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El replanteo de Biden para estabilizar Medio Oriente

Biden-Iran
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Atilio Molteni 09 diciembre de 2020

Por Atilio Molteni Embajador

El 1° de diciembre el presidente electo Joe Biden dio a conocer los objetivos para los primeros meses de su Gobierno. Con respecto a las relaciones externas, además de referirse a China, destacó que volvería a respetar íntegramente el Acuerdo Nuclear de 2015 con Irán, que fue dejado de lado por Donald Trump, a condición de que Teherán lo cumpla al pie de la letra. Recién entonces continuarían negociaciones más amplias de modo de incluir problemas no resueltos en su contenido actual y concretar el levantamiento de las sanciones existentes.

Esta declaración demuestra el interés del nuevo Gobierno de regresar a un entendimiento diplomático con Irán para concretar un nuevo equilibrio entre las potencias regionales, condicionado por otra realidad, resultado de la competencia global que mantiene con China y la importancia que alcanzó en los últimos cinco años la Federación Rusa en Medio Oriente.

Cabe recordar que el Plan de Acción Conjunto y Comprensivo de 2015 (PAIC), fue el resultado final de un proceso de negociación con los miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania, que tuvieron como propósito asegurar el carácter pacífico del plan nuclear iraní, mediante limitaciones a su desarrollo, con plazos de cumplimiento y controles rigurosos del OIEA. Fue un consenso de las principales potencias mundiales, aceptado por Irán debido a la imposición de sanciones y la posibilidad latente de una acción militar sobre sus instalaciones nucleares.

El gran promotor de dicho acuerdo fue el expresidente Barack Obama, que quería impedir que el régimen clerical chiita de Irán llegara a la posesión de estas armas, después de haber consolidado su influencia desde el Golfo Pérsico hasta el Líbano. Fue su objetivo prioritario en Medio Oriente, donde la contraparte definitoria -las fuerzas moderadas en Teherán-, estuvieron representadas por el presidente Hassan Rouhani que, por su parte, buscó el levantamiento de las sanciones.

En cuanto al líder supremo Ali Khamenei, y otros representantes de la línea dura, como los ayatolas y el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, rehusaron cualquier compromiso que afectara sus objetivos de seguridad nacional, posición que mantienen hasta el presente.

Dos años después, Trump calificó al acuerdo como “el peor posible” y en mayo de 2018 denunció al PAIC. Luego, restableció las sanciones bilaterales, fortaleció la alianza con Israel, con Arabia Saudita y otros países del Golfo, y organizó una campaña de “máxima presión”, con el objeto de renegociarlo, además de la capacidad misilística de Irán y su participación en los conflictos regionales. Esta política, especuló también con un cambio de régimen en Teherán, sin haber logrado ninguno de ellos. En cambio, los demás miembros originales del acuerdo continuaron aplicando el PAIC y criticaron su política de distanciarse de lo acordado en 2015.

Sin embargo, las tensiones de Irán con los países sunitas del Golfo y con Estados Unidos, quedaron demostradas desde mayo de 2019, cuando realizó operaciones encubiertas de sus fuerzas -o vinculadas con Teherán- a buques petroleros en el Golfo Pérsico, derribó un “drone” norteamericano sobre el Golfo de Ormuz, sumado a otras acciones asimétricas y ataques misilísticos a Arabia Saudita, Siria e Irak.

Estados Unidos respondió con represalias aéreas, el refuerzo de unidades militares en la región y, en enero, eliminó al General Qassam Soleimani, líder de la Fuerza Al Quds, argumentando que planeaba ataques contra ellos. Fue entonces que Irán atacó con misiles una base estadounidense en Iraq (sin bajas en sus soldados), e intensificó el enriquecimiento de uranio por encima de los límites acordados en 2015. Jake Sullivan, propuesto como Consejero de Seguridad Nacional de Biden, calificó esta situación como una combinación de activismo militar contrapuesta a una diplomacia pasiva.

El 27 de noviembre, el asesinato del más importante físico nuclear iraní, Mohsen Fakhrizadeh, considerado el padre de su proyecto nuclear clandestino, fue atribuido a Israel (al igual que otros ataques cibernéticos y explosiones en instalaciones nucleares), hecho que pudiera originar represalias iraníes, con el riesgo de provocar una respuesta militar ordenada por el presidente Trump, en las últimas semanas de su Gobierno.

Los analistas opinan que esta acción tuvo por objeto impedir que Biden reasuma los contactos con Teherán, debido a que Netanyahu sostiene que Irán es una amenaza existencial, situación que ahora tomó especial relevancia debido a la posible convocatoria, por cuarta vez en dos años de elecciones generales, que se desprenden de los desacuerdos en el actual Gobierno de coalición.

Además, el 2 de diciembre una ley iraní autorizó el enriquecimiento de uranio al 20%, -muy por encima del límite de 3,67% del PAIC, que en seis meses alcanzaría los niveles de un arma nuclear- y, para implementarse en febrero, ordenó la expulsión de los inspectores de la OIEA en el caso de que no se levanten las sanciones. Estas decisiones representan el pensamiento de la línea dura que desfavorece una eventual negociación, al tener en cuenta las elecciones de junio de 2021, y que pretende alcanzar preeminencia en el poder al concluir el mandato del presidente Rouhani.

En síntesis, los objetivos de Biden (que no son muy distintos de los de Trump, pero sí la metodología para lograrlos) persiguen restaurar el acuerdo original por ambas partes como un primer paso, organizar de inmediato negociaciones destinadas a establecer un régimen nuclear más ambicioso, considerar las acciones desestabilizadoras de Irán, y sus misiles de gran alcance, donde el levantamiento de las sanciones funcionaría como moneda de cambio para lograrlos.

Tal proyecto diplomático -de difícil ejecución-, considera los cambios trascendentes en la geopolítica mundial, y trata de posibilitar la reducción de la presencia militar estadounidense en Medio Oriente, terminando con “las guerras sin final” ?las de Afganistán e Irak-, debido a la disminución de sus intereses vitales en dicha región y el incremento de los que mantiene en el Asia-Pacífico, pero, sin afectar la seguridad regional.

Las obligaciones que asumiría Irán serían un aliciente para lograr la distensión y entendimientos con Arabia Saudita y los países del Golfo, auspiciados por Washington por medio de un diálogo regional que posibilitara establecer medidas de fortalecimiento de la confianza, encaminadas a lograr acuerdos de convivencia pacífica y superar conflictos, como los que existen en Yemen, Siria e Irak.

Sin embargo, para que este proceso pueda concretarse, debería contar con la participación de dichos países sunitas, que han incrementado sus relaciones con Israel y se sienten amenazados por el Irán chiita, además de Rusia, China y los Estados europeos que suscribieron el PAIC, a quienes preocupa la capacidad nuclear iraní pero que, al mismo tiempo, mantienen una relación con Irán de distinto carácter, en un momento en el cual la elección de Biden motivará una nueva realidad internacional.

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