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Historia

Del desgüace ruso de 1991 a la guerra de Putin de 2022

Rusia y Ucrania, Estados Unidos y Europa siguen desafiando al genio de la guerra. La única que parece haber entendido fue Merkel. Los errores de la OTAN, Kiev y Moscú.

Vladimir Putin intenta reconstruir las repúblicas perdidas con la disolución de la URSS
Vladimir Putin intenta reconstruir las repúblicas perdidas con la disolución de la URSS
Oscar Muiño 20 mayo de 2022

El anquilosamiento amenaza al sistema. El liderazgo soviético, habituado a largos personalismos, pierde tres jefes en un par de años: Leonid Breznev, Yuri Andropov y Kostantin Chernenko. Para Anselmo Santos, “entre la Revolución de Octubre (1917) y la extinción de la Unión Soviética (1991), se sucedieron al frente del país dos genios (Lenin y Stalin), un patán impulsivo y temerario (Jruschov), un ignorante pancista y vanidoso (Brezhnev), dos moribundos (Andrópov y Chernenko) y un insensato (Gorbachov)”.

Mijail Gorbachov (1985-1991) emerge de la nueva Nomenklatura, la primera generación que no ha combatido. Y arranca con mala suerte. Por causas que aún se discuten –pero que rebalsan impericia- explota un reactor nuclear de Chernóbil (1986), en Ucrania. Una ola radiactiva mata personas y contamina regiones enteras de Ucrania, Bielorrusia y Rusia y se expande por una decena de países. El peor accidente nuclear hasta entonces. La central explotada se llama Lenin. Un pésimo augurio. Y un golpe durísimo para la orgullosa ciencia soviética. 

Un año después, el 28 de mayo de 1987, un Cessna monomotor piloteado por un adolescente alemán aterriza en la Plaza Roja. Las defensas –supuestamente invulnerables- de la segunda potencia son pasadas como humo por una precaria avioneta de alquiler. La fácil violación del espacio aéreo soviético desmorona el prestigio del Ejército Rojo.

Gorbachov se reivindica fiel comunista. Pero dice: “Renunciamos a todo cuanto deformó el socialismo en los años 30 y lo llevó a estancar en los 70” (Informe  a la XIX Conferencia del CC del PCUS, junio 28 de 1988). Apenas si deja la década del veinte para rescatar…impulsa la Perestroika (reforma política y económica) y el Glanost (transparencia). Es tarde.

Los pueblos crujen 

Los bolcheviques ejercitan una obsesiva vigilancia interna. Celebridades como el escritor tradicionalista Alexander Sojenitsin o el científico marxista Mijail Sajárov son vigilados y sancionados. La temible KGB es eficaz pero la eternización de un Estado policial aleja cada vez más al régimen de sus ciudadanos, la sociedad del Estado. Ni hablar en las repúblicas no rusas… 

Hélène Carrère d'Encausse, secretaria de la Academia Francesa y experta en la URSS, advierte en 1989 que está explotando “la rebelión de las etnias”. Dos décadas antes ha detectado la agitación e incomodidad en las regiones musulmanas y en otras de las “cien naciones y nacionalidades que hablan más de cien lenguas diversas y a las que todo las separa”. 

El proletariado del Papa

El eslabón débil asoma en Polonia, la vieja adversaria de Rusia. Una protesta general a través de Solidaridad, un sindicato clandestino. Un carismático electricista de los astilleros, el católico Lech Walesa, con seis hijos, dirige el Comité de Huelga interempresas. No hay sólo actores locales. 

El embajador en Washington se queja: “Los Estados Unidos –dice Dobrynin- continuaron su esfuerzo por separar a los países de Europa del Este de la Unión soviética  lo hicieron de la manera más directa y flagrante, como en Polonia”. 

Juan Pablo II, el Papa polaco, agita la bandera de la revuelta. La Iglesia Católica ha sido el alma de Polonia, sobre todo cuando el Estado ha dejado de existir o se ha alejado de los anhelos de su pueblo. Más allá del evidente acuerdo Reagan-Juan Pablo II, para los líderes del proletariado internacional, como pretenden ser los soviéticos, resulta imposible explicar por qué los trabajadores polacos se alzan, unánimes, contra el socialismo real. ¿Cómo justificar la dictadura proletaria cuando la clase obrera se rebela contra el partido comunista?

