurales, especialmente concentrados en el sur del país.

Que un candidato que plantea un drástico cambio en las reglas de juego pase a segunda vuelta no es algo nuevo en el Perú de los 2000.

En 2006, Ollanta Humala fue el candidato más votado de la primera vuelta, con un apoyo mayor al recibido por Castillo, y fue también -aunque con una plataforma algo más moderada- el aspirante presidencial que más votos recibió en la primera vuelta de 2011.

Pero Humala, entre la primera y la segunda vuelta en 2011, se movió al centro y su Gobierno estuvo lejos de promover un cambio radical. De Castillo difícilmente puede esperarse algo semejante. Básicamente porque el no controla a su propio partido. De hecho, los intentos de moderación de Castillo durante la campaña para la segunda vuelta se vieron frustrados, entre otras cosas, por el rechazo que ello genera en la dirigencia de Perú Libre.

De ganar, difícilmente puede esperarse que Castillo siga los pasos de Humala en 2011. Perdería el apoyo del grueso de su bancada en el Congreso y de sus aliados de Juntos por el Perú, el partido que llevó a Verónika Mendoza como candidata en la primera vuelta.

Fujimori representa el mantenimiento del actual modelo económico y sus votantes están fuertemente concentrados en Lima y en zonas urbanas, más bien en el Norte. Previo a la primera vuelta, Keiko era la candidata con mayor rechazo entre los votantes peruanos. Ello no es fruto del legado de su padre, Alberto Fujimori, quien gobernó Perú entre 1990 y 2000 y hoy se encuentra en prisión, condenado por las violaciones a los derechos humanos cometidas durante su gestión.

Tan solo 5 años atrás, Keiko obtuvo el 39% de los votos en la primera vuelta y perdió por un ajustado margen frente Pedro Pablo Kuczinsky en segunda vuelta. Más bien, el desprestigio de Keiko es fruto de su desempeño en los últimos 5 años como referente de la oposición.

Su partido, Fuerza Popular, que entre 2016 y 2020 llegó a controlar más del 50% del Congreso, planteó una oposición recalcitrante a PPK, en connivencia con el fallecido dos veces presidente Alan García. Keiko, al igual que el resto de los expresidentes peruanos Alejandro Toledo, Humala y el mismo García, se vio salpicada por el capítulo peruano del Lava Jato y debió pasar tiempo en prisión.

Frente a la posibilidad de radicalización que supone el triunfo de Perú Libre, no tanto por Castillo, sino por su mentor Cerrón, vinculado al Movadef, una organización ligada a Sendero Luminoso, el rechazo a Keiko ha bajado.

En las últimas semanas ha conseguido crecer en las encuestas, sumando el apoyo, más por espanto que por afinidad, de votantes que bajo otras circunstancias probablemente nunca la habrían votado. El sorpresivo endoso de Mario Vargas Llosa solo es comprensible a la luz de lo que podría implicar un triunfo de Perú Libre.

Si las encuestas difundidas hasta el domingo no están erradas o si no hubo cambios de último momento en las preferencias del electorado -algo que no podría descartarse dada la tendencia de un alto número de ciudadanos de decidir su voto a último momento- la elección del domingo se definirá por un puñado de votos. Una mayor participación sobre todo entre los votantes del exterior podría ser la clave del resultado.

Quien sea que gane, tendrá un mandato débil. Tanto Keiko como Castillo recibieron un apoyo inferior al 20% en la primera vuelta. No importa quien resulte electo enfrentará enormes desafíos. Tal vez no tanto en lo económico, dado que Perú está siendo beneficiado por el alto precio de los metales, sino en lo político, donde como puede observarse hay un elevado descontento en una gran porción de la ciudadanía.

No solo eso, ni Keiko ni Castillo tendrán mayoría en el Congreso. Es decir, ni Castillo cuenta con un mandato fuerte de la sociedad ni el apoyo legislativo necesario para impulsar los cambios radicales que propone la plataforma de su partido, ni tampoco Keiko goza de margen para cometer errores, como podría ser indultar a su padre o pretender que un triunfo electoral la pondrá al margen de la acción de la Justicia.

En los últimos 5 años, Perú ha mostrado un elevado grado de volatilidad política. Dos presidentes (PPK y Martín Vizcarra) fueron removidos por el Congreso. Un tercero, Manuel Merino, duró solo una semana en el cargo. Además, en 2019, Vizcarra, haciendo una interpretación antojadiza de una de las facultades que le concede la constitución peruana, disolvió el Congreso y llamó a nuevas elecciones legislativas.

Pase lo que pase el domingo, hay pocas razones para creer que esa elevada volatilidad política no continúe.

(*) Analista político y docente universitario (UCA y UCEMA)

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