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El Mercosur se desvive por complacer a Europa

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26 febrero de 2020

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

El pasado miércoles 19, el Instituto Internacional para la Investigación de Políticas Alimentarias con sede en Washington (conocido por su sigla inglesa IFPRI), organizó un debate acerca de los requisitos ambientales y climáticos que la Unión Europea (UE) se propone exigir a quienes son miembros de acuerdos de libre comercio (ALC) con esa región, oportunidad en la que se produjo un notable diálogo sobre lo realmente pactado con el Mercosur.

Fue una lectura analítica de ciertos aspectos del borrador adoptado por las partes a fines de junio, en una sala donde todos parecían saber que el futuro del texto dependerá, en gran medida, de cómo resuelvan Bruselas, el Euro-Parlamento y los Estados Miembros la presión del lobby agrícola del Viejo Continente, abiertamente opuesto a cualquier acuerdo con sus interlocutores de América del Sur. El ejercicio permitió identificar coincidencias con lo señalado por esta columna sobre la arisca evolución de los acontecimientos, la última vez el 3/2/2020.

En el diálogo emergió la voz europea de uno de los investigadores y panelista del IFPRI, el francés David Laborde Debucquet, quien confirmó, con malévola franqueza, la insignificancia de las concesiones de carne y del resto del paquete agrícola que la Unión Europea (UE) le brindó al Mercosur, acogidas con patriótica resignación, reverencia y lagrimeo por los gobiernos conosureños. La conclusión básica fue que, tal como está, su contenido no permitirá mejorar seriamente el acceso de las exportaciones de nuestra región ni la que originen, según se dijo, los ACL de Australia y Nueva Zelandia que se finalizarían en 2021.

A pesar de que el abastecimiento extranjero hoy sólo representa el 5% del consumo total de carnes rojas de la UE, los exportadores tendrán que hacer mejor tarea para desterrar la falsa noción de amenaza económica y de actividad hipercontaminante que se atribuye a las industrias cárnicas. La nueva realidad obligará a rendir otro tipo de exámenes para orillar el obvio proteccionismo regulatorio de ese continente. Y aunque el Mercosur no se resiste a medir su realidad, ni de asumir responsabilidades, hay diversas formas de calcular los efectos de la producción y comercialización de carnes, una tarea que admite fundamentos técnicos que ponen en su lugar los cuentos de la religión verde. Las importaciones también pueden sustituir la contaminación de la oferta europea.

En el nuevo tinglado, los seis países (el Mercosur más los dos de Oceanía) serán inducidos a competir entre sí para demostrar quién tiene la mejor calidad de carne y cuál de las ofertas respeta mejor la versión UE y global de la lucha contra el cambio climático (lucha a la que Donald Trump faltará por razones de ateísmo climático).

Históricamente el Mercosur provee el 80% de las importaciones comunitarias de carnes rojas y ello, en el mejor de los casos, según repitió didácticamente Debucquet, no habrá de empeorar (Dios te oiga muchacho, ya que tu comentario subestima la creatividad y tenacidad proteccionista de Bruselas).

Semejantes acotaciones siguen sin explicar por qué una oferta regional del Viejo Continente de entre 7,5 a 8 millones de toneladas anuales, no puede aguantar sin escándalo o arritmia intelectual la preservación y el razonable crecimiento de las 375.000/400.000 tns de oferta extranjera, lo que suena a franca idiotez política de quienes dijeron y quienes aceptaron tales argumentos. Mis pacientes lectores saben que las naciones que tarificaron en la Ronda Uruguay del GATT, y son países desarrollados (la UE lo es no obstante su tendencia al vaudeville doctrinario), debían dar un acceso mínimo obligatorio, comercialmente viable del 5%, así que el carácter de OMC plus del borrador de acuerdo birregional UE- Mercosur no aparece por ninguna lado, un hecho que también tendría que computar el brillante secretario de Comercio Exterior y Relaciones Internacionales de Brasil, Marcos Troyjo.

En lo personal estoy entre los que comparten el concepto de “modernización arancelaria” del Mercosur siempre y cuando el mismo no incluya la constante e irracional expansión del proteccionismo regulatorio de nuestros amigos de la UE (y sus imitadores) y el proceso vaya escoltado por un tangible, no declamatorio, aumento de la competitividad y rentabilidad de nuestra región. Al ponderar esos hechos, es necesario ser madurito y aceptar que economía de mercado supone entender y reconocer, entre otras cosas, las verdaderas prácticas del mercado al que uno intenta acceder.

Una de esas realidades de mercado es el actual crecimiento del déficit de la cuenta corriente de Brasil, algo que quizás todos deberíamos observar con preocupación a la hora de hurgar en las causas del real a 4,50 por dólar.

