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Aniversario de la invasión

La preocupante falta de realismo frente a la guerra ruso-ucraniana

Es problemático, desde el punto de vista de Occidente, el excesivo optimismo que caracteriza la cobertura mediática del conflicto

A pesar de la ayuda occidental, la disparidad económica, militar y demográfica en favor de Rusia sigue siendo abrumadora
A pesar de la ayuda occidental, la disparidad económica, militar y demográfica en favor de Rusia sigue siendo abrumadora
Federico Bauckhage 24 febrero de 2023

Siendo el primer aniversario de la invasión rusa a Ucrania, es oportuno reflexionar acerca de lo acontecido durante el último año, y qué perspectivas hay de una resolución en el futuro cercano.

Dadas la reciente visita del presidente Biden a Ucrania, los recientes comentarios de sus funcionarios de primera línea, y la suspensión por parte de Moscú del último tratado de control nuclear (Nuevo START), perspectivas para una solución negociada no son positivas. Por parte de Ucrania, la exigencia de la retirada completa tropas rusas de su territorio antes de sentarse a negociar no es una idea que pueda tomarse en serio, lo que es otra manera de decir que no hay voluntad de negociar todavía.

Es problemático, desde el punto de vista de Occidente, el excesivo optimismo que caracteriza la cobertura mediática del conflicto. Por el contrario, un análisis más sobrio de las variables estructurales en juego sugiere que, dado el actual curso de los acontecimientos, es muy probable que Ucrania pierda la guerra en el mediano plazo.

A pesar de la ayuda occidental, la disparidad económica, militar y demográfica en favor de Rusia sigue siendo abrumadora. La economía rusa se encuentra mayormente intacta a pesar de las sanciones económicas impuestas, y posee un mayor potencial de movilización. Las contraofensivas exitosas de Ucrania en los meses pasados se dieron en condiciones de coyuntura muy favorables, que difícilmente se puedan repetir en el futuro. 

Adicionalmente, según algunos análisis recientes, la capacidad de la industria militar occidental para abastecer a Ucrania de municiones y sistemas de armas críticos se agotaría dentro de los próximos 6 meses aproximadamente. Los tanques prometidos, insuficientes en cantidad como para hacer una diferencia crucial, tardarán 6 a 12 meses en ser entregados, sino más. 

La discusión acerca de la mejor manera de terminar la guerra, y cómo será el día después, parece encerrada en una burbuja intelectual con escaso margen de debate. Demasiadas analogías inexactas con la Segunda Guerra Mundial pretenden convertir a Vladimir Putin en Adolfo Hitler, y a Volodimir Zelenzki en Winston Churchill, y plantear el conflicto en términos esencialistas y existenciales, donde toda la virtud se encuentra claramente de un lado, y toda la maldad del otro. 

En esta visión, Rusia es un estado criminal que debe ser "llevado a la justicia" de alguna manera, como si una repetición de la capitulación incondicional de Alemania en 1945 fuese un escenario realista para Rusia hoy. No lo es, al menos no sin antes pelear una Tercera Guerra Mundial contra la mayor potencia nuclear del planeta.

Muchos periodistas y funcionarios repiten irreflexivamente términos como "agresión no provocada", pretenden caricaturizar al presidente Putin como "desesperado", "irracional", o "desconectado de la realidad", describen la cultura rusa como inherentemente autoritaria e imperialista, o sostienen se trata de una "guerra entre la democracia y el autoritarismo". 

Conscientemente o no, están abrazando de manera acrítica una narrativa sesgada hacia uno de los dos bandos en conflicto. No hay a menudo siquiera un atisbo de análisis serio, ni un intento por entender las razones por las cuales los rusos podrían tener una perspectiva muy distinta de las causas de la guerra. 

Toda guerra tiene causas políticas, y solamente tendrá una conclusión estable si los beligerantes llegan a un compromiso político mutuamente aceptable. Para ello es necesario tener una idea clara de qué es lo que piensa el otro lado, cómo ve el mundo, qué lo motiva, y qué se le puede conceder o no. 

Denunciar la agresión rusa como ilegítima o ilegal es tan moralmente correcto como pragmáticamente inservible. Demonizar y deshumanizar al adversario es directamente contraproducente, porque limita la capacidad de hacer concesiones y debilita la credibilidad de los compromisos.

¿Cuál es para Moscú, entonces, la raíz política del conflicto? En su formulación mas resumida, la percepción de que la incorporación de Ucrania a la alianza militar OTAN, constituía una amenaza existencial a su seguridad. 

