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Intercambio comercial, frente que da alivio

El optimismo que genera que las exportaciones volvieron a superar las importaciones no puede ocultar el cariz contractivo del comercio en 2019.

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29 enero de 2020

Por Julia Segoviano Economista de LCG

La semana pasada, el Indec dio a conocer los datos de diciembre del intercambio comercial argentino. Información con la que ya es posible realizar un balance sobre como terminó el año 2019 y empezar a pensar qué nos espera en el 2020 en materia comercial. Como era de esperarse, luego de que el balance de bienes se exhibiera superavitario todos los meses, el año terminó con el mejor resultado de los últimos diez años, ostentando un saldo de US$ 15.800 millones.

El optimismo que podría arrojar la confirmación de que las exportaciones volvieron a superar a las importaciones no debe dejar de considerarse el cariz contractivo que adquirió el comercio en 2019. Si bien la evolución de las ventas externas fue muy favorable en términos anuales, lo cierto es que el superávit comercial se alcanzó casi exclusivamente vía caída de importaciones. Las mismas mostraron un declive del 25% interanual, y no caían en esa magnitud desde 2009, cuando la crisis internacional afectó a Argentina a través del canal comercial.

En este punto, vale recordar también que las compras externas no cayeron debido a un aumento en la producción local de bienes que antes se importaban, sino que se debió en su totalidad a una caída de la actividad, que trajo aparejada menor producción y, por lo tanto, menor necesidad de insumos y de capital. En este sentido, preocupa la magnitud de las caídas importadas de bienes de capital (-31% anual) y de los bienes intermedios (-16% anual), más asociados con la inversión y la producción.

Más allá de estos reparos, es cierto que el superávit externo otorga una gota de alivio en medio de una economía que se encuentra muy expuesta en múltiples frentes. Le da algo de respiro al Gobierno, y es una fuente de ingreso de dólares, que tan necesarios resultan en estos días. La pregunta que surge a continuación, entonces, es acerca de la dinámica comercial de este año. ¿Qué ocurrirá con el balance de bienes? ¿Seguirá siendo este frente el que menor problemas le ocasione a la administración actual? A priori, todo indicaría que sí, el superávit comercial se repetiría en 2020.

El problema, ya circular, es que Argentina necesita un superávit que se caracterice por el despegue de sus ventas y no por el estancamiento o la restricción a sus compras. Afortunadamente, existen algunos indicios de que los vientos podrían soplar a favor en el terreno de las exportaciones. En primer lugar, se encuentran las proyecciones al alza que realizó la Bolsa de Comercio de Rosario sobre la cosecha 2019/2020. Sujeto a que las buenas condiciones climáticas del último tiempo se mantengan, se espera que los granos y productos derivados aporten en 2020 un total de US$ 26.300 millones. Sería una campaña muy exitosa, que permitiría traccionar las exportaciones.

A esto se suman las mejoras en la proyección de crecimiento de Brasil, socio comercial fundamental de Argentina, así como también su actividad actual, que empieza a mostrar mejores resultados si se consideran los últimos cuatro meses, donde mostró crecimiento desestacionalizado mensual. Para 2020, las proyecciones del país vecino se elevaron de 2% a 2,3%. Si bien la diferencia es pequeña, arroja algo de luz luego de los vaivenes evidenciados en 2019, donde se observó una economía más golpeada de lo esperado. Vale la mención de la importancia que tiene Brasil para la colocación de las manufacturas de origen industrial argentino, productos con alto valor agregado y que no han tenido buen desempeño en 2019.

Por último, pero no menos importante, se puede incluir en la lista de buenas noticias la exención de aranceles adicionales que confirmó Estados Unidos para las exportaciones argentinas de acero y aluminio. Una carga adicional en el precio de estos productos reduciría su demanda, perjudicando como consecuencia a las ventas externas.

Todo esto no es menor si se considera el contexto actual que atraviesa el país. En 2019, en medio de la caída del consumo privado, del consumo público y de la inversión, las exportaciones fueron el componente de la demanda agregada que permitió compensar, en parte, la caída de la actividad, existiendo algunos meses de registros positivos explicados mayormente por la tracción positiva de las ventas externas (y, en particular, de los buenos resultados de la cosecha). Por ello, en un año donde las expectativas aún son de caída y de una muy lenta recuperación de la actividad, ligada casi totalmente al éxito en la reestructuración de la deuda, contar con un buen registro en el frente externo será de gran ayuda. En este sentido, falta conocer cómo sorteará la gestión actual algunas de las dificultades que podrían empezar a aparecer si se toma la decisión de apreciar exageradamente el tipo de cambio, o si la suba de retenciones genera un sesgo contractivo.

Por el lado de las importaciones, queda por responder un dilema que atraviesa el país hace años, y es el de la restricción externa. En cuanto la actividad retome el sendero creciente, las compras externas volverán a ponerse en marcha, y se reanudará la salida de divisas vía intercambio comercial. Ya lo hemos aprendido: no alcanza con poner fuertes controles a las importaciones, si no se utiliza la protección para dar incentivos a aquellos sectores con potencial para agregar valor en las ventas. Urge un plan en esta materia, para festejar un superávit que se deba al crecimiento, y no a la recesión.

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