Debucquet también repitió, con tono profético, el antiguo mantra de que el consumo mundial de carnes rojas está en visible declinación y que el debate sobre el reverdecimiento de la política agrícola y comercial de la UE, en el contexto del Pacto Verde que impulsa la actual presidencia de la Comisión, que (insisto) era el tema en debate de la jornada del IFPRI, obligaban a seguir escudando la producción y el comercio sectorial de carnes del Viejo Continente dentro de las murallas del capitalismo de “amigos con beneficios”, sin exponer a sus productores a la competencia extranjera. Con ese enfoque, el panelista galo estimó natural y necesario mitigar el Cambio Climático con las metodologías de Bruselas, las que sabemos basadas en herramientas de análisis como el ILUC (indirect land uses change o cambio indirecto del uso de la tierra, concepto acuñado por la OCDE-UE). Los lectores podrán recordar las observaciones de esta columna al analizar el “Nuevo Estudio sobre el Mercosur y un Mal Acuerdo para el Cambio Climático y el Medio Ambiente”, promovido por los eurodiputados verdes Anna Cavazzoni y Yanick Jadot.

Los demás expositores de la jornada del IFPRI fueron el brillante especialista argentino Eugenio Díaz Bonilla y dos representantes de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires. Estos últimos escucharon con paciente educación sajona los mensajes que estaban recibiendo e inventariaron con cuentagotas, sin gran despliegue argumental, el paquetón de proteccionismo regulatorio introducido en el proyecto de Acuerdo UE- Mercosur (sin tampoco aludir a las consecuencias legales y técnicas de algunas de sus afirmaciones, una función que explicó la creación del INAI).

El vicepresidente de la Bolsa describió con entusiasmo los esfuerzos que se hacen en Argentina y el Mercosur para adaptarse, sin pedir explicaciones (observación nuestra), a las reglas que fija diaria y unilateralmente la parte europea, cuya dirigencia presume que su papel en el mundo es exportar su perfil de revolución verde. Ninguno de ellos señaló que las ratificaciones parciales del Acuerdo pueden habilitar inconsistencias con las reglas del GATT y otras disposiciones de la OMC, así como provocar la regresiva vasectomía del Acuerdo Sanitario y Fitosanitario (a partir de juguetes como las salvaguardias y la automaticidad del principio precautorio que incluye el borrador).

Sólo la clase dirigente del Mercosur parece tolerar sin mosquearse que su interlocutor europeo le eche en cara lo mal que negoció su parte del borrador de Acuerdo común. Quizás con el afán de hacer buena letra ante sus agricultores, el 1/9/ 2019, Cecilia Malsmtröm, la negociadora titular de la Unión Europea (UE) y por entonces la Comisionada de Comercio, ya había destacado a Clarín que las concesiones agrícolas efectuadas al Mercosur en el contexto del borrador adoptado el 29 de junio, sólo consistían en cuotas preferenciales “muy modestas”, no la liberalización de ese sensible sector.

Malmström no aludió a la “sanadora” dosis de proteccionismo reglamentario que tragaron los dóciles y poco informados negociadores de nuestra región. En castellano, minga de apertura económica real del Viejo Continente hacia nuestros productos agrícolas, experiencia que con toda seguridad fortalecerá el carácter de la dirigencia del Mercosur y le ayudará a entender, psicoanálisis mediante (ya que la política comercial no sirve para explicar las lagunas racionales de sus usuarios), donde estamos parados. Quizás tal ejercicio nos aclare en qué radica el mérito de subsidiar de hecho las importaciones europeas (cuyas dádivas oficiales a la agricultura jamás fueron seriamente cuestionadas a fondo en la negociación, un enfoque que en estos días se agrava por los apabullantes niveles de subsidio al vino) así como el paralelo y frecuente castigo operativo y reglamentario que cabe esperar para nuestras poco respetuosas corrientes de exportación, las que se caracterizan por el insolente hábito de ser altamente competitivas (algo que indigna a los esclarecidos lobbies agrícolas de Europa).

Tampoco cabe olvidar que el pasado 15 de enero, el sucesor de Malmström, el irlandés Phil Hogan, quien venía de ser Comisionado de Agricultura de la Comisión de la UE, opinó algo parecido en otro influyente Centro de reflexión de Washington (el CSIS), aunque en términos más precisos y crudos que los empleados por Cecilia. Y si bien los lectores de mis columnas fueron conociendo estos hechos a medida que sucedieron, o mucho antes, los dinámicos portavoces oficiales y de la sociedad civil del Mercosur nunca dejaron de festejar las ignotas virtudes del borrador de Acuerdo.

Pero hay más. La clase política europea también se inquietó, la pasada semana, al ver que en los Países Bajos (ex Holanda) la ratificación del CETA (el Acuerdo de Libre Comercio UE-Canadá) sólo se aprobó con una votación muy disputada en la Cámara Baja (72 contra 69 votos; es decir por un pelo), lo que preanuncia como viene la mano para tratar el futuro voto del UE- Mercosur si es que el proyecto pasa los filtros del Consejo Europeo y del Euro-Parlamento, lo que hoy es una pregunta. Estos avatares revelan hasta qué punto el lobby agrícola del Viejo Continente es la roca que obstruye el texto birregional en debate. De manera que las barricadas anti-acuerdo están básicamente en Europa y no en las legítimas inquietudes pueblerinas de América del Sur.

Por último reitero la urgente necesidad de despertar a las nuevas caídas del comercio mundial (ver el pronóstico OMC), los efectos del virus Corona y las próximas andanzas del Jefe de la Casa Blanca. Sucede que el fuerte olor a crisis económica que hay en el mundo, todavía no permeó el olfato del Mercosur.

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