El ejemplo polaco resquebraja Europa oriental. Aleja de la tutela moscovita media Europa (Alemania oriental, Polonia, Hungría, Bulgaria, Checoeslovaquia, Rumania). La caída del muro de Berlín –su destrucción por los propios berlineses- marcó el fin. Los últimos líderes de los Estados prosoviéticos del Pacto de Varsovia coincidirán ante el historiador argentino Guillermo Gasió: “falló el centro”. Acostumbrados a la obediencia al Kremlin, la parálisis soviética los paraliza. 

“No sólo Bush,  sino también Helmut Köhl, de Alemania, y otros líderes extranjeros tenían una inmensa deuda personal con Gorbachov  por permitir la reunificación alemana y el establecimiento de gobiernos no comunistas en Europa oriental” (John Morrison).

Afganistán, el Vietnam ruso

Las desgracias nunca vienen solas. El Kremlin está sufriendo su propio Vietnam.  Afganistán ha optado por un gobierno prosoviético, pero Moscú ha decidido invadirlo en 1978 y establecer un régimen títere. Catástrofe. Los mujaidines resisten, como han resistido a los británicos en el Siglo XIX y como resistirán a los norteamericanos en el siglo XXI. Igual que todo invasor, el ejército ruso se retirará derrotado de las montañas afganas, por la valentía inquebrantable de los afganos y la provisión de armas norteamericanas. Lo mismo habrá de ocurrir en Ucrania… 

Los padecimientos de las tropas dan origen a un libro de Svetlana Alexiévich (Premio Nobel 2015). Uno de los entrevistados se compadece de los caídos pero “no son unos héroes con el derecho indisputable  a ser homenajeados, sino tan sólo unas víctimas que inspiran compasión” (Los muchachos de zinc. Voces soviéticas en la guerra de Afganistán).  La historia vuelve a mostrar que el ejército ruso resiste como ninguno cuando pelea en su tierra, pero le cuesta mucho más la ofensiva. Se ve en Afganistán, se repetirá en Chechenia. Y en Ucrania.

Golpe fallido en Rusia

En agosto de 1991 la vieja Nomenklatura espantada por los cambios intenta un golpe de Estado. Los golpistas actúan con una ineficiencia inesperada. También el gobierno: Gorbachov acusa a sus propios ministros de “impúdicamente inútiles y cobardes”.

El héroe de la lucha antigolpista es el pueblo, que sale a la calle. Y el líder que se hace cargo –Gorbachov está aislado, de vacaciones en el Mar Negro- es Boris Yeltsin. Acaba de ser elegido presidente de la República Federativa de Rusia –una de las repúblicas soviéticas- por un abrumador 58% de los votos. Yeltsin será una estrella fugaz. Su brillo deslumbrante durará poco y la historia lo acusará del desguace de su patria. 

Un matrimonio de soviéticos emigrados a Nueva York (Vladimir Solovyov y Elena Klepikova) publica una biografía de Yeltsin. Describe a Gorbachov como impaciente, a Yeltsin como reservado, donde  la base de Gorby es la Nomenklatura y la yeltsiana las masas de Rusia, Gorbachov sibarita y Yeltsin generoso. Hasta la esposa de Yeltsin es descripta como “maternal, atenta, paciente” para darle ventaja sobre la talentosa Raisa Gorbachova, “mandona, abrupta, dominante”. Yeltsin es el nuevo favorito.

Boris, el destructor 

“Para Yeltsin el golpe sería un triunfo” (Morrison). Proclama la independencia de la República Federativa de Rusia y la retira de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. ¿Cómo imaginar un Soviet sin Rusia? El resto de las Repúblicas proclaman su autonomía. La URSS deja de existir. 

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Gorbachov y Yelstin

Lo que empieza como la autonomía de Rusia se convierte en la autonomía de todos los demás respecto de Rusia. Siglos de conquistas se evaporan. El imperio se desintegra, peor que en 1917… Se van las Repúblicas soviéticas incluidas en la URSS: Ucrania, Bielorrusia, Estonia, Letonia, Lituania, Armenia, Georgia, Azerbaidjan, Kazajia, Kirguizia, Turkmenia, Uzbekia, Tadjikia, Moldavia… Algunas exhiben tradición independiente, otras apenas si se han autogobernado. 

