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Carlos Leyba 29 julio de 2019

Por Carlos Leyba

La semana pasada, me pregunté sobre el riesgo del punto de no retorno referido a la pobreza. No me proponía volver.

Pero el Indec informó que “una familia tipo” necesita $31.200 para no ser pobre: 58,9% más que hace un año. Una inflación demoledora en una economía que destruye empleo y que los salarios pierden por paliza: esta macro genera pobreza.

Además, CIPPEC ?idóneo centro del cauce del oficialismo ? estima que la “pobreza crónica” afecta a 10% de la población y que el 50% está en el conurbano.

Jorge Galindo, en El País, de Madrid, dice: “Resulta descorazonador que una de las naciones más ricas del hemisferio sur esté creando pobreza en lugar de destruirla”. Vergüenza.

No hablando de la pobreza sino de la macro ?que difícilmente pueda disminuirla, pero seguro puede aumentarla? Guillermo Calvo, uno de los más respetados economistas argentinos en la escena internacional, acaba de decir “Macri no ha mostrado ninguna capacidad de manejar esta situación y, más bien, la ha empeorado”.

¿Subirá la pobreza? ¿Continuaremos el ir y venir de dólar y riesgo país? El pésimo manejo de la macro obliga a revisitar el tema de una semana atrás. La pregunta era y es cual es el nivel de la pobreza de ingresos a partir del cual no hay retorno posible a zuna sociedad razonable. Hoy es un tercio de la población. Más de 14 millones de personas. Territorialmente concentradas.

¿Es una sociedad razonable? ¿Una sociedad democrática? Repasemos la propuesta de Raúl Alfonsín: “Con la democracia se cura, se come, se educa”. La idea es que el sistema democrático produce las condiciones materiales de la razonabilidad de la sociedad.

Pero tal vez es un error el orden de los factores. La democracia, como organización política, no necesariamente garantiza ese propósito de razonabilidad social. Es lo que nos pasa desde 1983, según el último informe sobre la pobreza del CIPPEC. Veamos.

Si todos los habitantes gozan de los beneficios de la salud, sin restricciones y los de la alimentación del cuerpo y del adecuado balance de esfuerzo y descanso que es consistente con la alimentación y además reciben toda la educación necesaria para formarse de modo de poder no sólo obtener esos bienes, sino retribuirlos al conjunto de la sociedad con la productividad de su trabajo que, para cada tarea, la educación brinda; entonces, esa sociedad tiene la condición básica para conformar una sociedad democrática. La cuestión se torna al revés.

No es la democracia la que por su sola institución genera el “se cura, se come, se educa”, sino que la obtención de esos bienes para todos los habitantes es una condición de base de progreso de la democracia. Un pueblo sin salud, sin alimentación y sin educación, difícilmente puede ser la base de una sociedad democrática. En rigor es una sociedad que alimenta los conflictos.

Construir democracia es garantizar la provisión de esos bienes. Bienes que sólo pueden producirse a base de una acumulación previa. O, lo que es lo mismo, no hay sustentabilidad de derechos sin acumulación.

Julio H. G. Olivera, gran economista argentino, en la crisis de 2001/2002, al inaugurar las reuniones del Plan Fénix de la FCE, dijo (palabras más palabras menos) que “la fuente de la crisis es la escasez de oferta de bienes sociales”.

La expresión de voluntad de Alfonsín, que implica la identificación de algunos pasos necesarios en el camino, nos obliga a recordar los principios centrales fundadores de la idea de la democracia: libertad, igualdad, fraternidad.

Edgard Morin, el gran filósofo francés, señalaba que siendo la libertad y la igualdad dos motores contradictorios, ya que la libertad tiende a la desigualdad o a la concentración mientras que la igualdad, que no surge espontáneamente, requiere de intervenciones que afectan la libertad, la fraternidad es la virtud social que concilia ambos valores.

Dicho de otra manera, es difícil construir el ideal democrático sin el protagonismo de la fraternidad. Si el mínimo requisito de igualación, o de fraternidad, es que todos gocen del derecho a la salud, la alimentación y la educación, la conclusión es que “la pobreza” de un tercio de la población no es compatible con una sociedad democrática. O lo que es lo mismo la construcción de nuestra democracia tiene como requisito básico y central, la eliminación de las condiciones salvajes de la pobreza, la marginación, o la existencia de personas consideradas parte del deshecho.

Volviendo ahora a la pregunta de la semana pasada. ¿Cuál es el punto de no retorno a una sociedad razonable? ¿La hubo antes?

La primera Encuesta de Hogares se realizó en 1974 y sobre su base, con la misma metodología, se calculó la pobreza en 4,2% de la población con una proyección basada en la información de Buenos Aires y Gran Buenos Aires. Con esos cálculos las personas afectadas eran aproximadamente 800.000. Es importante señalar que, en materia de políticas públicas, pesan más el número de las personas afectadas que los porcentajes. Hoy un tercio significan 14 millones de habitantes.

