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El péndulo global y el riesgo de dogmas a nivel nacional

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24 junio de 2020

Por Guido Lorenzo Director Ejecutivo de LCG

Dos cimbronazos han sacudido la economía global en muy poco tiempo. La crisis global de 2008 (quizás, también, la burbuja de la crisis de las dotcom) y la crisis actual, aún sin bautizar. Claramente, en el Siglo XXI se terminó con la era de la gran moderación. Ambas crisis tienen un carácter global y la primera se genera en Estados Unidos, economía y país que sirvió de faro, al menos para Occidente, durante la segunda mitad del Siglo XX.

De la recesión del 2008 se salió principalmente con redes de liquidez que se fueron ampliando a lo largo del mundo y mostraron un comportamiento mucho más cooperativo y coordinado entre bancos centrales que los acuerdos en organismos internacionales, como el FMI, el BM o el G20.

Los bancos más activos fueron la Fed y el Banco Popular de la República de China y el BCE se movió con más lentitud. Por supuesto, en el medio hubo tensiones y conflicto. A tal punto escaló que se habló, en términos de Guido Mantega, de “guerra de monedas”, término que utilizó eufórico gracias, también, al relativo desprecio de la región latinoamericana que empezó a mirar a China como motor de crecimiento. Motor que bajó sus revoluciones a la mitad en los años siguientes y le quitó dinamismo a la economía global.

La segunda crisis tiene origen en China, justamente. El país se sintió responsable en esto y, más que responder ampliando su ya extendida red de liquidez (swaps), intenta dar apoyo a Occidente mediante respiradores, mascarillas y otros productos, aunque no funcionen a veces correctamente. Más allá de esto, la crisis del 2008 se salvó con la liquidez y el ajuste de cantidad (flujo de capitales) más que el de precios (tipos de cambio). Eso logró armonizar rápidamente al mundo.

Agotado el instrumento monetario en el entorno de tasas cero luego del QE1, en Estados Unidos las respuestas fiscales empiezan a complementar la batalla. El “American Recovery and Reinvestment Act”, por ejemplo. Cristina Romer y Jared Bernstein empiezan a hablar en términos académicos de los efectos multiplicadores y chocan con economistas como Jonh Taylor que contestaron en el artículo “New Keynesian versus Old Keynesian Government Spending Multipliers”. La diplomacia estadounidense, encarnada en Barack Obama en una reunión clave con Nicolás Sarkozy en julio del 2008, apoyaron ese sesgo.

Se instaló en el debate el regreso del keynesianismo. En nuestra región y, más en nuestro país, no nos pareció cosa rara. Veníamos de un debilitamiento del discurso anti-Estados Unidos que había tomado quizás su máxima relevancia en la Cumbre de las Américas de 2005, celebrada en Mar del Plata. Hubo cierta continuidad ideológica.

La rere de Maynard

Actualmente, a pesar de un mundo donde parecía que nos alejábamos de abrazar viejas y “malas” teorías, y había risas cuando se discutían efectos multiplicadores durante los últimos años, aparece nuevamente la cuestión de regresar a revisar la teoría general, principalmente y los ensayos de persuasión del economista británico.

En parte porque con la liquidez sola no alcanza y, en mayor medida, porque la crisis se está reflejando con un carácter mucho más permanente del esperado, con mayor incertidumbre, una trampa de inversión y liquidez plena. Los foros y organismos internacionales tienen un rezago interno muy amplio y nuevamente son los Estados los responsables de sostener la actividad y las redes de contratos. La sociedad transnacional necesitará replantearse esto en algún momento.

Hace una semana Ben Bernanke y Janet Yellen, presentaron una carta con el apoyo de Robert Solow, Alan Blinder y un centenar de prestigiosos economistas enalteciendo la política fiscal, pidiendo que los estímulos fiscales y monetarios sean permanentes e inclusos ampliados. En Colombia, por ejemplo, el ex ministro de Hacienda y presidente de Ecopetrol, siempre crítico en su gestión y hasta despectivo con en el enfoque keynesiano, en una entrevista reivindica el keynesianismo y el “helicopter money”. Sucede lo mismo en muchos países y regiones. El problema es que quizás el Gobierno de Argentina, o un ala en particular, está empachada de keynesianismo. El problema es que, cuando se recupere alguna normalidad, nuestro país siga con la tónica de la reivindicación del keynesianismo. Aquí ya entramos en un problema. Habrá que ir viendo si ese resurgimiento del keynesianismo se sostiene o es como siempre, que solo renace en crisis. Pero la duración nunca es clara. No digo que volvió para quedarse, pero quizás dure más que en la crisis del 2008, cuando se extendió hasta 2012 la tendencia mundial.

En Argentina, el drama es que no hay margen ni fiscal ni monetario, los límites se encuentran más temprano e, incluso, tendrá que retirar los estímulos posiblemente antes que el resto del mundo para que no se generen distorsiones mayores, como inflación y/o devaluación.

El partido que gobierna publicó en su cuenta oficial de Twitter: “Cuando todo esto haya pasado, vendrá una economía básicamente motorizada por el Estado que, a través de la inversión pública, movilice los recursos necesarios para poner a la Argentina nuevamente de pie.”

Un enamoramiento nuevamente con estas ideas es peligroso. El Presidente viene de una configuración internacional y local completamente distinta a la que le tocó gestionar en su época de jefe de Gabinete y sigue haciendo analogías con ese tiempo. Tendrá el BCRA la vocación, muñeca y cintura para subir las tasas cuando sea necesario independientemente del ciclo político? ¿Se podrá retirar el apoyo del sector público al sector privado a tiempo? La gran pregunta que queda sin responder es sin la motorización del Estado, ¿quién puede tomar ese rol si la incertidumbre se sostiene?

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