En la mayoría de los nuevos Estados abundan las denuncias de corrupción, apropiación de la propiedad estatal por grupos de oligarcas vinculados al poder, limitaciones a las libertades, problemas para la prensa, persecución de opositores y fraude electoral. 

Lo más impactante en Rusia la liquidación de los bienes públicos y su confiscación de hecho por grupos que pasaron a monopolizar el poder económico y actuar en conjunto con los nuevos gobiernos. Jerarcas y empresarios en un pacto de hierro y oro.

El Fin de la Historia

Estos episodios marcan el fin de Rusia como superpotencia global; Estados Unidos queda como el único Hegemón. Ciertos publicistas y académicos se regocijan con lo que Francis Fukuyama bautiza “El Fin de la Historia”. El anuncio de un Mundo Feliz bajo la protección benevolente de la Casa de la Colina norteamericana. Economía capitalista y democracia liberal. Parecía que sí. Pero no...

Yeltsin (presidente ruso 1991-9) usa la receta del Consenso de Washington. En febrero de 1992 su propio vicepresidente Aleksandr Rutskói denuncia al programa de Yeltsin como un genocidio económico.  El neoconservador norteamericano Robert Kagan concluye que “las pesadillas de Europa consisten en volver a los años treinta, pero las de Rusia son regresar a los años noventa”. La lluvia de inversiones jamás llega y la economía rusa no deja de achicarse, mientras los sectores populares sufren un ajuste furibundo. 

Los líderes y los medios occidentales no lo hostilizan. Incluso pasan por alto la Guerra Chechena (1994-6). Se acusa a Yeltsin de haber tirado bombas de fósforo blanco cuando Chechenia guerrea para separarse de Rusia, dirigida por un ex general del aire soviético, Dzhojar Dudáyev. Mueren 5.000 soldados del desmoralizado ejército ruso. Una vez más, las tropas demuestran que su calidad en la defensa no es transportable a la ofensiva. 

“La reelección de Yeltsin se transformaría en una prioridad central de la política exterior de la Administración Clinton. Yeltsin sería el mejor socio al que podían aspirar los Estados Unidos” (Mariano Caucino). El homenaje al hombre que había liquidado a la temible la Unión Soviética.

No se acaba allí la desgracia rusa. Aprovechando la debilidad de Yeltsin, Occidente tritura a Yugoslavia, esos eslavos del Sur que habían considerado siempre a la Madre Rusia como  protectora nacional y de la religión ortodoxa. 

  • Los serbios, columna central del Estado, fueron aislados, atacados y apabullados. Resultado: nacen Croacia, Eslovenia, Macedonia  y Bosnia. Luego Macedonia del Norte, Montenegro y hasta Kosovo, el símbolo histórico del imperio serbio, el lugar donde sus tropas fueron derrotas por el sultán otomano en el siglo XIV. Para colmo, tras la guerra civil, líderes serbios son juzgados y condenados por un tribunal penal internacional.

La Blanca Rada

Ucrania se independiza sin un tiro. En 1991 su Parlamento (La Rada) proclama la independencia. Leonid Kravchuk preside la Ucrania soviética y no ve problema en ser el primer presidente del país (1991-4). Su primer ministro Leonid Kuchma lo desafía y lo sucede (1994-2005) para acercarse a Moscú e imponer el ruso como segunda lengua.

 Yeltsin y Kuchma firman en Kiev un tratado que reconoce a las partes “la integridad territorial, la inviolabilidad de las fronteras, la solución pacífica de las controversias, la no utilización de la fuerza ni la amenaza de la utilización de la fuerza” (1997). Son años duros, se calcula que en la década del noventa Ucrania pierde la mitad de su PIB y sufre muy alta inflación. 

En 2004, el primer ministro Víktor Yanukóvich -gobernador del óblast de Donetsk entre 1997 y 2002 y primer ministro de Ucrania- es declarado ganador de las elecciones presidenciales. Su rival las impugna, denuncia fraude. Es la Revolución Naranja. 

Hay nuevos comicios y gana Víktor Yúshchenko. Yanukóvich no se rinde y llega finalmente a presidente de Ucrania por el rusófilo Partido de las Regiones (2010). Soporta una dura oposición. En 2013 desecha un Acuerdo de asociación con la Unión Europea y se acerca más a Rusia. Los opositores ocupan edificios oficiales y la violencia crece. Yanukóvich es destituido en 2014 y Ucrania busca entrar a la OTAN.