De acuerdo con toda la evidencia disponible, la operación inicial rusa tuvo por intención forzar un cambio de gobierno en Ucrania, no muy distinto de lo que EE.UU. hiciera en Afganistán, Irak o Libia en tiempos recientes. Dado el tamaño limitado de la fuerza invasora, parece que Moscú asumió que la operación sería relativamente sencilla y de duración breve. 

El plan parece haber estado informado por presuposiciones políticas profundamente equivocadas con respecto al grado de resistencia que ofrecerían tanto el gobierno como la sociedad ucraniana, pero se revela consistente con el objetivo político de remover un gobierno que llevaba a Ucrania a convertirse en un aliado de facto de la OTAN. 

La política es el arte de lo posible, principalmente y sobre todo para los estados que operan en un sistema anárquico, donde ninguno puede imponer su voluntad a otro si no es por la fuerza. ¿Es justo pedir a Ucrania que limite sus opciones a la hora de elegir su orientación estratégica? Sin ninguna duda es injusto. Pero, al mismo tiempo, es prudente para su supervivencia. En un mundo anárquico donde conviven grandes potencias, los estados débiles deben usar su soberanía con mucha precaución.

La idea de que los estados débiles deben ceder ante algunas demandas de los estados mas poderosos no es una idea nueva ni controversial en las relaciones internacionales. De la misma manera, la idea de que las grandes potencias tienen áreas de influencia en su periferia donde perciben que tienen intereses vitales que deben defender, tampoco es nueva.

La Doctrina Monroe es la versión estadounidense de este fenómeno. Washington ha considerado América Latina su "patio trasero" por muchos años, y ha intervenido en nuestra región en múltiples ocasiones para resguardar lo que considera son sus intereses. Y gran parte de América Latina, sin ir mas lejos, se ha resignado a subordinar algunos aspectos de su soberanía a los intereses geopolíticos de EE. UU., ya que confrontar con la potencia hegemónica regional es muy arriesgado. 

El alineamiento estratégico de sus vecinos no es nunca irrelevante para una gran potencia. Si México o Canadá decidieran libre y soberanamente ingresar a una alianza militar con China, y permitieran que China financiara, equipara y entrenara a sus fuerzas armadas durante casi una década, hicieran numerosos ejercicios conjuntos, y hablaran de permitir la instalación de bases militares chinas en su territorio, Washington sin duda lo percibiría como una amenaza mayúscula. Quien dude de esto, no tiene más que ver la reacción que generó recientemente la presencia de un mero globo aerostático chino cruzando espacio aéreo estadounidense.

No es nada descabellado que los rusos vean la periferia de su país de manera similar, con el agravante de que, a diferencia de EE.UU., su memoria histórica reciente sí registra invasiones por parte de potencias extranjeras, con consecuencias catastróficas para su población.

  • Otra fuente de analogías históricas inexactas es la Crisis de los Misiles Cubanos. En 1962, la presencia de misiles nucleares soviéticos en la isla de Cuba, ostensiblemente con fines defensivos, provocó una profunda percepción de inseguridad en EE. UU., y durante 13 días el mundo estuvo al borde de la guerra nuclear.

Al contrario de la versión mítica difundida en la cultura popular, la crisis no se resolvió porque el presidente Kennedy se plantara con firmeza hasta intimidar a los soviéticos a retirarse. La solución de la crisis fue negociada, parcialmente en público y parcialmente en secreto, y los misiles soviéticos fueron retirados a cambio del desmantelamiento de misiles similares que EE. UU. había desplegado en Turquía. En otras palabras, fue necesario hacer concesiones mutuas para llegar a un acuerdo satisfactorio.

Las capacidades militares y alianzas que un país adquiere para ayudar a su defensa suelen tener el efecto de aumentar la inseguridad de otros, esto es lo que conocemos como el "dilema de seguridad". Pretender que el dilema no existe y que el adversario está equivocado al respecto de las intenciones propias no hace nada por resolverlo. 

Históricamente, una de las maneras más efectivas de mitigar este dilema fue, precisamente, el reconocimiento de esferas de influencia que sirvieran como amortiguadores frente a potenciales amenazas externas. La expansión de la OTAN hacia el este puede haber sido llevada adelante con buenas intenciones, pero como dice el saber popular, el infierno está empedrado con las mismas.

Una mirada realista nos llevará a comprender que las opciones ideales no existen, y a estas alturas las soluciones posibles para finalizar la guerra podrán ser elegidas de un conjunto limitado de opciones poco satisfactorias que involucrarán algún tipo de concesión a Rusia, por más que ofenda a nuestras sensibilidades morales o simpatías ideológicas. 

La alternativa idealista, lamentablemente, es seguir pavimentando el infierno.

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