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El Mercosur y un cumpleaños nada feliz  

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Héctor Rubini 29 marzo de 2021

Por Héctor Rubini (*)

El entredicho en público de los presidentes de Argentina y Uruguay era un episodio más que previsible. Nunca los cuatro socios del Mercosur tuvieron, en realidad, coordinación, ni mucho menos homogeneidad en sus políticas concretas.

Cuando Argentina en los '90 se aferraba a la apertura comercial y el tipo de cambio fijo, toda la dirigencia brasileña criticaba la convertibilidad y la desindustrialización argentina.

El Siglo XXI arrancó con un alineamiento transitorio de los gobiernos de los cuatro miembros contra el ALCA, y aparentemente con Venezuela, pero Brasil no retrocedió ni medio metro frente a la bambolla de Hugo Chávez y sus ínfulas megalómanas que apuntaban a reunir bajo sus directivas a los demás gobiernos de la región para iniciar una forma de activo enfrentamiento con el “imperio” de Washington.

En la nada quedó la iniciativa del delirante oleoducto desde Venezuela hasta nuestro país, el ALBA y el Banco del Sur. Fue Brasil (y bajo el Gobierno de Lula) el que le marcó la cancha a Caracas y su sucesora, Dilma Rousseff, siguió los consejos de Itamaraty de sostener con “paciencia estratégica” a las ocurrencias argentinas posteriores a la restricción “voluntaria” a las exportaciones brasileñas de electrodomésticos a nuestro país.

La proliferación de cupos a las importaciones, el cepo cambiario, el 1 a 1 para importar, las DJAI y el destrato a negociadores brasileños por parte de algunos personajes de nuestro país, fueron tolerados por Brasilia sin chistar.

Desde 2016, Argentina primero, y después Brasil y Paraguay, pasaron a acercarse más a los países occidentales desarrollados, aunque sin abandonar los vínculos comerciales y de inversiones con China y otros países asiáticos. El giro fue más evidente en el caso de Argentina que, bajo la administración Macri, abandonó el alineamiento preferencial con Venezuela, Rusia y China de 2003-2015, intentó ingresar a la OCDE y mostró un mayor compromiso para contribuir a cerrar un acuerdo comercial entre Mercosur y la Unión Europea a mediados de 2019.

Un período de cambios que nadie esperaba: Jair Bolsonaro llega al poder en 2019, y Brasil gira a un sesgo más multilateral en lo económico y más intolerante con los opositores en la arena política. Argentina continuaba con su crisis cambiaria, y luego Macri es derrotado en los comicios de 2019. La que cambia a partir de diciembre de ese año es la política exterior argentina, pasando a privilegiar un acercamiento con el Gobierno de centro-izquierda de México y con Venezuela y la República Popular China.

Uruguay, por el contrario, con el triunfo electoral de Luis Lacalle Pou en marzo de 2020, abandonó la simpatía del Frente Amplio por Venezuela y China, y propició un mayor acercamiento a EE.UU. Un período de cambios para algo que no cambia: la profunda diferencia de enfoques y políticas de los gobiernos del Mercosur

Lo que sí emergió como novedad fue la marcada diferenciación de los gobiernos de los demás socios de Mercosur respecto de Argentina. Estas afloraron de manera más explícita con el inicio de la presidencia de Lacalle Pou en Uruguay, en marzo de 2020. Al mes siguiente, y bajo la presidencia pro-témpore del bloque a cargo de Uruguay, y ante la renuencia de la Cancillería de Argentina, los gobiernos de Brasil, Paraguay y Uruguay optaron por seguir negociando un acuerdo de libre comercio con Corea del Sur, que sería referencia básica para acuerdos similares a negociar con Canadá, Líbano e India. Argentina se retiró de esas negociaciones y la razón era más que previsible: no exponer a sectores industriales locales a la competencia externa.