Clinton hace OTAN

Los países del Pacto de Varsovia rompen con Rusia, se apresuran a pedir protección de Europa Occidental y, sobre todo, paraguas militar norteamericano, con ingreso masivos a la OTAN. Los satélites del Kremlin (Polonia, Hungría, Rumania, República Checa y Eslovaquia) y regiones soviéticas como Lituania, Letonia o Estonia reemplazan el vasallaje moscovita por la devoción hacia Washington.

En enero de 1994 Clinton anuncia que la OTAN habrá de expandirse. Viola las condiciones puestas por Gorbachov para aceptar la reunificación alemana. Hasta Yeltsin se queja: “La OTAN ha ido demasiado lejos” (1997). 

Para esquivarlo, Clinton le ofrece convertir el G-7 en G-8 con Rusia adentro. Yeltsin pisa el palito. 

El talentoso escritor y presidente checo Vaclav Havel reflexiona con honestidad: “Desde un punto de vista militar y estratégico, ningún país quiere verse rodeado por una alianza poderosa a la que no puede acceder”. 

Cuando la administración de Clinton avanza para incluir a Polonia, Hungría y la República Checa en la OTAN, William Joseph Burns, embajador norteamericano en Moscú, alerta. La decisión fue "prematura en el mejor de los casos e innecesariamente provocadora en el peor. Mientras los rusos se consumían en su agravio y sentido de desventaja, una creciente tormenta de teorías de 'puñalada por la espalda' lentamente circulaban, dejando una marca en las relaciones de Rusia con Occidente que perduraría durante décadas", dice Burns. 

En junio de 1997, 50 destacados expertos en política exterior firman una carta abierta a Clinton: "Creemos que el actual esfuerzo liderado por Estados Unidos para expandir la OTAN… es un error político de proporciones históricas" que "perturbará la estabilidad europea".

Vladimir Putin gobierna Rusia –per se o por sus amigos- desde 2000. Retoma la mano dura, autoritaria y la vocación expansionista de todos los gobernantes que se han sentado en el Kremlin.

Burns, actual jefe de la CIA, plantea el riesgo de Incorporar Ucrania a la OTAN: la más roja de las líneas rojas para Rusia, no solo para Putin.  Sería interpretado como “una amenaza directa” y Rusia responderá. Anuncia la previsible intervención rusa en Crimea y el oriente ucraniano (nota a Condoleezza Rice en febrero de 2008). Ese 2008, en diciembre, durante una cumbre sobre OTAN, Estados Unidos empuja para incluir Ucrania en la OTAN, con Alemania y Francia rehusando. 

Otra vez Ucrania

Ucrania no sólo se acerca a la Unión Europea sino que propone derogar la ley que protege la lengua rusa. Ahora manifiestan los pro-rusos en Crimea y regionales rusoparlantes. Crimea se suma a la Federación Rusa. En el Dombás los pro-rusos sacuden el ambiente.

El derrocamiento del pro-ruso Yanukovich es el pretexto de Putin para invadir Crimea: “proteger” a la mayoría de sus habitantes, que son rusos o de origen ruso. Putin  defiende la anexión de Crimea  como respuesta a la continua expansión de la OTAN al Este de Alemania, contrariando los acuerdos con Rusia de fines del Siglo XX.

