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Primeras impresiones sobre las nuevas medidas cambiarias

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17 septiembre de 2020

Por Martín Vauthier (*)

Con una dinámica de reservas que se había tornado insostenible, la batería de medidas lanzadas por el BCRA apunta a intentar sostener el nivel de reservas sin convalidar una devaluación brusca del tipo de cambio de referencia ni avanzar en un desdoblamiento formal. En principio, evitar un salto brusco del tipo de cambio oficial en el contexto actual luce deseable (dado que sin señales de consistencia ni un programa detrás el traslado a precios puede ser muy rápido), al igual que no convalidar un esquema de desdoblamiento formal, que presenta altos costos y en los hechos implicaría explicitar la señal de que la brecha “llegó para quedarse”.

No obstante, las medidas implementadas presentan elevados costos sobre la operatoria del sector privado y las necesarias señales que deben brindarse para motorizar la inversión y las exportaciones, condición necesaria para que Argentina vuelva a crecer luego de una década de estancamiento y del desplome tras la pandemia. Asimismo, difícilmente puedan cumplir sus objetivos por un tiempo prolongado, si no aparecen las señales necesarias desde la política económica y desde la política “política” para tranquilizar la economía, reducir la incertidumbre y generar condiciones que descompriman la demanda ex ante de moneda extranjera e incentiven el hundimiento de capital productivo en la Argentina en sectores transables.

Además de operar sobre el riesgo país y trabar las decisiones operativas de empresas y profesionales (dañando la productividad al destinarse recursos crecientes a adaptarse a las regulaciones), la decisión de restringir el cepo arriesga incentivar la salida de divisas por las vías que todavía quedan abiertas, impactando potencialmente sobre el resultado comercial base devengado (en la zona de US$ 1.400 millones mensuales en los últimos meses). Como ha ocurrido tantas veces en la historia argentina, cuanto más duras son las restricciones a la demanda de dólares en contextos de presión cambiaria, mayor es el incentivo a intentar acceder por los canales permitidos al dólar oficial y menor es el incentivo a ingresar divisas, agravando más temprano que tarde la escasez.

Si no aparecen señales de consistencia fiscal y monetaria/financiera, acompañadas de la construcción de un marco político y regulatorio que reduzca el costo del capital y aliente al sector privado a invertir y a dar dinamismo a las exportaciones, el riesgo es que el escenario de escasez se sostenga y comience tanto a poner límites a la recuperación (en la medida que deban comenzar a restringirse las importaciones por vía cuantitativa) como a filtrarse a inflación si el tipo de cambio de referencia va perdiendo relevancia en los procesos de formación de precios.

La falta de una moneda nacional y el escaso dinamismo de la inversión productiva son obstáculos de larga data para el desarrollo de Argentina y no son responsabilidad exclusiva de un solo gobierno. En la década de 2010-2019, el PIB per cápita se mantuvo estancado y la tasa de inversión a precios corrientes, que ya era baja en el arranque incluso para los estándares regionales, disminuyó de 16,6% (19,5% en 2007) a 13,5%, y se ubicará otro escalón más abajo en 2020. Si no se logra incrementar significativamente estos porcentajes, ubicar a las exportaciones de bienes y servicios en un sendero de crecimiento sostenido y reconstruir el rol del peso como unidad de cuenta y reserva de valor, la economía argentina va a seguir condenada a repetir la trayectoria de una tendencia muy mediocre con ciclos muy pronunciados que caracterizó las últimas décadas.

El margen para empezar a revertir esta situación sigue estando, con un dólar oficial que no luce atrasado, un superávit comercial significativo, precios relativos más alineados que en 2015, un perfil de vencimientos despejado hasta 2024 tras la exitosa renegociación de la deuda en moneda extranjera y una liquidez global que sigue ayudando. ¿Lo aprovechará la política generando condiciones para impulsar la inversión y las exportaciones, iniciar un proceso de desarrollo sostenido y sostenible y empezar a desandar décadas de declinación económica y social? ¿O seguirá siendo Argentina un país caracterizado por crisis de deuda recurrentes, inflación crónica y deterioro estructural, y con la extraña paradoja de un BCRA en permanente escasez de divisas frente a un sector privado que es el mayor tenedor de dólares billete a nivel global?

(*) Director de Eco Go y Profesor de la Maestría en Finanzas de UTDT

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