El proteccionismo selectivo ha estado siempre presente en el bloque desde sus inicios. Sin embargo, Lula y Rousseff mantuvieron una diplomacia amigable con los países occidentales y una política exterior más promercado y multilateral. Nadie olvida los años de los dos mandatos de Cristina Fernández en que los mandatarios de varios países desarrollados optaban por encontrarse personalmente con mandatarios de Brasil, Chile y otros países sudamericanos y optaron por no visitar nunca a la presidente Argentina. Además, Brasil no defaulteó su deuda; se alejó del régimen de Caracas, especialmente después de la muerte de Hugo Chávez y bajo el mandato de Bolsonaro optó por una política a favor de la inversión privada local y extranjera.

Aun con vaivenes, Brasil sigue al enfoque histórico de desarrollo económico impulsado por relaciones colaborativas entre capital privado nacional, Estado y capital privado extranjero. La “sustitución de importaciones”, que prevalece en el pensamiento económico de las autoridades argentinas, no está en la agenda de prioridades de Brasil, ni Paraguay o Uruguay.

Brasil, además, lejos está de ser “Mercosur-dependiente”. El total exportado de Brasil aumentó de U$S 47.946 millones en 1999 a U$S 255.936 millones en 2011 y desde entonces oscila en torno de los U$S 220.000 millones. Entre 1999 y 2011 sus exportaciones a Mercosur representaban, en promedio, el 10,5% del total. Entre 2012 y 2020, el 8,8%. Y las caídas más significativas de las ventas a Mercosur han coincidido con crisis en Argentina y en el mundo. En 2017 las exportaciones brasileñas a Mercosur totalizaron U$S 22.613 millones, 10,4% del total. En 2020 fueron de U$S 12.403 millones, 5,9% del total.

No es de extrañar, entonces, que en una recesión como la del año pasado, los países más pequeños busquen oportunidades fuera del bloque. Más cuando Argentina, por caso, optó por bloquear el comercio exterior desde diciembre de 2019 con barreras para-arancelarias y controles de cambios.

Si ante los reclamos de los socios del bloque, nuestro país se presenta proponiendo meros “observatorios”, es inevitable que otros mandatarios con la paciencia casi agotada entiendan que la postura argentina es la de bloquear todo, y que la pertenencia al Mercosur ya no tenga sentido. Sobre todo, si los acuerdos y compromisos en el Mercosur se perciben como barreras infranqueables para cerrar acuerdos con otros países y bloques.

Sortear esas barreras exigen dos etapas: primero el “pataleo”, y si no tiene efecto, iniciar la ruptura de facto. El episodio del viernes muestra el principio y el fin del “pataleo”. Nada indica ni aconseja que Argentina ni Brasil abandonen, o pongan punto final al bloque. Pero Uruguay bien puede plantearse si en las circunstancias actuales no es más conveniente abandonar los compromisos y acuerdos del Mercosur.

El episodio del viernes explicitó en público una desconfianza que se viene incubando desde hace meses. Y esto lleva a tomar realmente en serio la hipótesis de una ruptura y disolución del Mercosur tal como lo conocemos. Si se dirige hacia fractura o disolución es algo que ahora dependerá de las decisiones que adopte el gobierno uruguayo. Pero esto requerirá que dé a entender con claridad si su problema es el Mercosur, o el gobierno argentino. En cualquier caso, una ruptura pondrá en cierta incomodidad a las autoridades argentinas, sobre todo respecto de las reacciones que podrán generar los acuerdos con China que desde varios artículos periodísticos se vienen preanunciando para este año. Algo que se maneja con una reserva extrema pero que en caso de concretarse no serían totalmente libres de polémicas. Por otro lado, este sábado los gobiernos de China y de Irán anunciaron el preacuerdo para una alianza económica, política y militar por 25 años, lo cual ha sido pésimamente recibido por Washington.

Si Uruguay u otros socios optan por alejarse o no privilegiar los vínculos con China como hasta el presente, el incentivo a seguir teniendo a Argentina como socio se verá claramente debilitado si de este lado del Río de la Plata se opta por una explícita “China-dependencia”. Un giro que bien podría enrarecer más la convivencia en el Mercosur, e impulsar al Gobierno uruguayo a abandonar el bloque de manera irreversible.

(*) Economista de la Universidad del Salvador (USAL)

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