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Haciendo lo mismo de siempre, ya conocemos los resultados

Podemos seguir discutiendo eternamente cual de todos los malos gobiernos que tuvimos fue el peor, o intentar avanzar en el entendimiento de problemáticas sociales y económicas complejas, entre ellas el hambre, con responsabilidad y seriedad.

20 noviembre de 2019

Por Silvana Melitsko 

La pregunta de si hay hambre en Argentina apareció la semana pasada en diversos foros de discusión con motivo del lanzamiento del Consejo Federal Argentina Contra el Hambre. Para algunas voces extremas a un lado de la grieta, el hambre en Argentina es un “no problema” que el Gobierno entrante instala para evitar hablar del verdadero problema que sería la pobreza que es resultado de setenta años de peronismo, menos breves intervalos normalizadores.

El primer punto que quiero destacar (y supongo no será novedoso para los lectores de este medio) es que ningún organismo oficial recolecta información para responder de manera sistemática la pregunta con la cual titulo esta columna. Los que afirman “en Argentina no hay hambre sino pobreza” dicen, tal vez, que lo que no miden los organismos oficiales no existe, o bien que lo que éstos miden es la única realidad sobre la cual puede entablarse una conversación racional. No demasiado diferente a la crítica que con razón o sin ella hizo el Gobierno saliente a la gestión que vino a reemplazar (en sus propias palabras, “para siempre”).

Lo más parecido al “hambre” que mide el Indec es la “indigencia” que representa el porcentaje de personas en hogares cuyos ingresos no alcanzan a cubrir el costo de una canasta básica de alimentos. Una primera limitación que surge al caracterizar el hambre a través de ingresos es que en las encuestas de hogares los ingresos suelen estar sub-declarados. Otro problema importante es que la EPH no releva ayuda no dineraria, pública o privada, como tampoco disponibilidad de ahorros para paliar una restricción económica. Una tercera limitación más significativa que opera en sentido contrario es que la disponibilidad de ingresos para hacer frente a la compra de alimentos se relaciona tanto con el ingreso en sí mismo como con gastos difícilmente sustituibles, en particular vivienda, transporte, salud, y servicios públicos en general.

Si aceptamos que la realidad excede lo relevado sistemáticamente por organismos oficiales, encontraremos indicios que el aumento reciente del hambre no forma parte de una incipiente conspiración pergeñada por el peronismo para perpetuarse en el poder y amerita una propuesta política superadora. La literatura ha validado diversos instrumentos para cuantificar la “inseguridad alimentaria”, concepto que excede al hambre propiamente dicho. Por ejemplo, organismos internacionales sugieren incorporar a encuestas de hogares algunas de las siguientes preguntas: por falta de dinero u otros recursos, ¿se ha preocupado por no tener suficientes alimentos para comer? O, ¿se ha privado de comer alimentos sanos o nutritivos? O, ¿ha comido poca variedad de alimentos? O, ¿ha tenido que saltearse una comida? O, ¿ha comido menos de lo que pensaba que debía comer? O, ¿ha sentido hambre pero no comió? O, ¿ha dejado de comer durante todo un día?

La referencia obligada son los informes que elabora el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA desde 2010. El último relevamiento que se dará a conocer oficialmente en diciembre indicaría que la inseguridad alimentaria severa se habría disparado del 6,2% en 2017 al 9,3% en 2019 luego de haberse mantenido prácticamente estable desde 2010 hasta 2017. Se entiende por severa “la percepción de experiencias de hambre por parte de alguno de los adultos o niños por problemas económicos durante los últimos doce meses”. La inseguridad alimentaria total incluye además a la población en hogares que por falta de ingresos o recursos económicos redujeron la porción de comida de manera involuntaria. Esta proporción también habría pegado un salto importante de 15,6% a 22,2% entre 2017 y 2019.

La referencia a la “calidad” de los alimentos que hacen algunos índices de inseguridad alimentaria ilustra otra de las limitaciones de la indigencia como aproximación al déficit alimentario estructural. La última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo llevada adelante por el Ministerio de Salud en 2018 mostraba que casi dos de cada tres personas adultas en el quintil inferior de ingresos tenían exceso de peso y poco más de una de cada tres obesidad. El exceso de peso contribuye al desarrollo de enfermedades crónicas no transmisibles como el cáncer, la diabetes y las enfermedades respiratorias crónicas. La mala alimentación, junto al tabaquismo, el consumo excesivo de alcohol y la falta de actividad física, en conjunto, están asociados a tres de cada cuatro muertes por estas enfermedades.

Para complejizar aún más el fenómeno del hambre, nos queda hacer referencia a casos menos frecuentes, particularmente graves y que conllevan riesgo de vida, que suelen involucrar a niños, y difícilmente sean capturados por relevamientos con representatividad estadística. Se trata de familias que habitan zonas marginales donde el Estado y las organizaciones pocas veces llegan. Cada tanto son captadas por medios periodísticos a pesar de los esfuerzos de autoridades locales para mantenerlas fuera del escrutinio público. Un estudio importante, a esta altura algo desactualizado, fue llevado adelante con el apoyo de la Comisión Salud Investiga del Ministerio de Salud hace unos años. El estudio proponía sistematizar estadísticas recolectadas por la Dirección de Estadísticas e Información de Salud (DEIS) de la población de 0 a 4 años sobre causas de egresos hospitalarios, bajo peso al nacer, y mortalidad, para construir mapas de desnutrición infantil.

El estudio mostraba como a lo largo del tiempo la intensidad de la desnutrición infantil así capturada disminuía, aunque en determinados radios censales mostraba magnitudes alarmantes aun a fines del período bajo análisis. A pesar de la constante crítica que hizo el Gobierno saliente al que lo precediera en el área de las estadísticas, escasos instrumentos se generaron en los últimos cuatro años para caracterizar y monitorear el acceso a la alimentación de los más vulnerables. Pocas dudas caben que la inseguridad alimentaria se vio efectivamente agravada por la crisis económica más allá de posibles cuestionamientos a la no utilización de fuentes oficiales. El Gobierno saliente no recurrió a famosos para promocionar políticas contra el hambre, aunque se vinculó con sectores de la sociedad civil organizada que saltaron a la fama haciendo proclamas asombrosas contra la legalización del aborto durante el debate legislativo.

Podemos seguir discutiendo cual de todos los malos gobiernos que tuvimos fue el peor, o intentar avanzar en el entendimiento de problemáticas sociales y económicas complejas, entre ellas el hambre, con responsabilidad y seriedad. Un nuevo Gobierno se presenta como una oportunidad para hacer algo distinto de lo que venimos haciendo aunque, como todo cambio, al principio, pueda resultar contraintuitivo. Haciendo lo mismo de siempre, podemos anticipar cuales serán los resultados.

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