Cuando nos preguntamos por “el punto de no retorno”, nos preguntamos por la capacidad relativa de 28 millones de “no pobres” para subvenir a las necesidades de los “pobres” y, más relevante aún, para acumular lo necesario para resolver el problema estructuralmente.

Si la expansión del número de pobres crece al mismo ritmo anual que desde 1974, llegará el tiempo en que esos números se inviertan. Y antes de que ello ocurra, ¿habrá llegado el tan temido punto de no retorno?

El CIPPEC hizo un cálculo: creciendo el PIB per cápita a la tasa del 3% anual acumulativo (que para CIPPEC es una tasa difícil de conseguir basado en el resultado y la continuidad del modelo económico instalado desde 1975), la pobreza podrá disminuir a un porcentaje que sería la mitad del porcentaje actual. Pero como la población habrá crecido, el número de personas bajo la línea de pobreza será, más o menos, el mismo que hoy luego de 20 años. Es decir, creciendo al 3% per cápita con este modelo de economía, lo que es difícil de alcanzar para el CIPPEC, el número de personas pobres será el mismo que hoy en 2038.

En 1983, comenzó el período más largo de un proceso democrático de voto secreto y obligatorio sin proscripciones. De acuerdo al CIPPEC, desde que comenzó ese proceso democrático la pobreza no ha dejado de crecer o, lo que es lo mismo, el proceso democrático no ha logrado construir las bases de la democracia: no hubo restricciones a la libertad, pero la desigualdad ha crecido vertiginosamente poniendo en claro la inexistencia de un espíritu colectivo de fraternidad.

Solo la mitad de los menores de 15 años no son técnicamente pobres: la otra mitad son habita en contextos de pobreza.

No se trata de que las personas se besen y abracen en las plazas, sino que exista la posibilidad del diálogo. No hay tal cosa como fraternidad sin diálogo y sin diálogo no hay posibilidad de construir un proyecto colectivo. Las personas que no son pobres son “beneficiarias” de la posibilidad de realizar proyectos individuales. Las personas pobres no tienen la posibilidad de desarrollar proyectos individuales, la liberación de la pobreza solo es posible como consecuencia de un proyecto colectivo que nace del diálogo y de la aceptación que el bien superior es el bien común. Fácil decir, difícil hacer.

Podemos decirlo de otra manera. ¿Cuál es el porcentaje de personas que viven bajo la línea de pobreza que hace posible la vida colectiva?

El estudio del CIPPEC señala no sólo que desde 1983 la pobreza no ha dejado de crecer, sino que desde 1992, a partir de donde este estudio hace la mayor parte de sus análisis, la pobreza, con altibajos, no ha perforado el nivel promedio. Estamos instalados en un nivel de pobreza.

A pesar de que este número es más que preocupante, lo es mucho más cuando segmentamos la pobreza por nivel de edades. La pobreza en Argentina es joven. Y eso habla del futuro. Es decir, la fuerza de la producción, de la inteligencia del futuro y los que se están formando son los que hoy son jóvenes.

Miremos eso si queremos hablar del futuro. Y de una vez por todas, el futuro no es lo que vamos a hacer sino lo que estamos haciendo ahora. Fabricando pobres.

Por eso a la pregunta con que empezamos hay que agregarle la siguiente. ¿Cuál es el número, la proporción, de jóvenes argentinos nacidos, vividos, educados en condiciones que no sean las de la pobreza, que son las condiciones de no carencias, que nos aseguran que en 10, 15, 20 años tendremos una población que, por sus condiciones físicas, culturales y de hábitos, nos permitirá tener una sociedad del Siglo XXI?

Solo la mitad de los menores de 15 años no son técnicamente pobres. La otra mitad son hijos, y seguramente nietos, de personas pobres y habitan en contextos de pobreza.

El enjundioso trabajo del CIPPEC excluye la cifra de 1974 como base. Si partimos el análisis desde ese año resulta evidente que el abandono, por las razones que fueran, del modelo del Estado de Bienestar, abandono que se inició ideológicamente con el Rodrigazo y se continua con altibajos hasta la fecha, produjo la ruptura del tejido social y alumbró ese “Estado de Malestar” que nos ha condenado al estancamiento económico con alta inflación, regresión distributiva y notable achicamiento del potencial productivo endógeno.

El CIPPEC proyecta la incapacidad del “Estado de Malestar” para eliminar el sesgo a la pobreza de nuestra economía. Y tiene razón. Pero la verdad es más que la razón: resolver la pobreza implica abandonar el modelo que la produce desde hace 45 años. Considerar las cifras de 1974 ponen en evidencia el cambio de modelo.

Las bases del cambio están en retornar, con los lógicas adecuaciones de época, al modelo productivo que implica, aunque suene demodé, un mega programa de industrialización exportadora que, además de necesario, es posible, si lo ejecutamos en el marco del diálogo presidido por el bien común. Necesario y posible.

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