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El plan en cuotas, el recurso clásico y el riesgo del “falso 9”

Alejandro Radonjic 21 julio de 2020

Por Alejandro Radonjic

“Francamente, no creo en los planes económicos”, dijo el Presidente ante el Financial Times. La frase presidencial, quizás poco feliz, fue la que marcó los titulares. El jefe de Estado no buscaba sugerir que la política económica carece de sentido y norte (aunque así la interpretaron varios) sino que el Gobierno no tiene en carpeta un plan integral de estabilización con nombre propio, metas cuantitativas e instrumentos designados. Alberto Fernández puso el ejemplo de Cambiemos. “El Gobierno de Mauricio Macri tuvo muchos planes y todos duraron poco”, señaló.

Para recuperarse del terremoto pandémico, primarían, más bien, las medidas focalizadas. Por sectores, como suele ocurrir, pero también, por regiones. El Presidente dijo ante Página/12, el domingo, que “la idea es dividir el país en seis regiones: AMBA y las cinco que ya existen y hacer planes específicos para potenciar las fortalezas de cada región”.

A la hora de ofrecer detalles, no hubo tantas precisiones, ni tanta creatividad. “Buena parte del plan es obra pública y la construcción de viviendas”, dijo Fernández, y agregó que un “blanqueo”, aunque no es su plato predilecto, podría ser parte del menú. A la hora del plan macroeconómico, Fernández esbozó una idea, un norte, aunque no ahondó en precisiones cuantitativas ni en estrategias para lograrlo. “Soy muy kirchnerista, nestorista. Yo lo viví con Néstor y lo aprendí con Néstor. Había cinco reglas que respetamos durante todo el mandato: desendeudarnos, acumular reservas, tener un dólar competitivo para poder exportar, superávit comercial y superávit fiscal”, agregó ante Página/12.

El Economista dialogó con Matías Carugati (Seido) y Andrés Borenstein (EconViews) sobre sus dichos y el plan pospandemia que se empieza a perfilar.

Sobre el no plan, Carugati dice: “Me parece una declaración algo desafortunada. Es cierto, estamos en medio de la emergencia. Pero necesitamos una 'hoja de ruta'. Un norte que señalice hacia dónde quiere ir el gobierno y (más o menos) como planea llegar hasta allí. Porque la economía se mueve con expectativas también”.

Borenstein señala que la reprogramación de los pagos ante el Fondo Monetario Internacional (FMI), que exigirá que Argentina presente un plan, puede ser el momento para diseñar un plan consistente. “Las declaraciones del Presidente respecto a descreer en planes económicos no proveen credibilidad. La falta de confianza es el mayor déficit de la Argentina, incluso por encima del rojo fiscal. De todas maneras, la negociación con el FMI deberá tener un programa que, funcione o no a la postre, debe ser consistente ex ante para pasar por el directorio. Es decir, más temprano que tarde habrá que buscar una estrategia integral que apunte al equilibrio fiscal, a bajar inflación y sobre todo a generar incentivos para la inversión privada tal que se pueda crecer en el largo plazo, todos puntos que son la base de la sustentabilidad que pregona el Gobierno”.

Las dudas superan con creces a las certezas aún, y lo económico es apenas una parte de ese mundo enigmático que se viene bajo el título de pospandemia. “Ahora es tiempo de emergencia. Pero los agentes económicos piden (pedimos) señales sobre el futuro. Qué va a hacer el Gobierno para revertir algunas medidas de emergencia y evitar que los desequilibrios que se fueron acumulando terminen resolviéndose de la peor manera. Porque en base a eso deciden (decidimos) cuánto consumir, ahorrar, invertir, etcétera. Que el Presidente diga que no tiene un plan integral es una declaración desafortunada que le puede jugar en contra. No sólo al hablar con su ministro de Economía, quien dijo que sí tenían tal plan o para negociar con (Kristalina) Georgieva, quien se lo va a pedir para resolver el tema de la deuda con el FMI. Sino que le puede jugar en contra a él mismo, porque construye la imagen de un Presidente que vive el día a día sin pensar que las decisiones de hoy pueden generar problemas de toda índole mañana”, agrega Carugati. “¿La política fiscal expansiva es temporaria o permanente? ¿La financiación del déficit va a hacerse con emisión? ¿El BCRA va a esterilizar poco, mucho o nada de toda la inyección de dinero en el sistema? Son algunas de las preguntas que todos nos estamos haciendo y que, según la respuesta, pueden terminar definiendo el sendero en el cual se mueva la economía argentina”, concluye.

Según Borenstein, los planes de obras públicas son un elemento valioso y no es casual que sea “un clásico” urbi et orbi cuando la demanda agregada flaquea. “Los planes de obra pública que tiene en mente el gobierno son importantes. De todos los gastos, son los que tienen mayor efecto multiplicador. De todas maneras, si se busca consistencia y credibilidad la Argentina deberá ajustar su gasto público. De manera que más obras deberán ser compensadas por bajas en otros rubros. Es importante también que la prioridad de las obras tenga que ver con la rentabilidad social y no con las necesidades políticas regionales. Sería ideal también que se piense en medidas microeconómicas para promover la inversión privada. Se puede pensar en desregulaciones y rebajas impositivas hacia adelante, asumiendo que hay poco espacio para que ocurran en el corto plazo. Y por último sería deseable que las inversiones privadas no ocurran sobre la base de una economía excesivamente protegida”, señala Borenstein.

“El generalismo de decir 'vamos a hacer un plan de obras públicas' no sirve más que como paliativo (siendo generosos) para una situación muy delicada. La actividad económica, el empleo y la situación social no van a cambiar radicalmente porque el Estado haga 'lo mismo de siempre'”, expresa Carugati y agrega, sobre la idea de dividir el país en regiones. “Así puesto, es más generalismo. ¿Con qué criterio se dividirá el país? ¿Por qué? ¿Con qué objetivos? ¿Qué diferencias de tratamiento tendrán en materia de políticas públicas?”.

Como atenuante, la política global está caminando en terra incognita y el mundo del 2020 es demasiado movedizo para exigir certezas cartesianas. Pese a ese atenuante, o quizás por él, ese nuevo mundo demanda traer las certezas posibles, aunque mínimas, para alinear expectativas, sobre todo si el Estado dice, con razón, que la recuperación deberá ser liderada por los privados. Certezas posibles que deberán ser estables porque algunos procesos económicos, como las grandes inversiones, son largos y algunos problemas potenciales están demasiado cerca. Los riesgos de no hacerlo (o hacerlo mal), como recordaban ayer con su clásica malicia en las redes, es pensar que salir a jugar los octavos de final de un Mundial con un “falso 9” puede ser una buena idea

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