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Y un día cayó la cortina de hierro

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08 julio de 2021

Por Eduardo R. Ablin

En 1946, Winston Churchill advirtió en la Universidad de Fulton que “de Stettin en el Báltico a Trieste en el Adriático, una 'cortina de hierro' se ha abatido sobre el continente europeo”. Esa sentencia anticipó la Guerra Fría (GF) enunciada en la Doctrina Truman (1947), destinada a la “contención” del comunismo más allá de los territorios ocupados por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) al finalizar la contienda, así como preservar la integridad de Berlín Occidental en 1948.

Así, los que nacimos -al igual que El Economista- en 1951 compartimos un Siglo XX signado por un mundo bipolar dominado por la GF mientras las dos superpotencias evitaban una confrontación directa bajo el dogma de la “destrucción mutua asegurada” ante el inicio unilateral de una guerra nuclear.

Mi actividad me permitió vivir en Europa durante casi veinte años en total. Cuando llegamos por primera vez en 1978 la línea de contacto bélico conservaba idéntica posición que cuatro décadas atrás, destacándose como punto de mayor fricción la acumulación de fuerzas de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) en la República Federal Alemana (RFA) con casi un millón de combatientes, enfrentados a un número equivalente del Pacto de Varsovia (PV) en los países del este europeo, principalmente la República Democrática Alemana (RDA).

De hecho, cada vez que afloraron reclamos de democratización en algún régimen del PV (RDA 1953, Hungría 1956 y Checoslovaquia 1968) los mismos fueron duramente reprimidos por las fuerzas lideradas por la URSS, conducida por los rígidos sucesores de Stalin, destacándose Nikita Jrushchov y Leonid Brézhnev.

Hacia los años '60, el desarrollo de tecnología espacial y misilística logró convertir a la URSS en una superpotencia mundial capaz de competir en el plano militar con Estados Unidos (EE.UU.), a quien sorprendió en 1961 al colocar en primer lugar un hombre en órbita en el espacio, así como con la instalación de misiles en Cuba.

Sin embargo, las incipientes reformas que pretendió introducir Jrushchov en la URSS culminaron con su desplazamiento del poder en 1964, lo que dio lugar -como en todo recambio de liderazgo en dicho régimen- a una lucha de fracciones reflejada en una sucesión de gobiernos endebles y transitorios, hasta la llegada de Brézhnev en 1985.

En aquella década de 1960 la URSS parecía avanzar hacia una sociedad industrial compleja, con una creciente integración del trabajo distribuida en un enorme espacio geográfico, aunque con escasa productividad y mínima participación en el comercio internacional. A comienzos de 1970, las reformas político-económicas iniciadas por Jrushchov se abandonaron, resultando un estancamiento económico crónico expresado en ineficientes planes quinquenales -entorpecidos por una anquilosada burocracia- junto al creciente costo de la carrera armamentista (estimado en 15% del PIB) dirigida a alcanzar una paridad estratégica con EE.UU., aún cuando la URSS carecía de las complejas cadenas productivas inherentes a una sociedad industrializada.

El fallecimiento de Brézhnev en 1982 produjo una nueva serie de recambios por liderazgos vacilantes mientras las reformas políticas de fondo continuaban postergadas, hasta el ascenso al poder de Mijaíl Gorbachov, quien replantea la tradición fuertemente conservadora del estalinismo brezhneviano. En efecto, Gorbachov renovó la agenda política de la URSS con la introducción de dos principios novedosos -“perestroika” (“reestructuración") y “glásnost” ("apertura" o "transparencia")- los que voluntaria o involuntariamente redundaron en el posterior desmembramiento del Estado soviético a fines de 1991, precedido por la unificación alemana y la disolución del PV en 1989, lo que conllevó que la URSS no interviniera nuevamente para estabilizar ningún gobierno del bloque.

Gorbachov confirmó la imposibilidad de continuar los avances tecnológico-militares requeridos para mantener su confrontación con los EE.UU. a partir del anuncio del presidente Reagan en marzo de 1983 de la Iniciativa de Defensa Estratégica -vulgarmente denominada Guerra de las Galaxias-, que preveía contar con un escudo defensivo espacial capaz de prevenir ataques a su territorio con armas nucleares estratégicas intercontinentales, concepto que tornó obsoleta la doctrina de la “destrucción mutua” y la propia GF.

Nadie vislumbraba a nuestro arribo a la RFA en 1984 que alguna vez podría desaparecer el Muro de Berlín -ciudad inserta en pleno territorio de la RDA, dividida acorde el criterio de los cuatro sectores aplicado por los vencedores de la Guerra al territorio germano- y caracterizada por el inefable Muro erigido por la RDA desde 1961 para evitar la continua migración de su población hacia la zona occidental, tema que finalmente generó su caída.

En efecto, al adoptar los gobiernos húngaro y checoslovaco reformas que desmantelaron los controles fronterizos con Austria a partir de mayo de 1989 miles de ciudadanos de la RDA que acostumbraban vacacionar en ambos países vecinos aprovecharon el verano europeo para escapar vía Austria hacia la RFA.

La trascendencia internacional alcanzada por este desarrollo generó una ola de protestas masivas en las principales ciudades de la RDA, exigiendo la democratización del régimen y la liberalización del tránsito fronterizo. El gobierno respondió con un proyecto inadecuado que el clamor popular exigió modificar, anunciando una rueda de prensa el 9 de noviembre para explicitar la reajustada normativa, presentación que la torpeza de los funcionarios intervinientes convirtió en una comedia de errores, desencadenando inesperadamente la caída del muro esa misma noche.

Apenas semanas después comenzaron negociaciones bajo el modelo denominado “Cuatro más Dos” (las cuatro potencias vencedoras más las dos Alemanias) que redundó en una primera etapa en una unión monetaria, a una paridad uno a uno con el deutschemark, y permitiendo en septiembre de 1990 la accesión de los Länder de la RDA a la RFA según la normativa constitucional prevista a tal efecto, abriendo el camino para la conclusión del Tratado de Unificación (TU) en octubre, un mes más tarde de nuestro retorno al país.

Bajo el liderazgo de Gorbachov, la URSS introdujo profundas reformas políticas que motivan en agosto de 1991 un intento de la burocracia partidaria para derrocarlo y restablecer un régimen central, acción frustrada por Boris Yeltsin -entonces Presidente de Rusia-. No obstante, ello acelera las demandas de independencia de Armenia, Ucrania, Estonia, Letonia y Lituania, seguidas por la propia Rusia. Así, en diciembre de 1991 se dispone la disolución de la URSS, sustituida por la -Comunidad de Estados Independientes o CEI- ratificada por once Repúblicas, optando los Estados Bálticos y Georgia por su independencia.

Así, en el curso de casi ocho años en Alemania, aquello que parecía imposible culminó concretándose en un plazo histórico relativamente exiguo. El Muro cayó, las dos Alemanias se reunificaron y la URSS desapareció como imperio territorial del este europeo. Más aún, los países satélites del PV se incorporaron a la OTAN y luego a la Unión Europea, salvo aquellos directamente linderos de Rusia -Ucrania y Bielorrusia- donde no casualmente reaparecen hoy intentos de intervención rusa. En cualquier caso, la Cortina de Hierro anticipada por el visionario Churchill no resistió los avatares de medio siglo de historia.

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