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Las proyecciones 2021 y los límites de la realidad

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04 enero de 2021

Por Pablo Mira (*)

Nuestras proyecciones de hace dos años para 2019 y las de hace un año para 2020 fallaron miserablemente. Algún lector indulgente reconocerá el impacto de la pandemia, un shock completamente inesperado que hizo un daño también completamente inesperado. Sin necesitar de episodios dramáticos de escala planetaria el virus se encargó, lentamente y en silencio, de castigar a la economía más que una proliferación de conflictos armados, o que una combinación de tsunamis y terremotos en zonas sísmicas.

Todos los impactos que podríamos haber imaginado y que derivaban de un análisis fino de los números se hicieron añicos. Se apostaba a una leve recuperación de la demanda agregada mediante una política fiscal prudente pero sesgada hacia quienes más consumen. Se esperaba que el control de capitales y un buen arreglo de deuda moderaría los riesgos monetarios y cambiarios. Se suponía que la inflación no iba a ceder tanto como lo hizo y que las presiones salariales serían protagonistas.

El Covid-19 produjo un borrón y cuenta nueva. Si bien se señala como un shock único, la fragilidad local hizo que cada semana de vigencia del virus trajera consigo renovadas conmociones en varios frentes. Un acuerdo de deuda que en otras circunstancias habría sido considerado muy positivo, se transformó en un hecho más una semana después de haberse cerrado. La estrategia fiscal voló por los aires, y obligó al Gobierno a reaccionar de inmediato, y la inevitable emisión resultante licuó las ya escasas reservas del Banco Central, provocando inestabilidad cambiaria. Los objetivos de recuperación económica y social debieron redefinirse porque la crisis llevó a estas variables a nuevos mínimos, que incluso dieron lugar a comparaciones dramáticas, como cuando se remarcó que el PIB per cápita actual era el mismo que casi 50 años atrás.

Afortunadamente, ciertas variables no pueden ser negativas, de modo que tras la tormenta todo parece mejorar. Una recuperación lenta pero sostenida de la actividad productiva, un paréntesis de calma cambiaria, una mejora sustancial de los precios internacionales, y la esperanza de la vacuna contra el virus debieran significar ingresar a 2021 con el pie derecho, aunque la economía no recuperará el nivel de ingresos prepandemia hasta dentro de un par de años, por lo menos.

Si este sendero continuara, la actividad en 2021 crecerá y habrá una mejora necesaria del resultado fiscal. Al mismo tiempo, cada punto de expansión presiona sobre las importaciones y la balanza comercial, de modo que importará mucho cómo se crecerá. Un entusiasmo desmedido por estimular el mercado interno se topará con el fantasma de la pérdida de reservas y nuevos recelos sobre la evolución del dólar. El equilibrio es delicado, aunque manejable. Los que no son manejables son esos eventos nefastos que parecen ensañarse con la economía argentina y con las proyecciones de los analistas. Por eso elegí para terminar esta nota y el año, un pronóstico irónicamente sombrío que se basa en el supuesto cada vez más realista de que todo puede salir mal.

Nuestra “consultora” espera entonces para 2021 lo siguiente. Primero, una segunda ola del virus que no solo obligará a cerrar actividades, sino también a reforzar los gastos en salud y la asistencia a trabajadores y empresas. Segundo, un conflicto diplomático con Rusia por un error de tipeo en un comunicado oficial que detendrá de inmediato la provisión de vacunas. Tercero, un cambio climático espontáneo que producirá una sequía sin antecedentes que afectará de inmediato la balanza comercial y el tipo de cambio. Cuarto, la ola de calor resultante generará cortes de energía a lo largo y ancho del territorio. Quinto, la separación del país de siete provincias enemistadas con el Poder Ejecutivo, justo las más ricas, que además se plantean una inminente invasión a lo que queda de Argentina.

En estas circunstancias, y considerando los efectos de segunda vuelta que estos conflictos traerían aparejados, Argentina experimentaría una caída del PIB de 18% (más menos 1,2%), una devaluación de 356% (más menos 2%) y una inflación de 402% (medida sin errores). Las tasas de desempleo y pobreza superarían el 100% y el coeficiente de Gini se ubicaría muy por encima de uno.

Este no será un pronóstico muy profesional, pero de seguro permitirá ilusionar a la población si estas previsiones se quedan cortas y la situación resulta ser mejor que la descrita. Debemos aprender que para mantener la esperanza viva no es menester comparar contra el año anterior, sino contra un escenario suficientemente tenebroso. Si todo sale bien y estas previsiones no se cumplen, será un verdadero feliz año nuevo.

(*) Docente e investigador de la UBA

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