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Medir la pobreza y el 5% tan cuestionado

Medir la pobreza requiere una definición y datos

26 junio de 2015

(Columna de Jorge Paz, economista, investigador del CONICET y director del IELDE)

Carlos es reconocido por su esposa como el “jefe” del hogar que constituyeron hace cinco años. Tienen dos hijos y el ingreso que percibe mensualmente, $4.000, no alcanza para comprar todo lo que necesita su familia para cubrir sus necesidades más elementales. Ana, su mujer, hace tareas de costurera, pero el tiempo del que dispone y la escasa demanda de sus servicios no le permite sumar más de $500 al ingreso familiar. Según informan en alguna parte, Carlos, Ana y sus dos hijos menores de cinco años, necesitan alrededor de $5.800 para cubrir una canasta elemental de bienes. Carlos se las arregla y come algo en el obrador, por lo general un sándwich de mortadela alcanza. Ana hace lo propio en la casa de sus padres jubilados. Es decir que destinan todos sus ingresos a la alimentación y a la salud de sus hijos y para poder vestirlos y educarlos.

Alberto, tiene una familia idéntica a la de Carlos, pero trabaja como administrativo en el sector público y percibe un ingreso de $7.500. Consiguió ese puesto por haber militado en política por años y hace las veces de un puntero en el barrio. No obstante, no pudo acceder a una vivienda y cuando nació el primero de sus dos hijos se instaló con su concubina en un terreno fiscal y levantó como pudo cuatro paredes. En el único cuarto de la precaria vivienda duermen los cuatro y ahí mismo cocinan. Esa “vivienda” no tiene cuarto de cocina ni baño con desagüe.

Pobreza monetaria y multidimensional

Carlos es pobre por ingreso, al igual que los cuatro miembros de su familia. Alberto no es pobre por ingreso, pero la vivienda en la que habita lo convierte en un “pobre multidimensional”, con privaciones en (al menos) hacinamiento crítico, vivienda y saneamiento. El ingreso de Carlos y la situación de la vivienda de Alberto hacen automáticamente pobres a sus esposas y a sus hijas e hijos. Los hijos de Carlos no son pobres (comen todos los días y van a la escuela con indumentaria digna y se trasladan en transporte público subsidiado), pero sí lo son en la medida en que el hogar en el que habitan lo es.

Estos ejemplos ilustran claramente algunos temas que se tienen en cuenta para la medición de la pobreza y también la dificultad que acarrea tal empresa. Según nuestros cálculos (IELDE), el 18% de la población de la Argentina (lo que equivale a entre 7,5 y 8 millones de personas) padecen privaciones por ingresos o por algunas dimensiones del bienestar tales como una vivienda y saneamiento adecuados, e inclusión social de los miembros de una familia.

No obstante, si se toma sólo el ingreso monetario, pueden hacerse otros cálculos. Por ejemplo, computar el número de personas que están por debajo del umbral de “pobreza extrema” o indigencia. Estas personas (que no son ni Carlos ni Alberto, ni ninguno de sus familiares), por el tamaño de sus hogares, tienen una línea de pobreza extrema de $2.784 (un poco menos de la mitad de la línea de pobreza total). Este sería el ingreso que les permitiría consumir sólo alimentos (canasta básica alimentaria).

Según nuestros cálculos (IELDE), el 4,7% de la población de la Argentina, padecerían de pobreza extrema. La cifra se aleja bastante del 18% de pobreza total y es muy probable que la Asignación Universal por Hijo (AUH) esté provocando esta distancia. Muchos estudios han mostrado que la AUH es altamente eficaz para alejar a las familias de la pobreza extrema, y menos eficaz para sacarlos de la pobreza, aunque también salva a muchos de esta situación de privación.

Otras privaciones

La historia no termina en ese capítulo. Podemos imaginar otros escenarios posibles y proponer medidas alternativas a las anteriores y no por eso menos válidas. Es bien conocida la persona que menciona Adam Smith en “La Riqueza de las Naciones” que, por no poder comprar una camisa de lino, se siente pobre. Esa persona no está privada de indumentaria adecuada: tiene camisa, pero no la de lino que la sociedad le demanda para integrarse plenamente a ella. En este caso, el individuo smithiano es pobre subjetivamente hablando. Es pobre simplemente porque se siente pobre.

Esa pobreza subjetiva está íntimamente asociada a la idea de pobreza relativa. Los grupos, las clases, los estratos sociales, tienen su patrón de consumo y el no poder acceder a los bienes que ese grupo o clase acostumbra a consumir, provoca en las personas la sensación de exclusión que les causa zozobra. Uno de esos “bienes” es el ingreso, y el pertenecer a los estratos más bajos de ingresos puede considerarse una forma legítima de pobreza. Precisamente esa es la manera común de medir pobreza en los países europeos, entre ellos, Alemania. El umbral en este caso es la mitad del ingreso familiar que divide a la población en dos partes iguales (ingreso mediano).

Con los datos disponibles puede estimarse con cierta precisión a cuánto ascendería la pobreza relativa en la Argentina. Considerando que la mitad del ingreso mediano es actualmente de aproximadamente $1.400, y considerando también la paridad de poder de compra por regiones (vivir en Tierra del Fuego es más caro que en Resistencia), este tipo de pobreza rodaría el 17%, valor muy cercano al obtenido considerando la pobreza absoluta, mencionado antes. La pobreza relativa extrema rondaría en este caso el 5%, un valor similar al obtenido usando el umbral de privación absoluta.

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