Rusia vuelve

En marzo de 2014 la República de Crimea y la ciudad de Sebastopol declaran su independencia de Ucrania y su integración en la Federación Rusa. Vladímir Putin firma la ley que formaliza la anexión de la República de Crimea y de la ciudad de Sebastopol a la Federación Rusa. En aquellos días Henry Kissinger escribe en The Washington Post: “Occidente debe entender que, para Rusia, Ucrania nunca puede ser solo un país extranjero. La historia rusa comenzó en lo que se llamó la Rus de Kiev. La religión rusa se extendió desde allí. Ucrania ha sido parte de Rusia durante siglos, y sus historias estaban entrelazadas antes de entonces. Algunas de las batallas más importantes por la libertad rusa, comenzando con la Batalla de Poltava en 1709, se libraron en suelo ucraniano. La Flota del Mar Negro, el medio de Rusia para proyectar el poder en el Mediterráneo, se basa en Sebastopol, en Crimea. Incluso disidentes tan famosos como Aleksandr Solzhenitsyn y Joseph Brodsky insistieron en que Ucrania era una parte integral de la historia rusa y, de hecho, de Rusia. La parte occidental se incorporó a la Unión Soviética en 1939, cuando Stalin y Hitler se repartieron el botín. Crimea, cuyo 60% de la población es rusa, se convirtió en parte de Ucrania solo en 1954, cuando Nikita Jruschov, un ucraniano de nacimiento, lo otorgó como parte de la celebración de los 300 años de un acuerdo ruso con los cosacos. Occidente es en gran parte católico; el Este en gran parte ortodoxo ruso. Occidente habla ucraniano; el Este habla principalmente ruso. Cualquier intento de un ala de Ucrania de dominar a la otra, como ha sido el patrón, conduciría eventualmente a una guerra civil o a la ruptura. Ucrania ha sido independiente durante sólo 23 años; anteriormente había estado bajo algún tipo de dominio extranjero desde el siglo XIV. La política de Ucrania posterior a la independencia demuestra claramente que la raíz del problema radica en los esfuerzos de los políticos ucranianos para imponer su voluntad en partes recalcitrantes del país, primero por una facción, luego por la otra. Representan las dos alas de Ucrania y no han estado dispuestos a compartir el poder. Debemos buscar la reconciliación, no la dominación de una facción”.

En noviembre de 2014 los soviéticos avisan a la OTAN  que “una nueva configuración de la Alianza Atlántica se tomará en consideración en nuestra planificación militar”.

“En su relación con Rusia, Occidente cometió errores cuyo alcance recién hoy son percibidos. Occidente optó primero por ignorar a Rusia, luego por humillarla y, por último, por demonizar a su líder, el cada vez más temido fuera y admirado dentro Vladimir Putin. La expansión de la OTAN en las últimas dos décadas, en las puertas de Rusia, resultó una provocación innecesaria y contraproducente  y arrinconó a Moscú”, escribe en 2015 Mariano Caucino, investigador y embajador argentino en tiempos de Mauricio Macri.

Seis presidentes se suceden en Ucrania desde 1991 a 2022. Dos renuncian en medio de graves conflictos. La  lucha entre amigos de Moscú y partidarios de la OTAN se expresa en las sucesivas rivalidades electorales.  Volodímir Oleksándrovich Zelenskia, presidente desde 2019, junta antecedentes como actor, guionista, productor y director de cine y televisión. Como actor tuvo un papel memorable como presidente ucraniano…en la serie de 2015, Servidor del Pueblo.

La nueva guerra

En febrero de 2022 Rusia reconoce a la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk, dos estados autoproclamados en la región de Dombás en el este de Ucrania. Putin anuncia una operación militar especial.

Hasta ahora lo poquísimo que se ha visto en imágenes y filmaciones ha sido material muy limitado. Más propagandístico que periodístico. Sorprende que ambos lados. Ayer 19 de mayo Pravda titula que “el conflicto cuestiona la neutralidad y credibilidad de los medios occidentales. Muchos de nuestros intelectuales son víctimas de la ilusión de que los medios occidentales son neutrales y creíbles. Si las noticas se publican en la BBC o The New York Times, creen que es un sello de credibilidad, sin margen de duda. Por el otro lado, la impresión sobre los medios rusos y chinos es que se trata de propaganda y hechos no verdaderos”. 

Doble reflexión: es cierto que la calidad mediática y profesional occidental es superior a la rusa y a la china. Una reputación en general bien ganada. Pero en el tratamiento del conflicto ucranio-ruso, esta actitud ha desaparecido, reemplazado por clichés y datos dudosos. 

Evoca la Gran Mentira convertida en datos mediáticos que “justificaron” la invasión a Irak con datos falsos y luego invisibilizaron las enormes pérdidas humanas y de civiles, por no hablar de mujeres y niños. En rigor, luego de la guerra de Vietnam, el Pentágono decidió que jamás volverían a mostrar víctimas de carne y hueso. Como se sabe, sus ataques desde entonces parecen videogames, sin rastro de humanidad extinguida. Y cuando algo se pasa, se inventó el término “daño colateral” para deshumanizarlo.

Los errores de Putin

Vladimir Putin intenta -como seguirán tratando algunos de sus sucesores, según sugiere la historia- reconstruir las repúblicas perdidas con la disolución soviética. Convertirse en agresor es su primer error, la ofensiva militar con aislamiento político es el segundo. Y una evaluación incorrecta sobre la reacción que el agresor despierta en buena parte de la opinión pública. 

Asoman otras fallas de cálculo. La expectativa del Kremlin en un golpe militar contra el presidente ucraniano y la instalación de un nuevo gabinete que entrara en negociaciones. Para eso, era indispensable no arrancar territorios a Ucrania. El reconocimiento de las repúblicas secesionistas pro-rusas convirtió en imposible ese motín. Ningún general ni político podría desplazar al gobierno electo y aceptar la mutilación. Putin podía buscar el apoyo de los secesionistas pro-rusos o el de los ucranianos que esperan una buena vecindad. Las dos cosas juntas eran imposibles.

También parece haber habido confianza excesiva en una victoria relámpago. Era evidente que una resistencia ucraniana abriría el camino al auxilio de sofisticados armamentos y espionaje de última generación que Estados Unidos y la OTAN habrían de ofrecer a Ucrania. Y así estamos hoy, según pareciera vislumbrarse por detrás de la tenaza informativa de ambos bandos.

Es probable, además, que la rocambolesca retirada norteamericana de Afganistán haya sugerido a Putin que el presidente Biden no se inmiscuiría en guerras externas. Pero el desplome de Biden ante la opinión pública por ese insensato retiro a la luz de la televisión produjo, seguramente, el efecto inverso. Biden debe recuperarse y, como se sabe, una guerra externa suele ser un camino posible para levantar una imagen deteriorada. Basta recordar a Margaret Thatcher, cuyo destino parecía sellado y cuya carrera renació después de la guerra de Malvinas.

Los errores de la OTAN

Como marca Henry Kissinger –y virtualmente coinciden todos los expertos- rodear a Moscú de cohetería y enemigos potenciales es algo que debe intentar evitarse. 

El miedo ruso a ser atacado no es sólo paranoia, sino lección de la historia. 

En los últimos 117 años los rusos han sufrido ataques de Japón en 1904, de fuerzas de intervención de una docena de países durante la sangrienta guerra civil que siguió a la toma del poder por los bolcheviques, de Alemania y sus satélites entre 1939 y 1945. Y, muchos rusos ven en la desintegración de la Unión Soviética y del bloque que conducía una guerra silenciosa pero devastadora organizada por Occidente. 

La Carta de las Naciones Unidas prohíbe las alianzas militares ofensivas. La extensión de la OTAN a treinta países da la sensación que esos treinta tienen un único adversario común, que es Rusia.

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Merkel le ofreció a Rusia un lugar

No es casual que el conflicto haya arrancado poco después del retiro de Angela Merkel. Respetada como la máxima –acaso única- figura europea de relevancia durante el siglo XXI, devino la líder de hecho de Europa. Su política ha sido incorporar Rusia a la Casa Europea. El viejo sueño de Charles de Gaulle, aquel presidente francés que imaginó una Europa “desde el Atlántico a los Urales” capaz de reconstruir la fuerza política, económica y militar como un poder global.

Merkel ofreció a Rusia un lugar. Su acto de confianza fue la construcción del gasoducto –con la mirada crítica de Estados Unidos-  a cambio de un lugar especial para los bancos alemanes. 

La llave de los negocios en Rusia, desde fines del siglo XX, están imbricados con la banca alemana (así como los franceses habían financiado a los zares hasta la Gran Guerra). Energía contra finanzas. Además, metales básicos rusos para la gran industria teutona. 

Hoy, abundan los revisionistas que culpan a Merkel de acuerdos con Moscú. Injusto y voluntarista.  Acaso salir del atolladero tenga una vía: volver a Merkel…

 


La primera columna “De la Pequeña Rusia a todas las Rusias”

La segunda columna “Pedro y Catalina, dos gigantes convierten Rusia en gran potencia”

La tercera columna “Guerra, revolución, intervención: ¿qué hacer con los bolcheviques?”

La cuarta columna “De la victoria contra Hitler a la Guerra Fría y la decadencia”

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